Raúl Garrido - El Año Del Wolfram

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El wolfram es un elemento básico en tiempo de guerra, el acero de las armas lo necesita. En la primera mitad de los años cuarenta se descubre este mineral en el Bierzo y, si los alemanes lo pagan bien, los aliados mejor, para que no llegue a manos del III Reich; la gente sube a la peña del Seo provista de pico, pala y pistola. En los años del hambre uno podía hacerse rico de golpe con un mínimo de suerte y un máximo de audacia. Ausencio sube a la peña en busca de su fortuna, de su identidad perdida y de su amor imposible. Las leyendas de tesoros ocultos se entremezclan con el recuerdo del oro romano de las Médulas y la misteriosa realidad del Inglés con la clara premonición de la Bruxa. "El año del wolfram" fue un tiempo mágico, un espejismo brutal, una historia cuyo desenlace se resuelve en sucesivos desenlaces insólitos. El elón alado, dulce compañía de Olvido, existe, la verdad no es siempre verosímil.

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– ¿Qué quieres?

– Avisa a un médico… por amor de Dios.

– ¿Me lo pides a mí?

– …un médico.

– ¿Me reconoces?

Laurentino estuvo a punto de seguir con una fácil recriminación pero no merecía la pena a no ser como desahogo, le contempló sin decirle nada, saboreando la impotencia de su enemigo, no movería un dedo por salvarle, al contrario, ni médico ni cura, muérete como un perro. Mediocapa se desplomó entre una nube de polvo, quedó boca arriba con los ojos muy abiertos sin mirar a nada porque nada tenía ya que mirar.

– Te lo tienes merecido.

La polvareda se calmó sobre el cuerpo inmóvil, pero nada más darle por muerto la sangre se le heló en las venas al Mayorga hijo, no podía creerlo, aquello era cosa del diablo, el vello se le erizó de pánico, un sudor gélido atenazó sus reflejos, resucitaba de entre los muertos, el cadáver se incorporó y con movimientos de cámara lenta, desabrochar la funda, sacar la pistola, apuntarle, recuperó su protagonismo.

– Te voy a matar.

– ¿Tú? ¿Qué eres tú, hombre o fantasma?

Laurentino reaccionó sobreponiéndose a su natural cobardía, no existe el dilema, hombre o fantasma lo mismo da, se envalentonó con un te los voy a poner de corbata y le propinó un puntapié salvaje en los testículos.

– Hijo… puta.

Fueron las últimas palabras del cabo Demetrio Sánchez González, más conocido por Mediocapa, natural de Pancrudo, Teruel, y muerto en Villadepalos, León, en acto de servicio.

Capítulo 33

Las dos filas de negrillos a ambos lados de la carretera, con sus cinturones de cal, constituían una pista por la que deslizarse sin demasiados problemas de conducir, lo malo era el sueño, cómodamente sentado, hacía un siglo que no me sentaba y con el cuerpo en reposo, la flojera se adueñó de mí de forma traidora y golosa, frente al sueño me sentía un héroe invencible al que ya han derrotado y poco le importa su dignidad sin testigos, Jovino se había derrumbado en el asiento del ayudante incapaz de prestarme el auxilio de la charla, traté de provocarle.

– No seas flojo, cuéntame algo.

Ni caso.

– ¡Canta!

– ¿Qué dices? Estoy jodido.

– Canta o me duermo.

No me contestó, en su rostro pétreo la fatiga dulcificaba peligrosamente sus duras facciones.

– ¿Qué te pasa en la pierna?

– Me sacudió un galgo en la rodilla cuando volé La Meona, me voy a quedar cojo.

– Canta o me duermo, coño.

Guardó silencio y los ojos se le cerraron, tenía que dolerle un huevo lo de la pierna, confié en su resistencia, otro no resistiría el viaje, puede que no me ayudara mucho en ese estado, pero no iba a ser un estorbo.

– ¿Cuánta pasta calculas que llevamos ahí detrás?

Eso pareció interesarle.

– Difícil de calcular, más de un millón y menos de dos.

– Si fueran dos…

Ningún comentario, a mí también se me bajaban las persianas, para evitarlo me froté los párpados con saliva, un efímero consuelo.

– ¿Qué ha sido de Carín?

– No lo sé, le perdí la pista cuando me sacudió el galgo, creo que perdí el conocimiento, no le he vuelto a ver.

– ¿Habrá muerto alguien?

– Morirán dos si no conduces con más cuidado.

Por el retrovisor vi volar las plumas de mi víctima, cuanto más madrugadora más tonta es la gallina.

– Pues cántame algo, coño, distráeme.

– La Madelón es bella y complaciente…

Lo hizo con entusiasmo de canción de cuna y claro, se durmió, lo del sueño no lo teníamos previsto, me froté las sienes convencido de la inutilidad del esfuerzo, me pellizqué los labios, no sabía qué era más peligroso, si seguir en estas condiciones o no poner más kilómetros de por medio, unos dedos suaves me masajearon la nuca, crujieron de gozo las vértebras de mi cuello, me relajé, parecía un milagro pues no la había visto llegar, Olvido se sentó a mi lado, mojó su pañuelo en colonia y me despejó la frente, no te preocupes, mi amor, yo te mantendré despierto, conduce, la palabra amor me hizo sentirme en la gloria, me seguía queriendo a pesar del común Sernández que estrechaba nuestro parentesco a costa de separar nuestro deseo, te quiero, Olvido, no te separes nunca de mí, ¿por qué iba a hacerlo, mi amor?, nada ni nadie logrará separarnos, el obstáculo es legal y si no figura en ningún registro es que no existe, el amor incestuoso sigue siendo amor, no me había atrevido yo a tanto pero ésa era la solución, ¿qué papel se oponía a nuestro matrimonio?, la vida oficial se arreglaba a base de pólizas y ningún papel timbrado se oponía a nuestro proyecto, me inundó una felicidad absoluta, un descanso total, había cerrado los párpados y por un instante me dejé llevar por las delicias del sueño, fue la misma Olvido quien dio el grito de alarma, atención, nos estrellamos, me desperté con un violento giro del Ford, había soltado el volante y nos íbamos contra el tronco de un árbol, frené justo a tiempo para evitar el choque, no pude evitar el derrape, el roce del chasis, el síncope, Jovino se despertó de golpe, por poco al pie de la letra.

– Jode, petaca, qué manera de aparcar tienes.

– Me dormí.

– Pues duerme de veras, no podemos seguir así.

Estábamos cerca de La Bañeza, suficiente distancia, pensé, y si no es suficiente que lo sea, metí el camión por el rastrojo hasta una granja abandonada con un corral enorme con paredes de adobe, paramos en la opuesta a la carretera, un buen camuflaje, pasaríamos inadvertidos por no ser vistos o por suponer al vehículo con algún trajín de la finca, lo que sea sonará, me dije, no podía con mi alma, de inmediato nos dormimos porque Jovino también se durmió, traté en vano de localizar a Olvido, se había volatilizado, una hora después me desperté con agujetas, pero en relativa buena forma física, salvo los arañazos no tenía ninguna otra herida, estábamos ya metidos en pleno día, inmensos cúmulos de color panza de burra se desplazaban al impulso del noroeste, en cuanto aflojara el viento empezaría a llover, reanudamos la marcha.

– ¿Te duele?

– Sólo cuando me río.

Supuse no quería hablar de la pierna y así, por sostener una conversación, le comenté la muerte de don Ángel, no le llamaba padre ni en mis pensamientos más íntimos.

– Después de una vida de aristócrata tiene que resultar triste terminar en un sitio como El Dólar, para él una pocilga.

– Mira, es ley de vida, el que de joven come perdices de viejo caga plumas, ¿era algo tuyo de verdad?

– Nada.

– Pues entonces tranquilo, es ley de vida.

– Lo que me preocupa es la muerte, no la mía, la de los demás, estas últimas horas han sido terribles y me gustaría que no hubiera muerto nadie, por ejemplo Carín y Para, ¿qué habrá sido de ellos?

– Ése es el riesgo, listo, mira, en la plaza de mi pueblo un hombre vale su sombra y a veces menos, lo que llevamos atrás se merece el riesgo.

– Pon cara de proletario, tú.

– No les habrá pasado nada, tranquilo.

– Si me falla la representación agárrate donde puedas, les paso por encima.

En el cambio de rasante estaban los motoristas, seguí a la misma velocidad para demostrar mi confianza, los saludaría al pasar tan sonriente como pudiera, era un viaje normal y no tenía por qué no mostrarme amable, nada que hacer en ese sentido, ya estaban con la mano indicándome el arcén.

– ¿Qué carga llevan?

– Chatarra. Es de la Minero, de Ponferrada, para Fundiciones Castellanas, de Valladolid.

– ¿Le pasa algo a su amigo?

– Cansancio, estamos metiendo horas por un tubo.

– Está bien. ¿Tienen guía?

– Sí, claro, aunque con las prisas no sé, sí, aquí está, un momento.

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