Jorge Edwards - El whisky de los poetas

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Este trabajo reflexiona acerca de las particularidades del ensayo focalizadas en Desde la cola del dragón, El whisky de los poetas, Diálogos en el tejado, Machado de Assis y La otra casa. Ensayos sobre escritores chilenos del escritor chileno Jorge Edwards. Los trabajos que componen estos libros tienen la particularidad de transitar por esa delicada línea que separa el ensayo de la crónica e incluso de los artículos periodísticos. Esta suerte de indefinición fortalece uno de los aspectos centrales del ensayo: su difuminación sustantiva, particularidad que se expresa en el modo en que apela a retóricas que no siempre se mantienen a lo largo de los trabajos. La errancia del género permite entremezclar discursos y dejar a la vista una subjetividad evidenciada en un yo que se hace presente en las marcas valorativas y en el objetivo que persigue. Los ensayos que integran estos libros operan como un banco de prueba de la obra del ensayista escritor.

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Ahora, en vísperas de la nominación por la Junta Militar, la situación interna había cambiado mucho, pero Pinochet es triunfalista y siempre ha creído en su buena estrella. "¿Qué condición le pusieron los militares al ofrecerle la candidatura?", le preguntó hace 15 días un amigo mío, cientista político, a un general de ejército en servicio activo. Respuesta del general: "Que fuera candidato a las duras y a las maduras. Es decir, que si ganaba, ganaba, y si perdía, perdía…"

El argumento máximo y casi único de la campaña oficialista fue el miedo: miedo a la violencia, al descalabro económico, al comunismo, a la vuelta de la Unidad Popular de Salvador Allende. Cuando observé, en las interminables colas del día de la votación, bajo un sol de pleno verano, que la gente estaba tranquila, de buen humor, colaboradora, sin gesto alguno que indicara miedo, calculé que el general hasta ahora victorioso había apostado y había perdido. Su Waterloo ya era cuestión de horas.

Los partidarios del si se dividen hoy en los que tomaron la campaña del miedo al pie de la letra y están, en este momento, deprimidos, asustados, histéricos, y en los que ya se "chaquetearon" alegremente. Uno escucha decir: "En realidad, ocho años más con este viejo mafioso era demasiado. Me habría gustado que fueran dos, para consolidar los éxitos de la economía, pero el resultado está bien…" El "chaqueteo" comenzó en la tarde misma del miércoles, frente a las cámaras de la televisión, y nada menos que con Onofre Jarpa presidente de Renovación Nacional y ex Ministro del Interior. "¿Usted, que pertenece al gobierno, qué piensa del acto electoral?" "Yo no pertenezco al gobierno. Fui Ministro hace cuatro años, pero eso ya es historia antigua." "De todos modos, pertenece a la derecha de este país", insistió el entrevistador. "¿A la derecha? ¡Jamás! Soy un nacionalista y un partidario del orden y del trabajo…"

En las primeras horas de la madrugada del jueves, el general Matthei, jefe de la Fuerza Aérea, llamado con urgencia a La Moneda en un momento en que el gobierno todavía retenía los resultados, le dijo a los periodistas que se agolpaban en la puerta principal: "Para mi, la cosa está clara. Ganó el no y yo estoy tranquilo".

Nadie duda de que la etapa que se abre ahora será difícil y peligrosa. El tono dominante en la oposición, sin embargo, es francamente optimista. La tarea principal y más ardua es la de reformar la Constitución, que ahora está en su periodo transitorio y que dentro de un año, en su período definitivo, será prácticamente irreformable. La Concertación del no está destinada a convertirse en los próximos días en una Concertación para la Reforma Constitucional. Pinochet, como era previsible, ha confirmado a todos sus ministros y ha declarado que la Constitución será seguida al pie de la letra. Sin embargo, parte de la derecha política, que fue en el pasado del país una típica "derecha civilizada", se ha manifestado dispuesta desde ya a aceptar el principio de la reforma. Y el Ministro del Interior, Sergio Fernández, después de una larga reunión con el general Pinochet, ha declarado el día viernes que, "si fuera necesario", podría invitar a conversar a los jefes políticos de la oposición.

Los puntos claves de cualquier negociación serán los siguientes: que el Congreso sea enteramente generado por el sufragio universal, sin que haya senadores designados a dedo, que se termine con el delito de opinión consagrado en el articulo octavo y que no haya tuición de los poderes públicos por el Consejo de Seguridad Nacional, esto es, por los militares. Un punto de partida interesante, que permitiría encontrar coincidencias, es el borrador de Constitución que propuso Jorge Alessandri y que Pinochet modificó abruptamente. Derrotado Pinochet y en la imposibilidad legal de ser candidato en las próximas elecciones, el texto de Alessandri, la figura de más prestigio de la derecha chilena desde la década del cincuenta, pasa a tener vigencia.

Entretanto, desde la izquierda, Ricardo Núñez, jefe del socialismo renovado, reconoce que "hay personas, sectores y grupos que habiendo sido partidarios del si en el plebiscito, estimulan cambios institucionales democráticos" y los llama a incorporarse a un "gran acuerdo de la civilidad por la reforma constitucional".

No hay dónde perderse: el país de este fin de semana no es el de la víspera del plebiscito del miércoles…

Los viejos y los vejestorios

Un amigo mío se acerca y me dice, con un dejo entre confianzudo y agresivo: "No entendí una de tus últimas crónicas. Ya no recuerdo cuál".

"¿No la entendiste, o no quisiste entenderla?"

"No la entendí, pero creo que tampoco quise entenderla. ¡Para que!"

Eso me pasa, pensé, por meterme a escribir sobre asuntos de actualidad: sobre los fusilados de Calama o sobre políticos delirantes de nuestro mundo contemporáneo, sobre el IVA a la cultura o sobre los sucesos de Europa del Este. De vez en cuando me tienta la actualidad, pero muy a menudo me agobia. La crónica no tiene por qué ser tributaria de los acontecimientos del día. La crónica es un género literario más: un género conciso y digresivo, burlón y poético, situado a mitad de camino entre el ensayo, el epigrama, el reportaje. El primer cronista de la literatura moderna fue el doctor Johnson, y publicaba sus columnas, escritas al correr de la pluma en un rincón de la mesa donde bebía cerveza en compañía de algunos amigos, en un periódico que él hacía casi entero y que se llamaba The Rover, es decir, de acuerdo con mi diccionario, el "vagabundo errante, vagamundo". La crónica es un género algo distraído, errante, cambiante, ligeramente ocioso, y, por eso mismo, por ser ocioso, necesario. He leído crónicas admirables sobre mariposas, sobre pájaros, sobre las batallas campales entre los partidarios y los enemigos de la Malibrán, una cantante española que vivía en Paris en la primera mitad del siglo XIX. Si no escribimos de pronto sobre cosas viejas e inútiles, si no leemos libros que han dejado de estar de moda, perecemos por asfixia. Hace años fui a una casa prestada en la costa chilena. Llevaba mis lecturas, mis obligatorias lecturas, como de costumbre, pero sucedió que esa casa tenia los restos de una biblioteca de Valparaíso de comienzos de siglo. Había gran abundancia de novelas de Walter Scott y de libros de Thomas Carlyle. Dejé a un lado las lecturas impuestas y leí el noble retrato de Scott por Carlyle, precisamente. Después leí las historias de los reyes de Noruega por el mismo Carlyle, que se consideraba inventor del "familiar essay", otro género que limita con la crónica y puede confundirse con ella. "Estas historias", pené, "tienen más fantasía, más invención, más gracia, que el noventa y nueve por ciento de nuestro cacareado realismo mágico". Lo pensé, tuve este pensamiento irreverente, pero me abstuve de divulgarlo.

Hace pocos días reincidí en estos hábitos, que tienen efectos mentales profundamente higiénicos. Me encontré en un caserón del norte de España, en un dormitorio que estaba cerca de la plaza principal del pueblo. Se celebraba la gran fiesta anual. El carrusel, el tiovivo colocado en un costado de la plaza, anunciaba sus funciones que se prolongaron hasta después de las cinco de la madrugada, por medio de una sirena insistente, de una estridencia increíble. La orquesta, instalada en una tarima, utilizaba todos los recursos de la electrónica para rasgar el aire de la noche, para hacer reventar los tímpanos en muchas leguas a la redonda. No conozco ningún pueblo con más capacidad de hacer ruido que el español. Cada región española es diferente, pero el ruido las une a todas, a Valencia con Cantabria, a Cataluña con Castilla la Vieja. Pues bien, salí a una de las galerías de ese caserón y me dediqué a sacar libracos polvorientos. Leí una comedia de Moratín, una página de Jovellanos y un conjunto de crónicas sobre la guerra del Pacífico enviadas por el corresponsal en Lima de la Ilustración Española. El corresponsal sabía bastante poco del Perú y absolutamente nada de Bolivia y de Chile. Hacia toda clase de predicciones erróneas sobre el curso que seguirían, a su juicio, las operaciones bélicas, y después, con notable soltura de cuerpo, se olvidaba de haberlas hecho. Parecía un periodista de vanguardia de la prensa contemporánea. Sus descripciones de batallas navales y terrestres, sin embargo, eran amenas, y me permitieron llegar hasta el repentino y misterioso silencio de la madrugada, un silencio interrumpido por algún grito lejano y una botella que se estrellaba contra el pavimento.

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