Jorge Edwards - El whisky de los poetas

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Este trabajo reflexiona acerca de las particularidades del ensayo focalizadas en Desde la cola del dragón, El whisky de los poetas, Diálogos en el tejado, Machado de Assis y La otra casa. Ensayos sobre escritores chilenos del escritor chileno Jorge Edwards. Los trabajos que componen estos libros tienen la particularidad de transitar por esa delicada línea que separa el ensayo de la crónica e incluso de los artículos periodísticos. Esta suerte de indefinición fortalece uno de los aspectos centrales del ensayo: su difuminación sustantiva, particularidad que se expresa en el modo en que apela a retóricas que no siempre se mantienen a lo largo de los trabajos. La errancia del género permite entremezclar discursos y dejar a la vista una subjetividad evidenciada en un yo que se hace presente en las marcas valorativas y en el objetivo que persigue. Los ensayos que integran estos libros operan como un banco de prueba de la obra del ensayista escritor.

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Pues bien, en un congreso de escritores celebrado en Brasilia, hace cuatro o cinco años, tuve que leer un texto, un "paper", y comencé por relatar una anécdota que me había tocado vivir, en la década de los sesenta, junto a Pablo Neruda. Neruda me propuso que viajáramos juntos, en su automóvil, a Isla Negra, y yo, ingenuo, sin saber las complicaciones que podía acarrear un viaje con Neruda, acepté feliz de la vida. Después de cruzar el sector de la Estación Mapocho, esto es, mucho antes de salir rumbo al poniente, el poeta decidió bajarse a visitar "un momento" el Mercado Persa. Al cabo de un recorrido que fue largo y que fue historiado y lento, el poeta descubrió una enorme y enmohecida cadena de barco debajo de una mesa. Desde ese preciso instante, resolvió que la vida no tenía el menor sentido sin la posesión de esa cadena. Dio un par de cheques a fecha, porque los gastos del poeta solían ser superiores a los ingresos, y entró en complicados tratos para conseguir que un camionero le transportara la enorme cadena a su casa de Isla Negra. El camionero y su camión aparecieron, en efecto, al día siguiente, y la cadena quedó colocada en el jardín, con uno de sus extremos asomado al barco de madera donde el poeta solía sentarse a la hora de los aperitivos y con el resto caído en la tierra, formando un montón de poderosos eslabones, en un azar más o menos "orientado".

Muchas veces me pregunté por las motivaciones subjetivas, íntimas, misteriosas, que habían llevado al poeta a fijarse en esa cadena y a darse tanto trabajo para instalarla en el jardín de su casa. Aun cuando había abandonado hacía muchísimos años la atmósfera marítima, sumergida, informe ("como cenizas, como mares poblándose"), de Residencia en la tierra, había una parte de su personalidad que seguía anclada en esos territorios. No uso la palabra "anclada" sin intención. Esa formidable cadena del Mercado Persa había servido para lanzar un ancla, para clavarla en los puertos y para levantarla en los comienzos de los largos viajes. El Neruda portuario de los años del Extremo Oriente, el de Rangún y el del barrio de Wallawatta, en Ceylán, el de las despedidas al estilo de "Tango del viudo" y el de las travesías oníricas como la del "Fantasma del buque de carga", con ese objeto tan pesado y tan enigmático en su inutilidad. No lo comprendí muy bien cuando el poeta discutía interminablemente con el camionero y yo estaba impaciente por seguir el viaje a Isla Negra, pero empecé a comprenderlo con el tiempo, con la garúa, con la relectura de la poesía.

En mi intervención en el Congreso de Brasilia, conté la anécdota de la cadena, la interpreté en forma rápida, con la misma impaciencia que me había dominado en esa mañana remota en que la encontramos, y pasé a ocuparme de otros asuntos en apariencia más serios. Después se me acercó un intelectual francés, filósofo y critico estructuralista y me dijo lo siguiente: "La historia de esa cadena había empezado a intrigarme y a interesarme mucho. ¡Por qué la abandonó usted de un modo tan brusco, en la mitad de su exposición!" Me quedé perplejo. "Supongo -le respondí, después de unos segundos de silencio- que porque soy sudamericano, porque no soy filósofo francés". El filósofo sonrió, pero no creo que en su fuero interno me haya disculpado.

Con justa razón, por lo demás. Si me hubiera mantenido en el tema de la cadena sin impacientarme, sin tratar de abarcar demasiado, me habría salido un texto más simple y más eficaz, redondo y sólido como la cadena misma. Una cadena, sobre todo si ha recorrido todos los mares de este mundo, los de los trópicos y los del Cabo de Hornos, no es un objeto cualquiera, y menos cuando la mirada de un poeta la detecta, la separa, la incorpora al conjunto de sus colecciones.

Trató de aplicar la historia de la cadena de Neruda al problema de los "papers" de fines del trimestre, problema que provoca grandes insomnios y angustias, y noté que mis alumnos me miraban con una perplejidad parecida a la que yo demostré frente al filósofo estructuralista. Me dije, sin embargo, que la gente de esta ciudad barrida por la nieve y por vientos glaciales, polares, es astuta, de entendederas rápidas. Pensé que mi experiencia con esa cadena famosa no caería en saco roto.

El diccionario de las ideas recibidas

No me canso de admirar y recordar el Diccionario flaubertiano de las ideas recibidas. Vivimos rodeados por una selva mental, por una maraña de obsesiones, de lugares comunes, de ideas recibidas y congeladas. Nuestras peores cárceles contemporáneas son cárceles intelectuales, que tienden a transformarse muy pronto en prisiones reales y tangibles, en gulags.

Asisto a un foro académico y me esfuerzo por transmitir una visión matizada, razonable, no exclusivamente negra, como es la costumbre actual, del momento latinoamericano, y me dicen: "Interesante, pero excesivamente optimista". ¡Ni siquiera tenemos derecho al optimismo, esa actitud tan higiénica del espíritu humano!

Yo me pregunto si el pesimismo absoluto, la noción, que parece haberse puesto de moda, de una América Latina dejada de la mano de Dios, africanizada, no es otra insidiosa idea recibida, producto de la pereza colectiva. Ya me imagino lo que anotaría un Flaubert de ahora en su Diccionario. America Latina: región extremadamente calurosa, malsana, poblada por narcotraficantes, guerrilleros maoístas y deudores que nunca pagan sus deudas.

La verdad es que España, que hizo el descubrimiento de America hace ya cinco siglos, ha descubierto en estos años a Europa, cosa que era muy necesaria para la propia España y para todo el mundo hispánico, pero hasta ahora no ha sabido aportar a sus socios europeos un conocimiento mejor, más complejo, más rico, de los asuntos latinoamericanos. Por lo menos en el terreno de los medios de comunicación y de la opinión pública. Por el contrario, los medios peninsulares parecen contaminados por los tics, por las simplificaciones y las generalizaciones rápidas de sus colegas del Norte. Hasta las dificultades y las lentitudes de la transición chilena provocan reacciones malhumoradas, como si el turismo errático del general Pinochet no fuera una buena prueba, precisamente, de su desplazamiento político, y como si la memoria de la historia reciente se hubiera borrado en la península.

Un comentario publicado en estos mismos días admite que México y Chile podrían ser relativas excepciones dentro de la negrura del cuadro general. Si son excepciones, me digo, son excepciones que no confirman sino que alteran, por su importancia, la regla. En dos años, México ha reducido su inflación en forma espectacular y avanza en un proceso de integración económica con Canadá y con los Estado Unidos, hecho que contradice prejuicios arraigados, ¡ideas recibidas!, y que produce mayor inquietud, aunque esto parezca paradójico, en los sindicatos norteamericanos que en sus colegas mexicanos. De todos modos, quizás sea mejor para México, a pesar de las teorías, en lugar de una sangría constante de trabajadores miserables, desprotegidos, que las industrias de su vecino se instalen dentro de sus fronteras. Ya sabemos, aun cuando el Diccionario de Flaubert diría lo contrario, que la naturaleza primigenia, la ecología, sufren mucho más con el subdesarrollo.

En el sur chileno, el dinamismo de la economía determina un cambio regional que todavía no se percibe desde aquí. Bolivia, el gran olvidado del continente, alcanza niveles notables de integración económica con sus vecinos de Chile, y esto, por sí solo, sin que intervengan negociaciones diplomáticas, coloca los viejos problemas de fronteras en una perspectiva nueva. El Congreso boliviano, por estrecha mayoría, acaba de aprobar la venta de gas natural a Chile, lo cual exigirá inversiones en un gasoducto superiores a los quinientos millones de dólares. Quedó establecido por escrito que las autoridades bolivianas no olvidaban el tema de la salida al mar, pero lo interesante es que un tema viejo no impidiera el encuentro de soluciones modernas.

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