Raúl Garrido - El Año Del Wolfram

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El wolfram es un elemento básico en tiempo de guerra, el acero de las armas lo necesita. En la primera mitad de los años cuarenta se descubre este mineral en el Bierzo y, si los alemanes lo pagan bien, los aliados mejor, para que no llegue a manos del III Reich; la gente sube a la peña del Seo provista de pico, pala y pistola. En los años del hambre uno podía hacerse rico de golpe con un mínimo de suerte y un máximo de audacia. Ausencio sube a la peña en busca de su fortuna, de su identidad perdida y de su amor imposible. Las leyendas de tesoros ocultos se entremezclan con el recuerdo del oro romano de las Médulas y la misteriosa realidad del Inglés con la clara premonición de la Bruxa. "El año del wolfram" fue un tiempo mágico, un espejismo brutal, una historia cuyo desenlace se resuelve en sucesivos desenlaces insólitos. El elón alado, dulce compañía de Olvido, existe, la verdad no es siempre verosímil.

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– ¿Para fabricar explosivos?

– No, my God.

– Es broma, es que con la fiebre minera ya sabe, lo mezclan con gasoil y se ahorran la dinamita.

– Abono, para abonar la huerta y el jardín, con el amónico salen unas hortensias azules fantásticas.

El Inglés sabía mucho de agricultura, apareció en Cacabelos pocos meses antes y compró una finca en la margen izquierda del río, hacia Carracedo, una buena tierra mal explotada, al firmar el talón de la compra con sus iniciales le dijo el director del banco, para hacerse el simpático, es usted un hombre de suerte, su nombre es capicúa, doble uve doble, había firmado «W. W.». No, soy un hombre de suerte por la compra, he dado media vuelta al mundo hasta encontrar una tierra como ésta, frase que le ganó las simpatías del pueblo.

– Aquí tiene, ¿algo más?

– Voy a tener que subir a la peña, me han encargado un estudio geológico.

No es que fuera muy explícito lo del encargo, pero nunca se había referido a nada suyo personal y don Ángel se volvió a sorprender, sus charlas de café tendían a lo metafísico.

– Caramba, sabe usted de todo.

– Soy edafólogo, sé del suelo y poco más. Es un encargo que me complica la vida. Necesito un ayudante, ¿no conocerá a alguien?

– Hay cientos en busca de trabajo.

– Joven y de confianza. Había pensado en su joven protegido, ¿qué le parece?

Un día de sorpresas, sí, señor, eso era pasar del arcano a la confidencia. El farmacéutico recordó algo, pero sobre todo hizo el paréntesis para ganar tiempo y reflexionar.

– Me permite, por favor, tengo que hacer una llamada.

Dalia, la Corina, la telefonista, le puso con Villafranca y pulsó el interruptor, le gustaba oír ciertas conversaciones, pero se privaba de las de don Ángel desde que éste, dándole en vez de un analgésico para el dolor de cabeza unas píldoras de purgante aloico que la clavaron en la taza del retrete dos días seguidos y no se la llevó el desgaste de milagro, le dio a entender que no estaba bien aplicar el oído a lo que no la incumbía.

Dositea afirmaba con movimientos de cabeza y tomaba mentalmente nota de las instrucciones con relación a la ropa de caballero pasando por alto el retintín con que él pronunciaba lo de caballero.

– …cosas prácticas para el invierno, ahora con una camisa va que chuta, pero en cuanto llegue el frío se pela, le haces un paquete y se lo mandas a Quilós, total, a ti no te sirven de nada, ¿verdad?

Un recordatorio cruel a la ausencia del marido del que se arrepintió de inmediato, quería decir que tenían que ayudarse unos a otros, no eran tiempos de abundancia y si a uno le sobra y a otro le falta lo mejor es un empate. Se despidió de su prima y volvió al tema del Inglés.

– Es un chico voluntarioso e inteligente.

– Hermosas virtudes, pero yo pregunto si es honrado, tendré que depositar en él mi confianza.

Cuando la miseria galopa sin freno y el problema es la subsistencia física, tener confianza en un amigo, en un socio, en un sirviente, es algo que no garantiza ni el certificado de buena conducta.

– Sí, es de confianza.

– ¿Le importa que le haga la oferta de empleo?

– Al contrario, y no sabe lo que me alegraría que llegasen a un acuerdo, lo malo es que también a él le ha entrado la fiebre del wolfram.

– Intentaré convencerle.

– Ojalá lo consiga.

No estaría nada mal que José aprendiera un oficio y al mismo tiempo se alejara de la dichosa peña del Seo, pensó don Ángel, aunque ya es mayor de edad y dueño de su destino, no se le ocurrirá a esa insensata mandar a la niña con el paquete a Quilós, no me gustó nada su forma de mirarla en plan chivo agónico y enamorado, lo que nos faltaba, con lo del Inglés se me pasó advertirla.

Olvido iba en la camioneta de Turo con el bulto en el regazo, acariciando el papel de estraza, sumida en la angustia de ojalá esté en casa pero mejor que no esté, qué vergüenza, me lo va a notar; nerviosa, creía que los pasajeros estaban pendientes de su menor gesto y preguntándose por el contenido del envoltorio, en un anuncio, «aceite inglés, ya sabes para lo que es», no lo sabía, soy una descarada pero no me atreveré a mirarle a los ojos, tienen un algo especial, mucho menos a decirle ven conmigo como en los sueños, decían que Enedina, la Bruxa, preparaba unos polvos de venteconmigo a base de lágrimas de mochuelo y pelo del ser amado, pero quién consigue el pelo, Virgen de la Quinta Angustia, qué palpitaciones, en otro anuncio, «madre, criando a tu hijo al pecho cumples un sagrado deber y le evitas grandes peligros», le crecían por momentos o era su agitada respiración lo que provocaba el sofoco de, de algo que no se lo diría ni a su mejor amiga, y menudo trago el confesarse con don Sergio, se había masturbado pensando en él, puede que se le pasara con un cilicio.

El coche la dejó en el cruce de la nacional VI, en el mojón 405, marchó a pie entre viñas bien sulfatadas y manzanos mal podados, el sofoco, lo que fuera, alteró el sentido de lo que estaba haciendo, trató de calmarse, cumplía un recado más, en la puerta de la Gallarda estaba Vitorina, esperándola, alargó la pesada caja sujeta con bramantes a la mujer de luto, sería de la misma edad que su madre, pero parecía mucho más vieja que Dositea, más castigada por la huerta, el campo, los hombres, más morena de sol y arrugada de soponcios, pero no menos cariñosa.

– ¿Qué haces ahí como un pasmarote, Olvidín? Anda, entra

Imposible, si está dentro me muero y si está y no entro también, no puede ser, pero si desprecio su invitación se sentirá ofendida y no se lo merece, algo hocicaba entre sus pechos forcejeando por salir a la superficie, un animalillo temeroso, sintió el arañazo de sus patitas cuando se decidió a entrar, no sabría decir si fue amable o no, lo intentó con trivialidades de «¿qué tal estás?» y similares, Vitorina sí lo fue de veras, «toma, le llevas estas cerezas a tu señora madre, que muchas gracias por la ropa, que no debía haberse molestado», puede que ni devolviera las gracias, tan grande era su decepción, no se vislumbraba alma alguna del sexo opuesto en toda la casa, se despidió con un sobrio «adiós», para eso tanta molestia, tan ponerse en evidencia, soy una estúpida. No habría caminado cien metros del desasosegado y triste regreso cuando sonó una voz inconfundible.

– ¡Olvido!

Le vio correr hacia ella, sonriente, una sonrisa tan contagiosa que el paisaje entero sonrió avivando sus verdes y azules. Le costó un esfuerzo inaudito poner un tono de indiferencia en la sorpresa.

– Ah, eres tú.

– Estaba arriba, en el desván, preparando los bártulos, por poco te me escapas.

– A lo mejor te escondías.

– Tonta, me alegro tanto de verte, no sé qué decir… deduzco que la voz es un sueño inapetente, un descanso, un alvéolo del silencio…

– ¿Es un verso?

– Sí, se me ha ocurrido ahora mismo, no sé.

– Tengo prisa…

– Pero no tanta como para no darme un beso de despedida, ¿no?

Le vio inclinarse sobre su rostro y se sintió desfallecer, no podía negarse, era normal entre parientes y, aunque ellos no lo fueran entre sí, en la farmacia los habían presentado como tales dada la amistad con don Ángel, colocó la mejilla en la postura adecuada, detectó el falso movimiento de él, pero no hizo nada para evitarlo, José Expósito la besó en los labios.

– Ausencio…

El mundo cesó de girar y la inercia arrojó a uno en brazos del otro, se sintieron culpables y felices, la vida merecía la pena de ser vivida, fue un instante de eternidad desesperada, del contacto de ambos cuerpos surgió un maravilloso animal, enorme felino de cuerpo elástico y musculoso, cabeza tremenda y melenas al viento, su larga cola parecía una estela de fuego, brillaba al sol su pelaje liso, el más bello león que pudieran imaginarse y tan diferente, tan de ellos, que no los sorprendió su existencia, tampoco les inspiró temor, al contrario, una gran confianza, abrió sus inmensas alas gualdas y se sintieron protegidos en su sombra, revoloteó a su alrededor durante aquel eterno latido y después voló alto, por el azul del cielo, hasta desaparecer en el campo de las Danzas, en el pico de La Quiana, la montaña mágica del Bierzo.

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