Me miró y sonrió. Apoyó el codo sobre la arena y se inclinó un poco sobre mí.
– Debo confesarte -dijo- que tú fuiste la primera sospechosa, tal vez por lo de Ishwar. Los espías tienen una larga tradición de amores. Ser agente secreto es en realidad una profesión muy aburrida, así que uno se enreda en multitud de historias -volvió a dedicarme una mirada intensa-. Pero en cuanto te vi en el bar del hotel supe que podía haber algo entre nosotros.
– Todo esto me está resultando irreal -dije, verdaderamente confusa-. Todo parece lo contrario de lo que era. No sé si estoy capacitada para entenderlo.
De nuevo James apoyó su codo en la arena y se inclinó sobre mí.
– Lo comprendo -dijo.
Cerré los ojos y dejé caer mi cuerpo hacia atrás. Me dije que si Alejandro estaba en el porche podría vernos. Tenía calor y sed.
– Podríamos beber algo -dije.
– Yo también tengo sed.
Me ayudó a levantarme y fuimos hacia el extremo de la playa. Nos sentamos en un bar, bajo una sombrilla, y pedimos algo de beber. James prosiguió su relato:
– Entre Gudrun Holdein y yo la palabra clave era Fitzcarraldo. Yo tenía que saber si tú habías sido captada, por lo que pronuncié despacio la palabra durante la cena. Te miré fijamente para no perderme la mínima reacción. Pero me devolviste una mirada que me desconcertó. Hubo algo entre nosotros en aquel momento, y eso es en el fondo lo que me ha decidido a venir a verte. Desde aquel preciso momento, dejé de desconfiar de ti y me centré en tus acompañantes. Gudrun Holdein rompió todo contacto conmigo. Se fue de Delhi sin decirme nada, dejándome una serie de pistas falsas. Fue localizada en Johannesburgo y la siguieron hasta Madrid. Sabemos que se vio contigo y con Ángela. El servicio central insistió en que tú podías ser el agente. Habías tenido una relación sentimental con un político importante, y eso te hacía un blanco muy deseable. Se investigó y no pudo encontrarse nada. Después, la investigación se centró en Ángela, y fue entonces cuando ocurrió su muerte, que nos llenó de perplejidad.
– ¿Cómo sucedió?
– Eso es lo que estamos tratando de saber, pero sin duda, está relacionada con la señora Holdein. El problema es que hemos perdido de nuevo su pista.
Consideré llegado el momento de hablarle de la noticia que había leído el domingo en el periódico.
– No se trata de la señora Holdein -dijo rápidamente, y añadió-: es curioso que la hayas leído.
– Fue el nombre de Fitzcarraldo lo que hizo que me fijara.
– No se trata de Gudrun. La señora Holdein es, precisamente, la persona que falta, la cabeza del grupo. La noticia es bastante correcta, pero no es completa. Estoy aquí para tratar de completarla, para llevar a cabo una investigación profunda.
Se llevó a los labios la copa de vino blanco.
– Y si he venido hasta aquí y te he contado todo esto es porque necesito tu ayuda -dijo.
– ¿Qué clase de ayuda?
– Quiero que me cuentes cómo fue el encuentro con la señora Holdein -dijo James-, que me digas todo lo que recuerdes. Sabemos que te dio las fotos que te sacó en Delhi, y que también se las dio a Ángela. Cualquier otra información sería esencial para nosotros.
Por mucho que hubiera querido, yo no había olvidado la visita de la señora Holdein y, sobre todo, el momento en que se acercó a mí, tocó mi muñeca con sus dedos cálidos y me susurró al oído aquella invitación para ir a Toledo con ella. Bebí un poco de vino.
– Me dio un regalo de parte de Ishwar -dije, y elevé mi mano a la altura de los ojos de James, mostrándole el brazalete-. Esta pulsera.
– ¿Puedes dármela un momento? -preguntó, sorprendido.
Me la quité y se la di. La examinó y vio la inscripción y el dragón grabados en su cara interior.
– Qué raro -murmuró-. Ishwar no me dijo nada.
– ¿Qué es lo que significa? -pregunté.
– La inscripción es una frase de esperanza, una invitación a la paciencia, la perseverancia, la constancia, la fidelidad. Es muy difícil traducirla exactamente porque tiene un sentido amoroso.
– ¿Podría, también, ser mi nombre?
– Sí, podría ser. Aurora -dijo, pensativo.
– ¿Y el dragón?
– El dragón es la vida, el peligro, el fuego, la inestabilidad, el riesgo, lo siempre cambiante. En cierto modo, la negación. Pero me parece muy extraño que a Ishwar se le haya ocurrido grabar un mensaje así.
– ¿Crees que es demasiado complejo para él?
– No es eso. No me considero superior, si es eso lo que insinúas -sonrió-. Simplemente, no va con su carácter.
Sus ojos, fijos en el mensaje de la pulsera, me miraron de nuevo. Me devolvió la pulsera y volví a ponérmela.
– Creemos que la señora Holdein está de nuevo en España -dijo-. Es muy posible que te llame. Quiero que cuando lo haga me lo digas. Te voy a dar un teléfono de Londres donde puedes dejar el recado a cualquier hora. Dime todo lo que te diga, y la hora a la que te llame y el tono de su voz. Cualquier detalle puede ser valioso para nosotros.
Me quedé mirando su copa de vino blanco, pensativa. No parecía un favor muy importante.
– ¿Qué te hace pensar que estoy de tu parte? -pregunté.
Apoyó sus brazos sobre la mesa. Su mirada azul me abarcó:
– Te podría decir que hemos investigado tu vida y que creemos conocer tus ideas, tus afinidades, pero eso resultaría demasiado científico. Tal vez fue por esa mirada durante la cena, en el restaurante. Si no quieres que las personas te pidan nada no deberías mirar así.
– ¿Crees que las personas son dueñas de su destino? -pregunté.
– Sé lo que sientes -dijo-. Cuando uno sigue las indicaciones de los otros, las órdenes de alguien de quien no conoces ni su cara ni sus pensamientos ni sus últimos planes, bueno, todo eso resulta a veces muy absurdo, te anula. Pero, en cierto modo, también es un consuelo. Ser el único responsable de tus actos es muy duro.
– No siento una admiración especial por los agentes secretos -dije-. Aunque hayas investigado mi vida, no puedes estar seguro de mis ideas. Yo misma no lo estoy.
– Lo sé -me dijo-, y eso es lo que me gusta de ti, porque eso es lo que me acerca a ti. Yo tampoco estoy seguro de mis ideas. No me he metido en este juego por exceso de fe y de ideales. Pero, a veces, hay que decidir de qué lado está uno, aunque no nos guste ninguno de los dos. Creo que sabes de qué lado estás.
Sacó su cartera, buscó un papel, anotó algo y me lo tendió.
– Es el número de teléfono de Londres donde puedes dejar el recado. Seguramente te contestaré yo. Es preferible que llames desde una cabina telefónica. ¿Quieres beber algo más?, ¿prefieres comer algo?
No tenía hambre. Seguía teniendo sed. James pidió más vino blanco.
– Desde que te conocí sabía que tendríamos ocasión de hablar a solas -dijo, perdiendo sus ojos en el cielo nublado.
Yo también lo sabía. Hablar a solas y estar a solas. Lo había sabido mientras Ishwar me hablaba de él, en su habitación; y hasta había llegado a pensar, contra toda lógica, que me estaba contando su encuentro con James con el propósito consciente de preparar el mío. En todo caso, la noche en que James, envuelto en un albornoz, se había quedado a dormir en el apartamento de Ishwar, había sido evocada para mí entre los acordes de música sentimental india.
– No me importaría descansar unas horas en un hotel antes de volver a Madrid -dijo, y me dedicó una mirada de aquéllas, profunda y ambigua.
Mi casa no estaba muy lejos y teníamos una cama en la que James podía descansar, pero lo acompañé al hotel y subí con él a su cuarto. La tarde se fue deslizando hacia la noche, difuminando todos los contornos, mientras James y yo cumplíamos la promesa que, silenciosamente, nos habíamos hecho sobre la mesa del restaurante de Delhi, a la luz de las velas.
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