Rehúye mi mirada e intenta ahogarse en su vaso de lo mal que lo está pasando.
– Para mí, no es más que un cabrón con mucho morro.
– Lamento no ser tan inconsciente como tú. Yo me cago encima con sólo pensarlo. Eso, por si te interesa mi opinión.
– La mía me basta.
Dine deja de manosear su vaso y me mira de frente.
– ¿Qué quieres, Brahim?
– Recuperar a mi teniente.
– ¿Cómo?
– Se lo han llevado a los locales del OBS.
Se le sobresalta un pómulo, que casi le cierra el ojo.
– ¿Quieres que me maten?
– Quiero hablar con mi compañero de equipo. Apáñatelas para que lo pueda ver. Te prometo que no tardaré.
Traga saliva, mira a su alrededor para asegurarse de que nadie nos ha oído y añade con un temblor en la nariz:
– Lo que me estás pidiendo es pura locura. Primero, Lino no está en nuestros locales; luego, aunque estuviera, no te llevaría hasta él. Eso no es bueno ni para ti ni para mí. Te recuerdo que tu teniente se ha metido con…
– Es inocente -le interrumpo.
– Hach Thobane está convencido de que ha atrapado a su «hijoputa».
– Me cago en él.
– Pues eres el único.
– Te digo que no es más que un cabrón con mucho morro. En este país hay leyes. Y también procedimientos judiciales.
Dine alucina conmigo.
Respira hondo para recuperarse un poco, se inclina hacia mí y me grita:
– ¿De qué leyes me estás hablando, y de qué procedimientos?
Su grito se estrella contra las paredes y deja un inmenso vacío en la sala. Todas las caras se vuelven como una sola hacia nosotros.
Dine se reajusta la corbata, se pasa una mano trémula por la cabellera y espera que regrese la confusión de voces para confiarme:
– No vas a decir a un verdugo cómo tiene que ponerse la capucha, Brahim; a ti no te voy a dar lecciones. Sabes muy bien cómo funciona el país. Nuestras estupendas carreras se pueden ir al carajo con un simple chasquido de dedos. Más que de un hilo, aquí la vida pende de una llamada telefónica. ¿Qué me estás contando a mí? Aquí no hay Carta Magna ni Constitución que valgan, ni ley ni equidad. Si nuestra justicia lleva una venda en los ojos, es porque le da vergüenza mirarse a la cara. No servimos a un país, sino a hombres. Dependemos del humor que tengan y nos atenemos a su santa voluntad. Siento el mismo pánico que tú, estoy muy preocupado por Lino. ¡Pero joder, ni siquiera se defiende! He conocido a tipos más duros que no han encajado los reproches de los gerifaltes. No habían matado, ni siquiera habían intentado cargarse a una mosca; lo único que pretendían era cumplir correctamente con su deber. Y como tanto celo resultó ofensivo para la jerarquía, se los follaron por delante y por detrás. Por lo que respecta a Lino, ha cometido un sacrilegio. Se enamora de la putita de una deidad, luego se pone en plan pistolero del oeste en el feudo de los capitostes y se niega a colaborar. O sea, que se condena a sí mismo. En cuanto a ti, Brahim, no es hinchándote como un globo como vas a conseguir medirte con Hach Thobane. Es un zaím, te guste o no, y hace y deshace a su antojo. Que nos cuente esas patrañas sobre su pasado de Gran Revolucionario, sosteniéndonos la mirada, no lo convierte en cabrón con mucho morro; eso sólo significa que muchos de nosotros no tenemos gran cosa que envidiarle en cuanto a moralidad.
Dine tiene razón. Quizá a Hach Thobane le dé algún día un derrame cerebral o se atragante con un hueso, y un montón de gente voceará sobre su tumba que la Historia no puede menospreciar a sus héroes. Los veremos convertirse en biógrafos oficiales, o en embalsamadores de momias, aun a riesgo de que los encierren vivos en el mismo sarcófago que a nuestra entidad faraónica. Y allí, una vez cerrada la tapa, por fin comprenderemos por qué a una patria tan prestigiosa como Argelia le queda todavía un buen trecho para salir del atolladero.
Intento detectar en la mirada de Dine un reflejo de esperanza. Mira hacia otra parte. Entiendo que mi presencia a su lado le tiene muy incómodo y, consecuentemente, que no puedo contar con él.
El pelirrojo cuenta que el sospechoso sacó su pistola y se lanzó sobre Thobane. Salvo que no se trataba de Thobane, sino de un suboficial del OBS disfrazado. No había caminado el sospechoso diez metros cuando se vio deslumbrado por unos proyectores. «¡Policía! -le gritaron por altavoz-. Estás rodeado. Suelta el arma y túmbate boca abajo.» Sorprendido, el sospechoso disparó primero hacia un proyector antes de que el falso Thobane lo alcanzara en una pierna. Cuando intentaba zafarse, se dio de bruces con el pelirrojo. «Era él o yo -dice el pelirrojo-. Cuando vi que me apuntaba, disparé.»
Cuando llegué al lugar, los sabuesos del OBS seguían dándose palmadas en el hombro, muy orgullosos de su éxito. Me llamó la atención. Había tardado entre diez y quince minutos en llegar. Creía ser el primer mirón, aparte de la gente que estaba en el restaurante y que ahora, asustada por el tiroteo, se agita en los escalones a distancia prudente. Una ojeada al teatro de operaciones me basta para convencerme de la inconsistencia de la puesta en escena: esto apesta a encerrona hecha con los pies, del tipo «puro formalismo»; además, la ambulancia está ahí, lo que demuestra que ya lo estaba antes.
Me acerco al cadáver. En efecto, tiene la cabeza reventada y empuña una Beretta 9 mm.
Es más de medianoche y me pregunto qué están esperando para acordonar el aparcamiento y proceder a las primeras investigaciones. El equipo no parece tener prisa en ponerse a trabajar en serio; en cuanto a los camilleros, están tranquilamente fumando dentro de su ambulancia, con las puertas muy abiertas.
Sigo de pie delante del fiambre, con las manos en los bolsillos. Una segunda ojeada me confirma que nuestro sospechoso eligió el peor lugar para montar su show. El panel tras el cual se agazapó apenas puede ocultar a un niño. En cuanto a los proyectores, dispuestos en torno al aparcamiento, hasta un miope se habría fijado en ellos. No sé por qué esta historia no me pone nada cachondo. Reconozco que siempre he tenido celos de los éxitos clamorosos del OBS, pero esta vez estoy seguro de que no tiene nada que ver.
– ¿Qué tal, Llob? -me susurra en la nuca el capitán Yusef.
– Buena caza -le digo.
– Así es. ¿Estabas en el restaurante?
– Andaba por aquí.
– ¿Y has venido a felicitarnos?
– Habéis hecho un buen trabajo. Casi como en las prácticas.
El capitán Yusef arquea una ceja, al acecho de alguna indirecta. Es un tío eficaz, cuando no temible. Trabajó para el Servicio de Investigación durante los años fríos con Marruecos antes de meter la pata en Francia cargándose a un oponente. Su nombre se publicó en un periódico parisino y hubo que quitarle de en medio durante una temporada, por Oriente. Cuando las aguas volvieron a su cauce, regresó a sus sótanos del OBS. Lleva los asuntos delicados que, de cuando en cuando, preocupan a las altas esferas.
Nos conocemos desde el asunto de los tres espías franceses que intentaron poner una bomba en el periódico del partido, allá por los años setenta. Por entonces yo era todavía inspector y él un joven oficial de mirada avispada y mente retorcida, a imagen de sus golpes. Yo estaba investigando la muerte de la dueña de un hostal. Los tres espías, dos argelinos y un pied-noir * , se habían alojado allí. De modo que, en un momento dado de la investigación, tuve que entregar el caso al oficial, pues ya no incumbía a la Criminal al haberse convertido descaradamente en una crisis diplomática. Yusef consiguió atrapar a los enemigos de la revolución. Como en este país no se reparten medallas, como premio lo mandaron a Europa. Tras ser expulsado de Alemania por coquetear con un grupo terrorista occidental, aterrizó en París dos años después. Allí un oponente le estaba tocando las narices al régimen a base de apariciones en la tele y visitas a las redacciones de los periódicos franceses para remover la mierda de la nomenclatura del FLN. Como no paraba de berrear y no dejaba que nuestros zaím se follaran a sus putas en paz, se pidió a Yusef que le cerrara la boca. Pero éste metió la pata al encargar ese trabajo sucio a un golfo de barrio: el matón no supo cerrar el pico, se lo contó a su amiguita, que no le vio la gracia y lo mandó a paseo tras un asunto de cuernos y de celos con una rival. Desde entonces, Yusef no ha vuelto a poner los pies en su antigua madre patria.
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