Ignacio García-Valiño - El Corazón De La Materia

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¿Serías capaz de cuestionar tus más firmes creencias para descubrir la verdad sobre la persona que amas?
Lucas Frías es un joven y prometedor científico. Cuando su novia Elena muere en un misterioso accidente, Lucas emprende una investigación para descubrir la naturaleza del suceso a partir de su legado: una valiosa figurilla precolombina, un pasado común con un compañero de excavación y los números de la combinación de una caja fuerte que esconden una fecha clave. Éste será el inicio de un viaje revelador que le llevará de las calles de París al desierto de Atacama, en Chile, y le sumergirá en un inquietante mundo de videntes, mentalistas, peligrosos embaucadores y físicos cuánticos que se mueven al filo de lo racional. Por el camino descubrirá nuevos interrogantes que dinamitarán su escepticismo científico y le harán asomarse al territorio de lo sobrenatural.
El corazón de la materia es, además de una historia de amor, una reflexión sobre los límites de la ciencia y una audaz indagación sobre la realidad de los fenómenos paranormales.
Ignacio García-Valiño cuestiona la fe, la razón científica, los creyentes y los escépticos, para buscar la verdad de lo invisible, pero sobre todo construye una intriga hipnótica y cautivadora, cargada de suspense, que sin duda emocionará a los lectores.

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– Son nudos y torceduras complejas, topológicamente hablando -me daba cuenta de que parecía un profesor de universidad borracho, al que le empieza a costar trabajo pronunciar palabras largas-, nudos emparentados con… «agujeros de gusano».

– ¿Agujeros de gusano? -Se desternillaba.

– Exacto. Son lugares donde el espacio se retuerce sobre sí mismo y nada es lo que parece. En el mundo cuántico, nuestra lógica salta en mil pedazos.

Reía adorablemente ebria. Reía como si todo fuera una absurda broma. El vacío nos rodea, le dije. El vacío nos inunda. Estamos llenos de vacío.

– ¿Qué pensarías tú que ocurre cuando hago esto? -pregunté posando mi mano sobre la suya.

– Pensaría que estás tratando de seducirme.

– Me refiero a lo que ocurre en el contacto, entre los átomos.

– ¿Que tus átomos tratan de seducir a los míos?

Retiré suavemente la mano. Me ardía.

– En realidad -dije-, tus átomos de la superficie de la mano y los míos no se rozan siquiera. Lo que contacta es tu vacío y mi vacío.

– Nuestros vacíos sedientos de totalidad.

– ¿Tienes sed de… totalidad?

– En este momento sólo estoy sedienta de gintonic.

Llamó al camarero y pidió la bebida. Yo también necesitaba más dosis de alcohol para atravesar el nuevo campo magnético y llegar indemne al otro lado.

– Se pierde la fe, pero no la sed de totalidad -dijo Annette, haciendo girar los cubitos de hielo en la disolución-.Yo me eduqué en un colegio católico de Chile, durante la dictadura. En mi entorno, ser católico no era una cuestión de elección, iba adscrito a mi cédula de identidad. Además, de muchacha era muy devota, un punto mística. Rezaba mucho a Dios, hablaba con él todas las noches, al acostarme, y ¡lo gracioso es que él me contestaba! Sus mensajes, que no estaban hechos de palabras, sino de ideas, vibraban dentro de mí. Y me llenaban de paz. Cuando empecé a tener uso de razón y comprendí lo que ocurría a mi alrededor, en los años ochenta, la Iglesia católica se enfrentó al régimen militar. Muchos sacerdotes y monjas fueron torturados y desaparecidos bajo la acusación de terroristas o de proteger a terroristas. Hubo curas incomunicados en Cuatro Álamos. Nada que ver con lo que ocurrió en Argentina, donde la Iglesia fue cómplice de las Juntas Militares. En mi país, la Iglesia luchó por los chilenos. Así que cuando me fui a estudiar a París, algo por lo que siempre me he considerado una privilegiada, tenía razones de peso para sentirme orgullosa de mi catolicismo, de los mártires de la Iglesia. Pero con el tiempo fueron calando en mí otras lecturas, otros pensamientos, ya sabes, Camus y todos los demás, no te aburriré con la lista, y me puse a analizar seriamente los preceptos religiosos, y a ese Dios que supuestamente está ahí arriba, interesadísimo en todo lo que hacemos, para premiarnos o castigarnos, y para darnos nuestro merecido al final de la vida. Y fui comprendiendo con horror que, en realidad, yo nunca había escuchado a Dios, sino a mí misma, a una construcción de mi mente llamada Dios, que me colmaba de paz y amor por autosugestión. En realidad no fue todo tan rápido, diría que tardé algunos años en ver con claridad que la religión católica nos infantiliza y nos convierte en seres sumisos, incapaces de pensar por nosotros mismos. Habiendo perdido la fe en la Iglesia, aún mantuve mucho tiempo la fe en Dios, no en el Dios de la Biblia, antropomórfico, sino en un Dios creador del universo, una entidad mística, ubicua, que podía llamarse Amor. Y quise creer que era este Dios despersonalizado, morador del universo, el que me había hablado y aconsejado durante toda mi vida. Pero también este Dios sucumbió a un elemental análisis racional, y vi que era de nuevo otra proyección de mi mente, de mi necesidad de sentirme parte de un plan supremo, colmado de sentido, parte importante del mundo, y de dar un orden y un sentido a mi vida. Fue muy doloroso asumir que este Dios también era un producto de mi fantasía, de una increíble fantasía colectiva, y que había vivido en un permanente autoengaño. Me sentí débil y miserable, me detesté, pero luego resurgí de mis cenizas y comprendí que más bien debía sentirme orgullosa de haberme atrevido a pensar por mí misma, dejando a un lado las necesidades y flaquezas de mi ego. Por eso es cierto que perdí la fe, pero nunca he perdido el ansia de totalidad. En fin, ésta es mi historia de una fe marchita, creo que me he desviado del curso de nuestra conversación. ¿Por dónde íbamos? Ah, sí, el vacío. Las partículas. La oferta de trabajo en ese laboratorio de Brookhaven. ¿Por qué no me hablas de ese trabajo?

– Bien, digamos que lo que se proponen en el Laboratorio Nacional de Brookhaven es derretir el vacío.

– ¡Derretir el vacío!

– … Y de ese modo despegar los quarks. Derretir el vacío equivaldría a volver al estado del universo en los primeros instantes. El grupo RHIC pretende hacer chocar núcleos de oro a altísimas velocidades en trayectos de cuatro kilómetros, dirigidos por imanes superconductores y con energías de cien mil millones de electrovoltios. Y todo ese despliegue para encontrar respuesta a las grandes preguntas, como: ¿Cuál es el origen de la masa?, ¿Cómo empezó el universo?, ¿Por qué las mujeres son tan raras?

Ella se echó a reír.

– Me temo que, sea como sea el universo, los hombres jamás nos entenderéis.

Su risa era una sacudida de felicidad, algo expansivo, envolvente y maravilloso.

Al final, yo también acabé riéndome de mí mismo, con la última copa que era incapaz de terminar.

– Creo que necesitas ese trabajo, Lucas. Cuando hablas sobre esas cosas, los quarks, no te pareces a nadie que haya conocido. Eres único. Eres un morceau de musée . Por otra parte, el fracaso de una relación de pareja no tiene por qué significar también un fracaso mortificante de todo el plan de vida de la propia existencia. Así que… ¡A por ello! ¡Demuéstrales que, eres el mejor!

Mi velada con Annette había dado un giro al estado de ánimo con el que me enfrentaba a la prueba. Ya no pensaba que merecía fracasar. ¿De qué me iba a servir fracasar? ¿Arreglaría algo del pasado? ¿Haría de mí una mejor persona? Nada de eso. Lo que hice, hecho estaba. Debía seguir adelante.

Un inglés, un alemán y un español se encuentran en una oficina para concurrir a una prueba que desconocen. Parece un chiste. Lo malo es que en este chiste nadie hablaba, no había diálogos. Nos limitamos a mirarnos de soslayo. Éramos tres treintañeros bien trajeados con caras de preocupación a las nueve de la mañana en la vigésimo quinta planta de un inmueble de oficinas de Montparnasse. Tres depredadores deseosos de aniquilar a sus dos rivales. Una secretaria de un rubio oxigenado nos había invitado a esperar en unas butacas.

Tras recibir una llamada, la secretaria nos acompañó al despacho de nuestro examinador, que nos recibió con una sonrisa discreta y al mismo tiempo divertida, como si todo aquello tuviera algo de gracia. « Welcome to the japanesse room », bromeó. Lo de japonesa sería por la ausencia de decoración. De hecho, no era una habitación japonesa, sino una habitación completamente vacía, salvo por las tres sillas formando un triángulo. Cada silla tenía un brazo con un pequeño dispositivo electrónico. Eso y unos estores de lino, color crudo, para tamizar la luz del exterior. Los estores eran de estilo zen.

Mr. Walter nos invitó a ocupar una silla, y él permaneció en pie sin dejar de sonreír.

– Bien, les explicaré en qué consiste el juego, porque esto ante todo es un juego endiablado. Vaya por delante que son ustedes buenos candidatos para el puesto. Lo que pretendo averiguar con todo esto es quién de ustedes posee una cualidad muy preciada y poco frecuente que llamamos «visión». Es algo que va más allá de la inteligencia. Y para averiguar si tienen visión, lo primero que vamos a hacer es vendarles los ojos.

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