Ferdinand Ossendowski - Bestias, Hombres, Dioses
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Ferdinand Antoine Ossendowski
Bestias, Hombres, Dioses
Traduccion de Gonzalo Guasp
PRÓLOGO
FERDINAND ANTOINE OSSENDOWSKI
Hay épocas, hombres y acontecimientos de los cuales solo la Historia puede emitir un juicio definitivo; los contemporáneos y los testigos oculares únicamente deben referir lo que han visto y oído. La verdad misma lo exige.
TITO LIVIO.
Es interesante y casi imprescindible para comprender bien esta obra extraordinaria, verdadera serie de aventuras terribles y apasionadotas, tan llenas de color que a veces parecen inventadas y en ocasiones diríase arrancadas de una realidad pretérita, dar a conocer, siquiera sea con brevedad, la personalidad de su autor y los antecedentes del hombre a quien los acontecimientos anormales de nuestra época sometieron a tan duras pruebas, a la condición de Robinsón Crusoe del siglo XX y a la de veraz explorador y revelador de las fuerzas misteriosas, políticas y religiosas, que hacen vibrar el corazón de Asia.
Fernando Ossendowski es un sabio ilustre, un escritor polaco, de pluma ágil y colorista, y un observador perspicaz, cuyos méritos científicos garantizan la exactitud de cuanto relata. En tiempos fue profesor de la Escuela de Guerra de Varsovia, así como también de la de Estudios Comerciales Superiores de la misma capital.
En 1899 y 1900, Ossendowski siguió los cursos de la Sorbona y trabajó en el laboratorio de Física y Química de los señores Trots y Bouty. Durante la Exposición de 1900 formó parte de la Comisión de técnicos en la sección de Química. Reconocido merecidamente como una autoridad en el problema de las minas de carbón a orillas del Pacifico, desde el estrecho de Behring hasta Corea, descubrió también un gran número de minas de oro en Siberia.
Sirvió en el Ejército ruso como alto comisario de Combustibles, a las órdenes del general Kuropatkin, durante la guerra rusojaponesa.
En el transcurso de la Gran Guerra fue enviado a Mongolia en comisión especial de investigaciones, y entonces empezó a hablar la lengua de este país. Durante algunos años fue consejero técnico del conde White para los asuntos industriales cuando este último perteneció al Consejo de Estado. Se ha distinguido en varios trabajos científicos, que le valieron ser nombrado profesor de Química Industrial en el Instituto Politécnico de Petrogrado, donde también desempeñó al mismo tiempo la cátedra de Geografía Económica. Su experiencia como ingeniero de Minas le llevó al Comité ruso de minas de oro y platino, y más tarde a la dirección del periódico Oro y platino . Se dio a conocer como periodista y escritor, tanto en lengua polaca como en la rusa, con quince volúmenes de interés general, sin contar numerosos estudios científicos. La declaración de guerra le halló agregado como consejero técnico en el Consejo Superior de Marina. Después de la revolución pasó a ser profesor en el Instituto Politécnico de Omsk, de donde Kolchak le sacó para darle un cargo en el Ministerio de Hacienda y Agricultura del Gobierno de Siberia. La caída del almirante Kolchak motivó su fuga a los bosques del Yenisei y le dio ocasión para escribir Bestias, hombres, dioses .
Un capítulo de su vida parece estar en contradicción con sus opiniones declaradas, cuando en realidad sus actos estuvieron también entonces de acuerdo con sus principios. Hacia fin de 1905 presidió el Gobierno revolucionario de Extremo Oriente, cuyo cuartel general estaba en Karbin. Compartiendo con infinidad de súbditos rusos el amargo desengaño causado por la actitud del zar, repudiando los términos de su manifiesto de 17 de octubre de 1905, Ossendowski consintió en ponerse al frente del movimiento separatista, que debía segregar la Siberia Oriental del resto de Rusia. Durante dos meses dirigió los esfuerzos organizados para tal fin, creando subcomités en Vladivostok, Blagovestchenst y Tchita. Cuando la revolución de 1905 fracasó, arrastró en su caída a esta avanzada de Extremo Oriente.
En la noche del 15 al 16 de enero de 1906, Ossendowski fue detenido al mismo tiempo que sus principales asociados. Avisado con anticipación, hubiese podido huir, pero prefirió compartir la suerte de sus camaradas; y, condenado a muerte, le fue conmutada esta pena por la de dos años de prisión, debido a la intervención del conde White. Encarcelado en distintos puntos de Siberia, fue después trasladado a la fortaleza de Pedro y Pablo, en Petrogrado.
Su estancia en las prisiones criminales de Siberia le valió un nuevo indulto, y recobró la libertad en 1907.
En el momento de la Conferencia de Washington, Ossendowski estaba agregado a la Embajada de Polonia como consejero técnico para los asuntos de Extremo Oriente.
Tiene publicado un notable folleto sobre la política asiática de los soviets.
Tal es, sumariamente referida, la accidentada vida de Fernando Ossendowski, hombre de ciencia y de acción, verdaderamente representativo de la época y la sociedad en la que tan brillante papel ha desempeñado.
LEWIS S. PALEN.
PRIMERA PARTE
CAPITULO PRIMERO
Al comenzar el año 1920 me hallaba yo en Siberia, en Krasnoiarks. La ciudad está situada a orillas del Yenisei, ese río majestuoso que tiene por cuna las montañas de Mongolia bañadas de sol y que va a verter el calor y la vida en el Océano Ártico. A su desembocadura fue Nansen dos veces para abrir al comercio europeo una ruta hacia el corazón de Asia. Allí, en lo más profundo del tranquilo invierno de Siberia, fue bruscamente arrastrado en el torbellino de la revolución desencadenada sobre toda la superficie de Rusia, sembrando en este rico y apacible país la venganza, el odio, el asesinato y toda clase de crímenes que la ley no castiga. Nadie podía prever la hora que había de señalar el destino. Las gentes vivían al día, salían de sus casas sin saber si podrían volver a ellas o si no serian prendidas en la calle y sepultadas en las mazmorras del comité revolucionario, parodia de justicia más terrible y sanguinaria que la de la Inquisición.
Aunque extranjeros en este país trastornado, tampoco estábamos a salvo de las persecuciones.
Una mañana que fui a visitar a un amigo me informaron de repente que veinte soldados del Ejército rojo habían cercado mi casa para detenerme y que me era preciso huir. En seguida pedí prestado a mi amigo un traje usado de caza, cogí algún dinero y me escape a pie y muy de prisa por las callejuelas de la ciudad. Llegue pronto a la carretera donde contrate los servicios de un campesino, que en cuatro horas me transporto a treinta kilómetros, poniéndome en el centro de una región muy forestal. Por el camino había comprado un fusil, trescientos cartuchos, un hacha, un cuchillo, una manta de piel de carnero, te, sal, galletas y un perol. Me interne en el corazón del bosque hasta una cabaña abandonada y medio quemada. Desde aquel día me convertí en un verdadero trapense; pero realmente, por entonces, no me figure todo el tiempo que iba a desempeñar ese papel. A la mañana siguiente me dedique a la caza, y tuve buena suerte de matar dos gallos silvestres. Descubrí numerosos rastros de gamos, y todo ello me tranquilizo en cuanto al problema de la alimentación.
Sin embargo, mi permanencia en aquel sitio no duro mucho. Cinco días después, al volver de la caza, divise unas volutas de humo que partían de la chimenea de mi choza. Me acerque con precaución a la cabaña y tropecé con dos caballos ensillados, en los que había sujetos a las sillas los fusiles de unos soldados. Dos hombres sin armas no podían intimidarme a mi, que estaba armado, por lo que, atravesando rápidamente el claro del monte, entre en mi guarida. Dos soldados sentados en el banco se levantaron asustados. Eran bolcheviques. Sobre sus gorros de astracán se destacaban las estrellas rojas y prendidos en las guerreras ostentaban los ojos galones. Nos saludamos y nos sentamos. Los soldados habían ya preparado el té y lo tomamos juntos, charlando, pero no sin examinarnos con aire cauteloso. A fin de desvanecer sus sospechas, les referí que era cazador, que no pertenecía al país y que había venido a el porque la región abundaba en martas cibelinas. Ellos me dijeron que formaban parte de un destacamento de soldados enviados a los bosques para perseguir a los sospechosos.
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