Anna Gavalda - El consuelo

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Charles Balanda tiene 47 años y una vida que a muchos les parecería envidiable. Casado y arquitecto de éxito, pasa las horas entre aviones y aeropuertos. Pero un día se entera de la muerte de Anouk, una mujer a la que amó durante su infancia y adolescencia, y los cimientos sobre los que había construido su vida empiezan a resquebrajarse: pierde el sueño, el apetito y abandona planes y proyectos. Será el recuerdo de Anouk, una persona tremendamente especial que no supo ni pudo vivir como el resto del mundo, lo que le impulsará a dar un giro radical y cambiar su destino.

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Se acordó también de un chiste de la ausente en cuestión.

– ¿Sabes por qué los caracoles avanzan tan despacio?

– Pues…

– Porque la baba es pegajosa.

Entonces dejó de babear.

11

Lo que sigue se llama felicidad, y la felicidad es algo muy embarazoso.

No se relata.

Eso dicen.

Eso dicen algunos.

La felicidad es sosa, empalagosa, boring y siempre laboriosa. La felicidad aburre al lector. Mata el amor.

Si el autor tuviera dos dedos de frente, procedería, pues, a una elipsis.

Lo pensó. Consultó su manual de procedimientos literarios: Elipsis: supresión de palabras que serían necesarias para la plenitud de la construcción, pero que las que sí están expresadas dan a entender lo suficiente para que no quede ni oscuridad ni incertidumbre.

¿?¿?

¿Por qué omitir palabras que serían necesarias para la plenitud de la construcción de un relato en el que, justamente, tampoco es que haya habido tantas?

¿Por qué privarse de ese placer?

¿Con el pretexto de la escritura, escribir: «Esas tres semanas en Les Vesperies fueron las más felices de su vida» y mandarlo de vuelta a París?

Es verdad. Esas seis palabras: las, más, felices, de, su, vida, no dejarían ni oscuridad ni incertidumbre…

«Fue muy feliz y tuvo muchos hijos.»

Pero el autor refunfuña.

Se ha tenido que tragar taxistas, comidas familiares, cartas-bomba, desfases horarios, insomnios, desbandadas, concursos fallidos, solares embarrados, una inyección de Valium/potasio/morfina, cementerios, morgues, cenizas, cierres de cabarets, una abadía en ruinas, renuncias, negaciones, rupturas, dos sobredosis, un aborto, contusiones, demasiadas enumeraciones, decisiones judiciales e incluso coreanas histéricas perdidas.

Aspiraba también a un poquito de hierba-Perdón. De verde.

¿Qué hacer?

Seguir leyendo ese manual de procedimientos literarios.

Otras definiciones: 1. Un relato elíptico respeta estrictamente la unidad de acción, evitando todo episodio innecesario y reuniendo todo lo esencial en unas pocas escenas.

De modo que tendríamos derecho a unas cuantas escenas…

Gracias.

La Academia es demasiado amable.

Pero ¿cuáles?

Puesto que todo son historias…

El autor rechaza esta responsabilidad. La de distinguir lo que es «innecesario» de lo que no lo es.

Y, antes que juzgar, prefiere delegar en la sensibilidad de su protagonista.

Ha demostrado lo que vale…

Abre su cuaderno.

En el cual lo más parecido a una elipsis sería una elipse, o, lo que es lo mismo, un anfiteatro romano, la columnata de la plaza de San Pedro o la ópera de Pekín de Paul Andreu, pero en ningún caso una omisión.

En la página de la izquierda, un ticket de caja de la tienda de bricolaje a la que Ken, Samuel y él habían ido el día anterior. Siempre hay que guardar el ticket de caja. Eso lo sabe todo el mundo.

Nunca está bien lo que has comprado. Nunca es el taco que hace falta, ni los clavos son del largo suficiente… Siempre se te olvida algo, y en este caso no habían comprado suficiente papel de lija. Las chicas se quejaron de las astillas…

En la página de la derecha, croquis y cálculos. Nada del otro mundo. Un juego de niños.

Un juego para los niños, precisamente. Y para Kate.

Kate, que no iba nunca a bañarse con ellos en el río…

Hay demasiado cieno - se quejaba con una mueca.

Charles era la cabeza, Ken, los brazos, y Tom, la barca de apoyo, con cervezas fresquitas en el otro extremo de una cuerda enganchada al escalmo.

Los tres juntos diseñaron y realizaron un magnífico embarcadero.

E incluso un trampolín construido sobre pilotes.

Fueron a buscar enormes bidones de aceite en el vertedero cercano y los recubrieron con tablones de pino.

Previo incluso unos escalones y una barandilla estilo «dacha rusa» para tender a secar las toallas y acodarse en ella durante los interminables concursos de salto de trampolín que se desarrollarían después…

Siguió reflexionando durante la noche y, a la mañana siguiente, trepó a un árbol con Sam e instaló un cable de acero entre las dos orillas.

Es lo que se ve en la tercera página.

Esa especie de barra rara fabricada con un viejo manillar de bicicleta: la tirolina de los niños.

Volvió por tercera vez (¡!) a la tienda de bricolaje y compró dos escalerillas más sólidas. Luego, con los otros «mayores» se pasó el resto del día relajado en su súper playa de madera, animando a un montón de monitos que pasaban por encima de sus cabezas gritando ¡Banzai! antes de dejarse caer en mitad de la corriente.

Pero ¿cuántos son? - preguntó pasmado.

El pueblo entero - sonreía Kate.

Estaban incluso Lucas y su hermana…

Los que no sabían nadar estaban desesperados.

Pero no por mucho tiempo.

Kate no soportaba ver a un niño desesperado. Fue a buscar una cuerda.

Los que no sabían nadar se ahogaban, pues, sólo a medias. Tiraban de ellos con la cuerda hasta la orilla y esperaban a que se hubieran recuperado de tantas emociones y de todo el agua que habían tragado antes de darles permiso para volver a lanzarse.

Los perros ladraban, la llama rumiaba, y las arañas acuáticas se mudaban de casa.

Los niños que no tenían traje de baño estaban en calzoncillos, y los calzoncillos mojados se volvían transparentes.

Los más púdicos se marchaban con su bicicleta. La mayoría volvía con un traje de baño y un saco de dormir en la cesta.

En cuanto a Debbie, se encargaba de las meriendas. She loved el horno para pasteles de la Aga.

En los dibujos de las páginas siguientes no se ve más que esto: siluetas de tarzanitos entre el cielo y el agua, colgadas de un viejo manillar de bicicleta. Con las dos manos, con una sola mano, con dos dedos, con un dedo, del derecho, del revés, cabeza abajo. A vida. A muerte.

Pero también se ve a Tom remando en su barca para recoger a los más sonados, docenas de sandalias y de zapatillas de deporte alineadas en la orilla, reflejos centelleantes de sol en el agua por entre las ramas de un álamo, a Marión sentada en el primer escalón tendiéndole una porción de bizcocho a su hermano y aun bobo detrás que estaba a punto de empujarla al agua riéndose como el tonto que era.

Su perfil, para Anouk, y el de Kate, para él.

Esbozo rápido. No se atrevía a dibujarla demasiado tiempo.

Pasaba olímpicamente de los discursos de las trabajadoras sociales.

Vino el propio Alexis a recoger a sus niños.

¿¡Charles!? Pero ¿qué haces aquí?

Ingeniería offshore…

Pero… ¿hasta cuándo te quedas?

Depende… Si encontramos petróleo en el fondo del río, entonces me imagino que todavía me quedaré un tiempecito más…

¡Pues ven a cenar a casa algún día!

Y Charles, el amable Charles, contestó que no.

Que no le apetecía.

Mientras Alexis se alejaba pagando con sus hijos la humillación recibida, pero ¿qué son todas esas marcas que tenéis en los muslos? ¿Qué va a decir mamá?, y mira tu traje de baño, tiene un agujero, y ¿dónde has puesto los calcetines?, y que si esto no está bien y que lo de más allá tampoco, Charles se volvió y se dio cuenta de que Kate lo había oído. Todavía no me ha contado su historia…, decía su mirada.

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