Jaime Bayly - El Huracán Lleva Tu Nombre

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El Huracán Lleva Tu Nombre: краткое содержание, описание и аннотация

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Gabriel ama a Sofía pero también le gustan los hombres. Gabriel tiene mucho éxito en televisión, pero lo que ansía de verdad es huir del Perú y dedicarse sólo a a escribir, lejos de la ambigüedad y de la hipocresía que lo envuelven y lo limitan. El huracán lleva tu nombre es una singular historia de amor, dolorosa y gozosa a la vez, con una heroína, Sofía, que fascina por su capacidad de amar, y con un original antihéroe, el narrador, Gabriel, que expone al lector su conflicto a través de una sinceridad a veces hilarante y a veces conmovedora. Una novela que no va a dejar a nadie indiferente.

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Yo sé que eres una vieja malévola, no tienes que decírmelo, pienso. No te preocupes, Barbie, Sofía no sabe nada -la tranquilizo-. Pero no puedo irme a Londres, por ahora me voy a quedar con ella, añado. ¿Hasta cuándo?, pregunta, desafiante, interrumpiéndome. Hasta que nazca el bebé y ella se gradúe, respondo. ¡Pero ella no va a poder graduarse, es imposible!, se enfada. No creo que sea imposible -respondo, tratando de mantener la calma-. Yo puedo ayudarla con sus tareas. Ella se impacienta y grita: ¡Tú lo único que quieres es casarte para sacar la residencia! ¡Y ni bien te den los papeles te vas a ir corriendo y no te vamos a ver más, te lo puedo asegurar! Te conozco, Gabriel. A mí no me vas a meter el dedo a la boca como haces con Sofía. ¡Tú la has dejado embarazada a propósito, para obligarla a que se case contigo y así sacar los papeles! ¡Eres un manipulador y no quieres a Sofía ni a nadie, sólo te interesa conseguir los papeles y por eso has hecho todo esto! Yo me quedo pasmado. No puedo creer que me acuse de ser tan perverso. Jamás pensé dejarla embarazada. Fue un tropiezo, un accidente, un descuido de ambos. Si esta loca supiera que llevé a su hija a una clínica de abortos, que la obligué a entrar en medio de aquellos energúmenos que nos insultaban, tal vez no me diría tantos disparates. No es así, Bárbara -digo, haciendo un esfuerzo por no levantar la voz y contestar sus insidias con otras peores-. Yo no quise dejar a Sofía embarazada. Yo no quise ser papá. No me interesan los papeles. Pero ya que ella quiere tener al bebé, sí, lo mejor es casarnos y sacar los papeles.

Bárbara chilla como una perturbada: ¡No te creo ni una palabra, pendejo de mierda! ¡Eres un wimp ! ¡Te conozco más de lo que crees, conozco a los bragueteros como tú, y sé que te estás aprovechando de Sofía para hacerte residente acá, porque eres un maricón y no quieres volver al Perú! ¡Necesitas los papeles, no me mientas! ¡Por eso la dejaste embarazada y no te quieres ir ahora, porque sabes que, si te vas, ella aborta y te quedas sin matrimonio y sin tu green card y te vuelves a Lima como el loser que eres. Yo sonrío, caminando en círculos por la sala con el teléfono inalámbrico en un oído y luego en el otro, y digo con todo el cinismo del que soy capaz: Aunque grites y me insultes, no voy a dejar a Sofía, nos vamos a casar y sí, voy a sacar los papeles. y estás cordialmente invitada a la boda. y si quieres prestarnos el departamento en Londres para la luna de miel, sería todo un detalle de tu parte. Bárbara grita, odiándome: ¡Idiota! Asshole! Go fuck yourself. ¡Ya te jodiste conmigo, vas a ver! ¡Ojalá termines tirado en una vereda muriéndote de sida y pidiendo limosna! ¡Vete a la mierda! En seguida cuelga y yo permanezco de pie, mirando la imagen que me devuelve el espejo, la de un hombre barrigón, en pijama, perdiendo pelo, que no sabe qué hacer con su vida, cómo salir del embrollo en que se ha metido.

Me doy una ducha, me hago una tortilla con jamón, desayuno en la cocina escuchando mi disco favorito de Bach y voy a la computadora a escribir. Trato de seguir con la novela, pero no puedo. Sólo consigo escribir insultos contra Bárbara, uno tras otro. Lleno la pantalla de invectivas, diatribas y procacidades. Más tarde me calmo y vuelvo a mi libro. De pronto suena el teléfono. No contesto. Reconozco la voz de Isabel en el contestador. Gabriel, si estás ahí, contesta, porfa, me dice, con voz dulce. Amo a esa mujer. Si la hubiese conocido antes que a Sofía, habría intentado seducirla. Ya es tarde. Hola, Isabel, digo, con mi mejor voz de escritor rebelde, gay torturado y macho ocasional. ¿Qué ha pasado, que mi mamá está hecha una loca?, me dice. Ay, Isa, es una larga historia -suspiro-. Básicamente, cree que he dejado embarazada a Sofía a propósito, para sacar los papeles, añado, con voz de víctima. No sabes lo histérica que está -me cuenta ella-. Ha gritado toda la mañana contra ti y ha dicho unas cosas increíbles que te juro que me han dejado preocupada, Gabriel, y por eso te llamo, porque me da miedo que mi mamá haga una locura. Me encanta que Isabel sea mi aliada y mi confidente. ¿Qué ha dicho? ¿Que me va a cortar las pelotas?, digo, haciéndome el gracioso. Ay, es que no sé si decirte todo, duda ella. Cuéntame, Isa. Tú sabes que te adoro y que puedes confiaren mí. Ella habla susurrando: Bueno, te cuento porque estoy sola y aprovecho que la loca se ha ido de compras aquí al lado. Dice que te va a hacer brujería con su bruja en Lima. Yo me río y digo: Me da igual, no creo en esas huevadas. Pero ella sigue, muy seria: Escúchame, escúchame. y dice que le va a meter una pastilla a Sofía en la comida, sin que se dé cuenta, para hacerla abortar. Yo me sorprendo: No te creo. Isabel continúa, alarmada: ¡Te juro! ¡Y mami es capaz! ¡Está hecha un pichín! Por eso te llamo, porque dijo que iba a comprar esas pastillas. O sea que avísale a Sofía ahorita mismo, que no vaya a comer nada que le dé mi mamá. Anda ahorita a la universidad, búscala y dile esto, ¿okay? Yo le digo agradecido: Tranquila, que se lo voy a decir apenas la vea. ¿Pero existen esas pastillas para hacerte abortar? ¿Se pueden mezclar con la comida? Isabel habla con voz grave: Claro que existen pastillas abortivas que te aceleran la regla. Y, créeme, Gabriel, mi mamá es capaz de meterla en una bebida y dársela a Sofía como si nada y adiós embarazo. Yo la secundo: Claro que es capaz, no tengo la menor duda. Ella sigue: O sea, que anda ahorita, busca a Sofía y cuéntale. Pero no le digan a mami que yo les avisé, porque me mata. Háganse los locos, y eso sí, que Sofía no coma ni tome nada que mami le dé. Yo le hablo con todo el cariño que ella me inspira: Gracias, Isabel. Eres genial. Eres, de lejos, lo mejor de tu familia. Te adoro y te agradezco mucho por ser buena y cariñosa conmigo. Ella me interrumpe: Ya, ya, no seas sobón. ¿Cuándo nos vemos, ingrato? Yo me alegro: Cuando quieras. Vente un día por acá y nos tomamos un tecito. Ella se ríe: Qué aburrido eres. Nunca sales, ¿no? Más bien vente tú un día a mi casa y te preparo una comidita rica. ¿Estás loca? -le digo-. No pienso ir a tu casa mientras tu madre esté allí. Ay, cierto -se lamenta-. No veo la hora de que mami se vaya a Lima y me deje en paz. Es una tortura vivir con ella. Me imagino, digo. Bueno, no pierdas tiempo, corre a la universidad, que tengo pánico de que mami vaya a buscarla y le meta la pastilla.

Me despido, cuelgo y salgo de prisa a la universidad. Por suerte, son pocas cuadras, apenas cuatro: dos por la calle S hasta la 37, y dos por la 37 hasta la universidad, ingresando por la entrada lateral. Llego a la rotonda, busco a Sofía con impaciencia y finalmente la encuentro en la biblioteca, sola, leyendo un libro en inglés. Vamos a tomar algo a Sugars, le digo. Sonríe encantada. En la calle O, caminando sin mucho apuro, se lo cuento todo: que su madre me acusó de embarazarla deliberadamente para conseguir la tarjeta de residencia; que me mandó a la mierda con insultos porque me negué a ejecutar su plan de fugarme a Londres; que amenaza con hacerme brujerías y maleficios, y que le dará una pastilla para abortar sin que ella se dé cuenta. Sofía lanza una carcajada. Me irrita que se ría, que no tome en serio lo que le digo. No es broma, Sofía -le digo-. Tu mamá es capaz de hacer cualquier cosa para que abortes. No, no -me corrige, divertida-. Eso es imposible. Lo dice para hacerse la mala, pero no es capaz de meterme una pastilla y hacerme abortar. Yo hago un gesto de enfado: Yo creo que es capaz de eso y mucho más. Mi madre es una cucufata insoportable, pero la tuya es una bruja. Sofía me mira disgustada: No insultes a mi mamá, por favor. Me lleno de furia contra ella por ser tan tonta, tan ingenua. Bueno, si no me crees, jódete -le digo-. Vine corriendo para avisarte, pero si quieres, anda con tu mamita y toma todas las cocacolitas que te dé, a ver cómo te va con el embarazo. -Le doy un beso en la mejilla y digo, cortante-: Chau, me voy a escribir. Ella me mira sorprendida: ¿No me ibas a invitar un café en Sugars? Yo hago un gesto desdeñoso, las manos en los bolsillos, y digo: Cambié de opinión. Sofía se ríe y eso me irrita todavía más. Tonta, eres igual que tu mamá, pienso.

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