Ferdinand Ossendowski - Bestias, Hombres, Dioses
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Como habíamos utilizado todas nuestras mercancías para procurarnos medios de transporte y víveres durante el viaje, regresamos maltrechos y arruinados al monasterio de Narabanchi, donde el Hutuktu nos recibió con los brazos abiertos.
– Sabía que volveríais – dijo -. Los oráculos me lo revelaron.
Seis de los nuestros quedaron en el Tíbet pagando tributo con sus vidas a nuestra temeraria expedición hacia el Sur. Tornamos doce al monasterio, donde permanecimos quince días restableciéndonos e indagando la manera de sortear los acontecimientos para flotar en el mar borrascoso de la vida actual y poder arribar al puerto que nos deparase el Destino. Los oficiales se alistaron en los destacamentos que a la sazón se formaban en Mongolia para combatir a los bolcheviques, destructores de su patria. El ingeniero y yo nos preparamos a continuar nuestro éxodo por las llanuras de Mongolia, dispuestos a todas las nuevas aventuras que pudieran sobrevenirnos en nuestros esfuerzos para ganar un seguro refugio.
Ahora que los episodios de aquella azarosa correría acuden a mi memoria, quiero dedicar estos capítulos a mi entrañable y antiguo compañero de fatigas, el agrónomo, a mis camaradas rusos y especialmente a la fama póstuma y sagrada de los que duermen su último sueño en las montañas del Tíbet: el coronel Ostrovsky, los capitanes Zuboff y Turoff, el teniente Pisarjevsky, el cosaco Vernigora y el tártaro Mahomed Spirid. También expreso mi profundo agradecimiento por la asistencia y amistad con que me honraron, al príncipe de Soldjak, Noyón hereditario y Ta Lama, así como al Kampo Gelong del Monasterio de Narabanchi, el honorable Jelby Damsap Hutuktu.
PARTE SEGUNDA
CAPITULO PRIMERO
Hay en el corazón de Asia, en esa parte del mundo enorme y misteriosa, una comarca riquísima. Desde las laderas nevadas de los Tian Chan y los arenales abrasados de la Dzungaria occidental, hasta las crestas selváticas de los Sayans y la gran muralla de la China, ocupa una vasta extensión del Asia Central.
Cuna de los pueblos, de la historia y de la leyenda; patria de los conquistadores sanguinarios que dejaron sus anillos cabalísticos, sus antiguas leyes nómadas y sus capitales sepultadas bajo las arenas del Gobi; país de monjes, de demonios perversos y de tribus errantes regidas por Janos y príncipes segundones, descendientes de Kublai Kan y de Gengis Kan.
Comarca enigmática en la que se celebran los cultos de Rama, Sakia-Muni, Djoncapa y Paspa, bajo la suprema protección del Buda vivo, el Buda encarnado en la persona divina del tercer dignatario de la religión lamaísta, Bogdo Jejen, en Ta Kure o Urga; tierra de doctores, de profetas, de brujos y adivinos; morada del misterioso sevastika, que conserva inolvidables los pensamientos de los grandes potentados que antaño reinaron en Asia y en la mitad de Europa.
Regiones de montañas peladas, de llanuras abrasadas por el sol o heridas de muerte por el frío, donde se desatan las plagas del ganado y las enfermedades de los hombres; nido de la peste, el ántrax y la viruela; tierra de las fuentes de agua hirviendo, de los pasajes monstruosos frecuentados por los demonios, de los lagos sagrados abundantísimos en pesca; país de lobos, antílopes, cabras montesas, y de las más raras especies, donde se encuentran marmotas a millones y no faltan los asnos y los caballos salvajes que nunca han conocido la brida; de perros feroces y de aves rapaces que devoran los cadáveres abandonados en las llanuras.
¡Patria del pueblo primitivo que en otro tiempo conquistó a China, Siam, el norte de la India y Rusia; que en un pasado remoto fue a quebrar su ímpetu contra el Asia nómada y salvaje; del pueblo que ahora sucumbe y ve blanquear en la arena y el polvo las osamentas de sus antepasados!
¡Tierra pletorita de riquezas naturales que no produce nada y necesita de todo, acabada de arruinar por el cataclismo mundial que ha multiplicado sus sufrimientos; desgraciada y fascinadora Mongolia!
A esta tierra me condujo el Destino para pasar en ella seis meses de lucha por la vida y la libertad, después de mi infructuosa tentativa para llegar al Océano Indico atravesando el Tíbet. Mi fiel amigo y yo nos vimos obligados, de buena o mala gana, a tomar parte en los graves acontecimientos que se produjeron en Mongolia en el año de gracia de 1921. En el curso de este periodo agitado he podido apreciar la calma, la bondad y la honradez del pueblo mongol; he podido leer en el alma mongola, ser testigo de los tormentos y de las esperanzas de esta nación y conocer todo el horror al miedo que les anonada frente al misterio, allá, donde el misterio impera en toda la vida.
He visto los ríos, durante el riguroso invierno, romper con fragor de trueno sus cadenas de hielo, y los lagos arrojar a sus orillas los despojos humanos; he oído voces desconocidas y extrañas en los barrancos montañosos; he divisado los fuegos fatuos revolotear sobre los cenagosos pantanos; he visto arder los lagos; he levantado los ojos a picos inaccesibles; he encontrado en invierno enormes hacinamientos de serpientes en lo hondo de las zanjas; he cruzado ríos eternamente helados; he admirado rocas de formas fantásticas semejantes a caravanas petrificadas con sus camellos, jinetes y carretas, y más que todo esto me ha sobrecogido el espectáculo de las montañas peladas, cuyos pliegues parecen del manto de Satán cuando la púrpura del sol poniente las inunda de sangre.
– ¡Mirad allá arriba! – me gritó un viejo pastor, señalando las pendientes del Zagastai maldito -. No es una montaña; es él acostado e n su manto rojo y esperando el día de levantarse de nuevo para reanudar la lucha contra las buenos espíritus.
Oyéndole hablar me acordé del cuadro místico de Vrubel. Eran las mismas montañas desnudas, revestidas del traje púrpura y violeta de Satán, cuyo rostro está medio oculto por una nube gris que se acerca. Mongolia es el país terrible del misterio y de los demonios; así que no es sorprendente que cada violación del antiguo orden de cosas que rige la vida de las tribus nómadas haga correr la sangre por el demoniaco placer de Satán, tumbado sobre las montañas mondadas, envuelto en un velo gris de desesperación y tristeza o en el manto púrpura de la guerra y la venganza.
A nuestra vuelta de la región de Kuku Nor, y después de algunos días de descanso en el monasterio de Narabanchi, fuimos a Uliassutai, capital de la Mongolia exterior occidental. Es la última población verdaderamente mongola del Oeste. En Mongolia no hay más que tres ciudades enteramente mongolas; Urga, Uliassutai y Ulankon. La cuarta ciudad, Kobdo, tiene un carácter esencialmente chino; es el centro de las administración china de aquella comarca, habitada por tribus nómadas, que solo conocen nominalmente la influencia de Pekín o de Urga. En Uliassutai y Ulankon, además de los comisarios y destacamentos irregulares chinos, hay gobernadores o saits mongoles nombrados por decreto del Buda vivo.
En cuanto llegamos a esta ciudad nos vimos sumergidos en la efervescencia de las pasiones políticas. Los mongoles, en plena agitación, protestaban de la política china aplicada a su país; los chinos, llenos de rabia, exigían a los mongoles el pago de los impuestos de todo el periodo comprendido desde el día en que la autonomía de Mongolia fue arrancada por la fuerza al Gobierno de Pekín; los colonos rusos que años atrás se habían establecido junto a la ciudad y en las cercanías de los grandes monasterios estaban divididos en bandos que se combatían unos a otros; de Urga vino la noticia de la lucha entablada para el mantenimiento de la independencia de la Mongolia exterior bajo la dirección del general ruso barón Ungern von Sternberg. Los oficiales y refugiados rusos se agrupaban en destacamentos, sobre la existencia de los cuales reclamaban las autoridades chinas; pero que los mongoles acogían con agrado; los bolcheviques, hartos de ver formarse partidas blancas en Mongolia, enviaron sus tropas de las fronteras de Irkustsk y Chita a Uliassutai y Urga, y numerosos emisarios de los soviets transmitían a los comisarios chinos toda clase de proposiciones; las autoridades chinas de Mongolia entraban poco a poco en relaciones secretas con los bolcheviques, y en Kaitka y en Ulankon les entregaron algunos refugiados rusos, contraviniendo así el derecho de gentes; en Urga, los bolcheviques instalaron una municipalidad rusa comunista; los cónsules rusos permanecían inactivos; las tropas rojas en la región del Kogosol y en el valle del Selenga tuvieron varios porfiados encuentros con los oficiales blancos; las autoridades chinas establecían guarniciones en las poblaciones mongolas, y para coronar esta confusión, la soldadesca china hacia registros en todas las casas, aprovechándolos para saquear y robar.
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