Ferdinand Ossendowski - Bestias, Hombres, Dioses

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– Dame tu cesto. Te ayudaré a llevarlo hasta tu Kure.

El Lama le entregó su abrumadora carga; pero el jinete fue incapaz de levantarla a la altura de su montura, de modo que el anciano Lama se la volvió a poner sobre el hombro y siguió su camino, doblado por el peso de los guijarros.

Entonces llegó del Norte otro jinete, vestido de negro, montado en un caballo negro, y también él se acercó al Lama y le dijo:

– ¡Imbécil! ¿Por qué llevas esos pedruscos que abundan tanto por el suelo?

Diciendo estas palabras, atropelló al Lama, empujándole con su caballo. El anciano soltó el cesto y las piedras se desparramaron por el terreno.

Cuando las piedras tocaron el suelo se transformaron en diamantes. Los tres hombres se precipitaron a recogerlas, pero ninguno de ellos pudo desprenderlas de la tierra. Entonces el viejo Lama exclamó:

– ¡Dioses! Toda mi vida he llevado esta agobiante carga, y ahora que me falta tan poco camino que andar la he perdido. ¡Valedme, dioses poderosos y clementes!

De improviso un anciano vacilante apareció. Lentamente juntó todos los diamantes, los colocó con dificultad en el cesto, limpiándolos previamente del polvo que los cubría, levantó la carga, se la echó al hombreo como si fuese de pluma y partió, diciendo al Lama:

– Descansa un momento. Yo vengo de transportar mi carga hasta el fin y me complace ayudarte a llevar la tuya.

Continuaron su marcha y los perdí de vista, mientras que los jinetes se pusieron a reñir. Pelearon todo el día y toda la noche, y al salir el sol sobre la llanura ninguno de los dos estaba allí muerto ni vivo; ambos habían desparecido sin dejar rastro.

He aquí lo que he visto yo, Bogdo Hutuktu Kan, hablando con el grande y sabio Buda, rodeado de los buenos y los malos demonios.

Sabios Lamas, hutuktus, kampos, marambas y santos gheghen, explicad al mundo mi visión”.

Esto fue escrito en mi presencia el 17 de mayo de 1921 según las palabras del Buda vivo, pronunciadas en el momento que acababa de salir de su oratorio particular, contiguo a su despacho. Ignoro lo que los hutuktus, gheghen, adivinos y magos le habrán respondido, pero ¿no es clara la explicaron conociendo la situación actual de Asia?

Asia se despierta llena de enigmas; pero tiene soluciones para los problemas que afectan a los destinos de la Humanidad. Ese gran continente de pontífices misteriosos, de dioses vivos, de mahatmas, de hombres que leen en el libreo terrible de Karma, sale de un largo sueño. Ese océano de centenares de millones de seres humanos está agitado por olas monstruosas.

PARTE QUINTA

EL MISTERIO DE LOS MISTERIOS: EL REY DEL MUNDO

CAPITULO PRIMERO

EL REINO SUBTERRANEO

– ¡Deteneos! – murmuró mi guía mongol un día que atravesábamos el llano cerca de Tzagan Luk – ¡Deteneos!

Y se dejó resbalar desde lo alto de su camello, que se tumbó sin que nadie se lo ordenase.

El mongol se tapó con las manos la cara en actitud de orar y comenzó a repetir la frase:

¡Om Mani padme Hung!

Los otros mongoles detuvieron también sus camellos y se pusieron a rezar. “¿Qué sucede?” pensé yo, mirando en torno mío la hierba color verde pálido que se extendía por el horizonte hasta un cielo sin nubes, iluminado por los últimos rayos soñadores del sol poniente.

Los mongoles rezaron durante un momento, cuchichearon entre ello y después de apretar las cinchas de los camellos reanudaron la marcha

– ¿No habéis visto – me preguntó el mongol – cómo nuestros camellos movían las orejas espantados, cómo los caballos de la llanura se quedaban inmóviles y atentos, y cómo los carneros y el ganado se echaban al suelo? ¿No observasteis que los pájaros dejaban de volar, las marmotas de correr y los perros de ladrar? El aire vibraba dulcemente y traía de lejos la música de una canción que penetraba hasta el corazón de los hombres, de las bestias y de las aves. La tierra y el cielo contenían el aliento. El viento cesaba de soplar; el sol detenía su carrera. En un momento como aquel, el lobo que se aproxima a hurtadillas a los carneros hace alto en su marcha solapada; el rebaño de antílopes, amedrentado, retiene su ímpetu peculiar; el cuchillo del pastor, dispuesto a degollar al carnero, se le cae de las manos; el armiño rapaz cesa de arrastrarse detrás de la confiada perdiz salga . Todos los seres vivos, transidos de miedo, involuntariamente sienten la necesidad de orar, aguardando su destino. Esto era lo que entonces ocurría, lo que sucede siempre que el rey del mundo, en su palacio subterráneo, reza inquiriendo el porvenir de los pueblos de la tierra.

Así habló el mongol, pastor simple e inculto.

Mongolia, con sus montañas peladas y terribles, sus llanuras ilimitadas, cubiertas de los huesos esparcidos de los antepasados, ha dado origen al misterio. Este misterio, su pueblo, aterrado por las pasiones tormentosas de la Naturaleza o adormecido por la paz de la muerte, lo siente en su plena magnitud, y los lamas, rojos y amarillos, lo perpetúan y poetizan. Los pontífices de Urga y Lhassa guardan su ciencia y su posesión.

Ha sido durante mi viaje a Asia Central cuando he conocido por primera vez el misterio de los misterios, pues no he podido llamarlo de otra manera. Al principio no le concedí mucha atención, pero comprendí después su importancia al analizar y comparar ciertos testimonios esporádicos y frecuentemente sujetos a controversia.

Los ancianos de la ribera del Amyl me refirieron una antigua leyenda, según la cual una tribu mongola, intentando huir de Gengis Kan, se ocultó en una comarca subterránea. Más tarde un Somoto de los alrededores del lago Nogan Kul me mostró, así que se disipó una nube de humo, la puerta que sirve de entrada al reino de Agharti. Antaño penetró por esa puerta en el reino un cazador, y a su vuelta empezó a contar lo que había visto. Los Lamas le cortaron la lengua para impedirle hablar del misterio de los misterios. Ya viejo, volvió a la entrada de la caverna y desapareció en el reino subterráneo cuyo recuerdo tanto encantó u regocijó su corazón de nómada.

Obtuve informes más detallados de labios del Hutuktu Jelyl Dyamsrap de Narabanchi Kure. Este me narró la historia de la llegada del poderoso rey del mundo a su salida del reino subterráneo, su aparición, sus milagros y profecías, y entonces solamente empecé a comprender que esta leyenda, esta hipnosis, esta visión colectiva, de cualquier modo como se la interprete, encierra, a más de un misterio, una fuerza real y soberana, capaz de influir en el curso de la vida política de Asia. A partir de este momento comencé mis investigaciones.

El Lama Gelong, favorito del príncipe Chultun Beyli, y el príncipe mismo, me hicieron la descripción del reino subterráneo.

– En el mundo – dijo Gelong – todo se halla constantemente en estado de transición y de cambio: los pueblos, las religiones, las leyes y las costumbres. ¡Cuántos grandes imperios y brillantes constituciones han perecido! Lo único que no cambia nunca es el mal, el instrumento de los espíritus perversos. Hace más de seis mil años, un hombre santo desapareció con toda una tribu en el interior de la tierra y nunca ha reaparecido en la superficie de ella. Muchos hombres, sin embargo, han visitado después ese reino misterioso: Sakya Muni, Under Gheghen, Paspa, Baber y otros. Nadie sabe dónde se encuentra situado. Dicen unos que en el Afganistán, otros que en la India. Todos los miembros de esta religión están protegidos contra el mal, y el crimen no existe en el interior de sus fronteras. La ciencia se ha desarrollado en la tranquilidad y nadie vive amenazado de destrucción. El pueblo subterráneo ha llegado al colmo de la sabiduría. Ahora es un gran reino que cuenta con millones de súbditos regidos por el rey del mundo. Este conoce todas las fuerzas de la Naturaleza, lee en todas las almas humanas y en el gran libro del Destino. Invisible, reina sobre ochocientos millones de hombres, que están dispuestos a ejecutar sus órdenes.

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