Susana Fortes - Esperando a Robert Capa

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Premio de Novela Fernando Lara 2009
La Fundación José Manuel Lara y Editorial Planeta convocan el Premio de Novela Fernando Lara, fiel al objetivo de Editorial Planeta de estimular la creación literaria y contribuir a su difusión Esta novela obtuvo el XIV Premio de Novela Fernando Lara, concedido por el siguiente jurado: Ángeles Caso, Fernando Delgado, Juan Eslava Galán, Antonio Prieto y Carlos Pujol, que actuó a la vez como secretario

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También vio allí a su padre arrodillado ante el féretro, iniciando el kaddisch , la oración hebrea dedicada a los muertos, con una voz honda, como la sirena de un barco llamándola desde lejos. El hebreo es un idioma antiguo que contiene dentro la soledad de las ruinas. Capa sintió un calambre en la espalda cuando lo oyó. Una especie de cosquillas ligeras en alguna parte del recuerdo en la que ella llegaba del frente cubierta de polvo con las máquinas al costado y el trípode en bandolera.

Era difícil aguantar el tipo con la música de los salmos. Por eso Capa no había querido defenderse después, cuando al acabar la ceremonia los hermanos de Gerda se enfrentaron a él, y lo culparon de su muerte y lo acusaron a gritos de haberla metido en una guerra y de no haber sabido protegerla. Fue Karl quien le soltó un violento directo a la mandíbula y él se dejó pegar sin mover un dedo, como si los golpes lo redimieran de algo. También él mismo se culpaba de haberla dejado sola, de no haber estado a su lado en ese último día aciago, se torturaba cada minuto con la culpa hasta el punto de llegar a encerrarse en su estudio durante quince días a cal y canto rechazando la comida, sin querer hablar con nadie.

«El hombre que salió de allí al cabo de dos semanas», escribiría más tarde Henri Cartier-Bresson, con su perspicacia normanda, «era alguien completamente distinto, cada vez más nihilista y mordaz. Desesperado».

Nadie pensó que levantaría cabeza, Ruth llegó a temerse lo peor al verlo vagar por los quartiers de Sena, bebiendo hasta perder toda noción de realidad. Pero Gerda sabía que se recuperaría, como un boxeador contra las cuerdas, noqueado, que en el último momento saca fuerzas de donde no las tiene y se levanta y coge de nuevo su cámara y se larga de nuevo a la guerra porque ya no sabe vivir de otro modo. Ni quiere hacerlo, tampoco. Y otra vez España, hasta la derrota final; el desembarco aliado en las playas de Normandía, con la compañía E del 116.°, en la primera oleada, en Easy Red; los caminos de muerte hacia Jerusalén en la primavera de 1948, cuando Ben Gurion leyó la Declaración de Independencia israelí; las columnas de prisioneros vietnamitas avanzando con las manos atadas a las espalda en el delta del Mekong, Indochina; cada vez más cansado, menos inocente, pensando en ella cada noche, aunque conozca a otras mujeres e incluso corteje a algunas tan hermosas, como Ingrid Bergman. Era un hombre, al fin y al cabo. Desde la orilla oscura de su recuerdo Gerda esbozó una sonrisa cómplice al reconocerlo junto a su amigo Irwin Shaw en el vestíbulo del hotel Ritz. Fue una sonrisa tan natural que la enfermera creyó que estaba despierta. Robert Capa de los cojones, murmuró en voz muy baja.

Vio todo eso en apenas un segundo y también brindó con él con champán, un día de 1947 en el segundo piso del MOMA de Nueva York, cuando él y Chim y Henri Cartier-Bresson y Maria Eisner fundaron la Agencia de fotografía Magnum. ¡Cómo le hubiera gustado estar allí! Pero cuando más cerca se sintió de él fue en la carretera de Doai Than, a pocos kilómetros de Hanoi. Capa llevaba demasiado tiempo destrozándose el hígado, bebiendo hasta no sentir nada, haciendo lo imposible por dejarse matar, harto ya de vivir sin ella. El calor, la humedad, los hoteles sórdidos llenos de chinches, el oro de los arrozales bajo un sol tardío, las frágiles pértigas de los balancines de los pescadores fluctuando sobre los campos, los sombreros como moluscos de las muchachas que pedaleaban descalzas en sus bicicletas por caminos de tierra, el verde joven de las montañas, las agujas doradas de una pagoda, el termo de té helado, el zumbido de los aviones, los soldados del Viet Minh por todas partes, moviéndose entre los juncos crecidos. Saltó del jeep para hacer las últimas fotos de su reportaje titulado «Arroz amargo», como la película de Giuseppe de Santis. Subió despacio una pendiente suave de hierba nueva, sin pisar, para sacar un contraluz de los hombres que avanzaban por el otro lado del dique cuando, de repente, al apretar el obturador, clic, el mundo estalló en pedazos. En Doai Than. Hanoi.

Gerda sintió multitud de huesos de sus pies esparcidos por el aire como grava. Fósforo puro. El cráneo de él reposando contra sus costillas, los metacarpios de su mano izquierda dentro de la mano derecha de ella. El hueso de la pelvis unido a su tráquea por la máxima intimidad. Fosfato cálcico. Fue entonces cuando se dio cuenta de que todo lo vivido cabía en el relámpago de una milésima del firmamento, porque el tiempo no existía. Volvió a abrir los ojos. Eran las cinco de la madrugada. Irene Goldin, la enfermera de ojos azules, se acercó solícita a la cabecera de su cama.

– ¿Han encontrado ya mi cámara? -preguntó ella con un resto de voz.

La enfermera negó con la cabeza.

– Lástima -dijo-, era nueva.

NOTA DE LA AUTORA

En enero de 2008 aparecieron en México tres cajas con 127 rollos de negativos y fotos de la guerra civil española, pertenecientes a Robert Capa, Gerda Taro y David Seymour, Chim. Más de 3.000 fotografías inéditas. La cineasta Trisha Ziff localizó las cajas a través de los descendientes del general mexicano Francisco Aguilar González, que había prestado sus servicios como diplomático en Marsella a finales de los años treinta ayudando a escapar a refugiados antifascistas. En la actualidad el material se encuentra en el Centro Internacional de Fotografía de Nueva York pendiente de estudio. Casi todos los periódicos se hicieron eco del hallazgo sin duda más importante de la historia del fotoperiodismo.

El origen de esta historia arranca de una de esas fotografías encontradas en México que fue publicada por The New York Times . Me refiero a una imagen de Gerda Taro en una cama estrecha de un cuarto de hotel, muy joven y dormida con el pijama de Robert Capa. Podría parecer un niño si no fuera por las cejas tan finas y depiladas. El cuerpo de medio lado, la mano bajo el pecho, el pelo corto y revuelto, la pierna izquierda flexionada con la tela enredada en la rodilla como si hubiera estado dando muchas vueltas antes de dormirse.

La figura de Robert Capa ya había acaparado antes mi atención. Sus álbumes de fotografías ocuparon siempre un lugar de honor en mi biblioteca, junto a Corto Maltés, Ulises, el capitán Scott, los amotinados de la Bounty , Heathcliff y Catalina Earnshaw, el Conde Almásy y Katharine Clifton, John Reed y Louise Bryant y todos mis héroes cansados. En más de una ocasión le había dado vueltas a la idea de escribir algo sobre su vida. Me parecía que este país le debía, por lo menos, una novela. A los dos. Y sentía esa certeza como si fuera una deuda pendiente. Pero seguramente no había llegado el momento de saldarla todavía. Una nunca elige esas cosas. Ocurren cuando ocurren.

Además de los archivos fotográficos, algunos libros han sido de gran ayuda en la fase de documentación previa a la escritura. El primero de ellos la biografía de Richard Whelan sobre Robert Capa y el apasionante ensayo de Alex Kershaw titulado Sangre y champán . Para recrear el ambiente de Madrid, Valencia y Barcelona con sus intrigas políticas y amorosas me ha servido de referente el libro de Paul Preston Idealistas bajo las balas que refleja con gran precisión y calado el proceso de transformación de todos aquellos que acudieron a observar los acontecimientos y acabaron inevitablemente atrapados por la fascinación de la última guerra romántica, por decirlo de algún modo, o al menos, la última en la que todavía era posible elegir un bando. También fue decisivo el magnífico estudio del periodista Fernando Olmeda sobre Gerda Taro, publicado por la editorial Debate, que me ayudó a paliar en parte la dificultad de acceso a las fuentes documentales directas sobre la fotógrafa en alemán, debido a mis limitaciones con ese idioma. El libro de Fernando Olmeda recoge gran cantidad de datos y testimonios de la escritora alemana Irme Schaber, autora de la única y exhaustiva biografía sobre Gerda Taro que hay publicada hasta la fecha y que lamentablemente no está traducida a otros idiomas. Es a ella a quien sin duda le corresponde el mérito de haber rescatado del olvido a una de las mujeres más interesantes y valientes del siglo XX.

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