Jesús Hernández - Operación Valkiria

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Año 1943. El coronel Claus Schenk von Stauffenberg acababa de ser trasladado a Berlín bajo las órdenes del general Friedrich Olbricht, miembro de un comité de resistencia que empieza a maquinar un plan para dar muerte a Hitler.
Olbricht ya tiene entrelazados a más de 200 implicados en distintos estratos de la sociedad alemana e incluso de la sección de inteligencia y contraespionaje. El objetivo es eliminar a Hitler, Goering y Himmler, neutralizar a las SS e instalar un gobierno provisional que intentaría hacer las paces con occidente y detener la guerra. Von Stauffenberg, a pesar de sus lesiones de guerra (ha perdido un ojo y varios dedos de la mano), quiere realizar el atentado. Los conspiradores dudan. ¿Tendrá capacidad para activar la bomba? Finalmente aceptan porque entienden que su invalidez es la coartada perfecta y que no levantará sospechas. El coronel Von Stauffenberg intenta varias veces cumplir su misión, pero no consigue nunca encontrar juntos a los que deben morir. Finalmente, el 20 de julio de 1944 se da la ocasión perfecta. El alto mando se reúne en el cuartel general de Hitler, ubicado cerca de Rastenburg. Von Stauffenberg
porta un maletín con un explosivo inglés de 1 kg que se activa mediante un detonador químico absolutamente silencioso. Todo es perfecto. Se sienta junto al líder nazi. Solo queda esperar el momento…

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WEST, Paul. The very rich hours of count Von Stauffenberg. Overlook, 1991.

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jhermar@hotmail.com

jesus.hernandez.martinez@gmail.com

Jesús Hernández

1En los Archivos Nacionales de Estados Unidos en Virginia se encuentra - фото 90
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1En los Archivos Nacionales de Estados Unidos en Virginia se encuentra el - фото 91

[1]En los Archivos Nacionales de Estados Unidos en Virginia se encuentra el diario de guerra de la sección de organización del Estado Mayor, que proporciona información de cierto interés sobre las actividades de Stauffenberg. En unos archivos alemanes, en Freiburg, se hallan algunas órdenes que Stauffenberg elaboró cuando era director del Grupo II de la Sección de Organización.

[2]La plaza en la que se encuentra el hall central de la Universidad de Munich, en donde fueron arrojadas las últimas octavillas, fue rebautizada después de la guerra como “Geschwister-Scholl-Platz” (Plaza de los Hermanos Scholl), en recuerdo de Hans y Sophie Scholl, y la plaza contigua recibió el nombre de “Professor-Huber-Platz”, como homenaje al profesor Huber. Hoy día pueden encontrarse por toda la geografía alemana colegios, calles y lugares que llevan el nombre de los miembros de la Rosa Blanca.

[3]Ver Anexo 1.

[4]El coronel barón Von Freytagh-Loringhoven había sido jefe del Abwehr en el Grupo de Ejércitos Centro, del frente oriental, donde el general Von Tresckow era el cerebro de la oposición. A finales de 1943, Von Freytagh-Loringhoven accedió a la jefatura de la sección de sabotaje del servicio central del Abwehr en Berlín, bajo las órdenes del almirante Canaris. Gracias a su cargo, es de suponer que pudo interesarse sin despertar sospechas por los explosivos que solían lanzar los ingleses desde el aire con destino a los saboteadores de los territorios ocupados.

[5]El momento más difícil a lo largo de la carrera militar de Günther Von Kluge fue cuando se encontraba a las puertas de Moscú, en diciembre de 1941. Advirtiendo la necesidad imperiosa de una retirada limitada, telefoneó en varias ocasiones a Hitler para que le permitiese ordenar el repliegue, pero chocó siempre con la irracional obstinación del Führer. Obligado a mantener las precarias posiciones defensivas que ocupaban en ese momento, Von Kluge actuó con decisión y logró evitar que los rusos rompiesen el frente y provocasen una desbandada en las tropas alemanas.

Aunque Von Kluge era una de las figuras más respetadas en el Ejército alemán, eso no fue obstáculo para que fuera objeto de las envidias de sus compañeros, que lo apodaron “Hans, el sabio” (Kluge Hans), haciendo un juego de palabras con el nombre por el que se conocía a un famoso caballo que, a principios de siglo, había demostrado poseer una asombrosa capacidad para realizar operaciones matemáticas.

[6]Los ensayos realizados con los explosivos británicos demostraron su superioridad respecto a los germanos, al proporcionar una gran potencia destructora en un tamaño muy reducido. Además, el sistema de explosión de estos artefactos ideados por los ingleses era sencillo y silencioso, sin desprendimiento del habitual humo delator, pues bastaba con romper una ampolla de cristal que contenía ácido; este ácido se encargaba de corroer un alambre fino que sostenía un resorte, el cual, al saltar tras la rotura del alambre, liberaba el percutor que provocaba la explosión. Este sistema permitía decidir, con un margen de error no muy elevado, el momento en el que debía estallar la bomba; existía una gama de alambres que, dependiendo de su diámetro, tardaban un tiempo determinado en romperse. Aunque hoy día pueda parecer un método muy poco sofisticado, en ese momento era considerado innovador. Stauffenberg dispondría de ese sistema de activación de la bomba para llevar a cabo su atentado.

[7]Esa conferencia diaria era el acto central en la vida cotidiana de Hitler; además de ser el eje de su rutina diaria, constituía la máxima expresión de su mando militar. En el verano de 1944, la época en la que se efectuaría el atentado, esas reuniones se celebraban hacia el mediodía o a primera hora de la tarde, normalmente a la una.

La llegada de Hitler a la sala se anunciaba con las palabras “Meine Herren, der Führer kommt!” (“Señores míos, viene el Fürher”). Todos los asistentes le saludaban a la manera nazi y Hitler estrechaba la mano a cada uno de los presentes. Con la ayuda de grandes mapas confeccionados por los departamentos de operaciones de los estados mayores, Hitler era informado de las últimas noticias en el frente.

Las conferencias se solían prolongar al menos dos horas pero, si la situación lo requería, podían durar hasta cinco o seis. Las Führerlage no se desarrollaban según criterios operativos; cuando un tema centraba su atención, Hitler podía estar hablando durante horas, disertando sobre las características técnicas del armamento o cifras de producción, para lo que tenía una memoria asombrosa. Además, Hitler se implicaba en las decisiones tácticas más insignificantes, dando órdenes de desplazamiento de tropas a escala de batallón o compañía, transmitiéndose de inmediato a los puestos de mando sobre el terreno para su ejecución. Para disponer de más información, el dictador reclamaba mapas más precisos, lo que suponía una carga extra de trabajo. Todo ello hacía que los generales que acudían a estas reuniones diarias se desesperasen al contemplar semejante pérdida de tiempo pero, obviamente, nadie se atrevía a plantear una queja.

[8]Aunque es frecuente encontrar fuentes que aseguran que la reunión se celebró en un lugar distinto al habitual, en el Informe Kaltenbrunner se indicaría claramente lo contrario: “El lugar del acto fue la sala en la que siempre se mantenían las conversaciones”. Así pues, no es cierto que Stauffenberg hubiera tenido que realizar el atentado en un lugar imprevisto, tal como suele creerse.

[9]La tenaza estaba especialmente adaptada para Stauffenberg, teniendo en cuenta que sólo contaba con los tres dedos que le quedaban en la mano izquierda. No se sabe si fue él o bien Haeften el que rompió esa primera cápsula, pero es probable que Stauffenberg, a quien no le gustaba eludir ninguna responsabilidad, asumiese ésta sin dudarlo.

[10]Existen otras versiones sobre esos instantes. Algunos autores, como Ian Kershaw, apuntan a que Stauffenberg no cerró la puerta tras la irrupción del sargento Vogel, sino que ésta quedó abierta, con Vogel esperando en el umbral, y que Freyend gritó desde el pasillo a Stauffenberg para que se diera prisa. Si sucedió así, está claro que no hubo ninguna opción de montar el segundo detonador.

[11]El doctor Morell se había convertido en el médico personal de Hitler. Era el especialista de moda en Berlín para enfermedades de la piel y venéreas, y tras obtener la confianza del Führer, desbancó a los otros médicos que se encargaban de su salud, que le acusaban de ser un charlatán. Morell inyectaba a Hitler, casi a diario, una cantidad desmedida de sustancias: sulfonamidas, hormonas, productos glandulares o simple glucosa. Se cree que llegaba a administrarle un total de 28 específicos distintos. Con el paso del tiempo, Morell tuvo que recurrir a medicamentos cada vez más fuertes y frecuentes, lo que le obligaba a inyectarle después sedantes para contrarrestar el efecto de los primeros. Esta medicación contraproducente podría explicar algunas de las, cada vez más frecuentes, reacciones explosivas de Hitler.

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