Andrés Trapiello - Los amigos del crimen perfecto

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Los amigos del crimen perfecto es una novela coral vertebrada en torno a un grupo de amantes de la novela negra que persiguen, desde hace años, tanto el estudio como la quimera de un crimen perfecto, hasta que la realidad acaba envolviéndoles en uno que, siendo un crimen perfecto, acaso ni es crimen ni perfecto.

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Milagros había sido novia de Spade antes de que éste conociese a Dora de casualidad un día en la comisaría de la calle de la Luna y se casase con ella a los tres meses. No acogió ni mucho menos bien la noticia, pero acabó aceptándola. Después de aquella boda, Milagros, conocida en los ACP como Miles, en recuerdo del personaje de Patricia Highsmith, dejó de acudir al Comercial. Nadie le preguntó a Spade, porque todo el mundo sobrentendió que las cosas no debían de poder ser de otra forma. Pero cuando Dora y Spade se separaron, Miles apareció de nuevo. ¿La llamó Spade? ¿Se enteró la propia Miles, como esas golondrinas que llegan de África y van directas al nido viejo? Tampoco nadie se atrevió a preguntarle nada en la reaparición, si habían o no reiniciado la relación. El mismo hieratismo en ella, la misma indiferencia en él. Al salir del Comercial, terminada la tertulia, ella solía quedarse a veces con él. Otras, paraba un taxi con dos dedos en cuyas puntas ardía siempre un cigarrillo, y se metía en el coche sin decir nada ni despedirse de nadie. Se diría que hubiera querido aparecer y desaparecer como los espíritus. Y jamás una palabra de más, una broma, una frase de complicidad. Sofisticada y muda como una esfinge. Tampoco sabía nadie a qué se dedicaba. No trabajaba en nada. Vivía de rentas. Había estado casada con un hombre muy rico, pero su fortuna era propia, de familia.

– Paco, no tenías que haberte metido con Sherlock. Es muy buena persona.

Este Paco, no oído jamás en el Comercial referido a Spade, devolvió tono de intimidad a la conversación, un aire de familiaridad que extrañó a Marlowe y a Poe, porque igual que de las reuniones estaba excluida la política, todos allí se llamaban por el apodo, sin excepción, y muchos se trataban de usted, otra de las normas, raramente acatadas, de los ACP.

Sí, Sherlock era una buena persona, pero Spade no tenía la culpa de lo que había ocurrido con Espeja.

Se hizo un desmesurado silencio. Marlowe y Poe no se atrevieron a romperlo, y sólo Spade, al cabo de unos minutos, por animar el cotarro, preguntó de qué se hablaba antes de que se hubiese sabido lo de los guardias civiles en el Congreso.

– Fijábamos una vez más las reglas de la verdadera novela policíaca -dijo Poe tímidamente, como un alumno aplicado.

Para todos Poe era, antes de que se sumara a la tertulia, un estudiante como otros muchos que repasaba los temas y apuntes en una de las mesas del café, y al que a veces se veía hablando con una chica algo mayor que él. Se acercó a ellos una tarde y les dijo: Siempre hablan ustedes de novelas policíacas y a mí me gustan las novelas policíacas, ¿les importa que me siente a oírles?

Se quedaron al mismo tiempo sorprendidos y halagados de aquella buena disposición y de la naturalidad con que formuló el ruego. Sherlock preguntó, ¿qué novelas le gustan a usted? Poe, oyéndose tratar de usted, vaciló. No había leído muchas. El estudiante dijo la primera que se le vino a la cabeza: Los crímenes de la calle Morgue , y fue Spade el que le puso el nombre. Dijo, mire, aquí todos tenemos un nombre. A usted le vamos a llamar Poe, ¿le parece bien? Se da un aire romántico, tan pálido, tan delgado. ¿Y por qué no Dupin?, dijo Poe. ¿Prefiere Dupin?, le respondió reconciliador Spade. Poe se lo pensó bien y dijo, no, Poe está bien, me gusta.

Fue el primer neófito de su iglesia en todos aquellos años, nacido al menos de aquella manera tan espontánea, y se mostraron no sólo de acuerdo, sino encantados, sobre todo algunos como Marlowe o el propio Spade, ya que a ninguno de los ACP se le había pasado por alto la presencia de aquella joven bellísima que le acompañaba algunas tardes, extraordinariamente hermosa, como un ángel.

Se llamaba Hanna y era danesa. Ese día 23 de febrero no estaba con él. Poe la había conocido en la academia a la que iba entonces. Era una academia general y se encontraba justo encima del café, en el tercer piso. Después de trabajar en un banco, Poe preparaba su acceso a la Universidad. Hanna daba en la misma academia clases de inglés y era diez o doce años mayor que Poe.

A Spade le caía bien Poe. Le cayó también bien Hanna. Para ella no buscaron nombre. Nunca mostró interés en formar parte de los ACP y unas veces se sumaba a la tertulia y otras no.

El muchacho tenía en verdad un aire romántico, tan delgado, tan pálido, tan tímido. Era más bien alto, con el pelo muy negro, lacio y brillante. Lampiño y con las manos muy largas, surcadas por venas azules. Podrían haberle puesto Chopin en vez de Poe, y habría valido lo mismo. Hablaba con un hilo de voz y a veces tenía que repetir las cosas dos veces, porque la primera no se le oía, y esas repeticiones le daban un aire de mayor indefensión. Era también analítico y frío, y eso se veía cuando se abordaban en la tertulia cuestiones o enigmas policiacos. Era el primero en resolverlos o, si no, el que trazaba un ángulo de visión más original e inesperado.

– Bien-Spade carraspeó…

Se esperaba que dijese algo. Era una tertulia a la medida de Spade, y allí todo el mundo le respetaba como la incuestionable autoridad en la materia, lo mismo los miembros más antiguos que los más jóvenes.

Habló Spade durante un buen rato y al tiempo que eso le fue animando, hizo que se olvidase del altercado con Espeja y del mismísimo golpe de Estado. Incluso de que tenía que ir luego a ver a Dora. Esto, lo de las reglas de la novela policíaca, era fundamental, desde luego, y algo muy peliagudo, para establecer de una vez por todas, en los anales de la criminología, qué es o no un CP, o sea un Crimen Perfecto, dentro del género de las novelas policíacas, teniendo en cuenta que ellos se llamaban los Amigos del Crimen Perfecto.

– Para empezar -sentenció Spade-, se aprende más de los asesinatos vulgares que de los maquiavélicos crímenes de Estado…

– Bien dicho -secundó Marlowe-. Sobre todo el día en que se está cometiendo uno muy gordo en España.

– Marlowe, no interrumpas -continuó Spade-. A menos que esté de por medio Shakespeare. Para el detective todos los crímenes son iguales, lo mismo que para el hepatólogo lo son todos los hígados. Los crímenes son siempre de lo más democrático. En cuanto te matan, eres un cadáver, y como cadáver todo el mundo queda bien. Mientras se está vivo hay que demostrar muchas cosas. Ahora, de muerto sabe hacer hasta el más tonto.

Spade, a lo grande, sintetizó para su exiguo auditorio las reglas de un CP.

– Todo el mundo sabe que la policía dice que no hay Crimen Perfecto, sino detectives descuidados o incompetentes…

Se acercó Tomás, el camarero:

– Vamos a tener que cerrar. Ha llamado el dueño.

– Pero media hora ya nos dejarán estar -sugirió Spade.

– Media hora sí, pero no mucho más. El dueño ha dicho que en el momento en que el café se quede vacío, aquí se cierra -admitió Tomás, quien bajando la voz pareció susurrarles-. Están diciendo que se van a sublevar todas las capitanías generales.

Spade desoyó el vaticinio y siguió con lo que estaba diciendo.

– Decía que los policías aseguran que no hay Crimen Perfecto para mantener el prestigio del Cuerpo, pero gracias a que existen crímenes perfectos, pocos, siguen cometiéndose incluso los que no lo son, que son la mayoría. A pesar de haber nacido todos para ser crímenes perfectos. No hay criminal tan tonto que cometa su crimen por deseo de terminar en la cárcel. Y gracias a que se producen crímenes perfectos, existe la policía, mucho más que como consecuencia de todos los crímenes chapuceros que ellos resuelven con tanta publicidad, publicidad que han aprovechado los novelistas para poner las cosas en su sitio, depurando, elevando y fijando la calidad y perfección de un crimen como un escultor clásico habría hecho con un canon de escultura.

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