Garrido-Maturano, Ángel E.
Los tiempos del tiempo: el sentido filosófico, cosmológico y religioso del tiempo
1ª ed. - Buenos Aires: Biblos, 2010.
ISBN 978-987-691-122-1
1. Filosofía. I. Título
CDD 190
Este libro se publica con el apoyo del CONICET
Diseño de tapa: Luciano Tirabassi U.
Diseño de interiores: Fluxus estudio
© Ángel E. Garrido-Maturano, 2010
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Septiembre de 2010.
Con agradecimiento a mis formadores:
Adolfo Carpio, Roberto Walton y Bernhard Casper
Somos el río que invocaste, Heráclito. Somos el tiempo.
Jorge Luis Borges, El hacedor
Las hojas dejan de ser verdes al llegar el otoño.
José Hierro, Con las piedras, con el viento.
Zeit und Stunde – sie sind ja nur vor Gott ohnmächtig
Franz Rosenzweig, Der Stern der Erlosung
El objeto de este libro es el tiempo. En términos muy generales él –quizá en un exceso de audacia– se propone, sobre la base del análisis de las reflexiones que los principales filósofos contemporáneos han tenido acerca del tema, ofrecer, en el mejor de los casos, una respuesta tentativa a la pregunta “¿qué es el tiempo?” o, en el (no sé si llamar) peor, elucidar por qué la pregunta no admite respuesta. Tal pregunta por el tiempo abre, a mi modo de ver, una cuestión aún no agotada y, seguramente, inagotable. La conocida y profusamente citada sentencia agustiniana del libro XI de las Confesiones, en la que el Santo de Hipona declara que, si nadie se lo pregunta, sabe perfectamente lo que es el tiempo, pero que, si alguien se lo preguntase y él lo quisiese explicar, no sabría decir lo qué es, parece hoy día seguir estando vigente. En efecto, a pesar de la ausencia de una definición clara, extendida y, valga la redundancia, definitiva, o, en todo caso, de una aceptación igualmente clara, unívoca y lúcida del por qué de la indefinibilidad del tiempo, científicos naturales, filósofos, psicólogos, sociólogos y teólogos hacen uso constantemente de este concepto sin explicitarlo, como si el tiempo fuera comprensible de suyo o como si hubiera una comprensión de él ya dada de una vez y para siempre y por todos compartida. Pero el caso es que la comprensión del tiempo propia del experto en una disciplina es las más de las veces substancialmente diferente de la comprensión del tiempo en otra u otras disciplinas e, incluso, de la comprensión vivida del tiempo que ese mismo experto tiene en su vida cotidiana. Ello precisamente da testimonio de la necesidad (que ciertamente no es nueva pero sí actual) de una reflexión integral acerca de los fundamentos de las distintas comprensiones del tiempo, de sus relaciones mutuas y de su posible sentido común. En términos de la sentencia agustiniana, da testimonio de la necesidad de gestar herramientas conceptuales que nos ayuden a explicar en cada caso a quién nos lo pregunte a qué nos referimos cuando hablamos de tiempo. En el marco de esta necesidad se inscribe la presente obra. Ella, por supuesto, y dada la inagotabilidad propia del tema, no está sola. El carácter actual de la necesidad de revisar la cuestión del tiempo puede leerse en la multiplicidad de estudios recientes dedicados a ella, por ejemplo, los de Achtner, [1]Baumgartner, [2]Blumenberg, [3]Bensussan, [4]Cramer, [5]Davies, [6]Gimmler, [7]Jackelén, [8]Mainzer, [9]Orth, [10]Sandbothe, [11]Schnell, [12]Theunissen, [13]Weiss, [14]Zimmerli, [15]entre muchos otros. Pero, ante todo, puede leerse en la intención filosófica común que anima substancialmente a estos trabajos, a saber, plantearse la cuestión radical del alcance de sentido y de la posible fuente común de las concepciones del tiempo que sirven de guía para la comprensión del fenómeno en los distintos ámbitos disciplinarios.
Este libro responde a esa misma intención filosófica y la despliega en el contexto acotado de la relación entre las dos formas fundamentales en las que se inscriben las distintas experiencias posibles del tiempo, a saber, la de un orden o magnitud objetiva a la que están sometidas todas las cosas del universo, esto es, el tiempo cósmico, y la de la duración o distensión subjetiva de la propia conciencia, esto es, el tiempo vivido. Para que se pueda por lo menos plantear correcta e integralmente la pregunta por el tiempo es preciso no limitarse a ninguna de las dos perspectivas, ni a la científico-cosmológica que se ocupa del tiempo físico, ni a la filosófico-fenomenológica que indaga los fundamentos de la experiencia estrictamente humana del tiempo, sino que es preciso ser más radical y esclarecer las experiencias a través de las cuales ambas formas del tiempo son tematizadas como condición para elucidar la relación existente entre ellas, lo que, como veremos en el capítulo final, no puede hacerse sin incluir en el debate la cuestión del sentido religioso del tiempo.
El marco en el que se inscribe nuestra pregunta por el tiempo es, pues, precisamente el de la aporía de la irreductibilidad, pero, a la vez, de la ocultación mutua de la perspectiva puramente filosófica del tiempo vivido y de la puramente científica del tiempo cósmico. La aporía consiste, más precisamente, en que el análisis de la estructura formal del fluir del tiempo estrictamente humano se añade legítimamente a la concepción cosmológica, pero sin poder eliminarla y sin que ninguna de las dos por separado ofrezca una respuesta suficiente a la pregunta ¿qué es el tiempo? La aporía no es nueva. Se halla latente en el carácter incompleto de las dos comprensiones paradigmáticas que originaron y signaron la entera reflexión de la filosofía occidental sobre el tema: la de Aristóteles y la de Agustín. Así la conocida definición aristotélica del tiempo –“Pues esto es el tiempo: el número del movimiento según el antes y el después” (Física 219 b2) [16]– deja en claro que el tiempo no es meramente una condición “subjetiva” del alma, sino una característica “objetiva” del movimiento o cambio de todo lo que es, puesto que siempre percibimos juntos el movimiento y el tiempo. “De manera que cuando parece que ha transcurrido cierto tiempo, simultáneamente parece que se ha producido también un movimiento” (219 a 3-7). Si no podemos percibir el tiempo sin percibir a la vez algún tipo de movimiento, ello no se debe a una insuficiencia de nuestro espíritu, sino a que a la existencia misma del tiempo no puede prescindir del movimiento. El tiempo es, para Aristóteles, algo del movimiento, a saber, el antes y el después en el movimiento mismo: es la sucesión del movimiento la que da origen al tiempo. Y dicha sucesión, que no es otra cosa que el antes y el después de los distintos estados de lo que es, está en el mundo mismo antes de estar en el alma. El alma ciertamente los numera distinguiendo y de-terminando en la continuidad del movimiento dos momentos o instantes cualesquiera y midiendo el intervalo entre ellos sobre la base de una unidad fija. Pero para Aristóteles esta actividad del alma que percibe los instantes diferentes se funda en el antes y el después del movimiento mismo.
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