Joanne Harris - Chocolat
Здесь есть возможность читать онлайн «Joanne Harris - Chocolat» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Chocolat
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Chocolat: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Chocolat»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Chocolat — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Chocolat», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Se lo he preparado fuerte y negro pero, acordándome de que es diabética, le pongo la menor cantidad de azúcar posible. Armande, percatándose de mis titubeos, señala la taza con dedo acusador.
– ¡Nada de racionamientos! -ordenó-. Tráteme como me merezco. Virutas de chocolate y una de estas cosas para remover el azúcar. Lo quiero todo. No empiece a hacer como los demás y a tratarme como si no estuviera en mi sano juicio y no supiera cuidarme. ¿Le parezco senil?
He admitido que no me lo parecía en absoluto.
– ¿Entonces? -ha tomado un sorbo de aquel preparado fuerte y dulce con visible satisfacción-. ¡Qué bueno! Mmmm… ¡Muy bueno! Parece que esto da energía, ¿no es así? Es… ¿cómo lo llaman?… ¿estimulante?
Asiento.
– Y también afrodisíaco, según he oído decir -ha añadido con picardía, atisbándome por encima del borde de la taza-. Ya pueden vigilar los viejos del bar. ¡Nunca es tarde para pasar un buen rato! -soltó una risa que más parecía un graznido y que sonó estridente y exagerada. Le temblaban las manos ásperas. Se llevó varias veces la mano al ala del sombrero, como para ajustárselo.
Disimuladamente, poniendo la mano debajo del mostrador, consulté el reloj, pero ella detectó el movimiento.
– No espere que venga -dijo lacónicamente-. Me refiero a mi nieto. En todo caso, yo no lo espero -sin embargo, hasta sus más mínimos gestos desmentían sus palabras. Se le marcaban los tendones del cuello, lo que le daba el aspecto de una bailarina vieja.
Estuvimos un rato hablando de cuestiones baladíes: la idea del festival del chocolate que se les ha ocurrido a los niños -Armande se mondaba de risa cuando le decía lo de Jesús y lo del Papa de chocolate blanco-, los gitanos del río… Parece que Armande se ha brindado a encargarles comida fingiendo que era para ella, lo que provocó las iras de Reynaud. Roux se había ofrecido a pagarle la cuenta con dinero contante, pero ella prefirió que se la pagase arreglándole el tejado, que tiene goteras. Con risa traviesa me comentó que esto pondría sobre ascuas a Georges Clairmont.
– Se figura que es el único que puede echarme una mano -dijo con aire satisfecho-. Mi hija y él están hechos el uno para el otro, son tal para cual, siempre cloqueando y amenazando con que aquello va a hundirse, siempre hablando de humedad. Querrían que dejase la casa, está claro. Querrían que abandonase la casa tan bonita que tengo y que me metiese en una podrida residencia de viejos, donde hasta hay que pedir permiso para ir al retrete -estaba indignada, parecía que de los negros ojos le saltaban chispas.
– Yo les enseñaré -declaró-. Antes de meterse en el río, Roux era albañil. Él y sus compañeros me dejarán la casa nueva. Y prefiero pagar y que me lo hagan ellos que permitir que aquel imbécil me lo haga gratis.
Se vuelve a ajustar el sombrero con manos inseguras.
– No espero que venga, ¿sabe usted?
Yo sabía que no se refería a la persona de la que acababa de hablar. Miré el reloj. Las cuatro y veinte. Ya estaba haciéndose de noche. Y yo que estaba tan segura… Eso me pasa por meterme donde no me llaman, me dije de forma tajante. ¡Qué fácil es hacer infeliz a la gente, hacerme infeliz a mí!
– Nunca he creído que viniera -continuó Armande con su voz estridente y decidida-. Ya se encargará ella de que no venga. Lo tiene bien enseñado -comenzó a moverse con esfuerzo para bajar del taburete-. Ya le he robado bastante tiempo. Tengo que…
– M-Mémée.
Armande se volvió tan bruscamente que por un momento temí que se cayera. El chico estaba de pie, muy quieto, junto a la puerta. Iba vestido con unos vaqueros, una camiseta azul marino y en la cabeza llevaba una gorra de béisbol mojada y un libro pequeño de tapas duras bastante ajadas. Habló en voz baja y comedida.
– He tenido que esperar a que mi ma-madre saliera. Está en la pe-peluquería. No volverá hasta las se-seis.
Armande lo mira. No se tocan, pero noto que entre los dos circula una especie de corriente eléctrica. Es algo demasiado complejo para que yo pueda analizarlo, pero hay calor y rabia, timidez y remordimiento y… detrás de todo, una promesa de algo muy dulce.
– Estás empapado. Voy a prepararte algo para beber -le digo yendo a la cocina.
Cuando salgo vuelvo a oír la voz del chico, baja y titubeante.
– Gracias por el li-libro -dice-. Lo he traído -y lo levanta como quien levanta una bandera blanca.
El libro está viejo, gastado como los libros que se han leído y releído muchas veces, con amor y durante mucho tiempo. Armande lo advierte y aquella mirada fija desaparece de su rostro.
– Léeme tu poema favorito -le dice.
Desde la cocina, mientras lleno de chocolate dos vasos largos, mientras remuevo la crema y la kahlua que les he añadido, mientras hago ruido con tarros y botellas para así infundirles la ilusión de intimidad, oigo que el niño lee en voz alta, primero de forma pomposa y después cada vez con más ritmo y mayor confianza. No distingo las palabras, pero a distancia suenan como una oración o una invectiva. Me fijo en que el niño no tartamudea cuando lee.
Dejo con todo cuidado los dos vasos sobre el mostrador. Cuando entro, el niño calla a media frase y me observa con cortés desconfianza, los cabellos caídos sobre los ojos como un caballito tímido que se los tapara con la melena. Me da las gracias con escrupulosa cortesía y toma un sorbo del vaso con más desconfianza que placer.
– A mí no me de-dejan tomar cho-chocolate -dice como dudando-. Mi madre di-dice que el cho-chocolate hace que me salgan gra-granos.
– Y a mí puede dejarme seca en el sitio -comenta Armande con presteza; a continuación se ríe de la frase-. Venga, chico, ¿no has dudado nunca de lo que dice tu madre? ¿O es que te ha barrido del cerebro el poco sentido común que heredaste de tu abuela?
Luc se queda desconcertado.
– Es lo que e-ella di-dice -repite no muy convencido.
Armande mueve negativamente la cabeza.
– Mira, si quiero saber qué dice Caro puedo quedar con ella -dice-. ¿Qué te parece? Tú eres un chico listo o por lo menos lo eras. ¿Qué me dices?
Luc toma otro sorbo.
– Me parece que mi madre exagera -dice con una ligera sonrisa-. Yo te ve-veo muy bien.
– Y no tengo granos -añade Armande.
La salida de su abuela arranca una carcajada a Luc. Me gusta más verlo así, con los ojos verdes centelleantes y su traviesa sonrisa parecida a la de su abuela. Aunque sigue en guardia, me doy cuenta de que detrás de su profunda reserva hay una inteligencia despierta y un agudo sentido del humor.
Luc ha terminado el chocolate, pero no quiere tarta pese a que Armande ya se ha comido dos trozos. Estuvieron media hora charlando mientras yo fingía estar ocupada con mis cosas. Le sorprendo una o dos veces mirándome con precavida curiosidad, pero el fugaz contacto entre nuestras miradas se rompía tan pronto como se establecía. He dejado que los dos siguieran con lo suyo.
A las cinco y media se despidieron. No hablaron de volverse a encontrar, pero me pareció que la naturalidad con la que se han dicho adiós parecía apuntar a que no tenían otra idea en la cabeza. Me ha sorprendido un poco verlos tan iguales, girando uno en derredor del otro con esa cortedad que se muestran los amigos que no se ven desde hace muchos años. Tienen los mismos gestos, la misma manera directa de mirar, los pómulos sesgados, la barbilla recortada. Cuando la expresión del niño es neutra, el parecido con su abuela no es tan evidente, pero en cuanto se anima va pareciéndose cada vez más a ella al borrarse ese aire de sumisa cortesía que ella tanto deplora. Los ojos de Armande brillan debajo del ala del sombrero. Luc se mueve ahora con más naturalidad y el tartamudeo cede paso a un ligero titubeo que apenas se advierte. Veo que se para en la puerta, tal vez preguntándose si debe besarla o no. La renuencia al contacto físico propia del adolescente es fuerte y se hace patente. Levanta una mano en un tímido gesto de despedida y a continuación desaparece.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Chocolat»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Chocolat» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Chocolat» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.