– Pues la información sobre la muerte de Werner Hoffman también es confidencial mientras sea un caso abierto por la División Cri minal. Quid pro quo, señorita Brooks, quid pro quo.
– Está bien. Si es así, estoy dispuesta a ser la primera en decirle algo y después usted responderá a una pregunta mía. ¿Le parece bien, inspector Grüber?
– Perfectamente. Quid pro quo.
– Hoffman y un equipo de la Fundación Helsing están restaurando un documento muy valioso sobre el origen del cristianismo, sobre el origen de la religión católica. Y ahora me toca a mí.
– Adelante.
– ¿Por qué me ha dicho que es un accidente si la investigación la está llevando a cabo la División Criminal de la Staat Polizei de Berna?
– Porque alguien llamó a emergencias para decir que había visto cómo dos hombres cargaban a otro dentro de un coche en la autopista seis, la que llega hasta Thun. Enviamos una patrulla de la policía cantonal a investigar, pero no encontró rastro alguno de lucha ni nada por el estilo. El testigo dijo que era un BMW igual al que encontramos bajo el agua con Hoffman muerto en su interior -respondió Grüber-. Y ahora me toca a mí.
– Adelante.
– ¿Cree usted que el accidente o el asesinato de Hoffman puede estar relacionado con su documento sagrado?
– Puede ser. Todavía tengo que comprobar un par de datos, pero en cuanto tenga toda la información se la enviaré por fax para que lo investigue. Yo no puedo hacerlo sola, pero he detectado varias muertes relacionadas con mi documento y la de Hoffman puede ser tan sólo una más en la larga cadena trágica que rodea a mi libro -aseguró la joven.
– Si está usted dispuesta a facilitarme esa información, yo estoy dispuesto a colaborar con usted con tal de coger al tipo que mató a Hoffman. En Berna suceden pocos acontecimientos como éste, así que estoy dispuesto a ayudarla. No deseo que aumente el índice de asesinatos en nuestra tranquila ciudad. ¿Qué es lo que necesita saber? -propuso Grüber.
– Si en el cuerpo de Hoffman o cerca de él encontraron un octógono de tela con una frase en latín escrita en su interior.
– Comprobaré sus efectos personales para confirmárselo. Creo que aún no se los hemos entregado a su viuda.
– Puedo mandarle ahora mismo una copia de un octógono parecido para que le sirva de referencia.
– Se lo agradecería mucho. Envíemelo a este número de fax. En cuanto lo reciba me pondré a investigarlo, pero cuando la llame para confirmárselo querré de usted toda la información que tenga de este caso. ¿Me ha entendido?
– Sí, inspector Grüber, le he entendido, alto y claro, y ahora tome nota del teléfono de mi casa, en Venecia. Allí podrá localizarme. Espero su llamada. Quid pro quo, inspector Grüber.
– Quid pro quo, señorita Brooks -respondió el inspector antes de colgar.
Inmediatamente después, Afdera tomó el octógono de tela que había cogido del bolsillo del tipo que intentó matar a Badani en su casa de El Cairo, lo copió en una hoja en blanco y se la envió por fax a Grüber. Ahora sólo quedaba esperar la llamada del inspector.
Afdera decidió abrir el sobre que le había dejado su abuela en la caja de seguridad del banco de Venecia. Con un abrecartas de plata rompió el sello de lacre con el escudo de la Ca' d'Oro, extrajo la carta del sobre y comenzó a leer.
Mi muy querida nieta:
Cuando leas esta carta, querr á decir que yo he fallecido ya, bien de muerte natural o bien asesinada por alguna oscura y oculta mano. De cualquier forma, estar é muerta.
Esta carta, m á s que un mensaje, querida Afdi, es un aviso para que est é s en guardia ante cualquier extra ñ o suceso que pueda ocurrir en tu entorno con respecto al evangelio de Judas, que calculo habr á s extra í do ya de la caja de seguridad del First National Bank de Hicksville, en Nueva York.
He querido que seas t ú , y no tu hermana Assal, quien se ocupe de descubrir la verdad oculta entre las p á ginas de las palabras de Judas. Tal vez porque t ú eres un esp í ritu m á s parecido al de tu madre y al m í o, m á s rebelde, m á s duro, m á s preparado para los amargos acontecimientos que te tocar á n vivir alrededor del libro que te lego. Tu hermana Assal se parece m á s a tu padre. Un hombre m á s abstra í do en su mundo que en el de los que le rodeaban. Eso no es malo, pero no les permite estar preparados para la dura y cruel realidad que supone un hallazgo como el libro de Judas.
Desde que el libro cay ó en mis manos, a trav é s de ese bandido llamado Rezek Badani y mi querida Liliana, a comienzos de la d é cada de los sesenta, s ó lo me ha tra í do desgracias, para m í y para mi familia. Me imagino que te estar á s preguntando por qu é no hice restaurar y traducir el evangelio y decid í esconderlo en una caja de seguridad de un tranquilo banco de Hicksville. La respuesta es la siguiente: por miedo. S í , por miedo a que os pudiese pasar algo a vosotras, mis queridas nietas Afdera y Assal. Cuando supe lo que podr í a contener el libro, cr é eme que me asust é . Un buen d í a comenc é a indagar en sus or í genes, pero, de repente, una oscura mano comenz ó a ejercer presi ó n para que no alcanzase mi meta de, tal vez, rehabilitar la figura de Judas Iscariote. Yo era m á s joven y no tem í a esas presiones hasta que sucedi ó aquel tr á gico accidente en el que perdieron la vida tus padres durante unas vacaciones en Aspen, Colorado. S é a ciencia cierta que no fue un accidente.
Unos d í as despu é s de la muerte de tus padres recib í un mensaje en el que me indicaban que si segu í a investigando los or í genes del libro, alguien m á s cercano a m í , como dos ni ñ as de once y nueve a ñ os, podr í an sufrir alg ú n tr á gico accidente. En pocos d í as hab í a perdido a tu madre, mi adorada hija, y a mi yerno, tu padre, a quien quer í a. No estaba dispuesta por un libro y un secreto guardado durante siglos a perderos ni a ti ni a tu hermana Assal.
Por eso decid í dejarte esta carta. S í decides seguir adelante con la verdad sobre Judas, quiero que sepas que esa mano que me presion ó a m í , en su d í a volver á a aparecer para hacer algo similar contigo. S ó lo espero que la decisi ó n que adoptes sea la correcta, tanto si eliges seguir adelante como si vuelves a esconder el libro en una caja de seguridad hasta el fin de los d í as. Entender é cualquier resoluci ó n que tomes. Si sigues adelante, te dejo el diario que escrib í con la informaci ó n que consegu í sobre el libro de Judas. Ú salo o destrúyelo. La decisi ó n es s ó lo tuya, querida ni ñ a. Ahora, tu hermana Assal y t ú est á is solas. S ó lo os ten é is la una a la otra. Protegeos entre vosotras y, por supuesto, ú nicamente me queda decirte que no te f í es de nadie si sigues el camino que t ú sola debes recorrer. Esa decisi ó n s ó lo te corresponde a ti tomarla. Hazlo con sabidur í a.
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