Yasmina Khadra - La parte del muerto

Здесь есть возможность читать онлайн «Yasmina Khadra - La parte del muerto» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La parte del muerto: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La parte del muerto»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Un peligroso asesino en serie es liberado por una negligencia de la Administración. Un joven policía disputa los amores de una mujer a un poderoso y temido miembro de la nomenklatura argelina. Cuando este último sufre un atentado, todas las pruebas apuntan a un crimen pasional fallido. Pero no siempre lo que resulta evidente tiene que ver con la realidad. Para rescatar de las mazmorras del régimen a su joven teniente, el comisario Llob emprende una investigación del caso con la oposición de sus superiores.

La parte del muerto — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La parte del muerto», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Tampoco hay por qué agobiarse, doctor. Todos estamos pasando por un mal momento, eso es todo.

– Sabes perfectamente que no es cierto.

Por fin llegamos a la carretera asfaltada. Mi coche recobra su brío y se traga los kilómetros como un hambriento la sopa boba.

Digo a mi aguafiestas:

– Nací en una aldea peor que tu aduar y arrastro las secuelas. Gracias a ellas, me mantengo firme.

– ¿Debo tomarme en serio tus palabras?

– No estoy de broma.

– En ese caso, no retiro nada de lo que he dicho.

– Si eso te divierte. Pero ¿puedo saber por qué me has sacado de mi infecta y caótica ciudad?

– Gira a la izquierda, por la próxima carretera de empalme.

Un camino asfaltado nos adentra en la maleza. El sol juega al escondite entre el follaje. El frescor de los árboles es como un himno a la quietud. Muy a lo lejos, sobre los cerros, un contingente de aves se despide del lugar antes de emprender el gran viaje. El profesor se deja llevar por sus ensueños. De repente, se le relaja el rostro y en sus ojos, libres ya de pena, surge un remoto fulgor.

El camino serpentea por medio de un campo en barbecho, rodea una pequeña colina y se vuelve a enderezar hasta desembocar directamente en una granja rodeada de cipreses. Una jauría de perros ladradores surge tras un seto y nos escolta hasta el pórtico, donde un anciano harapiento acaba de reparar una carretilla.

Aparco el coche bajo un árbol.

El profesor baja primero para anunciarnos y regresa a buscarme.

En el umbral de un jardín nos espera un mozalbete fortachón. Nos pide que le sigamos y desaparece, dejándonos solos en medio de la vegetación.

– Qué día más bonito, ¿verdad? -dice un hombre en el que no había reparado, oculto tras unos rosales.

Está en cuclillas, casi emboscado tras sus flores, con un sombrero de paja calado hasta las orejas. Su mono de tela vaquera parece nuevo y sus botas, aunque salpicadas de barro, relucen exageradamente. Deduzco que se trata de un aprendiz de jardinero que debería regresar a su piltra de nabab en vez de empeñarse en arañarse las manos con las espinas de las rosas. Una ojeada al cuello de su inmaculada camisa blanca, el brillo de su nuca y su corte de pelo me confirman en esa idea. Por lo que se ve, el fulano pretende impresionarme, pero no lo consigue. Su actitud y su manera de cuidar las plantas desvelan al mamífero apalancado, educado en el odio al esfuerzo físico y a las manualidades; el típico rentista sobrado de todo e incapaz de moverse por su palacio sin una silla de ruedas, o de tomar algo sin llamar con campanilla. En resumen, el típico señorito rodeado de cortesanos y de servidumbre para quien recoger un pañuelo o limpiarse las gafas no deja de ser un gesto subalterno y degradante.

Guarda sus cizallas en una caja, se quita el guante y se incorpora para darnos la mano.

– El hakim me ha hablado a menudo de usted, comisario Llob.

Frunzo el ceño. Su fisonomía me suena pero no consigo ubicarla. Es un hombre pequeño con los rasgos muy marcados y las sienes canosas. Debe de tener unos sesenta años y sobradas razones para mantener una mirada alerta y fulminante. La mano que me tiende es apenas más grande que la de un niño, pero su apretón semeja una punzada de taladrador.

Nos señala con obsequiosidad unas sillas de mimbre bajo un eucalipto. Sobre una mesa, una máquina de escribir junto a una cesta repleta de folios escritos. Me parece estar en la casa de un poeta y casi me avergüenza molestarle.

– ¿Cómo van esas memorias? -le suelta el profesor instalándose a la sombra.

– Van poquito a poco. ¿Quieren tomar algo?

– Para mí, un zumo de naranja.

– ¿Y usted, comisario?

– Un zumo de frutas.

Nuestro anfitrión se vuelve hacia una cabaña.

– Tráenos zumo de frutas, Joe.

El forzudo de antes aparece con una bandeja repleta de vasos y de frutos secos. Nos sirve y se retira.

– ¿Se llama Joe? -pregunta el profesor.

– Le encanta que lo llamen así. Estuvo una vez en Chicago y aún no lo ha superado. Por entonces boxeaba como Dios y ambicionaba convertirse en campeón del mundo. Le tocó uno más fuerte que él. Su mánager le suplicó que arrojara la toalla, pero se negó. Aguantó hasta el final, pero se dejó en el cuadrilátero buena parte de su lucidez. Alguna tarde que otra se pone el chándal y se pierde por el bosque durante días. Cuando regresa, es incapaz de recordar dónde se ha metido. Está un poco tocado del ala pero es un buen chico. Cuando el tejado de mi casa amenaza con venirse abajo, él me lo repara. No me molesta. No tengo motivos para prescindir de él.

Luego, dirigiéndose a mí:

– ¿Hace tiempo que está usted en la policía, comisario?

– Desde la independencia.

– ¿No está usted un poco harto?

– He visto peores cosas en otras partes.

Asiente con la cabeza.

El profesor se lleva el vaso a la boca, lo vacía de un trago y mete mano a los frutos secos. Oímos su voraz masticación durante tres largos minutos. Luego, carraspeo y me adelanto:

– El profesor no me ha hablado todavía de usted, señor…

– ¿Cómo? -se sobresalta Aluch-. ¿No le reconoces?

Le recuerdo en ese preciso momento. Dios, qué cabeza tengo. Cierto que ha envejecido -a su edad, está en su derecho-, pero de ahí a no reconocerlo, es como para preocuparse.

– ¿El señor Cherif Wadah, el Che africano?

– Con lo de Cherif basta. No creo merecerme lo de Che. Siéntese, comisario. Aquí no cabe protocolo ni zalemas. Estamos entre amigos, y es mucho mejor así.

– Me siento un poco confuso.

– No pasa nada. De tú a tú, no me quejo de ello. Si he optado por aislarme, es para tener tiempo y fuerza para mirarme a la cara, sin escolta ni aliados. Yo a solas con el que creo ser. Uno únicamente se recupera a sí mismo cuando consigue sustraerse a las miradas ajenas. Las adulaciones son tan peligrosas como las enemistades. Aquí, en mi rincón, me libro de las interpretaciones. Me hallo ante mí mismo y lo afronto sin reserva. Resulta imperativo para un hombre como yo, que ha sido objeto de atenciones exageradas antes de padecer canalladas inimaginables, hacerse un montón de preguntas y contestarlas solo. El mundo ha dejado de ser lo que era. Los hombres, sobre todo, han echado a perder bastantes cosas. Yo incluido. ¿Acaso sigo siendo el personaje de antaño? Si es así, ¿en qué medida y para qué? Las dudas están ahí, rodeándonos, como ejércitos de fantasmas. ¿Cuáles de nuestros compromisos hemos cumplido, adónde hemos llevado el país? ¿Por qué los clarines del alba nos sobresaltan en vez de lanzarnos a la conquista del día, como ocurría antes? ¿En qué hemos fallado? Porque es evidente que hemos fallado. Hoy resulta casi vergonzoso haber sido un zaím. No hay más que ver cómo se comportan nuestros héroes. Han pasado la página revolucionaria para cambiar mejor de chaqueta. Cada mañana se levantan como si fueran insultos a la memoria de los ausentes; cada noche se acuestan como perros sobre el felpudo de los juramentos. Me dan ganas de vomitar cuando pienso en ello.

– Éste es además el tema de la obra que está escribiendo -estima necesario señalarme Aluch-. Va a ajustar las cuentas a esos macacos privilegiados.

– Cuando se trata de ajustar cuentas, el revolucionario no escribe, sino que dispara.

El Che habla con serenidad, pero con suficiente firmeza para poner al profesor en su sitio. De inmediato se hace un silencio plomizo. Aluch deglute, sin poder librarse del trozo de almendra que se le ha atragantado.

El viejo guerrillero está enfadado, aunque lo disimula. Examina sus uñas durante un largo rato, con los labios reducidos a la mínima expresión y la mirada opaca.

Luego, como si no hubiera pasado nada, me vuelve a mirar:

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La parte del muerto»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La parte del muerto» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La parte del muerto»

Обсуждение, отзывы о книге «La parte del muerto» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x