Boris Izaguirre - Dos monstruos juntos

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Alfredo y Patricia siempre han vivido en medio del éxito y el privilegio. Alfredo es considerado una de las nuevas estrellas de la cocina española y Patricia, ay Patricia, es una mujer toda aristas. A los dos se les conoce como «Los infalibles bellos». Las circunstancias, el derrumbe de la sociedad del lujo, los cambios a los que se enfrentarán en su nueva vida en el Londres más actual pueden convertirlos en dos monstruos juntos.
Desde su gran capacidad crítica y con su elegante humor, Izaguirre retrata el fin de una época donde todo parecía fácil, tanto el éxito como la impunidad absoluta. Dos monstruos juntos es una novela intrigante que desnuda todos los misterios de la pareja y se adentra con agilidad e ironía en las recámaras que siempre anhelamos conocer.

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– Tú tienes un secreto mío y yo tengo un secreto tuyo -desveló la Higgins.

– Creo que estás equivocada, Lucía.

– David me ha dicho que tienes fotos mías con el negro en la country house.

Patricia tuvo ganas de reírse. Solo a la Higgins se le ocurría construir una frase así. La carta de Borja era un pretexto.

– No acostumbro a llevar cámaras ni móviles en ninguna fiesta.

– No quisiera tener que temerte, Patricia.

– Nunca hay nada que temer, Lucía. Al final todos somos inocentes.

CAPÍTULO 25

PATOS SALVAJES EN SAINT JAMES

Borja reapareció en el Ovington. No venía solo, sino otra vez con la idea, la excusa.

– Un libro sobre este restaurante.

– Es demasiado pronto -lanzó Patricia, el tono metálico de su negativa cuidando no parecer en exceso nervioso. Alfredo se preocupaba más por decidir qué queso cheddar emplearía para su crema de espárragos.

– Es el sitio del momento -decía Borja, de nuevo con la Manada reunida: Enrique sin la esposa y la Higgins con el negro, intentando aparentar oficialidad. Unos señores de aspecto alemán serían los editores, con dos chicas muy jóvenes traduciendo todo lo que Borja dijera bien en inglés o en español. David y Pedro, cada vez más bomboncitos, con ropa hiper ceñida, como si fueran un cruce de los enanitos de Willy Wonka con los de El Mago de Oz.

»Aquí se reúnen todos los que son alguien en Londres en este preciso momento histórico -continuó Borja-. La idea es una súper edición de lujo en alguna casa de prestigio, tipo Phaidon o Taschen, y no con una editorial cutre barcelonesa. Algo grande -bajó un poco su tono de voz, se agitó algo el flequillo (¿había tenido flequillo antes?) y miró hacia Alfredo, que no le veía-, como se merece Alfredo.

– El Innombrable acaba de sacar un libro con Phaidon. Todas sus recetas dibujadas por artistas vivos o muertos, todos sobresalientes -murmuró Alfredo.

– El criterio es que, pase lo que pase, en estos tiempos difíciles la gastronomía siempre nos salvará y siempre salvará a España -continuó Borja.

– Porque en todos los rincones de España hay comida y sol -dijo Patricia con un tono burlón.

– Muy demagógico -culminó Alfredo, escogiendo un cheddar con leves trazos de pimentón-. Pero no estoy interesado.

– Vendré con los editores a cenar.

– Necesitaréis reserva -dijo Alfredo, despachando a toda la Manada. Higgins iba a decir algo pero Alfredo ya se alejaba para regresar a la cocina.

Varias noches después, Patricia pidió a Alfredo quedarse sola en el restaurante. Él debería trabajar en el libro, propuso ella. Los editores le habían dado un adelanto. Cuando estuvo completamente sola, desembaló los platos, eran realmente incomprensibles, más allá de feos. Buscó una firma, la tenían, Palencia Lobo, el supuesto artista que había grabado las falleras en las superficies cuadradas. Vajillas del Levante, el fabricante. Patricia buscó en Google y vio las instalaciones de la fábrica, no muy grandes, y un artículo, muy reciente, que anunciaba el cierre de la misma dejando en el paro a varias familias. Miró la biblioteca de estantes de aluminio que habían mantenido desde los primeros días de Nueva York. Podría colocar allí la vajilla. ¿Por qué exponerla de esa manera? Para que pareciera parte de ellos, no algo deliberadamente escondido, pensó, mientras iba colocando platos llanos, hondos, de postre, bandejas y cafeteras en las baldas. Sintió algo, una persona vigilándola. Borja, quizá, dispuesto a romper cada plato para encontrar la factura, pero no había nadie. Miró la vajilla perfectamente expuesta. Quería empujar toda la estantería, pero no tenía fuerzas suficientes.

David pidió que Patricia le acompañara a Selfridges a buscar un jersey de rebajas. Sonaba tan torpe la excusa… David pretendió arreglarlo todo hablando de un nuevo instrumento de cosmética masculina para él y Pedrito, una suerte de rodillo, de un azul muy intenso, con ruedas en el frente para pasar por el contorno de la cara. Le dijo que Pedro y él habían firmado el libro de familia como casados. Patricia miró hacia el aparato, que desprendía un líquido. Levantó los ojos y vio a Borja subir las escaleras mecánicas del almacén.

– Queremos que Alfredo haga el catering, por supuesto.

– Tú eres su hermano, jamás te dirá que no.

– Tiene que ser en Valencia. En casa del padre de Pedrito -dijo David.

Patricia fue hacia Borja. Siempre quiso encontrarse con alguien que le significaba algo en un almacén como Selfridges.

Patricia lo tomó de la mano y se perdieron de la vista de David. Subieron otro piso, esperaron a que el baño de caballeros quedara más o menos vacío. Borja la recorría con la barbilla, ella se aseguraba de que el miembro creciera exageradamente. Entraron en el baño y un señor mayor se ajustaba el chaleco de un traje detenido en los años ochenta. Rieron, el hombre la miró reprobatorio y les dejó solos. Borja estaba desnudo en el excusado. Ella se subió a él, dirigió el pene hacia su interior y empezó a cabalgarlo tapándole la boca, él le mordía la mano, los nudillos, los dedos, y ella apretaba más el miembro. Él empezó a flaquear y ella contuvo mejor el equilibrio, apretando el glande con sus músculos hasta que él empezó a decir su nombre y la retahíla de palabras: «NOMEHAGASESTO,NOMEDEJESASÍ,NOHAGASQUEESTESEAELÚLTIMOPOLVO, PATRICIATEQUIERO».

– El sol durará hoy más que otros días -le recibió Alfredo en el salón. Era todo ventanales delante del parque que iba de Cadogan Lane hasta Pont Street, podían ver las canchas de tenis, con gente jugando aunque estuvieran en enero. Los ingleses son así con el frío, es una cultura como la de los españoles, que están siempre venerando el sol o los brasileños la música. Los magnolios estaban floreciendo, vaya, y los rodeaban cámaras de televisión de la cadena pública. Los ingleses convierten en noticia el florecer de un magnolio y su significado: la primavera será rutilante. Y en este 2009, empobrecida. Patricia vio su ordenador encendido y la palabra Popea-Chanel. Alfredo pulsaba el enter una y otra vez.

– David dijo que tú y Mr. Gratis os desvanecisteis en Selfridges.

– También me dijo que quiere que hagas el catering de su boda.

– Ya están casados.

– Ya ves, ellos sí, nosotros no.

– ¿También te has acostado con Mr. Gratis?

– No. Es más importante tu libro.

– He tardado tanto en entender todo lo que tienes en este ordenador. Pero ya no puedo avanzar más. Aunque asuma que nunca me dirás toda la verdad, dime al menos si Popea-Chanel es todo por lo que me has vendido.

– Piensa que yo también me he vendido.

– Con más ganas que yo.

– Igual de enamorada.

Se quedaron en silencio y vieron una bandada de patos, los que a veces dejaban escapar de St. James's Park, pasar delante del ventanal, volando un rato en libertad antes de regresar a la cárcel sin rejas de su laguna en los jardines del Palacio de Buckingham.

VALENCIA

CAPÍTULO 26

PLATOS CUADRADOS EN EL SUELO

Los días se volvían semanas, las semanas jamás alcanzaban a serlo, regresaban a ser días. Las noches comenzaban en el día y las bandadas de patos de St. James's Park iniciaban su vuelo para regresar a las lagunas. Y Alfredo clavaba los cuchillos contra la madera en la isla de su reino, como si en verdad estuviera ensayando para atravesar el corazón de Patricia con ellos. Disparaba una escopeta imaginaria en momentos que parecía que nadie le viese y bramaba frases que no terminaban: «Todo empezó cuando Elvis se dio cuenta de que su esposa se lo montaba con su amigo y entrenador de kárate»; «Todo empezó cuando ella dijo que estábamos en el avión equivocado»; «Todo empezó cuando esa puta modelo se encaprichó con la puta de mi novia». No eran del todo inteligibles las frases, pero Patricia creía entenderlas, moviéndose como hormigas diligentes en los labios entrecerrados de Alfredo. Pero pasaban, así como no alcanzaban a terminarse, se disipaban y de pronto él y ella estaban abrazados delante de los clientes, compartiendo un gin tonic, abriendo una botella de champagne, también disfrutando de alguna raya que Alfredo aspiraba vehemente. A Patricia no le gustaba que Alfredo lo hiciera, la cocaína había sido siempre cosa de ella, era un egoísmo arbitrario, irritante, pero no le gustaba que él la imitara.

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