Eric Frattini - El Laberinto de Agua

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El Laberinto de Agua: краткое содержание, описание и аннотация

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Experto en los servicios secretos vaticanos, Frattini se ha inspirado para su segunda novela en uno de los personajes más controvertidos y desconocidos del cristianismo, Judas, el apóstol traidor. ¿Qué pasaría si su historia no fue como nos la han contado? Los cimientos de la Iglesia se tambalearían, y eso es lo que quiere impedir a toda costa el malvado cardenal Lienart.

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– Dile que pase, Rosa.

Allí estaba su abogado, impecablemente vestido con un traje de Savile Row azul de raya diplomática y corbata de Marinella.

– ¿Cómo estás, cuñado? -saludó Afdera entre risas.

– Aún no soy tu cuñado -replicó el abogado agachándose para besarla en la mejilla-. ¿Qué tal tu viaje a Egipto y Berna?

– Muy provechoso. Necesito darte instrucciones para que te pongas en contacto con Renard Aguilar, el director de la Fundación Hel sing, con el fin de hacer un precontrato para la venta del evangelio de Judas a un misterioso mecenas.

– ¿Y qué tiene que ver Aguilar con todo esto?

– Él es el intermediario. El mecenas no quiere que se sepa su identidad, pero, según Aguilar, está dispuesto a cumplir las condiciones impuestas por mí y por Assal para la venta del libro. Quiero que te ocupes de todo. Incluso quiero darte plenos poderes para que lleves a cabo la venta y firmes los contratos.

– ¿Cuál es el precio establecido para la operación? -preguntó Hamilton, tomando notas en un cuaderno negro.

– Ocho millones de dólares, pagaderos en una cuenta en Suiza que deberemos indicar antes de la operación.

– Caray, ¿y te fías de Aguilar para esta operación?

– No creo que tenga interés en engañarnos. Sabe que si lo hace, emprenderé contra él acciones en los tribunales. Por eso necesito que dejes todo perfectamente atado antes de que el libro caiga en sus manos. No quiero tener que reclamarlo después.

– Descuida. Estudiaré primero la operación y te enseñaré el precontrato antes de enviárselo a Aguilar.

– Tenlo preparado cuanto antes. Deseo leer el documento lo antes posible. Me ha dicho Assal que necesitabas que firmase varios papeles legales de la abuela y que tenías que entregarme una carta suya.

– Sí, así es. Cuando estaba poniendo las cosas de tu abuela en orden han aparecido una serie de cuestiones que tenemos que tratar. Debes firmar la transferencia de propiedades de tu abuela. La Ca' d'Oro, la casa de Nyon junto al lago Leman, la casa en los Campos Elíseos de París y la de la isla de Djerba, en Túnez, y las dos propiedades de rus padres en Nueva York y Martha's Vineyard. Tienes que firmar aquí, aquí y aquí -iba indicando Sampson con el dedo-. ¿Ya sabéis tu hermana y tú cómo queréis repartiros las propiedades de tu abuela?

– No. No lo sabemos porque es probable que mantengamos las propiedades unidas para que las dos podamos disfrutarlas. Tal vez te pida consejo sobre la venta de alguna que no utilizamos.

– De acuerdo, esperaré a que decidas lo que quieres hacer.

– Bueno, ahora déjate de documentos y dime cuándo le pediste a mi hermana que se casase contigo.

– Te hice caso, reuní el valor suficiente y decidí pedírselo. Créeme que la haré la mujer más feliz del planeta -aseguró el abogado.

– Y tú créeme que te mataré si no lo haces, y ahora dame un beso muy grande, querido cuñado.

Afdera y Sampson se encontraban de pie abrazados cuando entró Assal en la biblioteca.

– Vaya, vaya, a ver si voy a tener que ponerme celosa -dijo.

– Oh, no te preocupes. Estoy muy feliz por ti, hermanita, y por Sampson. ¿Cuándo pensáis casaros?

– No lo sabemos todavía. Ni siquiera tenemos fecha. No sé si celebraremos la boda aquí, en la Ca' d'Oro, o en la casa de la abuela en Martha's Vineyard. De cualquier forma, Sampson tiene mucho trabajo y quiere terminar varias cuestiones antes de la boda.

– Bien, pero no esperes mucho, Sampson, o si no algún chico guapo veneciano puede venir y quitártela.

– Ah, antes de marcharme tengo que darte el sobre que encontré a tu nombre en la caja de seguridad de la Cassa di Risparmio di Venezia. Tu abuela era muy aficionada a las cajas de seguridad. Sólo espero que no haya dejado más documentos desperdigados en otras tantas cajas -dijo Hamilton extrayendo de su maletín de Prada un sobre con un sello de lacre rojo. Afdera reconoció la letra de su abuela en el sobre: «Para entregar a mi nieta Afdera tras mi muerte».

Lo dejó sobre la mesa sin abrirlo y acompañó a Sampson y a Assal hasta la puerta de la biblioteca.

– Ya me contaréis, tortolitos, cuándo es la fecha elegida. Quiero comprarme un buen sombrero para la ocasión -bromeó Afdera dándole una palmada en el trasero a su hermana.

– No te preocupes, serás la primera en enterarte.

Desde la barandilla de lo alto de la escalera, Afdera se asomó para despedirse del abogado.

– No olvides tenerme al tanto de todo, Sampson.

– No te preocupes. Haré lo que me has ordenado de forma inmediata.

Al poco de quedarse sola en la biblioteca, Rosa entró con una bandeja de plata, con dos platos cubiertos.

– Le he traído algo de comer, señorita Afdera. Debe usted comer y engordar un poco o nadie la querrá y no conseguirá encontrar marido.

– ¡Oh, no te preocupes! No tengo la más mínima intención de casarme con nadie.

– ¿Ni siquiera con ese hombre tan guapo que estaba en el funeral de su abuela?

– Creo que a mi hermana le voy a cortar la lengua.

– ¡No se enfade con ella! Tanto ella como su abuela como yo deseamos verla feliz. Sólo eso.

– Ya lo sé, Rosa, pero por ahora tengo otras prioridades antes que casarme, ser una madre feliz y una esposa comprensiva -respondió la joven con cierto tono sarcástico.

– Bien, pero yo sólo…

Afdera interrumpió a Rosa.

– Rosa, necesito saber si Francesco puede llevarme en coche hasta Florencia.

– ¿Cuándo querría usted ir, señorita Afdera?

– Esta misma tarde. Me quedaré a dormir allí. Tengo una reunión muy importante mañana por la mañana.

– Le diré a ese vago que deje de beber grappa y que trabaje algo. No se preocupe, yo me encargo.

– Bien, Rosa, muchas gracias.

Antes de cerrar la puerta, la fiel criada se giró.

– Como no se lo coma todo, no la dejaré salir de la biblioteca, ¿me ha entendido?

– Sí, te lo prometo. Me comeré todo lo que me has puesto en la bandeja sin rechistar.

A continuación, Afdera levantó el teléfono y marcó el número de la policía de Berna. Unos segundos después una voz en alemán respondía la llamada.

– Buenas tardes. Staat Polizei.

– Buenas tardes. Quisiera hablar con la División Criminal.

– ¿Desea usted hablar con alguien en particular? -preguntó el agente de guardia, esta vez en francés.

– Con el inspector Hans Grüber, por favor.

– Espere un momento mientras lo localizo.

Afdera miraba atentamente el sobre que le acababa de dar Sampson. De repente, una voz gruesa y algo ronca sonó al otro lado del teléfono.

– ¿Sí? ¿Quién es? ¿Quién desea hablar conmigo?

– ¿Inspector Grüber?

– Sí, soy yo. ¿Quién es usted?

– Soy Afdera Brooks, le llamo desde Venecia.

– ¿Desde Venecia?¿Y qué quiere de mí?

– Información -respondió tajante Afdera.

– ¿Qué clase de información? ¿Quién es usted?

– Soy amiga de la señora Sabine Hubert, de la Fundación Helsing. Ella me ha dado su teléfono para que le llame. Werner Hoffman formaba parte del equipo de la fundación encargado de restaurar una valiosa pieza antigua de mi propiedad…

– ¿Y qué tiene que ver eso con el accidente de Hoffman? -preguntó el inspector Grüber.

– ¿Cree usted que fue un accidente?

– ¿Por qué debo pensar lo contrario?

– ¿Porque tuvo el accidente a un kilómetro de la autopista por la que circulaba? ¿Porque cayó a un lago helado muy lejos de donde él se dirigía?

– Por cierto, ¿qué clase de pieza estaba restaurando Hoffman? -preguntó el policía repentinamente.

– Es una información confidencial -respondió Afdera a la defensiva.

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