Andrés Trapiello - Los amigos del crimen perfecto

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Los amigos del crimen perfecto es una novela coral vertebrada en torno a un grupo de amantes de la novela negra que persiguen, desde hace años, tanto el estudio como la quimera de un crimen perfecto, hasta que la realidad acaba envolviéndoles en uno que, siendo un crimen perfecto, acaso ni es crimen ni perfecto.

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A Sherlock Holmes se le había ido el color, y su bronceado permanente, que le daba un aire de viejo galán de cine, se había vuelto verde. Le sudaban las manos y trataba de disimular frotándoselas como si no acabase de entrar en calor, mientras sus dientes mordían la pipa.

– Yo me voy a ir -comentó con evaporada voz.

Pero antes quiso recordar algunas cosas a sus amigos. Les quería bien, los ACP le daban la vida. Según Sherlock las detenciones, sacas y paseos iban a comenzar desde esa misma noche.

Mason sacudía la cabeza con gravedad, y no se sabía si le daba la razón o se la quitaba. Pensaba al mismo tiempo en Paco y la escena que acababa de vivir en la editorial de Espeja, en aquel golpe de Estado y en su propia familia. Las palabras de Sherlock le robaron su flema. Su hija Marta vivía en Barcelona. Imaginó la línea de un frente de guerra dividiendo durante tres años a España, su mujer y él a un lado, su hija al otro. También quería marcharse, pero no sabía cómo decirlo. No quería parecer un cobarde. Toda la vida admirando a los tipos duros de las novelas tenían que haberle enseñado algo.

Como buen industrial, Nero Wolfe sólo se preocupaba de las repercusiones que aquello iba a tener para la marcha del país.

– Si va a ser igual que el 36, veremos pasar necesidades en Madrid -advirtió.

A la sensación de miedo, en Sherlock y Perry Mason al menos, se sumó la de hambre, que cundió en el ambiente.

Nero Wolfe era un niño cuando la guerra. No recordaba mucho de la guerra, pero sí el hambre que padecieron después.

Mason asintió de nuevo sin decir nada. Sherlock insistió:

– Va a ser un calvario…

– Por favor, Sherlock, no nos asustes. Y tú, Mason, deja de darle la razón, no seas cenizo -y al mismo tiempo Spade levantó el brazo, chasqueó los dedos un par de veces y llamó a Tomás, Thomas, que se encontraba en el otro extremo, atendiendo a un cliente.

Una agencia de detectives, pensó, apenas necesita gastos. Habría que darle un nombre. La excitada conversación que tenía lugar a su lado era sólo un rumor lejano que no lograba distraerle. Un nombre: Argos, el de los cien ojos. Tenía buena mano para los títulos. Se le ocurrían siempre a la primera y no tenía ni siquiera que retocarlos. Esperaba al final, y llegaban solos, felices, como si nada. Cuando los necesitaba: Mal asunto , El diamante de Vermont , A medias con la viuda de Ascot , La Meca del crimen , La luna llena está vacía , Caramelos de azúcar negro , Los cinco ases de la baraja , El dedal de zafiros , El gabinete de la señora Seis dedos , A dos pasos del lugar del crimen , Lunes y martes …Ahora necesitaba uno para la agencia, y ya lo tenía. Argos, detectives . Al día siguiente se ocuparía del papeleo, y para eso precisaba de la muestra comercial. Encargaría una placa vistosa, dinámica, moderna, en forma de flecha, para indicar que los detectives de Argos acudirían raudos allí donde se precisase de ellos. No entendía por qué les preocupaba a todos tanto lo de los guardias civiles en el Congreso. Una asonada vulgar, se quedaría en eso, ruido de sables. Qué vergüenza España. Por eso a él le gustaban Inglaterra, Francia, los Estados Unidos, la novela negra. ¿De qué iban a entrar los bobbies en el Parlamento británico? ¿A quién, sino a un español, se le había podido ocurrir esos tricornios de charol que daban idea bastante precisa de lo que hay debajo de ellos, todo cuadriculado, hasta las coronillas, y lleno de destellos fúnebres? Si él pudiera, rompería su nacionalidad en cien pedazos. Argos. Si los títulos son la mitad de una novela, pensó, el de Argos sería media empresa. El porvenir le sonreía en esas horas aciagas para España. De los suyos le gustaban muchos, Casi perfecto , No me pidas más sueños , Uno y uno son tres , No quiero justicia , primera parte de Sólo pido venganza , el ya mentado El té de las seis …Tendría que pensar en el logotipo. La otra mitad del éxito. También era importante eso. Un caduceo. No tenía nada que ver con Argos, sino con Mercurio, pero Mercurio era un dios muy apropiado para una agencia de detectives: tenía alas en los pies, y la rapidez en ese negocio es cosa primordial. Un caduceo es algo bonito, un casco con alas, un palo y dos culebras subiendo por él como una trenza…Las novelas policíacas están muy desprestigiadas, pero gracias a ellas, a leerlas y a tener que escribirlas, se había hecho una sólida cultura de enciclopedia.

– ¿Qué piensas, Spade?

– ¿Qué?

Se rompieron sus pensamientos dentro de la cabeza como la botella de whisky de Delley. Se asustó.

– El 18 de Julio nadie creyó que aquello fuese a durar tres años ni mucho menos que después iban a ser otros treinta y cinco…Volverá la quema de iglesias y conventos.

Esta última frase se la dirigió Sherlock especialmente al padre Brown, otro de los ACP, pero sin dejar de mirar a Mason, en quien Sherlock había descubierto un aliado para el repliegue.

– …Tú te acuerdas también de eso, Mason, ¿no? Y usted, don Benigno, ¿no dice nada?

El padre Brown sonrió beatíficamente, vació su pipa en el cenicero con ligeros toques, comprobó que no quedaba escoria en la cazoleta, y dijo risueño:

– Conventos, pobres, ya quedan pocos, pero de iglesias no estaría mal que se quemaran algunas…

Mason seguía asintiendo de manera sombría, ajeno a la broma del padre Brown, y también desenfundó su cachimba.

Se hubiese dicho que aquella reunión más que de los ACP era del Club de los fumadores de pipa. Miss Marple también tenía la suya. Ni siquiera se daban cuenta del efecto tan raro que podía hacer verles a todos ellos con sus pipas…

– Sherlock, nos estás dando la tarde. Además el padre Brown es bastante rogelio, ¿o no, padre? Y tú, Mason, no le mires con esa cara de cenizo.

El habla de Marlowe era muy madrileña, siempre como si estuviera pidiendo un bocadillo de calamares en una de las freidurías de la Plaza Mayor.

Mason tenía fama entre los ACP de ser algo cenizo, cierto, con aquel bigote de pincho tan triste y el pelo blanco, pero cuando se lo llamaba otro que no fuera Spade se retraía como un molusco, y torcía el gesto, y más cuando quien se lo decía era alguien como Marlowe. No le caía simpático. Pero no se atrevía a pararle los pies ni a contradecirle. No tenía mucho carácter Mason, desde luego, y hubiera podido pensarse que aquel nombre era un escarnio, de no ser porque se lo pusieron en pleno auge de la serie televisiva del mismo nombre.

No se sabía cómo haría en los juzgados para no dejarse avasallar por los contrincantes. No tenía ninguna lógica que fuese abogado, desde luego, pero esa falta de lógica, la más notoria de todo cuanto constituía su vida, era la que le había pasado inadvertida siempre. La candorosa insolencia de Marlowe le mortificó, y no volvió a abrir la boca.

– Bah, Mason, te lo tomas todo a la tremenda -insistió

Marlowe bromeando, ajeno a los sentimientos que despertaba en el abogado.

Marlowe era el hijo del relojero de la calle Postas, «Suministro. Fornituras. Herramientas». Cuando hablaba de sus padres les llamaba siempre «mis viejos». Mi viejo, mi vieja…La familia tenía también otro almacén en la calle Carretas, arriba, casi en Gran Vía. Marlowe hacía unas veces de relojero y otras de recadero entre Postas y Carretas. En estas idas y venidas, como hijo del jefe, escamoteaba algunas horas para asistir a las reuniones de los ACP. Hacía colección de pistolas. En realidad seguía la colección de pistolas que había empezado su «viejo», antiguas y modernas, todas en uso, incluso las más antiguas, que él restauraba y componía. Decía que los relojes le habían enseñado mucho a leer las novelas policíacas y las novelas a entender mejor las pistolas. Un buen crimen está muchas veces en una buena arma. Tampoco era partidario de los venenos, pero menos aún de la balística sofisticada, carabinas de alcance kilométrico o miras telescópicas con rayos x. «El Crimen Perfecto es como un buen reloj, ni atrasa ni adelanta, se produce a su hora.» Le gustaban estas frases, que dejaban un tanto anonadados e inermes a los que las escuchaban. Acababan de licenciarlo de la mili. De estatura mediana, cabeza grande, facciones que denotaban tenacidad y audacia, subrayada por la mirada. Miraba a los ojos, impetuoso y desafiante. Muy arreglado siempre, muy afeitado y muy perfumado con varoniles lociones, dispuesto al asalto y conquista de las primeras faldas que se movieran a su lado. Se le podía definir como un perfecto hijo del pueblo de Madrid. Era también el más joven de todos los ACP hasta que entró Poe.

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