Afdera tomó la palabra. Le explicó brevemente a Pisani que su abuela le había dejado en herencia el libro de Judas y le puso al tanto de los pasos que habían dado.
– El libro fue restaurado y traducido por una fundación de Berna. Su traducción nos llevó a una serie de pistas sobre una posible carta escrita por un discípulo de Judas…
– ¿Se refiere a Judas Iscariote, el apóstol traidor?
– Tal vez podríamos demostrar que Judas no fue tan traidor como se piensa o como la historia oficial de la Iglesia católica nos ha hecho creer.
– ¿Y dónde entro yo en su historia?
– Descubrimos una pista en una estela funeraria musulmana del siglo XIII. Esa pista podría llevarnos hasta algún punto que nos permita acercarnos a ese documento del discípulo de Judas y para eso le necesitamos. Me gustaría que nos tradujera el texto árabe que aparece en la estela. Colaiani me ha dicho que es usted un experto.
– Estudié durante años filología árabe y me especialicé en lenguas y culturas mediterráneas para poder leer las cartas y tratados de navegación escritos por los grandes navegantes árabes de los siglos VIII al XIV, con el desarrollo del astrolabio. La verdad es que tengo el árabe un poco oxidado, pero podría intentarlo. Aunque el árabe que se utiliza ahora no es el mismo que el de hace siete siglos.
Afdera sacó de su bandolera las páginas de papel cebolla que había copiado la noche anterior en la basílica de San Pietro. En la Ca' d'Oro las había unido como si fueran piezas de un enorme puzle y la estela apareció ante los ojos de Pisani a su escala real. La joven sacó también las fotografías que había hecho al respaldo del trono de piedra.
– Interesante, verdaderamente interesante -dijo el conservador, observando las líneas que conformaban los caracteres árabes a través de una gran lupa.
– ¿Cree que podría traducirlo? -preguntó Afdera, impaciente.
– Supongo que sí, o por lo menos podría darles una traducción muy aproximada.
– Con eso nos bastaría. ¿Cuándo podrá tenerla?
– Calculo que si me pongo ya con ello, mañana mismo podría estar lista. -De repente, el conservador levantó la vista hacia Afdera y Colaiani y preguntó-: ¿Qué ganaría yo con ello?
– ¿Una donación para el museo? ¿La financiación para algún trabajo de investigación, digamos… en Alejandría? -dijo Afdera.
El rostro de Stefano Pisani se iluminó repentinamente.
– Mañana mismo tendrá su traducción. Se lo prometo -aseguró.
– Vaya, me gusta oír eso. Veo cada vez más cerca la llegada de una importante cantidad de dinero para un trabajo de investigación en Alejandría -prometió Afdera.
Cuando los tres visitantes se encontraban ya en la calle, Assal no paraba de reír.
– ¿De qué te ríes?
– De la poca vergüenza que tienes prometiendo dinero a ese hombre para un trabajo de investigación.
– Querida hermanita, con el dinero sucede lo mismo que con el papel higiénico: cuando se necesita, se necesita urgentemente. Está claro que Pisani lo necesita con urgencia. No te preocupes. Sam se ocupará de todo y, al fin y al cabo, nos lo desgravaremos del fisco como donación artística.
– Piensas en todo, querida Afdera -dijo Assal sin parar de reír.
A poca distancia de ellos, alguien les seguía.
«No dejaré que me pase a mí lo mismo que al hermano Pontius en su lucha contra esa mujer», pensó el hermano Cornelius mientras observaba a Colaiani, a Assal y a Afdera, que se dirigían hacia la Ca' d'Oro.
El Círculo Octogonus no iba a renunciar a su presa tan fácilmente.
Venecia
A la mañana siguiente, Afdera se encontraba intranquila. No sabía nada de Max desde que éste había abandonado su habitación en plena madrugada y había desaparecido sin dejar el menor rastro hacía ya dos días. En pocas horas, ella, su hermana Assal y Leonardo Colaiani debían reunirse con Stefano Pisani para saber si había conseguido traducir la frase en árabe que aparecía en la estela funeraria que servía de respaldo al trono de San Pedro.
Durante el trayecto a pie, Afdera se mantuvo en silencio, roto tan sólo por la voz de su hermana.
– ¿Te ha llamado Max?
– No.
– ¿Qué pasó la otra noche para que desapareciese tan misteriosamente?
– Nada, hermanita, absolutamente nada -respondió Afdera mirando fijamente a los ojos de su hermana indicándole que daba por terminada la conversación.
Minutos después alcanzaban las grandes anclas de bronce que se levantaban a las puertas del museo.
Allí, en la planta baja, les esperaba Pisani para acompañarles hasta su caótico despacho. Nada más entrar, los visitantes fijaron su vista en la gran pizarra verde que se encontraba en el centro de la sala. En ella aparecía escrita una frase con caracteres árabes.
– ¿Es ésta la frase que aparece en el trono de San Pedro? -preguntó Afdera, impaciente.
– Sí, así es. Ha sido bastante complicado descifrarla, porque al estar escrita en piedra había perdido algún punto. La traducción no es literal. También ha sido complicado porque se trata de árabe muy antiguo, del siglo XIII -respondió el conservador.
– ¿Y qué significa?
-respondió Pisani.
– Vamos, Stefano, dinos qué significa en cristiano -pidió Colaiani.
– Oh…, perdón. La frase dice así: All í donde yace el caballero del le ó n, el sagrado, all í en el lugar en el que se alza la estrella, all í en la ciudad que a ú n sigue siendo santa, encontrar á s la palabra del verdadero, del elegido, el que desciende de la gran estirpe, el que no tiene rey y que deber á guiar a las tribus israelitas.
– ¡Vaya! ¡Otro maldito acertijo! -protestó Assal.
– No nos pongamos nerviosos y analicemos la frase -dijo Colaiani, dirigiéndose hacia la gran mesa situada junto al ventanal-. All í donde yace el caballero del le ó n, el sagrado, sabemos que se refiere a Hugo de Fratens. Veamos la siguiente parte de la frase: All í en el lugar en el que se alza la estrella, all í en la ciudad que a ú n sigue siendo santa. La primera parte es difícil de descifrar por ahora, pero sin duda cuando habla de en la ciudad que a ú n sigue siendo santa, no cabe la menor duda que se refiere a San Juan de Acre, la actual Acre, en Israel.
– ¿Y cómo está tan seguro?-preguntó Assal.
– Muy sencillo. En el año 332 a.C. pasó a formar parte del imperio del gran Alejandro Magno. Después de que el Imperio romano se dividiera en Imperio romano de Oriente e Imperio romano de Occidente, Acre quedó integrada en el Imperio de Oriente, que más tarde sería el Imperio bizantino.
»En el año 638, Acre era una posesión árabe. Después la fueron conquistando otros pueblos: Balduino I de Jerusalén en 1104; Saladino I, sultán de Egipto y Siria, en 1187, pero poco después cayó nuevamente en manos cristianas, durante la tercera cruzada, al mando de los reyes de Inglaterra y Francia, Ricardo Corazón de León y Felipe Augusto, y fue entonces cuando la bautizaron con el nombre de San Juan de Acre. A San Juan de Acre se la denominaba «la ciudad aún santa» debido a que, tras la caída de Jerusalén, asumió una importancia decisiva durante el siglo XIII, convirtiéndose en la capital política y administrativa del reino cruzado. San Juan de Acre fue el puesto cruzado de avanzadilla en Tierra Santa, una poderosa fortaleza que constantemente debía afrontar la amenaza musulmana. Así que ya sabemos por lo menos que el caballero al que se refiere la frase es Hugo de Fratens y la ciudad aún santa es Acre.
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