»No sabemos adónde nos conduce, lo que hará de nosotros ni lo que haremos nosotros de él.»
Caray… pensó, pues sí que estamos apañaos…
Se quedó traspuesto riendo. Estaba totalmente dispuesto a producir ese extraño fluido que requería que le sacrificara sus músculos, la agilidad de sus miembros y el equilibrio de sus funciones animales.
Qué idiota.
Se despertó con un estado de ánimo del todo distinto. Un caballo, bien grande, bien gordo, terrible, pastaba a menos de un metro de él. Creyó que se iba a desmayar, y lo atenazó una crisis de ansiedad como pocas veces le había ocurrido en su vida.
No movía un solo músculo, tan sólo parpadeaba cuando una gota de sudor resbalaba sobre sus ojos.
Al cabo de varios minutos de taquicardia, cogió discretamente su cuaderno, se secó la palma de la mano en la hierba seca y dibujó un punto.
«Lo que no comprendan - no dejaba de repetir Charles a sus jóvenes colaboradores -, lo que se les escape o los supere, dibújenlo. Aunque sea mal, aunque sea a grandes trazos. Querer dibujar algo es tener que detenerse a observarlo, y observar, ya lo verán, ya es comprender…»
Cuartilla, testuz, barbada, garganta, remos, menudillo, fosa supraorbitaria, ignoraba esas palabras, y la letrita redonda que las escribía al pie de sus dibujos a la acuarela, combados aún por su sudor, era la de Harriet.
– ¡Fantástico! ¡Dibujas genial! ¿Me regalas éste? Otra página arrancada más, pues.
Dio un rodeo por el río para enjuagarse la coraza y, frotándose con su camisa húmeda, decidió que aprovecharía la marcha de los demás para desaparecer él también sin que nadie se diera cuenta.
No trabajaba como es debido y, por preferir, habría preferido que lo ahogara de verdad.
Esa vida entre dos aguas lo entontecía.
Decidió preparar la cena mientras esperaba a que volvieran y fue al pueblo para hacer algunas compras.
Aprovechó que estaba de nuevo en tierra civilizada para escuchar sus mensajes.
Marc le exponía brevemente un montón de contrariedades y le pedía que le devolviera la llamada lo antes posible, su madre se quejaba de lo ingrato que era y le describía con todo detalle los problemillas del verano, Philippe quería saber lo que había avanzado en los proyectos y le contaba su reunión con el comité de investigación de Sorensen, y Claire, por fin, le echaba una buena bronca ante el monumento a los caídos por la patria.
¿Recordaba que tenía su coche?
¿Cuándo tenía intención de devolvérselo?
¿Acaso había olvidado que se marchaba la semana siguiente a casa de Paule y de Jacques?
¿Y que era demasiado vieja pelleja para hacer autostop?
¿Por qué estaba ilocalizable?
¿Es que estaba demasiado ocupado follando para pensar en los demás?
¿Era feliz?
¿Eres feliz?
Cuenta.
Se sentó en una terracita, pidió un vino blanco y pulsó cuatro veces la tecla de rellamada.
Empezó por lo más desagradable y luego sintió una gran alegría al oír la voz de las personas a las que quería.
Se le ocurrió una cosa fantástica.
Lamió la cuchara de madera, tapó las cazuelas, puso la mesa canturreando a Jacques Brel y su Ne me quitte pas, «on a vu souvent rejaillir le feu d'un anden volcan qu'on croyait trop vieux…» [6] y todas esas tonterías. Dio de comer a los perros y a las gallinas.
Si lo viera Claire… Con su «pitas, pitas, pitas» y su gesto austero de sembrador…
A la vuelta, vio a Sam y a Ramón entrenándose en la gran pradera denominada «del castillo», haciendo slalom entre haces de paja.
Fue a su encuentro. Apoyó los codos en la barrera saludando a todos esos adolescentes que dormían como él en las cuadras y con los que se juntaba cada vez más a menudo para echar interminables partidas de póker.
Ya había perdido 95 euros, pero consideraba que no era un precio muy alto para dejar de darle vueltas a la cabeza en la oscuridad.
El borrico no parecía muy motivado, y, al pasar Sam delante de ellos gruñendo, Michael le dijo:
– Pero ¿por qué no lo azotas?
Le encantó su respuesta.
A los verdaderos jinetes, las piernas y las manos; a los incapaces, la fusta.
Una revelación tal bien valía una página virgen.
Cerró su cuaderno, recibió a la señora de la casa y a sus invitados con copas de champán y un festín bajo el emparrado.
– No sabía que cocinara tan bien - dijo Kate, maravillada.
Charles volvió a servirle.
– Es cierto que no sé nada - añadió ella, algo más seria.
– No pierde nada por esperar.
– Esperanza no me falta…
Su sonrisa permaneció largo rato sobre el mantel, y Charles consideró que con eso había alcanzado el último refugio antes de coronar la cumbre. Qué expresión más horrorosa… Antes de su último golpe de piolet… ¡Jajá! ¿Y ésa te parece mejor acaso? Estaba otra vez pedo y se enganchaba a todas las conversaciones sin seguir ninguna. Un día de éstos, la agarraría del pelo y la arrastraría por todo el patio antes de dejarla sobre su artilugio de Teflón para lamerle las heridas.
– ¿En qué piensa? - le preguntó Kate.
– He puesto demasiado paprika.
Estaba enamorado de su sonrisa. Se estaba tomando su tiempo para decírselo, pero se lo diría mucho tiempo.
Tenía más de dos veces veinte años y estaba frente a una mujer que había vivido dos veces más que él. El porvenir se había convertido para ambos en algo aterrador.
Porque esa cosa fantástica que se le había ocurrido en efecto había sido fantástica, desdeñó su cuaderno durante varios días.
Un único dibujo da fe de ello… Y además medio borrado por un cerco de un vaso de licor…
Era la noche en que estaban todos en la plaza del pueblo. La víspera, sus queridos parisinos llegaron armando un jaleo de espanto (la tonta de Claire recorrió todo el camino de robles tocando la bocina…), Sam y su pandilla maltrataban el flipper, mientras los pequeños jugaban alrededor de la fuente.
Charles formó equipo con Marcy con Debbie, y les dieron una paliza monumental. Y eso que Kate les había advertido:
– Ya veréis, los viejos os dejarán ganar la primera partida para que os confiéis, and then… they'll kick your assü!
Con el ass bien kickado como los parisinos y los yanquis idiotas que eran, se tomaban copitas de anís para consolarse, mientras Claire, Ken y Kate trataban trabajosamente de salvar el honor.
Tom anotaba los puntos.
Cuanto más perdían, más rondas pagaban, y cuanto más rondaban las botellas, menos veían dónde estaba ese fucking boliche.
La que aparece en ese único dibujo de un fin de semana de lo más animado es Claire.
No está muy concentrada. Flirtea con Barbie boy en un inglés básico pero muy gráfico: «You tiras my biutiful chippendale ¿or no tiras? Bicós if you not tiras correctly, estamos in big shit, ¿you anderstand? Show mi, plis, what you are capaz to do with your two balls…»
El súper genio, investigador de átomos del átomo, no anderstandaba nada de nada salvo que esa chica estaba loca, que liaba porros como nadie y que si seguía agarrándose a su brazo mientras él trataba desesperadamente de salvar la última partida, la iba a tirar a la fountain, ¿ok?
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