Ferdinand Ossendowski - Bestias, Hombres, Dioses
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EN EL JARDIN BIENAVENTURADO DE LAS MIL BIENANDANZAS
En Mongolia, país de los milagros y arcanos, vive el guardián de lo misterioso y lo desconocido: El Buda vivo, S. S. Djebtsung Damba Hutuktu Kan, Bogdo Gheghen, pontífice de Ta Kure. Es la encarnación del inmortal Buda, el representante de la serie continua de soberanos espirituales que reinan desde 1670, transmitiéndose el alma siempre más afinada de Buda Amitabba, unido a Chanra-zi, el espíritu misericordioso de las montañas. En él esta todo, hasta el mito del sol y la fascinación de los picos misteriosos del Himalaya, los cuentos de las pagodas de la India, la rígida majestuosidad de los conquistadores mongoles, emperadores de Asia entera, las antiguas y brumosas leyendas de los sabios chinos, la inmersión en los pensamientos de los brahmanes, la vida austera de los monjes de la Orden Virtuosa, la venganza de los guerreros, eternamente errantes, los oletos con sus kanes Batur Hun-Taigi y Gushi, la altiva herencia de Gengis Kan y Kublai Kan, la psicología clerical reaccionaria de los Lamas, el enigma de los reyes tibetanos que empieza en Srong Tsang Gampo, la implacable crueldad de la secta amarilla de Paspa. Toda la nebulosa historia de Asia, Mongolia, del Pamir, del Himalaya, de la Mesopotamia, de Persia y China, rodea al dios vivo de Urga. Así no debe nadie sorprenderse de que su nombre no sea venerado a lo largo del Volga, en Siberia y Arabia, entre el Tigris y el Éufrates, en Indochina y en las villas del Océano Ártico.
Durante mi estancia en Urga visité varias veces la morada del Buda vivo, hablé con él y observé su vida. Sus sabios marimbas favoritos me proporcionaron a cerca de él valiosos informes. Le he visto leer horóscopos, he oído sus predicaciones, he consultado sus archivos de libros antiguos y los manuscritos que contienen la vida y las profecías de todos los Bogdo Kanes. Los Lamas me hablaron con franqueza y sin reservas, porque la carta del Hutuktu de Narabanchi me granjeó su estimación.
La personalidad del Buda vivo presenta el mismo dualismo que se encuentra en todo el lamaísmo. Inteligente, penetrante y enérgico, ha dado, sin embargo, en el alcoholismo, causa de su ceguera. Cuando se quedó ciego, los lamas cayeron en la desesperación más profunda. Algunos aseguraron que convenía matarle y poner en su puesto a otro Buda encarnado; los demás hicieron valer los grandes meritos del pontífice a los ojos de los mongoles y fieles a la religión amarilla. Decidieron, por ultimo, edificar un gran templo con una gigantesca estatua de Buda, a fin de aplacar a los dioses. Eso, no obstante, fue inútil para devolverle la vista al Bogdo; pero le dio ocasión para apresurar la ida al otro mundo de aquellos lamas que más se habían distinguido por sus radicalismos excesivos en cuanto al modo de resolver el problema de su ceguera.
No cesa de meditar acerca de la grandeza de la iglesia y de Mongolia, y al propio tiempo se ocupa de bagatelas superfluas. La artillería le interesa mucho. Un oficial ruso retirado le regaló dos cañones viejos que valieron al donante el título de Tumbaiir Gun, “príncipe grato a mi corazón”. En los días de fiesta se disparaban cañonazos, con sumo regocijo del augusto ciego. En el palacio del dios había automóviles, gramófonos, teléfonos, cristales, porcelanas, cuadros, perfumes, instrumentos de música, cuadrúpedos y pájaros raros, elefantes, osos del Himalaya, monos, serpientes, loros de las Indias; pero todo le cansaba en seguida y quedaba olvidado.
A Urga afluyen los peregrinos y las ofrendas de todas las partes del mundo lamaísta y budista. El tesorero del palacio, el honorable Balma Dorji, me enseñó un día el salón donde se conservan todos los regalos hechos al buda. Es un museo único de objetos preciosos. Allí hay reunidas cosas rarísimas que no existen en los museos de Europa. El tesorero, abriendo una vitrina cerrada con una cerradura de plata, me dijo:
– Aquí tenéis pepitas de oro puro de Bei Kem, cibelinas negras de Kemchick, astas de ciervo milagrosas, un estuche enviado por los orochones lleno de preciosas raíces de ginseng y de almizcle aromático, un trozo de ámbar procedente de las costas del mar del Hielo, que pesa ciento veinticuatro lans (unas diez libras). Ved, además, estas piedras preciosas de las Indias, sándalo perfumado y marfiles tallados de China.
Me mostró todos los artículos del museo, hablándome con evidente satisfacción. En efecto, aquello era maravilloso.
Tenía ante mis asombrados ojos pieles riquísimas, castores blancos, cibelinas negras, zorros blancos, azules y negros, panteras negras, cajitas de concha de tortuga, bellísimamente trabajadas, que contenían hatyks de diez y quince metros de largo, de seda de las Indias, tan finos como si fuesen de telaraña; saquitos hechos con hilos de oro y perlas estupendas, obsequios de los rajahs indostánicos, sortijas de rubíes y zafiros de China y la India, gruesas esmeraldas, diamantes en bruto, colmillos de elefante adornados con oro, perlas y piedras preciosas, vestidos bordados de oro y plata, defensas de morsas esculpidas en bajorrelieve por artistas primitivos de las costas del mar de Behring, sin contar lo que no puedo recordar ni citar. En una sala especial se hallaban las vitrinas que encierran las imágenes de Buda, de oro, plata, bronce, marfil, coral, nácar o de maderas pintadas y perfumadas.
– Sabéis que cuando los conquistadores invaden un país donde son adorados los dioses, rompen las imágenes y las vuelcan. Así sucedió hace más de trescientos años, cuando los calmucos penetraron en el Tíbet, y en 1900, cuando las tropas europeas entraron a saco en Pekín. ¿sabéis por qué? Coged una de esas estatuas y examinadla.
Cogí la que estaba más cerca del borde, un Buda de madrea, y principié a examinarla. En su interior había lago suelto que hacia ruido y se movía.
– ¿Oís? – preguntó el Lama -. Son las piedras preciosas y las pepitas de oro; las entrañas del dios.
He aquí el motivo por el cual los conquistadores rompen en seguida las estatuas de los dioses. Muchas de las más famosas piedras preciosas provienen del interior de las estatuas de dioses hallados en las Indias, Babilonia y China.
Algunas salar estaban dedicadas a bibliotecas, cuyos estantes soportaban la carga de manuscritos y volúmenes de distintas épocas escritos en diferentes idiomas sobre asuntos extraordinariamente variados. No pocos se desmenuzan en polvo, y los lamas los cubren con una solución que gelatiniza lo que resta de ellos a fin de preservarles de los estragos del aire. Vi también tabletas de arcilla con inscripciones cuneiformes originarias indudablemente de Babilonia; libros chinos, indios y tibetanos colocados al lado de los libros mongoles; volúmenes del más puro budismo antiguo, obras de los “gorros rojos”; es decir, del budismo corrompido; trabajos del budismo amarillo o lamaísta; colecciones de tradiciones, leyendas y parábolas. Grupos de Lamas leen, estudian y copian estos volúmenes, conservando y divulgando la sabiduría antigua entre los sucesores.
Una sala está reservada a los libros misteriosos sobre magia y a las biografías y escritos de los treinta y un budas vivos, con las bulas del Dalai Lama, del pontífice de Tashi Lumpo, del Hutuktu de Utai en China, del Pandita Gheghen de Dolo Nor en Mongolia interior y de los cien sabios chinos. Solamente el Bogdo Hutuktu y el Maramba Ta-Rimpocha pueden entrar en ese santuario de ciencia misteriosa. Las llaves se guardan en un cofre especial con los sellos del buda vivo y el anillo de rubíes de Gengis Kan, avalorado con la svástica , que se halla en el despacho del Bogdo. Rodean a su santidad cinco mil Lamas. Estos pertenecen a una jerarquía complicada que va desde lo simples servidores a los consejeros del dios, miembros del Gobierno. Entre estos consejeros figuran los cuatro Kanes de Mongolia y los cinco más altos príncipes.
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