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Anna Gavalda: El consuelo

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Anna Gavalda El consuelo

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Charles Balanda tiene 47 años y una vida que a muchos les parecería envidiable. Casado y arquitecto de éxito, pasa las horas entre aviones y aeropuertos. Pero un día se entera de la muerte de Anouk, una mujer a la que amó durante su infancia y adolescencia, y los cimientos sobre los que había construido su vida empiezan a resquebrajarse: pierde el sueño, el apetito y abandona planes y proyectos. Será el recuerdo de Anouk, una persona tremendamente especial que no supo ni pudo vivir como el resto del mundo, lo que le impulsará a dar un giro radical y cambiar su destino.

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Sonrió. No se atrevía a decírselo, pero empezaba a tener dos patatones en la garganta… Fue a buscar su cuaderno y otra silla y se sentó junto a ellos para dibujarlos.

Kate podó la pelambrera de Yacine, cortó las puntas de las chicas, la melena recta o a capas, según el humor y la última tendencia de moda en Les Vesperies. Mechones de todos los tamaños y de todos los colores caían al suelo entre el polvo.

Sabe usted hacer de todo - observó maravillado.

Casi de todo…

Cuando Nedra se levantó de la silla, la peluquera sacudió el gran trapo-capa y se volvió hacia el dibujante:

¿Y usted?

Yo ¿qué? - contestó éste sin levantar la cabeza.

¿No quiere que le corte el pelo a usted también?

Tema delicado. Se le partió la mina del portaminas con un golpe seco.

¿Sabe, Charles? - prosiguió Kate -, no tengo muchos principios o teorías… Sí, eso ya lo sabe… ha visto cómo vivimos… Y en lo que respecta a los hombres, por desgracia aún menos… Pero de una cosa desde luego estoy segura…

Jugueteaba con su Rotring como un poseso.

Cuanto menos pelo tiene un hombre, menos debe tener…

¿Có… cómo? - se atragantó.

¡Rápese del todo! - exclamó Kate riendo -. ¡Quítese de encima ese problema de una vez por todas!

¿Usted cree?

Estoy convencida.

Ya, pero… eso de la virilidad, ya sabe… Cuando Dalila le corta el pelo a Sansón, con el pelo pierde también toda su fuerza, y…

– Come on, Charlie! ¡Estará mil veces más sexy!

Bueno… Si usted lo dice…

Horror… Llevaba veinte años cuidando de su cabello ralo como mamá pata a sus patitos, y ahora esta chica iba a acabar con todo en dos minutos…

Ya se dirigía al tajo cuando oyó estas palabras pronunciadas en tono quirúrgico:

Sam, la maquinilla.

Horror.

Kate, deje que gire la silla hacia la estatua del fauno… Que al menos dibuje sus bonitos rizos para consolarme…

Su ayudante volvió con el maletín de tortura, y los niños se lo pasaron pipa sacando los diferentes tamaños de las piezas.

¿A cuánto se lo vas a cortar? ¿A cinco milímetros?

No, eso es demasiado. Córtaselo al dos…

¡Estás loco! ¡Va a parecer un skin! Córtaselo al tres, Kate…

El condenado no decía ni mu, pero no le costó nada reproducir la amable sonrisa burlona del sátiro que tenía enfrente.

Trazó a continuación la línea del cuello, bajó hasta los líquenes de su… Cerró los ojos.

Sentía el vientre de Kate contra sus omóplatos, se apoyó en él con la mayor discreción posible y bajó la barbilla mientras sus manos lo rozaban, lo palpaban, lo tocaban, lo acariciaban, le quitaban los pelillos sueltos, le alisaban el pelo y lo presionaban. Se turbó tanto que se colocó el cuaderno más arriba sobre los muslos y siguió con los ojos bien cerrados sin preocuparse ya del ruido de la maquinilla.

Le hubiera gustado que su cabeza no tuviera fin y estaba dispuesto a perder toda la virilidad del mundo con tal de que ese retortijón delicioso fuera eterno.

Kate dejó la maquinilla y recuperó las tijeras para terminar bien el trabajo. Y, mientras estaba así delante de él, concentrada en el largo de sus patillas, inclinada sobre él, transmitiéndole su calor, su olor, su perfume, deslizó la mano sobre su cadera…

¿Le he hecho daño? - preguntó ella preocupada, dando un paso atrás.

Abrió los ojos, comprendió que su público seguía ahí, al menos los más pequeños, esperando a ver su reacción cuando volviera a cruzarse con su reflejo, y decidió que había llegado el momento de asegurarse un último punto de anclaje antes de lanzar la última cuerda.

– ¿Kate?

Ya casi he terminado, no se preocupe…

No. No termine nunca. Perdone, no es eso lo que quería decir… He estado pensando en algo, ¿sabe?…

Kate estaba de nuevo detrás de él y le afeitaba la nuca con una cuchilla.

Soy toda oídos…

Estooo… ¿Le importa parar un momentito?

¿Teme que pueda degollarlo?

– Sí.

– Oh, God… ¿Qué tiene que decirme?

Pues que… cuando empiece el curso viviré solo con Mathilde, y me estaba diciendo que…

– Que ¿qué?

– Que si Sam de verdad sigue sintiéndose muy desgraciado en el internado, podría venirse a vivir conmigo…

La cuchilla calló.

¿Sabe? - prosiguió -, tengo la suerte de vivir en un barrio donde hay un montón de institutos muy buenos, y…

¿Por qué «cuando empiece el curso»?

Porque es… es el final de la historia que está dentro de la botella de Port Ellen…

La cuchilla volvió al trabajo.

Pero… ¿tiene sitio para él?

Una habitación muy bonita con parqué, molduras y hasta una chimenea…

¿De verdad?

– Sí…

¿Y se lo ha comentado a él?

Claro.

¿Y qué piensa Sam de todo esto?

Le gusta la idea, pero teme dejarla sola… Lo que de hecho comprendo perfectamente… Pero lo vería…

¿En vacaciones?

No, yo… pensaba traérselo de vuelta todos los fines de semana…

La cuchilla volvió a pararse.

¿Cómo ha dicho?

Podría ir a buscarlo al instituto los viernes por la tarde, coger el tren con él y comprar un cochecito que dejaría aparcado en la estación de…

Pero - lo interrumpió Kate - ¿y qué hay de su vida?

Mi vida, mi vida - fingió irritarse -, ¡a la porra mi vida! ¡No tiene usted el monopolio del sacrificio, ¿sabe?! Y, para esta historia de adoptar a Nedra, no quiero afligirla, pero sería mucho más fácil para usted si pudiera justificar una especie de… presencia masculina, aunque fuera facticia, a su lado… Mucho me temo que estos funcionarios de las administraciones siguen estando muy chapados a la antigua… Por no decir directamente que son todos unos misóginos…

¿Usted cree? - fingió afligirse Kate.

– Por desgracia, sí…

– ¿Y haría usted eso por ella?

Por ella. Por él. Por mí… - Por usted ¿en qué sentido?

Pues… por la salvación de mi alma, me imagino… Para estar seguro de ir al cielo con usted.

Kate reanudó su tarea en silencio mientras Charles bajaba cada vez más la cabeza, a la espera del veredicto.

No la veía, pero la sonrisa del verdugo estaba en la hoja de la cuchilla.

Usted… - terminó por murmurar Kate - no habla mucho, pero cuando por fin se pone a ello, es…

¿De lamentar?

No. Yo no diría eso…

¿Y qué diría?

Kate le limpió el cuello con una esquinita del trapo, sopló suave y largamente en el espacio entre la camisa y su piel, causándole escalofríos que le recorrieron toda la columna vertebral y llenándole el cuaderno de pelillos; luego se incorporó y declaró:

Vaya a buscar esa puta botella… Lo espero delante de la perrera.

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