Raúl Garrido - El Año Del Wolfram

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El wolfram es un elemento básico en tiempo de guerra, el acero de las armas lo necesita. En la primera mitad de los años cuarenta se descubre este mineral en el Bierzo y, si los alemanes lo pagan bien, los aliados mejor, para que no llegue a manos del III Reich; la gente sube a la peña del Seo provista de pico, pala y pistola. En los años del hambre uno podía hacerse rico de golpe con un mínimo de suerte y un máximo de audacia. Ausencio sube a la peña en busca de su fortuna, de su identidad perdida y de su amor imposible. Las leyendas de tesoros ocultos se entremezclan con el recuerdo del oro romano de las Médulas y la misteriosa realidad del Inglés con la clara premonición de la Bruxa. "El año del wolfram" fue un tiempo mágico, un espejismo brutal, una historia cuyo desenlace se resuelve en sucesivos desenlaces insólitos. El elón alado, dulce compañía de Olvido, existe, la verdad no es siempre verosímil.

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– Lo que tengan allá arriba será lo que les manguen a los alemanes de Casayo.

René demostró con tal deducción un perfecto dominio del terreno que pisaban sus ruedas.

– Para un inglés negocio doble, ¿eres germanófilo?

– Ni germanófilo, ni teófilo, nada. Los alemanes me caen bien por lo bien que hacen las cosas, el año pasado hice dos viajes a Alemania con el Bussing del Marión, ¿le conoces?, los tíos tienen unas carreteras de puta aldaba, auto-bahn las llaman, me extraña que se dejen robar.

– Tanto como dejarse no será, digo yo.

De unos castaños bravos salió un lechuzo gigantesco, es lo bueno que tienen las noches claras de luna llena, nos evita los fantasmas y describe a los animales por su figura, lo supuse un gran duque o búho real, ay del cordero descarriado y el conejo insomne, no había visto ninguno anteriormente pero esta noche era la de mi iniciación en temas varios, un depredador nocturno en competencia con el águila también real a la que tiene que ceder plaza en cuanto apunta el día, nosotros éramos los grandes duques del wolfram.

– Menudo bicho.

Añoré sus alas, su poder viajar muy lejos en busca del deseo de volver a casa, una libertad para mí imposible puesto que no tenía casa propia, la tendría. Llegamos a la mina de don Trinitario.

– Oye, ¿qué hace ése ahí?, ¿no es Aquiles, el de Salamanca?

Seguro como cinco por dos son diez.

– No creo, anda, atiende a la maniobra.

La carga fue tan rápida y aséptica como en Toral de los Vados, pero como su filón era de estaño no me quedó más remedio que hacer un control.

– No habréis metido de lo vuestro, ¿verdad?

– Compruébalo.

Tomé varias muestras al azar, ni rastro de casiterita, todo wolfram de cinco estrellas.

– Pasable.

Media vuelta, bajábamos del monte satisfechos, al menos yo iba pletórico, el traqueteo de los baches, un camino poco más arreglado que una corredoira, me lanzaba hacia la alegría de la luna, flotaba en el espacio, sentía dentro de mí un algo indefinido que cristalizaba en forma de personalidad, terminaría siendo alguien, pasando por encima de la rémora de una cuna descarriada, con personalidad y dinero me gustaría conocer a mis padres, no me causarían ninguna nueva frustración, no sabía muy bien si me gustaría conocerlos para escupirles o perdonarlos, decían que ella podía ser una gran señora, así lo daban a entender los paños de encaje con que me envolvieron, pero yo preferiría a una pobre mujer desvalida con un motivo sólido para abandonarme, si es que hay motivos suficientes para abandonar a un hijo, allá ella, me sentía un héroe de película y su recuerdo no me iba a impedir el disfrute, tan en las nubes como un gran duque, por eso fue René quien dio la voz de alarma.

– ¡Mira!

Una silueta inconfundible.

– Pasa de largo.

– No jodas, tienen una furgoneta cruzada.

– ¡Vuela!

René no me hizo caso, optó por lo más sensato y frenó. Al apagarse el ruido del motor se oyó el canto intermitente de un autillo.

– Enséñale la guía, a ver si cuela.

El guardia civil se aproximó al Ford.

– ¿José Expósito?

– Yo mismo.

– Baje, quieren hablarle.

Bajé razonando con la aprensión y velocidad de una liebre cuando el aliento del galgo caldea su trasero, me cedió el paso, tras él aparecieron dos sombras de paisano, barajaba mil posibilidades dialécticas, hundí la mano derecha en el bolsillo-funda de la Super Star, el argumento decisivo si no quedaba más remedio, si me daban tiempo a esgrimirlo.

– Hola, ¿ha ido bien la recogida?

– No sé de qué me hablan.

– Tranquilo, somos amigos.

Me sonó tan a broma como si me hubieran dicho que eran titiriteros.

– Si son autoridad demuéstrenlo, llevo los papeles en regla.

– Nuestra documentación.

El de la voz cantante echó mano al sobaco, si saca la cartera vale, si saca un arma disparo, no quise reflexionar sobre las complicaciones de herir a un policía, me ceñía a lo inmediato como la liebre acogotada, afortunadamente lo que sacó fue un periódico en cuatro dobleces.

– ¿Me permite?

El contacto lo hacemos con este número atrasado, me explicó don Guillermo dándome un ejemplar, quien te ofrezca otro igual es de entera confianza. Promesa, semanario editado por el Frente de Juventudes ponferradino, año 1, núm. 23, precio: 40 céntimos». Coincidía. El artículo de cabecera comenzaba con «Bajo el añil nítido de nuestros cielos camina con paso firme una nueva generación». Sí, era el mismo, me lo sabía de memoria, cinco por una cinco, pero el W. W, no incluía para nada tan intempestivo alto en el camino del firme pisar, estaba más que perplejo.

– ¿Todo en orden?

– Puede… ¿ése quién es?

El aludido se abrió el capote, junto con el tricornio era todo el uniforme que vestía.

– Es un disfraz, de otra forma no habrías parado.

Mejor no haberlo hecho, pensé.

– ¿De qué se trata?

– Cambio de ruta. Ya no vais a Zamora, hay que entregarlo en Vigo.

– ¿A quién?

– Tú te quedas, seguiré yo con René.

Lo del Promesa no podía ser casualidad, pero aquel individuo me pareció más falso que un real sin agujero, la decepción de no seguir hasta Vigo fue múltiple, la más superflua la de quedarme sin ver el mar.

– Voy con vosotros.

– Me parece que no.

Por lo menos me apuntaban tres pistolas, se acabó el vuelo del gran duque, en la noche sólo se oía el canto interminable del autillo y el latir de mis dudas.

– Tranquilízate, todo está en orden y es conforme, tú ya cumpliste.

– ¿Cómo te llamas?

– No hace al caso.

– Soy muy buen fisonomista.

– Me alegro.

– No me olvidaré de tu cara.

– Me ahorras el regalarte una foto, gracias.

– Si es una trampa terminaré metiéndote un tiro en la jeta.

Se me iban acumulando las posibles venganzas, al Inglés le había dicho lo mismo.

– Puedes dormir tranquilo, José, no tendrás por qué matarme.

Capítulo 18

El día de la Virgen, en contra de la tradición, salió espléndido, todo azul, ni una nube empañaba la silueta de los montes ni la del castaño de Pobladura que parecía poderse empuñar por quien tuviera ganas de hacerlo con sólo extender el brazo. La campa de Dragonte, la de la anteiglesia, amaneció con los tenderetes de fiesta, menos que en otras porque el comercio principal de la romería era el santificado, el del puesto que don Recesvinto montaba en el atrio, estampas, medallitas y escapularios bendecidos de la Virgen de Dragonte para mejora del cuerpo, de los males de cualquier parte del cuerpo, curaba todas las enfermedades, no era tan sólo especialista en garganta, nariz y oído como su competidora santa Águeda, por eso no subían los puestos de montaje complicado, el del coche para probar la fuerza, por ejemplo, no les merecía la pena un transporte tan duro. Los objetos benditos los fabricaba el párroco, las oraciones y foto de la imagen en la imprenta El Templario, de Ponferrada, y los lazos y abalorios en la catequesis, las chicas practicaban así, de paso y gratis, el corte y confección, el lema de don Recesvinto era el ora et labora de los cistercienses por más que no podía verlos ni en pintura, a los jesuitas menos. El destino de los fondos obtenidos con tal mercancía se ignoraba aunque todos conocían otra de las frases favoritas del cura, la sacaba al casual en la partida de dominó.

– El sacerdote debe vivir del altar.

– Sí, don Recesvinto.

– Los favores de la Virgen, por no llamarlos milagros, cosa a la que tuerce el morro el obispo, no tienen precio.

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