Boris Izaguirre - Dos monstruos juntos

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Alfredo y Patricia siempre han vivido en medio del éxito y el privilegio. Alfredo es considerado una de las nuevas estrellas de la cocina española y Patricia, ay Patricia, es una mujer toda aristas. A los dos se les conoce como «Los infalibles bellos». Las circunstancias, el derrumbe de la sociedad del lujo, los cambios a los que se enfrentarán en su nueva vida en el Londres más actual pueden convertirlos en dos monstruos juntos.
Desde su gran capacidad crítica y con su elegante humor, Izaguirre retrata el fin de una época donde todo parecía fácil, tanto el éxito como la impunidad absoluta. Dos monstruos juntos es una novela intrigante que desnuda todos los misterios de la pareja y se adentra con agilidad e ironía en las recámaras que siempre anhelamos conocer.

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– Estuvimos en la inauguración de esa Copa de Vela. La firma italiana nos encargó el catering para sus eventos. Cerramos el mercado antiguo y nos obligaron a construir tres carpas vips: para el ayuntamiento, para los amigos de Marrero y para los de la firma. Al final había más vips que otra cosa, y la gente se asfixiaba en las carpas y afuera en el mercado podías llevarte el marisco con las manos, y también magníficos patés y confits.

– Todo ese mundo de carpas vips le reportó millones a Marrero y la amistad con estos políticos que quieren traerse los Grammy Latinos a España -agregó Borja.

Patricia se sintió mareada. Una cosa era llevar adelante su día a día dentro de la estafa a la mayor estafa. Otra, más tediosa, más aburrida, menos volátil y excitante, era escuchar estos manejos de ambiciones políticas vinculadas a los Grammy Latinos. ¿Quién los ganó el año pasado? Música latina, no tenía mucha en su iPod. Marta Sánchez era una debilidad que además podía argumentar muy bien. Así como asumir que te tiene que gustar Oasis más que Blur porque fuiste niñata en los noventa. Punto. Qué duro imaginar que tuviera que poner a Bisbal o a Shakira en el Ovington para celebrar los Grammy Latinos.

– No entiendo este interés por los Grammy Latinos. De toda la vida si quieres triunfar en la cultura anglosajona tus veleidades latinas las tienes que esconder. Ya es suficiente con los rasgos -dijo ella.

– ¡Por fin dices algo cierto! ¿Tienes raíces latinas?

– Una abuela sudamericana -consintió Patricia. Por fin entendía por qué era Mr. Gratis: sabía sacarte información sin aparente coste. A nadie jamás le habría dicho con esa facilidad uno de sus secretos mejor guardados.

– ¿Te molesta tenerla?

– Su dinero siempre ha sido inmensamente útil -seguía diciendo verdades. Ojalá pasara algún vip de súper renombre para callarse. Terminaría por decirle qué era Chanel-Popea antes de que terminaran la comida.

– Te angustia que no sea un dinero del todo bien habido -insistió Borja.

– Estuvo casada con un jefe de inteligencia de una dictadura suramericana. -Era increíble, se escuchaba a sí misma y sentía que no podía parar de decirle sus peores verdades.

– Hoy por hoy, ese dinero casi te hace aristócrata. Al menos siempre puedes aducir que tus abuelos lo ganaron luchando por una ideología, un deseo de cambio para un país. Ahora robamos dinero que ni siquiera es físico -dijo él. Acababan de servirle el steak tartar más grande del restaurante. Patricia entendió que lo frecuentaba. El marido de Elton John le envió un guiño semi aprobatorio de Borja.

– Le encantas a los gays, ¿no? -dijo Borja.

– Como tú y como Alfredo -sonrió ella, robando con su tenedor un buen trozo del tartar.

– Volviendo a Marrero y sus Grammy Latinos, han empezado los problemas. Hay gente molesta por el dinero que ya se han gastado por este lleva y trae de los Grammy Latinos. Si no lo consigue, Marrero va estar bastante investigado.

Aterrizaba otro plato con langostas. Al ser Mr. Gratis tenía que aprovechar bien las comidas. Ella no había pedido, no le parecía bien que la vieran comiendo platos que no pertenecían a Alfredo. Ostras, tartar, langostas…, o se caía allí delante de ella por un infarto o bajaba al lavabo y despachaba las rayas necesarias para eliminar crustáceos y terneras.

– ¿Y a ti, qué te ha dicho Marrero? -preguntó esta vez Patricia.

– Que no podemos bajar la guardia contigo.

– No me voy a acostar contigo para que lo olvides -afirmó Patricia.

– ¿Estás segura?

Mr. Gratis pagó. Patricia asumió que en realidad lo haría una de las cuentas o tarjetas de Marrero. Recuperaron abrigos y Patricia disfrutó todo el besamanos de los empleados, obsequiosos porque, después de todo, ella acababa de levantar un negocio en plena debacle financiera. Aunque renegara de esos besuqueos, se sintió admirada.

Borja iluminaba el salón de su apartamento. Maderas nuevas, ¡pobre Amazonas!, cubriendo las paredes. Una biblioteca, igualmente nueva, con libros, todos ediciones lujosas de moda, interiores, decoración de yates y colecciones de coches. Borja reapareció de una cocina novísima, destellante, con la botella de champagne, Dom, ya sin el Pérignon, que lo hacía muy largo.

Borja sirvió las copas relamiéndose y despojándose de los zapatos y extrayendo el frasquito color caramelo de la cocaína, un golpecito leve al apoyarlo en la mesa de vidrio con dos leones dorados sosteniéndola. Esa decoración que tienen las fotos de los pisos de lujo en las oficinas de ventas.

Borja se había quitado la ropa; era, en efecto, un Saturno devorador, como el cuadro de Goya. Patricia aceptó el champagne, el beso y la cucharita cargada de coca. En esa casa, lo sabía igual que le dolía el cuerpo por lo que hacía, había una señal para conseguir que el plan maestro fuera todavía más maestro.

Borja no le hacía el amor, la hurgaba, la agredía, con su mirada, con la lengua, con sus dedos, el miembro, la cucharita repleta de polvo blanco y ella pedía lo que siempre pedía: dejar de pensar y sin embargo seguir pensando. Él le decía cosas: «Sabía que eras así, me gusta estar con mujeres que me exigen, que me obliguen a hacerles daño, castígame, castígame todo lo que quieras luego, destrúyeme. Úsame.» Y lo repetía varias veces, el órgano convertido en algo muy grueso, fosforescente. «Úsame. Úsame. Úsame.»

Consiguió levantarse hacia la nevera. Todos los muebles, y electrodomésticos, de la cocina carecían de asas. Pulsó, pulsó, pulsó y de repente se abrió una luz potentísima.

Trascendida por ese faro del interior del frigorífico era una virgen moderna. Todo lo que había hecho, traiciones, amor y más traiciones, eran escalones de martirio para alcanzar una santidad. Santa Patricia de los corruptos. Santa Patricia de sí misma, la mujer atrapada en ansiedades y amor, en dígitos que trepan y ocultan precipicios. Santa Patricia de los infiernos por descubrir.

Cerró la puerta de la nevera, la luz se sostuvo brillantes segundos acariciando su rostro y devolviéndole la lozanía que la coca y la borrachera ensuciaran. La luz quería señalarle más cosas, allí, revoloteando sobre un montoncito de papeles al lado de tazas de café usadas. Una montañita de post-its casi sin pegamento. Separó uno y otro mientras la luz iniciaba su declive. Buscó con mayor rapidez hasta que vio la letra de Marrero, podría reconocerla aunque se hubiera metido siete gramos. «¡¡¡Recupera los platos cuadrados del Ovington!!!»

CAPÍTULO 24

LA ESTACIÓN DE TREN DE FAMOSOS

En Cadogan Gardens Alfredo se movía como si siempre hubiera estado allí. Dejando su maleta al lado del armario en la habitación, desnudándose por el pasillo, haciéndole el amor en varios rincones, besándola y repitiendo palabras que no terminaban, esa nueva pregunta «¿Qué estamos haciendo?». Ni un solo comentario, hasta ahora, sobre los muebles. El chester de perfecto verde botella y exactísimo envejecimiento. Las sillas Reina María del comedor, la interminable mesa de madera carcomida y enrojecida. Las dos fotografías de LaChapelle en la cocina y el abstracto brasileño en el salón delante del inmenso ventanal. Nada de eso miraba Alfredo, para hacerle sentir que consideraba que todo seguía siendo prestado, aunque tuviera el nombre de los dos.

Patricia escribía cosas en su ordenador, como siempre. Alfredo estaba duchándose cuando lo vio claro. El iPod de Patricia. Allí donde había visto escrito Popea-Chanel la primera vez. Allí estaba todo, era un plan perfecto y él un elemento más. Quiso salir de la ducha y resbaló. Se aferró al toallero y pensó mejor sus acciones. No iba a denunciarla, no iba a castigarla. Era preferible seguir ejecutando órdenes. Después de todo, cualquier gran cocinero se encuentra al servicio de alguien, por más veces que aparezca en la tele, por mayores estrellas que obtenga y vea comer sus platos. Siempre hay alguien con el suficiente dinero para comprar tus servicios y hacerte cocinar lo que quiere. Por qué no aceptar que él y Patricia habían encontrado una buena fórmula. Él cocinaba, ella producía, en apariencia eso eran. Debajo, cualquiera que fuera el pantano que ocultaban, él no tenía que preocuparse, Patricia, por el momento, lo vigilaba y drenaba mucho mejor.

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