Pero pfff… Estaban todos demasiado pedo para jugar a los buenos modales.
– Hey! -le gritó-, don't… no se pierda camino de la cuadra, ¿eh?
Levantó la mano para darle a entender que no era tan stupid, qué se había creído.
– Eso ya está hecho, baby, eso ya está hecho -rió, tropezando con la gravilla.
Ah, sí, y tanto. Estaba de verdad perdidito…
Se instaló en la cuadra, le costó Dios y ayuda encontrar la manera de abrir su puto saco de dormir y se quedó roque sobre un somier de moscas muertas.
Qué maravilla…
Por supuesto, esta vez los cruasanes fue a comprarlos Ken… Y haciendo footing además…
Con sus bonitas Nike, su cola de caballo (¿?) y las mangas de la camiseta subidas hasta los hombros. (Brillantes.) (De sudor.)
Bueno, bueno, bueno…
Carraspeó y dejó a un lado sus guiones tórridos.
Si al menos ese tío hubiera sido un estúpido… Pero no. Tenía la cabeza bien amueblada. Era un hombre adorable. Apasionado, apasionante y divertido. Y sus compatriotas as well.
El tono había quedado claro: reinaría en esa casa una atmósfera, ¡choca esos five!, de camaradería y de buen rollo en plan acampada de boy scouts. Qué se le iba a hacer. Mejor así. Los niños estaban felices de tener de pronto tantos adultos cuya atención reclamar, y Kate estaba feliz de ver felices a los niños.
Nunca había estado tan guapa… Incluso esa mañana, con la resaca oculta tras unas grandes gafas de sol…
Guapa como una mujer que conoce el precio de la soledad y entrega por fin las armas.
Tenía un permiso de unos días y, little by little, se iba alejando de ellos. Ya no quería tomar la iniciativa, les confiaba la casa, los niños, los animales, los interminables partes meteorológicos de Rene y los horarios de las comidas.
Leía, se bronceaba, dormía la siesta al sol y ni siquiera trataba de fingir querer ayudarlos.
Y no era sólo eso… Ya no había vuelto a tocar a Charles. Ni una sola sonrisita cómplice más, ni una sola mirada que durara más de un segundo. Se había acabado el kidding me or teasing you. Se habían acabado los tesoros en la paja y los sueños de misionero.
Al principio sufrió por esa frialdad aparente que había adoptado la forma, tan desagradable, de la camaradería.
Entonces ¿así estaban las cosas? Por inesperado que fuera, ¿a partir de entonces se vería relegado al papel de miembro de una pandilla? Kate ya nunca lo llamaba por su nombre sino que decía you guys dirigiéndose a todos en general.
Shit.
¿Le haría tilín el tipo ese de la melena? No era muy probable…
Le hacía tilín ella misma.
Jugaba, hacía el ganso, desaparecía con los niños y buscaba que le echaran la bronca a la vez que a ellos.
En el mismo plano que ellos.
Bendecía a esos adultos brindando docenas de veces por ellos a lo largo de comidas que duraban cada vez más y había aprovechado la presencia de ellos cuatro para mandar a paseo a la tutora.
Y eso la hacía feliz.
Charles, que, y era algo muy inconsciente, podría, o debería, haberse sentido… ¿cómo decir?… ¿intimidado?, ¿cohibido?, por esos muñoncitos de alas que asomaban por debajo de los tirantes de su sujetador, no hizo en cambio sino quererla más todavía.
Pero bueno, se cuidaba muy mucho de que ella lo notara… Había encajado bastantes golpes últimamente, y ese hueso que se asentaba sobre su columna vertebral para protegerle el corazón se estaba consolidando. No era el momento de abrir los brazos sin ton ni son.
No. No era ninguna santa… ¡Era una vaga de tres pares de narices que no daba un palo al agua, bebía como un cosaco, cultivaba maría (en eso consistía, pues, su «farmacopea del confort»…) y ni siquiera oía la campana de las comidas!
No había nada moral en ella.
Menos mal.
Ese descubrimiento bien valía un poco de indiferencia.
Paciencia, pequeño caracol, paciencia…
Pero ¿qué hacía él exactamente para tener tiempo de rumiar todas esas tonterías de viejo adolescente transido de amor? Barrer moscas.
No estaba solo. Se había traído también a Yacine y a Harriet que, tras ceder sus dormitorios a los de las barras y estrellas, habían decidido exiliarse con él.
Echaron a suertes las habitaciones y se pasaron dos días enteros comiendo telarañas y recorriéndose los diferentes silos como si fueran los almacenes del museo del Mobiliario nacional. Comentando, arreglando, decapando y dando una nueva capa de pintura a mesas, sillas, espejos y demás vestigios roídos por las termitas y los Capricornios de las encinas. (Yacine, algo irritado por tanta imprecisión acerca de los agujeros en la madera, les dio una clase: si la madera estaba agujereada, entonces era culpa de los Capricornios de las encinas; si tenía un aspecto como podrido-hojaldrado-friable, entonces era culpa de las termitas.)
Organizaron una pequeña party de inauguración, y Kate, al descubrir su habitación desnuda, decapada, blanqueada con lejía pura, austera y monacal, con todas sus carpetas de proyectos apiladas al pie de la cama, su portátil y sus libros sobre el ingenioso escritorio que se había montado en una recámara, se quedó un momento callada.
– ¿Ha venido aquí para trabajar? -murmuró.
– No. Eso es sólo para impresionarla…
– ¿Ah, sí?
Todos los demás estaban en la habitación de Harriet.
– Hay algo que querría decirle -añadió, asomándose a la ventana.
– ¿Sí?
– Yo… Usted… Bueno… Si yo…
Charles se agarraba a su puñadito de cacahuetes.
– No. Nada -dijo Kate, dándose la vuelta-. Una habitacioncita muy cosy, ¿eh?
En los tres días que llevaba ahí, era la primera vez que la tenía para él solo, de modo que dejó dos minutos sus insignias de simpático lobato:
– Kate… hábleme…
– Soy… soy como Yacine -declaró ella bruscamente.
– No sé cómo decirle esto, pero… nunca más me expondré al más mínimo riesgo de volver a sufrir.
– ¿Entiende?
– Es algo que me contó Nathalie… Muchos niños que están en hogares de acogida cuando sienten que va a haber algún cambio de pronto se vuelven odiosos y causan los peores tormentos a su familia. ¿Y sabe por qué actúan de esa manera? Por instinto de supervivencia. Para prepararse mental y físicamente a una nueva separación. Se vuelven odiosos para que su marcha se perciba como un alivio. Para pisotear el amor… Esa… esa burda trampa en la que tan cerca han estado de dejarse atrapar una vez más…
Kate deslizaba el dedo por el espejo.
– Pues yo soy como ellos, ¿sabe? Ya no quiero volver a sufrir.
Charles buscaba alguna palabra. Una, dos, tres. Más incluso, si eran necesarias, pero alguna palabra, por Dios bendito, alguna palabra…
– Usted nunca dice nada -suspiró Kate. Y, alejándose hacia la habitación de al lado, añadió: -No sé nada de usted. Ni siquiera sé quién es ni por qué ha vuelto, pero hay algo que debe saber. He acogido a mucha gente en esta casa and, es verdad, there is a Welcome on the mat, but…
– ¿Pero?
– No le daré la oportunidad de abandonarme…
Kate volvió a asomar la cabeza por la puerta, vio a ese peso ligero noqueado de pie y paró la cuenta atrás.
– Para volver a temas más serios, ¿sabe lo que falta aquí, darling?
Y, como Charles estaba de verdad demasiado down, añadió:
– Una Mathilde.
Escupió el protector y algunos dientes con él, y le devolvió la sonrisa antes de seguirla junto al buffet.
Y, mientras la miraba reír, alzar la copa y jugar a los dardos con los demás, pensó vaya mierda, entonces no lo iba a violar…
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