Sin embargo, el 5 de abril de 1945, cuando la guerra estaba ya a punto de finalizar, Hitler ordenó que fueran ejecutados los prisioneros especiales de Dachau, entre los que se encontraban el almirante Wilhelm Canaris y Georg Elser. Cuatro días más tarde, un oficial de las SS, Theodor Heinrich Bongartz, ejecutó a Elser con un tiro en la nuca.
Los dos intentos que se han relatado, el de Bavaud y el de Elser, son representativos de los planes tramados y ejecutados por una sola persona. A continuación conoceremos otro caso, en este caso protagonizado por varias personas, que constituyó la ocasión en la que Hitler estuvo más cerca de la muerte, antes del atentado de Stauffenberg.
EL ATENTADO DE LAS BOTELLAS
Este intento de asesinato tuvo lugar el 13 de marzo de 1943, cuando varios jóvenes oficiales pusieron en práctica un plan para acabar con su vida. El malestar entre los oficiales alemanes destinados en el frente ruso se arrastraba desde el primer invierno, en diciembre de 1941, pero en esos momentos la oposición de los militares al modo como Hitler estaba dirigiendo la guerra era más que visible.
Un mes y medio antes de ese atentado se había producido el desastre de Stalingrado. El VI Ejército del general Paulus había sido hecho prisionero por los soviéticos, después de sufrir inenarrables penalidades en esa ciudad situada a orillas del Volga. Esa fue la primera gran derrota en el frente ruso, lo que extendió la sensación generalizada de que la guerra estaba irremediablemente perdida.
No obstante, ya en el verano de 1942, el general de 41 años Henning Von Tresckow y el comandante Fabian Von Schlabrendorff, de 36, tantearon al general Hans Von Kluge para que participase en una conjura contra Hitler que conllevaría su eliminación física. Se trataba de la denominada Operación Flash, que no era vista con malos ojos por el máximo responsable de los servicios secretos germanos, el almirante Wilhelm Canaris. Pero Von Kluge, quizás pensando que la situación militar tenía visos de ser reconducida, prefirió mantenerse al margen de este arriesgado proyecto, cuyo objetivo último era negociar una paz honorable con las potencias occidentales para seguir la lucha en el este.
Esta iniciativa quedó aplazada al no lograr los conjurados casi ningún apoyo entre los generales, pero la catastrófica derrota en Stalingrado les hizo reaccionar. Las órdenes dadas por Hitler al general Paulus de que resistiese “hasta el último hombre y la última bala”, en lugar de replegarse a una línea defensiva más segura, repugnó a todo el generalato, e hizo que Von Kluge se mostrase más proclive a aceptar las propuestas de los oficiales rebeldes.
Conscientes de que era el momento idóneo para llevar adelante su plan, los conspiradores lograron, esta vez sí, la participación activa de Von Kluge. Lo único en lo que tenía que colaborar Von Kluge era en invitar a Hitler a que visitase su cuartel general en Smolensk. El Führer, que se encontraba en su Cuartel General de Vinnitsa, en Ucrania, debería entonces hacer una escala en Smolensk, para después proseguir su viaje hasta su Cuartel General de Rastenburg. El plan consistía en colocar una bomba en el aparato durante la escala en Smolensk para que explotase en el trayecto a Rastenburg. El resultado siempre podría ser presentado como un accidente o un ataque de aviones rusos, por lo que se evitaban los inconvenientes que presentaba la constatación inmediata de que se había producido un atentado.
De todos modos, la bomba en el avión era la segunda opción. El teniente coronel Georg Freiherr Von Boeselager estaba al mando de un pequeño grupo de oficiales dispuesto a acribillar a balazos al Führer, aunque era tanto el odio que había acumulado contra el tirano que se había decidido a disparar él mismo.
El 13 de marzo de 1943 se llevó a cabo esa visita que debía acabar con la muerte del dictador germano. El Focke Wulf 200 Condor de Hitler tomó tierra en el aeródromo de Smolensk al mediodía. Von Kluge y Von Tresckow lo recibieron al pie de la escalerilla para darle la bienvenida, estrechándole cordialmente la mano. Pero el Führer no se dejaba llevar por las apariencias, siendo muy consciente de la atmósfera hostil que allí iba a encontrar, por lo que en todo momento estaría rodeado por su escolta. Uno de los miembros del cuerpo de seguridad aseguraría más tarde que ese día Hitler iba provisto de un chaleco antibalas. Además, Hitler llevaba consigo sus propios alimentos y a su cocinero para evitar algún intento de envenenamiento.
Tras una breve visita a las instalaciones, toda la comitiva se dirigió al comedor de oficiales. Aunque el ambiente era tenso, la comida discurría con toda normalidad. Era el momento de disparar contra él, pero al estar Hitler sentado junto a Von Kluge, Von Boeselager prefirió no hacerlo entonces para no poner en riesgo la vida del general involucrado en la conspiración.
Von Boeselager decidió que dispararían contra él cuando saliese del comedor. Pero la suerte se alió nuevamente con Hitler; mientras los tiradores estaban apostados en la puerta que daba directamente al aeródromo, Hitler, quién sabe si alertado por su proverbial intuición, prefirió salir por otra puerta, dando un rodeo para inspeccionar de nuevo el cuartel. El primer plan para asesinar al dictador había fracasado, pero aún quedaba la segunda opción, que parecía tener más posibilidades de éxito.
El artefacto que debía acabar con la vida de Hitler ya estaba listo. Aparentemente no eran más que dos botellas envueltas en papel de regalo y atadas con un lazo, pero en realidad se trataba de una potente bomba programada para hacer explosión cuando el avión del Führer estuviera en pleno vuelo.
La bomba estaba en manos de estos oficiales desde el verano del año anterior, cuando un oficial germano había logrado escamotear varios explosivos británicos encontrados en la playa de Dieppe, tras el raid aliado del 19 de agosto de 1942. El artefacto, compuesto por dos minas adhesivas, era de las que los británicos solían enviar a la resistencia francesa para sus operaciones de sabotaje. El grupo de Tresckow y Schlabrendorff pudo llevar a cabo varios ensayos con este explosivo, comprobando su enorme potencia, suficiente para derribar en vuelo el avión en el que viajaría Hitler.
Cuando el Führer dio por terminada la visita, Von Tresckow entregó al coronel Heinz Brandt, un miembro de la comitiva oficial, el paquete que supuestamente contenía las dos botellas, pidiéndole que, cuando llegasen al cuartel de Hitler en Rastenburg, lo remitiesen al general Helmut Stieff, destinado en Berlín. Para justificar el aspecto cuadrado del paquete, le aclaró que se trataba de dos botellas de Cointreau, cuyos conocidos envases de vidrio son de forma cuadrada.
Antes de entregarlo, Von Tresckow había activado la cápsula de ignición, accionando un mecanismo desde el exterior del paquete. Brandt se hizo cargo de la encomienda, algo habitual en este tipo de desplazamientos, y subió al avión con ellas, depositándolas en el compartimento del equipaje. El aeroplano, con Hitler en su interior, rodó por la pista de despegue y se elevó con la bomba en su interior. Eran las 15.19 horas.
Schlabrendorff se dirigió a su despacho y comenzó a llamar por teléfono a los oficiales que estaban al corriente de la operación. Empleando claves acordadas de antemano para esquivar posibles escuchas, les indicó que todo se había desarrollado según lo previsto y que debían estar atentos a la inminente noticia del fallecimiento del Führer en un “accidente aéreo”, para tomar el mando de la situación.
A partir de las 15.45, el momento calculado para la explosión, Tresckow, Schlabrendorff y los otros participantes en el complot esperaron impacientes una llamada telefónica comunicándoles el “accidente” sufrido por el Condor en el viaje de regreso.
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