Eric Frattini - El Laberinto de Agua

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El Laberinto de Agua: краткое содержание, описание и аннотация

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Experto en los servicios secretos vaticanos, Frattini se ha inspirado para su segunda novela en uno de los personajes más controvertidos y desconocidos del cristianismo, Judas, el apóstol traidor. ¿Qué pasaría si su historia no fue como nos la han contado? Los cimientos de la Iglesia se tambalearían, y eso es lo que quiere impedir a toda costa el malvado cardenal Lienart.

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Al abrir el despacho, Afdera sólo vio a Ylan, que estaba hablando con alguien que la puerta ocultaba. Nada más entrar, apareció Max, que tenía entre sus manos un libro sobre las tumbas de los cruzados en San Juan de Acre.

Al ver a Afdera, Max se levantó y se dirigió hacia ella, dándole un inocente beso en la mejilla.

– Vaya, veo que os conocéis muy bien -observó Ylan, sin dejar de mirar a Afdera a los ojos. La joven supo interpretar el tono sarcástico de su jefe.

– Hola, Max, ¿cómo estás?

– Preparando mi viaje a Siria.

– ¡Oh, vaya! Así que se va usted a Siria…

– Sí, así es. El gobierno de Damasco me ha contratado para traducir unos rollos escritos en arameo.

– Max es un experto en lengua aramea -explicó Afdera, dirigiéndose al director de la AAI.

– Pues tal vez podamos contratarlo aquí en Israel para que nos ayude a traducir varias inscripciones que se encuentran en diversas piezas de alfarería -propuso Ylan.

– Será un placer para mí trabajar con usted, profesor Gershon. He oído hablar muy bien de usted en el mundo académico.

– ¿Incluso en Damasco?

– Incluso en Damasco-repitió Max.

– Bueno, pues si quieren, nos sentamos en esta mesa y Afdera me cuenta qué quiere de mí y de Israel.

Cuando los cuatro se sentaron, Afdera extrajo de su bolso el diario heredado de su abuela.

– Este diario fue escrito por mi abuela. En él relata todos los avatares seguidos por el evangelio de Judas, desde que lo descubrieron en la cueva de Gebel Qarara hasta que llegó a sus manos y cómo terminó su andadura en la caja de seguridad de un banco de Hicksville, en Nueva York. Yo he agregado las pistas que hemos ido descubriendo y lo relativo a la llamada carta de Eliezer. Todas las pistas apuntan a que ese documento, escrito supuestamente entre los años sesenta y setenta de nuestra era, debe de estar escondido en la tumba de un caballero cruzado en Acre, y para eso te necesitamos.

– Ya sabes que no hay un registro completo de las tumbas cruzadas halladas en las catacumbas, porque la mayor parte de ellas no tenían ningún tipo de inscripción para ser identificadas. Los sarcófagos están registrados por la AAI con un número y la situación de la propia tumba dentro de la catacumba -aseguró Ylan-. Por cierto, ¿qué te hace estar tan segura de que esa carta o documento está enterrado en Acre?

– Las pistas que hemos encontrado. Seguimos el rastro dejado por los cruzados que acompañaron a Luis de Francia de regreso a Tierra Santa desde Egipto, tras su derrota. Ahí se formaron dos grupos, dirigidos por dos hermanos, Phillipe y Hugo de Fratens. Phillipe, el guerrero, continuó su viaje a Occidente junto a una fuerte escolta varega, los escandinavos…

– Sí, ya sé quiénes son…

– Los varegos fueron dejando pistas a su paso por Antioquía y el Pireo, pistas que acabaron en Venecia. Una estaba en un león, hoy en la entrada del Arsenale. En su lomo aparece grabada una frase en rúnico: En la puerta del mar, Zara girar á alrededor del laberinto, mientras el le ó n protege al caballero y su secreto. Encuentra la estrella que ilumina el trono de la iglesia y te llevar á hasta la tumba del verdadero. Esta pista nos llevó a otra inscripción que encontramos en el respaldo del trono que supuestamente utilizó San Pedro en Antioquía. Está escrita en árabe y por el análisis de su caligrafía pertenece al siglo XIII, la época en la que Phillipe de Fratens y los varegos regresaron a Occidente. La traducción de la frase dice: All í donde yace el caballero del le ó n, el sagrado, all í en el lugar en el que se alza la estrella, all í en la ciudad que a ú n sigue siendo santa, encontrar á s la palabra del verdadero, del elegido, el que desciende de la gran estirpe, el que no tiene rey y que deber á guiar a las tribus israelitas. Necesito que nos ayudes a localizar esa tumba. En la inscripción en árabe se habla de all í en el lugar en el que se alza la estrella, pero no sabemos a qué estrella se refiere. Si no nos ayudas, podríamos estar siglos excavando en Acre sin ningún resultado positivo.

– Déjame ver la inscripción en árabe -pidió el director de la AAI.

Después de examinar durante unos minutos el texto original en árabe traducido por Stefano Pisani, Ylan se dirigió a su mesa y marcó un número de teléfono.

– Muy bien, querido amigo, nos vemos mañana en Galilea -se despidió el director antes de colgar.

– O me dices qué has descubierto o me va a dar un infarto -pidió Afdera.

– Me llamó la atención la frase: All í en el lugar en el que se alza la estrella. Posiblemente esté indicando dónde se encuentra la tumba de tu caballero. He llamado a un gran amigo mío, Yigal Mizrahi, del observatorio astronómico del Monte Hermón. Es uno de los grandes expertos de este país en astronomía y astrofísica. Mañana por la mañana os recogeré en la puerta del hotel e iremos hasta el Monte Hermón, en los Altos del Golán. Allí podremos intentar descifrar el lugar donde se encuentra la tumba de tu caballero cruzado. Será mejor eso que ponernos a levantar todo el suelo de Acre.

– Muy bien, pues esperaremos hasta mañana -resolvió Afdera, levantándose de la mesa para dirigirse ya hacia la salida.

– Te recomiendo que lleves a tus amigos a dar una vuelta por Jerusalén, así no se van de esta ciudad sin conocerla.

– De acuerdo, haremos un recorrido por la ciudad -respondió la joven de mala gana, mientras daba un beso en la mejilla al director de la AAI.

– Iros pronto a dormir. Mañana nos espera un día muy largo. Tenemos casi doscientos kilómetros desde Jerusalén hasta el observatorio del Monte Hermón por unas carreteras llenas de curvas.

Al salir del museo, Leonardo Colaiani se disculpó y dijo que deseaba regresar al hotel a descansar. Aquélla era una buena ocasión para quedarse a solas con Max y hacerle cientos de preguntas que la torturaban desde que había salido huyendo de su habitación en la Ca' d'Oro, pero, en contra de sus deseos, prefirió permanecer en silencio.

– Vaya, parece que Colaiani se huele algo, ¿no te parece? -preguntó Max mientras Afdera guardaba silencio-. ¿Es que no vas a hablar conmigo? -volvió a insistir.

– No sé qué quieres que te diga. Estabas conmigo la otra noche y en un segundo habías desaparecido. ¿Qué quieres que te diga?

– Tienes que pensar que para mí no es nada fácil… -¿Y para mí sí lo es?

– Hace mucho tiempo hice votos de castidad por mi condición de sacerdote y pasados los años te encuentro y casi rompo esos votos. Necesitaba pensar, necesitaba descubrir qué es lo que siento por ti, por el sacerdocio, por Dios, algo difícil de hacer en la Ca' d'Oro.

– ¿Y has descubierto algo? -preguntó Afdera con sarcasmo.

– Sigues sin entender por lo que estoy pasando. Desde siempre has estado protegida por tus padres, después por tu abuela y luego por esa especie de coraza con la que te vistes cada mañana, pero la gente normal, la gente corriente vivimos de forma más valiente las situaciones con las que nos encontramos en nuestro camino.

– ¡Ah! Eso quiere decir que tú eres un valiente por haber violado tus votos de castidad y yo una cobarde por haberte incitado a ello. Como si los dos no fuéramos adultos.

Sin darse cuenta, y mientras discutían, la pareja alcanzó la iglesia del Santo Sepulcro, en el corazón de la ciudad vieja.

– Tal vez podrías entrar y hablar con tu Dios sobre lo que te ha ocurrido. A lo mejor puede aconsejarte sobre cómo vivir tu relación con otras personas.

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