Eric Frattini - El Laberinto de Agua

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El Laberinto de Agua: краткое содержание, описание и аннотация

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Experto en los servicios secretos vaticanos, Frattini se ha inspirado para su segunda novela en uno de los personajes más controvertidos y desconocidos del cristianismo, Judas, el apóstol traidor. ¿Qué pasaría si su historia no fue como nos la han contado? Los cimientos de la Iglesia se tambalearían, y eso es lo que quiere impedir a toda costa el malvado cardenal Lienart.

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– ¿A qué se referirá cuando dice: All í en el lugar en el que se alza la estrella? -preguntó Assal.

– Tal vez sea la situación de la tumba o algo parecido. Podría ser una clave para encontrar la tumba en Acre -respondió Afdera-. Lo que está claro es que cuando la frase habla del verdadero, del elegido, el que desciende de la gran estirpe, el que no tiene rey y que deber á guiar a las tribus israelitas, sólo puede referirse a Judas Iscariote. En la traducción del evangelio de Judas ya se habla del apóstol como «el elegido», «el de la gran estirpe», «el que no tiene rey». No cabe la menor duda de que se refiere a Judas Iscariote.

– ¿Y ahora qué hacemos? -interrumpió Assal.

– Nos vamos a Israel. Quiero encontrar esa tumba de Hugo de Fratens, si es que existe y no es algo más que una leyenda urbana. ¿Quién viene conmigo?

– Yo prefiero quedarme en Venecia con Sam. Aún está débil después de lo de Aspen -se disculpó Assal-. Además, sabes que soy investigadora de archivos y me gusta poco el polvo de las excavaciones.

– Yo voy con usted -sentenció Leonardo Colaiani, dando un paso al frente.

– Muy bien. Llamaré a Ylan Gershon, el director de la Autoridad de Antigüedades de Israel, y le diré que nos prepare una visita. Nuestra próxima parada será Jerusalén.

Antes de salir del despacho de Pisani, Afdera se dirigió al conservador y le aconsejó que borrase la frase de la pizarra y olvidase todo lo que habían hablado en aquella reunión.

– Se lo aconsejo por su propia seguridad. Ha muerto mucha gente por menos que el conocimiento de una frase en árabe. Mi abogado, Sampson Hamilton, se pondrá en contacto con usted en unos días para entregarle la cantidad de dinero necesaria para que lleve a cabo su investigación en Alejandría. Ha hecho usted un gran trabajo.

***

Ciudad del Vaticano

Sobre las once de la noche, el cardenal Lienart se encontraba reunido con varios prefectos de las Congregaciones y Comisiones Pontificias. Hasta que el Santo Padre no se recuperase totalmente de sus heridas, él, como secretario de Estado, seguiría liderando los asuntos terrenales de la Iglesia católica. Tras finalizar el encuentro, decidió convocar a su secretario.

– ¿Monseñor Mahoney?

– Soy yo, eminencia -respondió el secretario.

– Necesito que se presente en mi despacho cuanto antes. El tiempo apremia y debemos estar preparados, como le dije.

– Perfecto, eminencia, estaré allí en unos minutos.

La reunión debía mantenerse en el máximo secreto. Los asuntos que iban a tratarse en aquel despacho serían de suma importancia no sólo para el destino del próximo Sumo Pontífice, sino también para la seguridad y estabilidad de la religión católica en el mundo.

Mahoney llegó temprano, como siempre, y tocó levemente la puerta con los nudillos.

– Pase, pase, monseñor -ordenó Lienart.

– Dígame, eminencia, ¿en qué puedo servirle?

– Usted sabe que desde este mismo momento su reloj ha comenzado su cuenta atrás. Tiene desde ahora pocos días para solucionar y dejar todos los cabos bien atados -afirmó Lienart mientras encendía un grueso cigarro habano-. Y ahora quiero saber cómo está la situación de nuestro Círculo.

– En este momento, el hermano Cornelius sigue de cerca a Afdera Brooks. El hermano Pontius tuvo un altercado la otra noche con esa mujer y ese sacerdote, Maximilian Kronauer. Consiguieron herirle, pero se está recuperando en el Casino degli Spiriti. He dado órdenes al hermano Cornelius para que no adopte ninguna medida hasta que sepamos adónde nos va a llevar esa joven. El hermano Alvarado está también en Venecia esperando instrucciones.

– Tal vez el hermano Alvarado deba viajar a Ginebra para dar un escarmiento a ese griego llamado Kalamatiano. Sabe demasiado sobre ese traidor de Judas Iscariote y el rastro dejado por sus palabras envenenadas. Ése es, sin duda, un cabo suelto que hay que atar…

– Pero está muy protegido.

– Por eso quiero que envíe a Alvarado. Él y su magia serán capaces de derrumbar cualquier barrera que se le pueda presentar hasta eliminar a su objetivo en el nombre de Dios Nuestro Señor.

– ¿Y qué hacemos con la señorita Brooks y con Kronauer? También saben mucho de Judas Iscariote y, sin duda, se han convertido en dos cabos sueltos muy importantes -aseguró el obispo.

Accesorium non ducit, sed sequitur suum principale, lo accesorio sigue la suerte de lo principal, querido Mahoney. Debemos tener paciencia y ahora más que nunca. No podemos tropezar en estos momentos. Paso a paso se va lejos, no lo olvide. Por ahora, dígale al hermano Cornelius que vigile los movimientos de esa mujer. Una vez que él mismo decida que ha llegado el momento, tiene libre disposición para decidir su suerte.

– Entonces ¿dejamos que sea el hermano Cornelius quien decida cuándo atar el cabo de la joven Brooks?

– Sí, eso he dicho. Ordene al hermano Pontius que acompañe al hermano Cornelius. Cuatro ojos ven mejor que dos y dos cerebros piensan mejor que uno. ¿No le parece?

– ¿Y qué hacemos con Kronauer? Si su tío descubre que estamos detrás de su eliminación, podría ponernos en peligro.

– Déjeme a Maximilian Kronauer y a su tío a mí. Yo sabré cómo manejar a ambos. Por ahora, dígale a Cornelius que sólo tiene permiso para atar el cabo de esa mujer. No quiero que al padre Maximilian Kronauer le ocurra nada. ¿Me ha entendido?

– Sí, eminencia, perfectamente.

– De acuerdo. Ahora, monseñor, déjeme solo. Buenas tardes, y espero que la próxima vez me traiga mejores noticias.

Tras su reunión con su secretario, Lienart se dirigió a los jardines vaticanos. En un lugar apartado, cerca de la fuente de la Galera, debía encontrarse con Coribantes.

– Buenas noches, Coribantes.

– Buenas noches, eminencia.

– ¿En qué situación se encuentra nuestro juego de ajedrez?

– He oído que el Santo Padre tiene previsto visitar a ese turco en la prisión en la que se encuentra.

– Lo sé. He intentado hablar con ese estúpido del cardenal Dandi para hacer que Su Santidad desista de esa visita, pero al parecer desea dar su espectáculo ante las cámaras de televisión.

– ¿Qué pasaría si ese turco revelara al Papa quién organizó su intento de asesinato? Podría atar cabos y llegar hasta nosotros -dijo el agente del contraespionaje.

– No lo creo. Ese títere no sabe nada más allá de quién le entregó el arma que usó en la plaza de San Pedro. Ya nos hemos ocupado de ese individuo austríaco y, por tanto, ese Agca no podrá revelar nada al Papa sobre una posible conexión con la propia Santa Sede. Tan sólo deberían preocuparnos Foscati y su hija, Daniela.

– Ya no debe preocuparse por ello, eminencia.

– ¿A qué se refiere?

– Está muerta.

– ¿Cómo que está muerta? -preguntó alterado Lienart.

– Cuando la teníamos retenida, esa jovencita intentó escapar. En el forcejeo con nuestros amigos de Roma que la vigilaban se golpeó la cabeza. Ahora está muerta.

– ¿Quiénes son esos amigos de Roma? ¿Y qué ha hecho con ella?

– No se preocupe, eminencia. Los amigos de la Magliana, la mafia romana, se hicieron responsables de hacer desaparecer su cuerpo. Daniela Foscati no aparecerá jamás, se lo aseguro. Es mejor no preguntar. Es mucho mejor así, eminencia. Olvide el asunto. Es mucho mejor para todos…

El cardenal August Lienart mantuvo absoluto silencio sentado en aquel banco de piedra, mientras Coribantes desaparecía entre las sombras. Por un momento se le apareció el rostro de Giorgio Foscati, aunque pensándolo bien, tal vez fuese mejor así. Al fin y al cabo, tanto ese periodista como su hija eran dos cabos sueltos que alguien debía atar tarde o temprano.

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