Eric Frattini - El Laberinto de Agua

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El Laberinto de Agua: краткое содержание, описание и аннотация

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Experto en los servicios secretos vaticanos, Frattini se ha inspirado para su segunda novela en uno de los personajes más controvertidos y desconocidos del cristianismo, Judas, el apóstol traidor. ¿Qué pasaría si su historia no fue como nos la han contado? Los cimientos de la Iglesia se tambalearían, y eso es lo que quiere impedir a toda costa el malvado cardenal Lienart.

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– Oh, no es nada.

– No me creo que no sea nada. Tú jamás dices nada sin haberlo analizado todo. La abuela decía que tenías la habilidad de analizar todas las consecuencias que podrían provocar tus palabras antes de pronunciarlas. No me creo que no sea nada. Deja ya de tratarme como si tuviera seis años. Me has protegido desde la muerte de nuestros padres, pero ya soy mayorcita para saber qué esconden tus palabras.

– Te prometo que cuando tenga todo atado te lo contaré. Te aseguro que serás la primera en enterarte.

Antes de salir de la biblioteca, Assal oyó cómo su hermana le decía:

– Te quiero, Assal.

– Yo también te quiero, hermanita -le contestó cerrando ya la puerta y sin que su hermana hubiese podido oír sus palabras.

Cuando estuvo a solas de nuevo, Afdera volvió a levantar el teléfono para llamar a Rezek Badani.

– ¿Dígame?

– Buenos días, deseo hablar con el señor Badani.

– Sí, un momento. ¿De parte de quién?

– Dígale al señor Badani que soy Afdera Brooks. Llamo desde Italia.

Al otro lado de la línea, oyó cómo la joven llamaba al comerciante de antigüedades habibi, 'querido'.

– ¿Afdera? ¿Eres tú? -preguntó Badani.

No cabía duda de que las circunstancias en las que habían pasado aquella noche juntos en casa del comerciante hacían que mantuvieran una estrecha complicidad. Rezek Badani, como buen árabe, sentía que debía su vida a Afdera. Al fin y al cabo, ella le había salvado cuando estaba a punto de morir apuñalado en la nuca por aquel tipo del octógono.

– Sí, soy yo. Soy Afdera.

– ¿Y a qué se debe este honor? -volvió a preguntar el egipcio.

– Quería saber qué tal te encuentras y cómo terminó nuestro asunto.

– La verdad es que me he recuperado. Ahora vivo con dos sobrinos altos y fuertes que están dispuestos a matar a cualquier hijo de puta que intente acercarse a mí. Otro primo mío, el de la policía de El Cairo, ¿lo recuerdas…?

– Sí, me hablaste de él aquella noche. ¿Qué te ha dicho del tipo que cayó por la ventana?

– Pues me dijo que no tenía ninguna identificación encima. La policía intentó averiguar cómo entró en el país y tampoco constaba en el registro de fronteras o del aeropuerto. Nadie sabe cómo llegó a Egipto. Se le tomaron las huellas y fueron enviadas a la Interpol. Mi primo me dijo que la Interpol respondió que no constaban en sus registros. Como nadie se hizo cargo del cadáver, fue enterrado en un cementerio a las afueras de El Cairo, a la espera de que alguien reclame su cuerpo, aunque yo lo veo poco probable.

– ¿Te has enterado de la muerte de Abdel Gabriel Sayed?

– Niña, aquí en Egipto no pasa nada sin que yo no me entere. Supe lo de Abdel a la mañana siguiente, cuando la policía encontró su coche en la carretera. Alguien lo había estrangulado.

– ¿Sabes que cerca de su cuerpo fue encontrado un octógono de tela como el que llevaba el tipo que te atacó?

– Eso no lo sabía. ¿Crees que el hombre que se arrojó por la ventana y el que mató a Abdel Gabriel y a mi socio Boutros Reyko tienen alguna relación?

– Podría ser… Incluso estoy investigando si están relacionados también con un asesinato llevado a cabo hace unas semanas en Berna -reveló Afdera.

– Eso supondría la necesidad de disponer de muchos medios para enviar a esos asesinos del octógono a Egipto y a Suiza.

– Puede ser… Junto al cadáver de Abdel había un octógono de tela. Él fue uno de los intermediarios entre los campesinos que descubrieron el libro y Reyko. También se encontró un octógono de tela junto al cadáver de tu socio y él tuvo contacto con el libro de Judas. El tipo que se arrojó desde la ventana de tu casa antes de intentar matarte también llevaba un octógono de ésos, con la frase en latín…

– ¿Y qué pasa con el muerto en Berna?

– Werner Hoffman. Era el experto en papiros que formaba parte del equipo de científicos de la Fundación Helsing que está trabajando en la restauración y traducción del libro.

– ¿Encontraron también un octógono de ésos?

– Aún no lo sé. Voy a llamar al inspector de la policía de Berna que se está ocupando del caso. Quiero saber si la muerte de Hoffman está relacionada con las muertes de Abdel y de tu socio. Necesitaría que tu primo el policía averiguara si en la casa de Liliana se encontró algún octógono de tela. ¿Crees que podrá conseguir esa información?

– Estoy seguro de que podrá hacerse incluso con una copia del informe. Deberá estar indicado, si es que el asesino lo arrojó sobre la cama. No te preocupes, en cuanto tenga la información te puedo llamar. Tenme tú al tanto de lo que averigües, y si necesitas ayuda, no tengo problema en enviarte a un par de mis sobrinos para que te ayuden a aporrear unas cuantas cabezas y a patear varios culos.

– Muchas gracias, Rezek, pero espero no necesitarlos. De momento me basta con que me envíes la información de Liliana y si has contactado con Charles Eolande o con Leonardo Colaiani. Me gustaría entrevistarme con cualquiera de los dos cuanto antes.

– Eolande se encuentra de gira dando conferencias. Le llamé a la Universidad de Chicago y no supieron decirme dónde estaba. Con el que sí he podido hablar es con Colaiani, el experto en las cruzadas. Al principio se negaba a hablar conmigo, pero cuando le he dado tu nombre, ha accedido a encontrarse contigo, siempre y cuando mantengas en el más absoluto secreto tu reunión con él.

– ¿Por qué crees que desea mantener en secreto nuestro encuentro?

– Piensa…, niña. Si el Griego, Kalamatiano, se entera de que Colaiani ha hablado contigo sobre el libro de Judas, puede enfadarse tanto que podría incluso enviar a ese italiano al fondo del río Arno. No creo que a Colaiani le interese que se sepa que te ha visto. Vasilis Kalamatiano es un hombre misterioso al que le gusta mantener sus negocios en secreto. No se mostrará precisamente encantado cuando se entere de que Leonardo Colaiani, un antiguo empleado suyo, está hablando con nosotros.

– ¿Y por qué estaría dispuesto a hablar conmigo?

– Tal vez porque conoció a tu abuela. Durante nuestra conversación me dijo que la respetaba mucho y que con su muerte había desaparecido una de las personas más decentes en el sucio y traicionero mundo del comercio de antigüedades.

– ¿Dónde puedo encontrarle?

– En la Universidad de Florencia. Da clases allí los martes y jueves. Si te acercas un día, podrás hablar con él. Me ha dicho que así te lo debía comunicar. Es probable que sepa algo sobre el evangelio de Judas que te pueda interesar, sobre todo de qué sucedió con el libro durante la época de las cruzadas. Debe tener mucha información sobre el recorrido que hizo el libro durante la época de las cruzadas. Habla con él.

– Mañana es jueves, tal vez pueda ir esta misma tarde hasta Florencia. Está sólo a doscientos kilómetros de Venecia. Sí, intentaré verle mañana mismo.

– Si sé algo más sobre Eolande o sobre la información que me has pedido de Liliana Ramson, te llamaré.

– Llámame a Venecia. Rosa, la criada, siempre está aquí. Le puedes dejar el mensaje si yo no estoy y te devolveré la llamada. Bueno, querido amigo, ten mucho cuidado -le advirtió Afdera.

– Cuídate tú también, y ya sabes, si necesitas a dos de mis primos, puedo enviártelos a Venecia. A veces es más efectivo un buen primo egipcio que uno de esos italianos homosexuales vuestros de la mafia.

– ¡Oh, estoy segura de ello! Un fuerte abrazo, Rezek.

– Cuídate -dijo Badani.

Mientras intentaba poner en orden sus pensamientos, Afdera oyó un pequeño golpe en la puerta. Era Rosa.

– El señorito Sampson está aquí y quiere verla.

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