Ferdinand Ossendowski - Bestias, Hombres, Dioses
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En este avispero habíamos caído después de nuestro arriesgado y azaroso viaje a lo largo del Yenisei, a través del Urianhai y por la Mongolia, el país de los Turguts y Kansú hasta el Kuku Nor.
– Creed – me dijo mi buen amigo – que prefiero ahogar bolcheviques y pelear con los hunghutzes , a estar aquí esperando pasivamente noticias cada vez peores.
Tenia razón: lo más terrible de todo aquello, lo que principalmente nos preocupaba en aquel torbellino, y desorden, en el que los hechos reales nos llegaban mezclados con los rumores y las patrañas, era que los rojos pudieran acercarse a Uliassutai a favor del desconcierto general y apoderarse de todos nosotros sin disparar un tiro. Gustosamente hubiéramos abandonado aquel refugio tan poco seguro, pero no sabíamos adónde ir. Por el Norte estaban las partidas de tropas rojas; en el Sur habíamos perdido queridos compañeros y derramado la propia sangre; en el Oeste operaban los funcionarios y destacamentos chinos, y en el Este había estallado la guerra, y las noticias de ella, a pesar de la censura de las autoridades chinas, demostraban la gravedad de la situación en aquella parte de la Mongolia exterior. Por tanto, no podíamos elegir; era preciso quedarnos en Uliassutai. Allí residían también bastantes soldados polacos y dos casas de comercio americanas, gente toda en el mismo caso que nosotros. Nos agrupamos y organizamos un servicio propio de informes, siguiendo con atención la marcha de los acontecimientos. Además, logramos captarnos la amistad del comisario chino y la confianza del sait mongol, y ambos nos sirvieron de mucho para orientarnos.
¿Qué había exactamente en el fondo de la intensa perturbación de Mongolia? El muy discreto sait mongol de Uliassutai me dio la explicación siguiente:
– Según los acuerdos pactados entre Mongolia, China y Rusia el 21 de octubre de 1912, 23 de octubre de 1913 y 7 de junio de 1915, la Mongolia exterior recibió la independencia. El Soberano Pontífice de nuestra religión amarilla, Su Santidad el Buda vivo, pasó a ser el soberano del pueblo mongol de Jalja y de la Mongolia exterior con el título de “Bogdo Yebtsung Damba Hutuktu Kan”. Mientras Rusia fue poderosa y vigiló atentamente la política de Asia, el Gobierno de Pekín cumplió el Tratado; pero cuando al principio de la guerra con Alemania tuvo que retirar sus tropas de la Siberia, China empezó a reivindicar de nuevo sus perdidos derechos sobre Mongolia. Por esto los dos primeros Tratados de 1912 y 1913 se complementaron con el Convenio de 1915. Sin embargo, en 1916, cuando todas las fuerzas de Rusia estaban concentradas en una guerra desdichada, y más tarde, al estallar en febrero de 1917 la primera revolución rusa, que derribó la dinastía de los Romanoff, el Gobierno chino, abiertamente, recuperó la Mongolia; revocó a los ministros y saits mongoles, reemplazándolos con individuos afectos a China; prendió a numerosos mongoles partidarios de la autonomía y les encarceló en Pekín; implantó su propia administración en Urga y las demás ciudades mongolas; retiró a Su Santidad Bogdo Kan de los asuntos administrativos; hizo de él una maquina de firmar decretos chinos, y por último, llenó la Mongolia de tropas. Desde aquel momento una ola de comerciantes y coolies chinos reventó en Mongolia. Los chinos comenzaron a exigir el pago de los impuestos y derechos, retrotrayéndose a 1912. la población mongola viose rápidamente despojada de sus bienes; de suerte que ahora puede verse en las proximidades de las ciudades y monasterios colonias enteras de mongoles arruinados que habitan en albergues subterráneos. Fueron requisados todos nuestros arsenales y tesoros. No quedó un monasterio sin satisfacer una abusiva contribución. Cuantos mongoles trabajaban por la independencia de su país sufrieron terribles persecuciones. Solo algunos príncipes mongoles sin fortuna se vendieron a los chinos por dinero, condecoraciones o títulos. Fácil es comprender por qué la clase directora, Su Santidad, los Kanes, los príncipes y los altos lamas, igual que el pueblo vejado y oprimido, acordándose de que los soberanos mongoles habían en tiempos felices tenido a Pekín y China en sus manos, dándola bajo su dominio el primer puesto en Asia, se mostraban resueltamente hostiles a los funcionarios chinos que tan desatentadamente procedían. La rebelión era, sin embargo, imposible. Carecíamos de armas. Todos nuestros jefes estaban vigilados, y al primer movimiento que hubieran hecho para levantarse en son de guerra hubiesen acabado en la misma prisión de Pekín, donde ochenta de nuestros nobles, príncipes, lamas, perecieron de hambre o torturados por haber defendido la libertad de Mongolia. Era preciso algo realmente extraordinario para sublevar al pueblo. Fueron los administradores chinos, el general Chang Yi y el general Chu Chihsiang, quienes provocaron el movimiento. Anunciaron que Su Santidad Bogdo Kan se hallaba detenido en su mismo palacio y que recordaban a su atención el antiguo decreto del Gobierno de Pekín, considerado por los mongoles como ilegal y arbitrario, según el cual Su Santidad era el último Buda vivo. Aquello fue demasiado. Inmediatamente se establecieron relaciones secretas entre el pueblo y su dios vivo y se prepararon en seguida planes eficaces para la liberación de Su Santidad y para la lucha que había de devolver a nuestra patria la libertad y la independencia. Vino en nuestra ayuda el gran príncipe de los Buriatos, Djam Bolon, quien empezó a negociar con el general Ungern, a la sazón ocupado en combatir a los bolcheviques en Transbaikalia, invitándole a venir a Mongolia para auxiliarnos en la guerra contra los chinos. Entonces emprendimos la lucha por la libertad.
De esta manera me explicó la situación el sait de Uliassutai. En seguida supe que el barón Ungern, al poner su espada al servicio de la causa de Mongolia, había exigido que inmediatamente se ordenase la movilización de los mongoles del distrito Norte y prometido entrar en Mongolia al frente de los suyos, que maniobraban a lo largo del Kerulen. Algún tiempo después se reunió con el otro destacamento ruso del coronel Kazagrandi y, con la cooperación de los jinetes mongoles, movilizados, principió el ataque a Urga. Rechazados dos veces, por fin el 3 de febrero de 1921 logró apoderarse de la ciudad y restableció al Buda vivo en el trono de los Kanes.
Sin embargo, al terminar el mes de marzo se ignoraban todavía estos acontecimientos en Uliassutai. Desconocíamos la toma de Urga y la destrucción del ejercito chino, fuerte de unos 15.000 hombres, en las batallas que tuvieron lugar en la orilla del Toja y en los caminos entre Urga y Uda. Los chinos ocultaron cuidadosamente la verdad, no dejando pasar a nadie al oeste de Urga. No obstante, circulaban rumores que sembraban el desconcierto. La situación se agravaba; las relación es entre los chinos, por un lado, y los mongoles y los rusos, por otro, eran cada vez más tirantes. En aquella época ejercía el cargo de comisario chino en Uliassutai Wang Tsao-Tsung, aconsejado por Fu-Hsiang, ambos jóvenes e inexpertos. Las autoridades chinas destituyeron al sait mongol, el príncipe Chultun-Beyli, nombrando en su lugar a un príncipe lama, amigo de China, antiguo subministro de Guerra en Urga. Aumentaron las medidas de rigor, se hicieron registros en casas de los oficiales y colonos rusos, se entró en francas componendas con los bolcheviques, se practicaron detenciones y se impusieron algunos castigos corporales. Los oficiales rusos formaron reservadamente una organización de sesenta hombres a fin de poderse defender. Sin embargo, en esta agrupación no tardaron en surgir discusiones entre el teniente coronel Michailoff y algunos de sus subordinados. No cabía duda de que en el momento decisivo el destacamento se dividiría en facciones rivales.
Nosotros, a fuer de extranjeros, decidimos hacer un reconocimiento a fin de saber si estábamos amenazados de la llegada de tropas rojas. Mi compañero y yo nos pusimos de acuerdo para emprenderlo nosotros mismos. El príncipe Chultun-Beyli nos facilitó un guía excelente, un viejo mongol llamado Zerén, que sabia leer y escribir el ruso a la perfección. Era un individuo muy interesante que desempeñaba las funciones de intérprete junto a las autoridades mongolas, y a veces a la disposición del comisario chino. Poco tiempo antes había sido enviado a Pekín con una misión especial, portador de importantísimos despachos, y aquel incomparable jinete recorría la distancia entre Uliassutai y Pekín, o sea unos 3.000 kilómetros, en nueve días, por increíble que ello parezca. Se preparó para esta larga correría ciñéndose el vientre, el pecho, las piernas, los brazos y el cuello con apretadas vendas de algodón, para protegerse de los esfuerzos musculares que habían de ocasionarle tantas horas a caballo. Se puso en el gorro tres plumas de águila para indicar que había recibido la orden de volar tanto como esa ave. Provisto de un documento especial llamado tzara, que le daba derecho a servirse en cada parada de postas de los mejores caballos, uno para montar y otro ensillado para llevarlo de la brida como de repuesto, y de dos ulatchens o guardias para acompañarle y traer consigo los caballos de la parada siguiente o urtón, recorrió a galope cada trayecto de 25 a 40 kilómetros entre cada parada de postas, deteniéndose solo lo preciso para cambiar de caballos y de escolta antes de reanudar la carrera. Delante de él galopaba un ulatchen , montado en un buen caballo, para anunciar su llegada y prepararle nuevas cabalgaduras en la próxima parada. Cada ulatchen llevaba tres caballos; de suerte que podía desprenderse del que se cansaba y dejarle pastando hasta su vuelta, donde le recogía para volverlo a su caballeriza. De tres en tres paradas tomaba, sin desmontar, una taza de té verde caliente y salado, y continuaba su cabalgadura hacia el Sur. Después de diecisiete o dieciocho horas de galope desenfrenado se detenía en el urtón para pasar la noche o lo que quedaba de ella, devoraba una pierna de carnero guisado y dormía. ¡De este modo, comiendo una vez al día y bebiendo cinco tazas de té cada veinticuatro horas, recorrió los 3.000 kilómetros en nueve días!
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