– Exacto. Ésa sería la prima final, yo no me voy a quedar a vivir aquí eternamente y se la dejaré a quien me ayude.
Eternamente, los compases de In a Monastery Garden sonaban ridículos en aquel clima, pensó en su última voluntad, enterrado bajo los pavíos, pensó en Maude, mejor no pensar en nada.
– ¿Por escrito?
– ¿De qué valen los documentos escritos en los tiempos que corren? Usted, por ejemplo, tiene una ficha en Gobernación, ¿sabe lo que pone?, en paradero desconocido, eso no vale nada, valen los hechos, que alguien la pierda en la montaña de expedientes o que alguien la encuentre sobre la mesa del comisario con una dirección conocida.
– Si quiere asustarme -procuró contener la indignación y el miedo- pierde el tiempo.
– Si se asustara fácilmente no me interesaría su ayuda.
– No hay quien controle toda la peña.
– Intentémoslo y rápido. Esto se acaba.
– ¿La guerra?
– Puede que también la guerra, pero me refiero al desmadre. La Compañía Minera de Montañas del Sur ha denunciado tantas pertenencias como para cubrir toda la sierra Bimbreira, hasta han pensado en el nombre de la futura mina y todo, Mina Currito.
– Una gilipollez de nombre.
– Sí, no es muy propio, pero están capacitados para dar con el filón básico. Hay que estimular al personal para que lo localice antes de que se establezca la compañía.
– ¿Existe?
– Seguro, lo que ustedes están arañando ahora son sus excrecencias. Bueno, ¿acepta mi propuesta?
– Tengo que pensarlo.
– El nueve es feria en Cacabelos, allí le espero para concretar nuestros planes.
– ¿Y si no acepto?
– Por favor, Expósito, seamos serios.
Sin añadir una palabra más, el Inglés dio media vuelta y se marchó, su prepotencia me dejó temblando, sabía demasiado y mis papeles no podrían resistir una investigación mínimamente seria, me entraron unas ganas locas y tuve que ir al excusado a tirar de los pantalones, me iba piernas abajo enfurecido por mi flaqueza, no me había ocurrido nunca eso de cagarme de miedo, me acuclillé sobre la placa turca, siempre he meditado bien haciendo mis necesidades, un placer fisiológico que estimula mi imaginación, si es sobre una taza de porcelana se me pasan las horas sin darme cuenta, de ser verdad no era mala la proposición, me distraje con las pintadas obscenas de las paredes, «viva el coño de las mujeres de la guardia civil», era la más rebelde, volví a indignarme cuando Olvido se me enredó en los pensamientos, en un sitio así me pareció de muy mala educación pensar en ella, soñé despierto que estábamos en la finca del camino de Carracedo, los dos juntos, solos, en nuestro hogar, cuidábamos de las gallinas, regábamos la huerta y enlazados por el talle contemplábamos la puesta de sol, un destino feliz que contrastaba con el que se produciría de cumplirse la amenaza de mister White y con el sórdido lugar en donde se desflecaban mis opciones, la margarita de acepto, no acepto y la de huyo, no huyo, pero ¿adónde huir?, en cualquier otro sitio era cuestión de tiempo el que se me plantease el mismo dilema, y no quería alejarme de Olvido, no podía dejarla en manos del primer señorito de Villafranca que heredara a un tío de América, estaba convencido de que el dinero era el único obstáculo que ponía don Ángel a nuestras apenas existentes relaciones, tú vienes de buenos pañales, chaval, si tuviera una finca de mi propiedad cambiaría el panorama, en eso tenía razón don Guillermo, la propiedad de la tierra era el objetivo final del wolfram, a Jovino no le dejaría en la estacada, contaba con Carín y la cuadrilla de Quilós, seguiríamos en contacto, se me iba pasando el miedo, pero no quería precipitarme y decidí consultar con la almohada, para mí el sistema más eficaz de echar a cara o cruz, si sale cara gano yo, si sale cruz pierdes tú, decíamos de críos, un truco que sólo me funcionaba en sueños, me fui a la cama sin despedirme de nadie.
– Mañana hay que madrugar.
– ¿Para qué? Por mucho que madrugues te levantas en ayunas.
– Así te luce el pelo, manguelo.
Los contertulios de Perrachica se fueron retirando a la palloza contigua que hacía las veces de dormitorio colectivo, las colchonetas, rellenas con hojas de maíz, sonaban como maracas con las vueltas de los insomnes, pero los cuerpos estaban demasiado fatigados, no los afectaba el ruido, la humedad, ni siquiera la insistencia de las pulgas, alguien roncaba en una esquina, en la opuesta un hincha repasaba las paredes del cenobio, equipos de fútbol publicados en Marca, diario gráfico de los deportes, la Cultural Leonesa, el Cristo Olímpico y a página doble el Atlético de Bilbao.
– ¿Quién ganará la Liga?
Antes de retirarse, Jovino se interesó por la amputación de Ricardo García Gallardo.
– ¿Qué tal va eso?
– Mejor, pero no me atrevo a quitarme el calcetín, no vaya a sangrar de nuevo.
Un caso más que de mala suerte de inexperiencia, con un tercio de cartucho en la mano, lo justo para meter el detonador, y le explotó por confiarse, por encender la mecha antes de tiempo, no fue en una voladura de rocas sino en el río, en Villadepalos, por pescar truchas con tan expeditivo sistema, junto a lo de Mayorga el viejo, el herrero, el que le atendió, si vas al médico la liamos todos, que de dónde sacaste la dinamita, que si tal y cual y buena se arma, trae acá, por encima de la muñeca le colgaban flecos de carne y tendones chorreando sangre, eres un estúpido, le increpó Ausencio, pero ayudó en la cura, no en vano eran hermanos de leche, Mayorga, con unas tijeras, le aseó el muñón, taponó el chorro con una caja entera de gasas y sujetó el aposito con un calcetín de color rojo, Ricardo blasfemó como un valiente y tuvo el gesto olímpico de despreciar el único resto de su izquierda, el pulgar que alguien localizó en una mata de ortigas a más de treinta metros, lo tiró al Sil.
– Para lo que me va a servir.
Jovino le dio unas palmadas de consuelo en el hombro.
– Bah, no te preocupes, dentro de un mes ni te acuerdas, como si hubieras nacido manco. Buenas noches.
– Buenas las tuyas, carota.
Las noches de Jovino eran el rumor picante de la fonda de los Pousada, no dormía en la palloza y las malas lenguas rumoreaban que se acostaba con la Prisca, las mismas lenguas viperinas también decían que Eloy se acostaba con Celia, y las más sabias juraban por los clavos de Cristo que los cuatro hacían cama redonda en la única cama con jergón que había en la casa.
Hay decisiones de las que uno se arrepiente nada más tomarlas, no me refería a la propuesta de mister White sino a lo de aceptar enchiquerarme en el cubículo bajo la escalera, sentí una claustrofobia agónica, la mecánica de sus pequeñas dimensiones y la moral de sentirme otra vez preso me agobiaba, el haber cedido mi voluntad soberana y quedar en manos de otro, disponible, a resultas de una gestión en la que yo no podía intervenir, un bochorno húmedo me hacía sudar como en un baño turco sin las molestias de los maricones que, según dicen, pululan por esos sitios, mínimo consuelo, me desabroché la camisa y me despojé de las sandalias, las del innombrable, un número mayor del que me correspondía, las cucarachas nada me iban a hacer, las dejé deambular sin retirar los pies, las pisadas en el cuarto de arriba, diferenciaba las rítmicas, dueñas de sí misma en el papel de ama de casa, de Angustias, y las descompensadas de Ángel hijo, su defecto físico acentuado por el continuo cabreo, no sonaron las de Nice, estaría ya en la cama, me imaginé el pánico que generarían las pisadas, escalón a escalón, de los que en su día buscaran al topo refugiado en la zahúrda en que yo me encontraba ahora, diminuto hueco bajo las escaleras, de puerta disimulada con el mismo papel de la pared de la rebotica y el hacinamiento de bártulos medicamentosos, más de uno había salvado allí el pellejo a pesar de sus ideas políticas contrarias a las del farmacéutico, cabía justo una silla para estar cómodamente sentado, ¿cuánto tiempo?, una hora, quizá más, pero imaginarme allí dentro días y días sin ni siquiera poderme poner en pie era una tortura de checa, no sé por qué había aceptado, como siempre por la autoridad moral de don Ángel, «métete ahí, ya me desharé de ellos», una decisión rápida pues estaban encima, casi sin tiempo para instalarme en el refugio carcelario y sonó la campanilla de la farmacia, pasaron directamente a la rebotica y por la rendija del mal ajuste de la portezuela los vi, ojalá no se advirtiera la grieta desde el exterior, sin luz imposible, me tranquilicé, de las dos personas inquisitoriales reconocí a una, la que no hablaba.
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