De pechos tan bonitos…
– Y no dices nada -prosiguió Philippe abrumado-, estás ahí, sonriendo como un bobo…
– Te vas a aburrir a saco. -No.
– Claro que sí… Ahora estás en una nube porque estás enamorado, pero… ¡joder, tío! Ya vamos sabiendo un poco cómo es la vida, ¿no? (Philippe estaba atacando su tercer divorcio.) -Pues no… Yo precisamente no sabía cómo era… Silencio.
– ¡Eh! -dijo, dándole una palmada en el hombro-, no te estoy anunciando que me largo dentro de quince días, sólo te estoy anunciando que voy a trabajar de otra manera…
Silencio.
– Y todo este jaleo por una mujer a la que apenas conoces, que vive a quinientos kilómetros, que ya tiene cinco críos a cual más hecho polvo y que lleva calcetines de pelo de cabra, ¿es eso?
– No se podría resumir mejor la situación…
Silencio mucho más largo todavía.
– Si quieres que te diga mi opinión, Balanda…
Ah… Ese tonillo paternalista de tío rancio y amargado… Odioso…) Su socio, que se había dado la vuelta para captar la atención del camarero, volvió a sus puntos suspensivos y soltó:
– …es un proyecto precioso.
Y mientras le sujetaba la puerta del café:
– Oye… ¿no hueles un poco a caca de vaca?
Por primera vez, su padre no fue a recibirlos a la verja.
Lo encontró en la bodega, totalmente perdido porque ya no se acordaba de lo que había ido a buscar allí.
Le dio un beso y lo ayudó a subir.
Se sintió más triste aún al descubrirlo bajo la luz de las lámparas. Sus rasgos y su piel habían cambiado.
Su piel se había vuelto más densa. Había amarilleado.
Y además… se había cortado tanto para recibirlos como es debido…
– La próxima vez que venga te regalo una máquina de afeitar eléctrica, papá…
– Huy, hijo… No te gastes el dinero en mí, hombre…
Lo acompañó hasta su sillón, se sentó delante de él y lo contempló hasta encontrar algo más alentador en ese rostro lleno de cortes.
Henri Balanda, un príncipe, se dio cuenta e hizo grandes esfuerzos para distraer a su único hijo varón.
Pero, mientras lo entretenía con los problemillas del jardín y los últimos acontecimientos de la cocina, este último no pudo evitar perderse un poco más lejos.
De modo que él también se iba a morir…
¿Es que esto no terminaría nunca?
No se moriría mañana. Con un poco de suerte, tampoco pasado mañana, pero en fin…
Las palabras de Anouk seguían resonando en su cabeza. Le había dado Mistinguett a Alexis y él sólo conservaría eso en su memoria: la vida. Ese privilegio.
La voz aguda de su madre lo sacó de su filosofar de salón.
– ¿Y yo qué? ¿A mí no vienes a darme un beso? ¿Qué pasa, que en esta casa sólo se hace caso a los viejos?
Y, agitando el moño, añadió:
– Por Dios santo… Ese peinado… Nunca me acostumbraré… Tú que tenías un pelo tan bonito… ¿Y ahora por qué te ríes como un tonto, a ver?
– ¡Porque ese comentario vale más que todas las pruebas de ADN del mundo! Un pelo tan bonito… ¡De verdad tienes que ser mi madre para decir semejante chorrada!
– Si de verdad fuera tu madre -replicó ésta molesta-, desde luego te puedo asegurar que a tu edad no serías tan malhablado…
Y dejó que se colgara de su cuello, tan aireado detrás de las orejas…
Nada más terminar de cenar, los chicos subieron a ver el final de la película mientras él ayudaba a su madre a quitar la mesa, y a su padre, a ordenar sus papeles.
Le prometió que volvería una noche de la semana siguiente para ayudarle a rellenar los formularios de la declaración de la renta.
Al decirlo, se prometió a sí mismo que volvería a verlo todas las semanas del presente ejercicio fiscal…
– ¿No quieres una copita de coñac?
– Gracias, papá, pero sabes que ahora tengo que coger carretera… Por cierto, ¿dónde están las llaves de tu coche?
– Sobre la consola…
– Charles, no es sensato marcharte a estas horas… -suspiró Mado.
– No te preocupes. Llevo conmigo a dos que no se callan ni debajo del agua…
A propósito… Se dirigió al pasillo y, con un pie en el primer escalón, les anunció que era hora de irse. -¡Eh! ¿Me habéis oído?
Las llaves… La consola…
– Anda… -dijo extrañado-. ¿Qué habéis hecho del espejo?
– Se lo hemos dado a tu hermana mayor -contestó su madre desde las profundidades del lavaplatos-. Le gustaba mucho… Su parte de la herencia anticipada…
Miraba la mancha que el espejo había dejado en la pared.
Fue aquí, pensó, pensé, donde me perdí de vista hace casi un año.
Y ahí, en esa bandeja, lo esperaba entonces la carta de Alexis…
Ya no era la mirada ausente de un hombre aniquilado por cinco sílabas lo que contemplaba fijamente, sino un gran rectángulo blanco que resaltaba de una forma casi incongruente sobre un fondo gris y sucio.
Nunca antes mi reflejo me había parecido tan fiel a mí mismo.
– ¡Sam! ¡Mathilde! -volví a gritar-. ¡Vosotros haced lo que queráis, pero yo me voy!
Me despedí de mis padres con un beso y bajé a toda velocidad la escalinata de su casa con la misma fiebre que cuando tenía dieciséis años y saltaba la verja para reunirme con Alexis Le Men.
A iniciarme en el be-bop, en la nicotina, en lo que quedaba en el culo de las botellas de la mujer que esa noche estaba de guardia, en las chicas que nunca se quedaban mucho rato porque el jazz era «un coñazo» de música, y a escucharlo tocar a Charlie Parker hasta la saciedad para consolarnos de que se fueran tan pronto…
Toco el claxon.
Los vecinos…
Mi madre debe de estar maldiciéndome…
Espero un par de minutos más y luego me digo que se aguanten.
¡Es que es verdad, hombre! ¡Es que hay que ver cómo abusan! ¡Tengo que tragarme el doble de deberes de matemáticas, el triple de deberes de física, fotos de Ramón en la cocina, cuchillos llenos de Nutella y hasta un comentario de texto sobre El sobrino de Rameau a las doce y cuarto de la noche el jueves pasado!
Les traigo una baguette recién hecha todas las noches e intento ofrecerles una dieta equilibrada en verduras, proteínas y féculas, vacío sus bolsillos y salvo un montón de porquerías cada vez que les lavo los vaqueros, los soporto cuando pegan portazos y no se hablan durante días, los soporto cuando se encierran juntos en sus habitaciones y se tiran riéndose hasta las tantas, me trago su música asquerosa y aguanto sus broncas porque no soy capaz de distinguir las sutilezas entre la música tecno y la tecktonik, me… Nada de todo esto me pesa en realidad, pero que no me hagan perder un solo segundo cuando voy a reunirme con Kate.
Ni uno solo.
Ellos tienen toda la vida por delante…
Y porque he tenido aún la debilidad de conducir muy despacito, me alcanzan jadeantes y furiosos en el semáforo siguiente.
Y, como siempre, se pelean por saber a cuál de los dos le toca ir delante.
Me toca a mí.
Qué va, me toca a mí.
Avanzo unos centímetros más para zanjar el asunto. Pegan porrazos en la carrocería, ya les trae sin cuidado a quién le toca sentarse delante tan ocupados como están en cubrirme de insultos y me dejan solo con el asiento del copiloto.
– ¡Joder, Charles, qué pesado eres!
– Sí, es verdad… Qué pesado…
– Estás enamorado ¿o qué?
Sonrío. Busco algo que contestar, un buen corte que pegarle a este par de idiotas, pero luego me digo olvídalo… es la juventud…
Y atrás está…
***
[1]La palabra francesa para «tata» es «nounou» y da nombre a este personaje. (N. de la t.)
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