Raúl Garrido - El Año Del Wolfram

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El wolfram es un elemento básico en tiempo de guerra, el acero de las armas lo necesita. En la primera mitad de los años cuarenta se descubre este mineral en el Bierzo y, si los alemanes lo pagan bien, los aliados mejor, para que no llegue a manos del III Reich; la gente sube a la peña del Seo provista de pico, pala y pistola. En los años del hambre uno podía hacerse rico de golpe con un mínimo de suerte y un máximo de audacia. Ausencio sube a la peña en busca de su fortuna, de su identidad perdida y de su amor imposible. Las leyendas de tesoros ocultos se entremezclan con el recuerdo del oro romano de las Médulas y la misteriosa realidad del Inglés con la clara premonición de la Bruxa. "El año del wolfram" fue un tiempo mágico, un espejismo brutal, una historia cuyo desenlace se resuelve en sucesivos desenlaces insólitos. El elón alado, dulce compañía de Olvido, existe, la verdad no es siempre verosímil.

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– Voy a bajar.

Abrazándola, con la fuerza de las razones oscuras, o tan claras que se vuelven ilegibles, me salió el poema que me había prometido para mí solo, tan hermético que ni yo mismo lo entendí, y sin embargo era la explicación definitiva: «Soy, hijo perdido sin salir de madre, / como un río que sigue creyéndose su fuente. / Y el amor me aconseja la piel como una esencia / untada, como un tacto que ignora su materia. / Redacto la obediencia magnánima, el desconcierto / ejemplar, y recorro la piel como un erizo, / cálido de enemigas púas atenuadas. / Cuando el amor me saque de ignorancia, deduzco / que la voz es un sueño inapetente, un descanso, / un alvéolo de silencio, / y daré por terminado mi arco iris tenso.»

– Ni se te ocurra, listo, es un accidente laboral y si la metes se te complica, tranquilo.

De tranquilo nada, mi conciencia no me lo permitía, mi imagen ante Olvido se desmoronaría con una conducta tan egoísta, no estaba muerto puesto que se agitaba, levantaba un brazo en ademán de socorro, no podía separar la vista del caído, alguien se acercaba a auxiliarle, un hombre al que vi con espanto transformarse en un reptil asqueroso, ofidio de longitud eterna, boa constrictor de colores brillantes acercándose al cuerpo herido, una sierpe inverosímil provista de múltiples extremidades que lo registraron a fondo apoderándose de todo lo que de valor contuvieran sus bolsillos, y por último lo más repugnante, despojándole en vida de sus botas de monte, desde tan lejos parecían de cuero auténtico, no me pude contener y grité con todas mis fuerzas:

– ¡Eh, tú! ¡Hijo de puta!

Debió de oírme, la enorme culebra excavó con sus cien pies provistos de garras una tumba en la que se enterró desapareciendo de mi vista, en su lugar quedó el miserable ladrón, asustado, desapareció a la carrera, me precipité cuesta abajo con una mínima precaución para no romperme la crisma, un terraplén casi vertical por el que saltaba procurando no destrozar el botiquín de Jovino.

– Vive, te acompaño.

Me alegró el oír sus zancadas tras las mías, su experiencia reconfortaba, poca gente subía a la peña con un botiquín de primeros auxilios, el amigo Menéndez era un tipo tan extraño como la fauna fantástica de leones y serpientes que merodeaba por mi cerebro, recordé nuestra también extraña forma de conocernos, no había localizado a Carín y cuando, tanteando de calicata en calicata, me detuve en una que prometía, su voz sonó recia, imperativa, en un tono característico y ya inconfundible.

– ¡Relevo!

Di media vuelta y me sorprendió su figura, su fuerte complexión y la bailarina del bíceps, pero en especial su mirada, había algo en ella que no cuadraba en el enfrentamiento y que no supe descifrar hasta el desenlace del mismo.

– No me da la gana.

– ¿Te convence este cacharro?

– ¿Qué pasa? ¿Eres un matón de los del Gas?

– ¿Les tienes miedo?

Me apuntaba con una pistola, una Bayard del nueve corto, y sin embargo hablábamos como si se tratara de una partida de mus, a ver quién paga las copas.

– No le tengo miedo al Gas, ni a ti, ni al moro Muza.

– Te voy a dejar seco.

– Se acabarían mis problemas y empezarían los tuyos.

– Listo, ¿sabes que ese buraco es demasiado para ti solo?, ¿tienes experiencia en perforaciones?

– No.

– ¿Dinamita?

– Tampoco.

– ¿Algún arma?

– Tampoco.

– ¿Pues qué coño tienes tú, chaval?

– Cojones.

– Listo, eres el socio que andaba buscando.

Guardó la pipa y se explayó en un barroco argumentario de refranes, «si estás solo y vas a Sevilla, pierdes la silla», como la proposición me pareció justa, lo que sacáramos a medias, acepté.

– Choca la pala, chaval. Jovino.

– Ausencio.

El apretón de manos selló el pacto, se prolongó en un pulso de tanteo, hubiera triturado los huesos de mucha gente pero yo resisto lo mío, aflojó cuando consideró que estaba a punto de vencerme, insólito detalle de buen gusto, se distendieron nuestras sonrisas y caí entonces en el significado de su mirada, simpatía, desde un principio nos sentíamos cómodos el uno con el otro, en nuestros ojos las páginas del contrato estaban abiertas, las habíamos firmado sin leer por pura simpatía y nos fiábamos hasta de la letra pequeña. Forcejeamos en la calicata del relevo hasta que el grito nos cortó la respiración, bajábamos a tumba abierta, yo era más ágil y le saqué un buen trecho, sonreí sin hacer comentario alguno.

– Listo, ahora sé por qué dicen que los de Quilós corren por dos.

– Valen.

– De momento corren.

– Está destrozado, ¿qué hacemos?

Sangraba como un cocho en la masera, puede que tuviera los huesos astillados, lo más espectacular era el cráneo, rajas de sandía.

– De momento taponarle o se le acaban los cinco litros.

Jovino metió las gasas por las heridas con la misma delicadeza con que se estopa una cuba, la seguridad de sus movimientos inspiraba confianza.

– Ya vuelve en sí.

– ¡Dios! ¡La madre que parió a Cristo!

– No blasfemes, coño.

No sé por qué lo dije, mis relaciones con la Iglesia distaban de ser cordiales, recordé el rótulo de un bar en Rubielos de la Mora, «prohibido blasfemar sin motivo», y le di la razón, aquel hombre tenía un buen motivo, no le iba a perjudicar el desahogo.

– Me voy a cagar en lo más barrido, me estoy muriendo.

– Por mí no te prives, chilla.

– ¿Cómo está?

Lo preguntó alguien, se habían arremolinado en olor de multitud solidaria, lo que ocurre es que en los accidentes, como en las pistas de baile, a nadie le gusta ser el primero, pero cuando sale la primera pareja entonces sí, hala, al barullo, se presentó como cuñado y se responsabilizó del traslado a casa del médico más próximo.

– A Villafranca, al doctor Vega, en la calle del Agua.

– Te acompaño.

– Quédate -me detuvo Jovino-, tenemos que hacer planes, socio.

– Cuentas.

– Y más cosas.

Me hubiera gustado acompañarle por si el azar me cruzaba con Olvido, a menudo nos avergonzaríamos de nuestras mejores acciones si se adivinara el motivo que las origina, pero esta vez no, había obrado con una espontaneidad desinteresada, la misma que me impulsó a aceptarle como compañero de fatigas, de futuros esfuerzos, confiaba en el género humano, uno de los frutos engañosos del amor, me quedé con él y dejé al cuñado y a los de su cuadrilla, la de Páramo de Órbigo, encargarse del traslado.

– Una caballería, por favor.

– Te la alquilo -se disculpó el buhonero-, de algo hay que vivir.

– Venga, arriba.

Le cabalgaron entre ayes y blasfemias curiosamente eufemísticas.

– Me cago en Diógenes, me muero.

Se les iba a despiezar por el camino, para evitarlo en lo posible le ataron a la espalda dos leños de galleiro, «me cago en Cristóbal Colón», después supimos que el tipo se había salvado, eso sí, cojitranco y afásico, todo un logro, según el doctor, primo de doña Dositea, por el sentido común de la cura de urgencia, más fama para Jovino; me cogió del hombro liberándome de los curiosos.

– Vamos a casa de los Perrachica, es una buena fonda, allí podemos hablar tranquilamente.

Capítulo 8

El Inglés, cuando terminó de instalar su villa en el camino de Carracedo, no pudo evitar la reflexión contra la que tanto le habían prevenido. ¿Qué siente una persona cuando cae en la cuenta de que le han metamorfoseado en espía? Lo más sensato era no pensar en nada, tenía las suficientes obligaciones para que el ejercicio mental no resultara imposible, en tiempo de guerra las preguntas trascendentales de ¿quién soy?, ¿qué quiero hacer de mi vida?, se degradan a un plano más ramplón e inmediato porque no se trata de hacer algo de la vida de uno, sino de conseguir algo con dicha vida, cumplir un objetivo, le habían especificado uno muy concreto en la batalla del wolfram y lo iba a cumplir, punto, era un patriota, ni siquiera se haría la pregunta más terrible y constante que se plantea en un conflicto bélico, ¿cómo terminará?, punto, no pensar en nada salvo en mantener su doble personalidad, si ganamos seré un héroe, si perdemos un traidor, la acción ayuda, la de apoderarse de la nueva fuente aparecida en la peña del Seo, por dinero que no quede, por astucia tampoco, las minas de la Cabrera estaban ya en poder de los alemanes, los yacimientos de la peña debería contratarlos él, repasó la historia una vez más, hablaba español con acento del sur, sus experiencias en la península Ibérica habían comenzado muchos años antes, en una obra de ingeniería civil, en el tinglado metálico del puerto de Almería, de ahí el acento, después con las minas, el estaño de Galicia, el último merodeo le ubicó en el Bierzo y ahora, en tiempo de guerra, sus conocimientos habían adquirido un valor estratégico, el desenlace, el fallecimiento de muerte natural, estaba por inventar, lo más difícil e ingrato de la operación era asumir la nueva biografía del falso William White, tenía gracia la casualidad capicúa de la doble W, símbolo químico del wolframio, todo sirve y la firma era una clave, W. W., muy importante, W., lo hay, Bill, ni rastro, una suerte que no tuviera hijos, la esposa, Maude, era bella como una artista de cine, de cara ovalada y larga melena rubia, contempló la foto que presidía su escritorio, no pensar en la familia, Maude se quedó en su ciudad natal, en Chester, antigua fortaleza romana sobre el río Dee, no vuelvas de vacaciones, es peligroso, los submarinos, etc., en el quince de la típica Watergate Street Rows, el corazón comercial de casas estilo tudor con aspecto de pulcras casas de juguete, allí a nadie se le ocurriría envolver el pan con papel de periódico y mucho menos tirar el envoltorio a la calle, las murallas de la city le proporcionaban un plus sicológico de seguridad, logró convencerla y su labor no pudo así comenzar con mejor pie, ocurra lo que ocurra le quedará una buena pensión, me gustaría que también me enterrasen aquí, en la huerta, bajo los plantones de pavío que crecerán hasta convertirse en los más hermosos árboles frutales del valle, funcionó la coartada de una buena tierra en la que afincarse definitivamente y el ensayar nuevos cultivos, resultaba absurda la abundancia de viñas con tanto regadío, para entretenerse probó con matas de fresas, el estiércol de las palomas le irán bien, ensayaría otros más y flores, hortensias de colores varios, para ganarse la vida están las gallinas, la avicultura es una buena fuente de ingresos y el laboreo de una granja justifica los movimientos, los habitantes de esta zona pasan necesidades, pero hambre, lo que se dice hambre, no porque todos disponen de un palmo de terreno de excelente huerta, casi todos, pero los huevos se los quitaban de las manos, no tenían mucha imaginación para los negocios, mejor no fiarse tanto como para sacar conclusiones generales, lo del wolfram era un negocio demasiado atípico y el carácter de esta gente se crece ante los juegos de envite, los apasiona el juego, consideró sumamente peligroso el juego en que estaba metido, repasó cien veces la instalación de radio, un transmisor/receptor superheterodino, último modelo, disimulado en el tabique tambor de la sala, un hueco de cuatro metros cuadrados sin ventilación, ningún hueco a la calle, al campo, la casa más próxima tenía tres cuartales de por medio, la radio era una seguridad complementaria que podía ser su perdición, un error en las claves, una voz reconocida y se acabó, con los maquis lo más complicado, con Londres lo de mayor riesgo, sólo para llamadas de extrema gravedad e importancia, mejor reducirlas a cero, si todo iba normalmente a nadie le extrañaría la ausencia de mensajes, ahora comprendía la frase de caminar sobre el filo de una navaja, no pensar en nada, en lo que harían los suyos en una ciudad bombardeada hasta el exterminio, recurrir al autocontrol, no, era un inglés misántropo en el extranjero y nada más, deslizarse entre verdades a medias es todo un arte, la verdad es una mentira que todavía resiste y con gente de confianza alrededor más fácil de sostener, las pequeñas faenas domésticas y avícolas las solucionó con éxito, recordaba el trato con Carmen, la Pesquisa, parecía inevitable lo de tener apodo, a veces incongruente, le pusieron el Inglés en cuanto dijo ser de Escocia, concha en Buenos Aires, potorro en Bilbao, chocho en Madrid, en castellano vulva, lo que nadie decía, aquí pesquisa, delicada parte anatómica con la que Carmen se ganaba la vida de muy mala manera, en burdas juergas para hombres solos, tras el juego de chapas, cuando corría el coñac y la impotencia, a ver, el tonto que le eche un polvo a la Pesquisa, el tonto era un pobre chico mongol acetonúrico o parecido que se follaba a la pobre Carmen entre risas canallas en medio de un corro de mirones que arrojaban monedas según el entusiasmo con que la pareja se entregara a la faena, un brutal espectáculo más propio del sur, no pensar en nada, la abordó a la salida de una de esas fiestas y la infeliz, puro reflejo condicionado, se arremangó las faldas, le costó entender la propuesta, con otras palabras le explicó que necesitaba la lealtad de un perro agradecido.

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