Soledad Puértolas - Queda la noche

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Esta novela ha obtenido el Premio Planeta 1989.
Unas fotos sacadas alrededor de una piscina de un hotel de Delhi, los viajes con gente desconocida, los amigos de toda la vida, los aficionados a la ópera, los teléfonos que no funcionan, el calor en medio de la noche, la necesidad de beber whisky, las aventuras con hombres casados, el afecto de los padres, los hijos desvalidos, las damas filantrópicas, las mujeres recluidas, las responsabilidades familiares, el deseo de tirarlo todo por la borda… Con estos elementos y algunos más se va configurando la trama que envuelve a Aurora, una mujer de treinta años que poco a poco empieza a pensar que su vida está siendo organizada desde fuera. Demasiadas coincidencias y repeticiones. Una cadena de casualidades empieza a dar vueltas. El azar se impone. Las interpretaciones se suceden y aún podrían seguir dando más vueltas, infinitas vueltas. El juego ha sido decidido en otra parte, y cuando termina los jugadores no desaparecen de escena, no se cierra el telón. La protagonista sabe que volvería a jugar y a seguir esperando porque siempre queda un resto de todo, de los errores, de los fracasos, de los falsos o verdaderos amores. Queda el refugio, el retiro, la brecha, el ofrecimiento de la noche.

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12

No quise salir en toda la mañana, pendiente de la llamada de James Wastley. Llamó poco antes del mediodía. Su voz sonaba muy lejana.

– ¿Te acuerdas de mí? -preguntó-. Sé que después de tanto tiempo mi llamada te sorprenderá, pero necesito hablar contigo. Llamé a tu casa de Madrid y tu madre me dijo que estabas de vacaciones y me dio tu número de teléfono.

– ¿Dónde estás? -le pregunté.

– Aquí, en Jávea, muy cerca de tu casa, en un bar que se llama Miami.

– ¿Cuándo has llegado?

– Esta mañana, hace más o menos una hora.

– Espérame. En diez minutos estoy allí.

Fui al cuarto que servía de estudio a Alejandro.

– Era James Wastley -le dije-. Está en el Miami. Voy a ir a hablar con él.¿Quieres venir conmigo?

Alejandro tenía un gesto huraño.

– Ve tú -dijo-. Os esperaré aquí.

Me vestí rápidamente y fui al Miami, intentando calmarme, diciéndome que dentro de pocos minutos conocería, seguramente, las claves de aquella historia.

Vi a James bajo el toldo azul de la terraza del Miami, enfrascado en la lectura de un periódico, y con una pila de periódicos sobre la mesa. Sobre ella, había, también, una copa de coñac. Debía de estar atravesando una de sus épocas de licencia. Su pelo de color ceniza parecía más largo y llevaba gafas de sol muy oscuras. Pero era él. Se levantó al verme. Iba vestido como en Delhi: con vaqueros muy gastados y una camisa azul de manga corta. Me tendió la mano y sonrió. Nada en él hacía pensar en espionaje o urgencia. Era un atractivo turista que, seguro de sí mismo, muy tranquilo, se sabe manejar perfectamente en un país extranjero. No era, por lo demás, el único turista que había en el Miami, ni mucho menos en Jávea.

– Gracias por venir -murmuró, mientras estrechaba mi mano-. ¿Quieres tomar algo?

– Tal vez más tarde.

– Entonces podemos dar un paseo por la playa. Hablaremos con más tranquilidad.

James Wastley se levantó de nuevo, buscó una papelera y tiró los periódicos, luego se dirigió hacia el interior del Miami para pagar su consumición.

Nos encaminamos hacia la playa. Fuimos dejando las huellas de nuestros pies en la arena mojada.

– Te estarás preguntando qué hago aquí y por qué tenía tanta urgencia por verte -dijo.

Pensé que era mejor dejarle hablar, no adelantarme. Prefería escuchar su versión.

– Antes de nada -dijo-, quiero darte recuerdos de Ishwar. No exactamente recuerdos. Se quedó muy impresionado contigo. Él no sabe que yo te iba a ver. Si lo llega a saber hubiera sido muy difícil detenerle. Está de nuevo en la universidad, se ha propuesto terminar la carrera. Creo que es una buena decisión.

Asentí. James se detuvo y clavó en mí su mirada.

– Te enteraste de la muerte de Ángela, ¿verdad? Supongo que la policía te interrogó.

– Fue una muerte muy extraña -dije-. ¿Tiene algo que ver con lo que me vas a decir?

– Sí -dijo gravemente-, pero quiero empezar por el principio. De eso te hablaré más tarde. Me interesa que entiendas por qué me dirijo a ti. -Hizo una pausa-. Lo que te voy a decir te puede resultar sorprendente empezó-, hasta un poco absurdo, pero hay aspectos en la vida que son un poco absurdos; a mí también me lo parecen. Normalmente, no les hacemos mucho caso, hasta lo ignoramos, pero, repentinamente, ocupan un primer plano, se apoderan de ti. Eso fue lo que me sucedió a mí. Voy a hablarte un poco de mí porque tal vez así lo entenderás mejor.

"Todo empezó en Delhi, la primera vez que fui a la India, con la idea de seguir las huellas de un pariente mío que había muerto en Bombay, medio desahuciado, hacía casi medio siglo -yo conocía esa historia, que había escuchado en la habitación de Ishwar, también suya, unas horas antes de su llegada a Delhi-. Conocí a Ishwar en Londres, y se ofreció a acompañarme. Nos alojamos en el hotel Imperial. Estuvimos una semana allí. Era mi primer contacto con la India y yo estaba deslumbrado, deforma que no presté mucha atención a los otros ocupantes del hotel. Pero un día que Ishwar había salido y yo me encontraba solo cenando en el restaurante del hotel, un hombre, un inglés de unos cincuenta años, se acercó a mi mesa, y me dijo que tenía algo que decirme. Yo no tenía ningún motivo para negarme. Habló muy claramente, sin rodeos. Prácticamente nada más sentarse, me dijo que era agente del servicio secreto británico, que había investigado mi vida y que yo era la persona ideal para sus fines. En suma: me pidió que colaborara con ellos.

"Ni siquiera sé por qué acepté, pero lo hice. También había razones económicas. Lo habían previsto todo. Sabían en qué situación me encontraba y que de un momento a otro me iba a quedar sin dinero. Me habló de la cobertura que habían ideado: una empresa de producción de películas. Solucionaba mi vida y facilitaba mi trabajo como agente del servicio secreto. Ellos se encargaron de todo. Sólo pedí que dejaran a Ishwar al margen, lo que también estaba de acuerdo con sus planes. A partir de aquella noche, me convertí en profesional del cine y en agente, en espía. El cine me dio trabajo inmediatamente y eso me distrajo. Mi trabajo como agente secreto empezó algo después. Por el momento, no había mucho que hacer; sólo estar disponible. La primera misión llegó al cabo de ocho meses. Recibí un telegrama en Calcuta. Me dieron la orden de trasladarme inmediatamente a Delhi y a alojarme en el hotel Imperial. Tenía que hacerme amigo de una mujer, una agente del servicio secreto soviético, la famosa KGB. Confieso que todo eso me parecía como una broma, algo irreal, como sin duda te lo está pareciendo ahora a ti.

James se detuvo, miró el mar.

– ¿Nos sentamos? -preguntó.

No hacía demasiado calor y la brisa acariciaba suavemente la piel.

– Me gustan estos días nublados -dijo-. Bueno -prosiguió-, ya te imaginas quién era esa señora, la alemana que estaba en Delhi. Gudrun Holdein, así se hace llamar. Mi única misión, en principio, era conquistarla: tenía que hacerme digno de su confianza hasta el punto de que ella quisiera reclutarme. Contraespionaje, eso era lo que yo tenía que hacer. No te consultan, te lo mandan. Sin matices, sin paliativos. Lo haces o te atienes a las consecuencias, y prefiero no saber en qué consisten esas consecuencias. Una vez que aceptas ser agente del servicio secreto, no existe la vuelta atrás.

Volvió a quedarse callado y su mirada se perdió en el horizonte.

– Nací en Northon -dijo-, un pequeño pueblo costero del norte. Me gusta el mar gris de los días nublados. -Me había dicho antes algo parecido. Su tono volvió a endurecerse cuando volvió a su relato-. Me convertí en agente doble. No fue difícil conquistar a Gudrun Holdein. Compartíamos una afición. Mejor será decir una pasión: la ópera. Tuvimos largas conversaciones en el bar, en el restaurante, alrededor de la piscina. Hablábamos de ópera y de filosofía de la vida. Me encargué de dejar muy claro que estaba desorientado, que el mundo no me gustaba, que me gustaría hacer algo útil por cambiarlo y que andaba bastante mal de dinero. Todo estaba perfectamente preparado para que ella cayera en la trampa. Contábamos con que harían nuevas investigaciones sobre mi vida, pero todo estaba en orden. Y todo funcionó muy bien hasta vuestra llegada a Delhi, el verano pasado. Vi a Gudrun Holdein nada más llegar al hotel. Estaba muy excitada, me dijo que estaba estableciendo un contacto interesante entre un grupo de españoles. Sin embargo, no me dio ningún nombre. No le dio tiempo, porque Ishwar nos interrumpió. Parecía tan impresionado por algo, tan conmocionado, que dejé la conversación con la señora Holdein para después. Eso fue lo que me perdió. Al día siguiente,ella parecía muy cautelosa, dijo que todo había sido una falsa pista y que era mejor que nos olvidásemos de los españoles. Entonces comprendí que había empezado a desconfiar de mí. Pero yo estaba seguro de que ella había hecho un contacto entre vosotros y me propuse descubrirlo.

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