Joanne Harris - Chocolat
Здесь есть возможность читать онлайн «Joanne Harris - Chocolat» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Chocolat
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Chocolat: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Chocolat»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Chocolat — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Chocolat», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
La incredulidad y la desconfianza hacen más oscuros sus ojos.
– Debe de tener insulina en la nevera -le digo-. Seguramente se refería a eso. Vaya a buscarla, rápido.
La guarda junto a los huevos. Dentro de una caja tupperware tiene seis ampollas de insulina y unas agujas de inyecciones de un solo uso. Al otro lado, una caja de trufas con unas letras en la tapadera que dicen La Céleste Praline. Aparte de esto, en la casa apenas hay comida: una lata abierta de sardinas, un trozo de papel con manchas de rillettes, unos tomates. Le pongo la inyección en el brazo, en la parte interior del codo. Conozco bien la técnica. Durante los estadios finales de la enfermedad de mi madre, en los que intentó tantas terapias alternativas -acupuntura, homeopatía, visualización creativa-, acabamos recurriendo a la buena morfina de toda la vida, que comprábamos en el mercado negro cuando no podíamos conseguirla con receta y, pese a que mi madre detestaba las drogas, se sintió feliz de conseguirla y vivió una exaltación física en que los rascacielos de Nueva York navegaban ante nuestros ojos como en un espejismo. ¡Qué poco pesa cuando la sostengo en mis brazos, la cabeza se le vence inerte! Una marca de colorete en una mejilla le da un aspecto desesperado y grotesco. Le oprimo las manos frías y rígidas entre las mías, le distiendo las articulaciones, le restriego los dedos.
– ¡Armande! Despierte, Armande.
Roux nos observa, indeciso, con expresión confusa y esperanzada a un tiempo. Siento los dedos de Armande en mis manos como si fueran un manojo de llaves.
– Armande -le he hablado con voz enérgica y autoritaria-. ¡No se vaya a dormir ahora! Tiene que despertarse.
Ya está. El más leve de los temblores, como una hoja que aletease y rozase otra.
– Vianne…
Roux se desploma de rodillas a nuestro lado. Su rostro está pálido, pero le brillan los ojos.
– ¡Oh, vuelva a decirlo, vieja testaruda! -el peso que acaba de quitarse de encima es tan grande que lo siento con dolor-. Sé que está ahí, Armande, sé que me oye -me mira histérico, casi riendo-. Ha hablado, ¿verdad? ¿No han sido imaginaciones mías?
He negado con un movimiento de la cabeza.
– Es una mujer fuerte -le digo-. Menos mal que la ha cogido a tiempo, justo antes de que entrara en coma. Demos tiempo a la inyección para que actúe. Siga hablándole.
– De acuerdo -Roux se pone a hablar con ella de forma aturullada e incesante, escrutando en su cara algún signo de conciencia.
Entretanto, yo sigo frotándole las manos y me doy cuenta de que poco a poco va recobrando el calor.
– No nos va a engañar, Armande, vieja bruja. Es usted más fuerte que un caballo. Usted no se morirá nunca. Además, acabo de repararle el tejado. No se vaya a figurar que me he tomado todo este trabajo para que esa hija suya se quede con todo. ¿O sí? Sé que me oye, Armande. Sé que me escucha. ¿A qué espera? ¿Quiere que le pida perdón primero? Bueno, de acuerdo, entonces le pediré perdón -ahora casi está gritando y las lágrimas le resbalan por el rostro-. ¿Me ha oído? Le he pedido perdón. Soy un desagradecido y un hijo de puta y estoy arrepentido. Despiértese de una vez y…
– … sí, un asqueroso hijo de puta…
Roux se ha callado de golpe. Armande ahoga una pequeña carcajada. Sus labios se mueven aunque de ellos no escapa ningún sonido, pero sus ojos brillan y miran atentos. Roux le rodea la cara afectuosamente con las dos manos.
– Lo he asustado, ¿verdad? -la voz de Armande es fina como la seda.
– No.
– Sí, claro que sí -en la voz de Armande hay un rastro de satisfacción y de malevolencia.
Roux se restriega los ojos con el anverso de la mano.
– Todavía me debe dinero por el trabajo que le hice -ha dicho con voz temblorosa-. Temía que no se recuperase porque me habría quedado sin cobrar.
Armande vuelve a soltar otra de sus risitas. Está recuperando fuerzas a ojos vistas, por lo que entre los dos la hemos levantado para sentarla en la silla. Pero sigue muy pálida y tiene la cara abotargada como una manzana podrida, pese a que sus ojos son claros y brillantes. Roux se vuelve hacia mí con expresión franca por vez primera desde el incendio. Nuestras manos se tocan. Súbitamente he visto su rostro a la luz de la luna, la curva redondeada de un hombro desnudo sobre la hierba, y he notado un persistente y fantasmal aroma de lilas… Abro los ojos con una estúpida expresión de sorpresa. También Roux debe de haber sentido algo, porque retrocede desconcertado. Detrás de los dos oigo a Armande riéndose por lo bajo.
– He encargado a Narcisse que telefoneara al médico -le digo tratando de quitarle importancia-. No tardará en llegar.
Armande me mira; surge entre las dos una sensación de reconocimiento y, no por primera vez, me pregunto con qué claridad percibe Armande las cosas.
– No quiero a ese esqueleto en mi casa -dice-. Que se vaya por donde ha venido. No quiero que me diga qué tengo que hacer.
– Pero usted está enferma -protesto-. De no haberla descubierto Roux cuando ha entrado en su casa podía haber muerto.
Me mira con aire burlón.
– Vianne -dice en el tono de una persona a la que se le está acabando la paciencia-, eso es lo que les pasa a los viejos: que se mueren. Son cosas de la vida y ocurren a diario.
– Sí, pero…
– Y no pienso ir a Le Mortoir -continúa-. Dígaselo de mi parte. No me pueden llevar a la fuerza. Hace sesenta años que vivo en esta casa y quiero morir en ella.
– Nadie la obligará a ir a ninguna parte -dice Roux con viveza-. Lo único que pasa es que usted no se toma la medicación. Pero la próxima vez seguro que pondrá más atención.
Armande sonríe.
– Las cosas no son tan fáciles como parecen -dice.
Pero él insiste:
– ¿Por qué lo dice?
Armande se encoge de hombros.
– Guillaume lo sabe -le dice-. He hablado mucho con él y él lo entiende -ahora su voz suena casi normal, aunque todavía está muy débil-. No quiero tomar ese medicamento todos los días -dice con calma-. No quiero andar siguiendo regímenes que son el cuento de nunca acabar. No quiero que me atiendan enfermeras amables y que me hablen como si yo estuviera en un jardín de infancia. Tengo ochenta años, puedo proclamarlo a voz en grito, y si a esa edad todavía no sé lo que me conviene…
Se interrumpe bruscamente.
– ¿Quién viene?
Desde luego, tiene buen oído. También yo lo he oído. Es el débil sonido de un coche que enfila el sendero desigual que conduce a la casa. El médico.
– Como sea ese matasanos santurrón, díganle que no pierda tiempo conmigo -dictamina Armande-. Díganle que ya estoy bien y que se vaya con la música a otra parte. No quiero saber nada de él.
Echo una mirada al exterior.
– Se ha traído a medio Lansquenet -observo sin levantar la voz.
El coche, un Citroën azul, está atiborrado de gente. Además del médico, un hombre pálido vestido con un traje de color antracita, veo a Caroline Clairmont, a su amiga Joline y a Reynaud, todos apretados en el asiento trasero. El delantero está ocupado por Georges Clairmont, en actitud sumisa e incómoda pero de silenciosa protesta. Oigo el golpe de la puerta al cerrarse y la voz estridente de Caroline dominando el súbito clamor general:
– ¡Mira que se lo dije! ¿Se lo dije o no, Georges? Nadie podrá acusarme de descuidar mis deberes como hija. A esta mujer se lo he dado todo y así me lo…
Después sigue un taconeo rápido de pasos sobre el empedrado y las voces entremezclándose en una cacofonía de sonidos mientras los inoportunos visitantes abren la puerta de la casa.
– ¿Mamá? ¿Maman? ¡Aguanta, cariño, ya estoy aquí! Por aquí, monsieur Cussonnet, por aquí… pero ¿qué digo? Si usted ya conoce el camino, ¿verdad? ¡Con la de veces que se lo había dicho!… Estaba más que segura de que un día u otro iba a ocurrir.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Chocolat»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Chocolat» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Chocolat» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.