6. Mis trabajos sobre la ética del humor
7. La ética del humor como teoría ética
7.1. La ética del humor y el paradigma de la biología
7.2. La racionalidad biológica persigue la salud y la supervivencia en condiciones confortables
7.3. La racionalidad discursiva interpreta de manera crítica los mensajes de la racionalidad biológica transmitidos a través del humor
7.4. El método clínico-ético como método médico-filosófico de la ética del humor
7.5. El humor como punto arquimédico de una nueva teoría ética
8. La ética del humor como ética aplicada: los límites del humor
9. La aplicación de la ética del humor a la sanidad
10. La aplicación de la ética del humor a la empresa
11. La aplicación de la ética del humor a la educación
Conclusiones
Referencias bibliográficas
PRÓLOGO
Lo que se conoce con el nombre de “ética aplicada” inició su esplendoroso andar en la década del setenta de nuestro pasado siglo veinte. Desde entonces la expresión se viene utilizando con gran profusión en Estados Unidos y luego a nivel mundial. Sin embargo, ante ella se han producido reacciones bien distintas.
Por una parte, profesionales, ciudadanos y gobiernos exigen con sobrados motivos un mayor nivel ético en las distintas esferas sociales y, sobre todo, la institucionalización de ese nivel en comités, comisiones, guidelines y documentos bien perfilados, de suerte que es la realidad social misma la que exige a la filosofía moral comprometerse con la vida corriente.
Por otra parte, por lo que hace a los filósofos morales, la respuesta ha sido bien diversa. Mientras que autores tan alejados entre sí, como Jürgen Habermas o Alasdair MacIntyre se niegan a dar por bueno que la ética contenga una dimensión aplicada —el primero por entender que esa es tarea de las ciencias sociales o de la educación, el segundo por considerar que la ética aplicada descansa en un error—, un buen número de neoaristotélicos y deontologistas, como también de los utilitaristas, se adentraron desde el comienzo en los caminos de la aplicación. Nacieron así las éticas aplicadas, que fueron, en primer lugar, la ética de la tierra, la ética del desarrollo, la bioética y la ética de la empresa (o de los negocios).
Más tarde han ido surgiendo la ética de las profesiones, la genética, la ecoética, la ética de los medios, la ética política, la infoética, la ética del consumo y tantas otras que van cubriendo las distintas esferas de la vida social. Hasta el punto de que puede decirse que las éticas aplicadas son ya una realidad social, irreversible en los distintos países, que dan cuerpo al sueño hegeliano de encarnar la moralidad en las instituciones. La tarea de la razón práctica no consiste solo en enunciar lo que se debe hacer, sino también en tomar carne en las instituciones, transformándolas desde dentro. De ahí que la ética aplicada sea un elemento ineludible de cualquier diseño institucional que desee funcionar con bien, incluso lo es de cualquier proyecto de investigación que quiera recibir el visto bueno.
Las publicaciones periódicas y las bibliografías sobre ética aplicada han proliferado de forma inusitada en los distintos campos. Así, empresas, administraciones públicas y colegios profesionales han incorporado los nuevos modos éticos de saber y hacer, mientras las universidades de todo el mundo han creado diferentes cátedras, titulaciones y centros de investigación.
El presente volumen reúne una serie de trabajos que abordan diferentes ámbitos de la ética aplicada. Algunos de ellos son, a estas alturas, bien conocidos por su amplia divulgación, tales como la biomedicina, el desarrollo, la ecología, la economía, la empresa y las profesiones. Otros, en cambio, se presentan aquí con toda su novedad para situarnos ante desafíos inéditos en campos como la neuroética, el deporte, la ciudad y el humor. El principal objetivo de cada capítulo consiste en ofrecer a profesores y estudiantes, a profesionales de diversos ámbitos, miembros de organizaciones cívicas y a cuantos se interesan por estos temas, unas perspectivas éticas que contribuyan a encarnar la moralidad en sus respectivas instituciones, la que es, como hemos dicho, el gozne de la ética aplicada.
I.
ÉTICA BIOMÉDICA
Juan Pablo Faúndez Allier
1. Hacia una retrospección terminológica
Mencionar el término “ética biomédica” conduce inmediatamente a la notable obra que publicaran Beauchamp y Childress en 1979, por la que se cerraba el periplo, ahora con la no-maleficencia, de los famosos principios que The Belmont Report había señalado como garantes de la reflexión ética sobre el tratamiento de la vida en el Occidente contemporáneo. La obra de los autores estadounidenses se titulaba justamente Principles of Biomedical Ethics (Beauchamp y Childress, 1979) y con ella se hacía mención a la investigación, experimentación y aplicación de criterios éticos en situaciones vinculadas con las ciencias de la salud en las etapas del origen, mantención y terminación vital (Arnold, 2009). De este modo, los principios de respeto por las personas (autonomía), beneficencia y justicia, establecidos por el señero informe de la National Commission for the Protection of Human Subjects of Biomedical and Behavorial Research, encargado por el Congreso de Estados Unidos en 1974 y concluido en 1978, eran completados por la necesaria diferenciación que hacían Beauchamp y Childress a la hora de distinguir que las acciones beneficentes no siempre coincidían con las no-maleficentes.
Pero esta materia de análisis ya había sido puesta por delante en 1970 y 1971, cuando el oncólogo norteamericano Van Rensselaer Potter expusiera en el artículo “Bioethics: Science of Survival” (1970) y profundizara después en su libro Bioethics: Bridge to the Future (1971) que, justamente, la preocupación detenida por la aproximación que desde la ética se debía hacer al bios en medicina no solo no era redundante, sino que debía ser dilucidada y profundizada con la prolífica investigación y aplicación tecnológico médica que comenzaba a llevar al ser humano a encrucijadas y situaciones como nunca complejas. El estudio de la vida y sus condiciones de posibilidad y permanencia debían ser abordadas como un objeto propio de análisis en las interrelaciones personales y en los diversos vínculos que giran en torno a este fenómeno: médico-usuario; médico-sistema de salud; sistema de salud-usuario; y en los efectos recíprocos que desde allí se iniciaran. De ahí que Potter explicitase el término más amplio de “bioética”, entendido como el concepto que de alguna manera podríamos reconocer como el continente genérico y más rico en matices que el de “ética biomédica”, ya que la “bioética” se ocupa, como bien definiera Reich (1978), del “estudio sistemático de la conducta humana en el ámbito de las ciencias de la vida y del cuidado de la salud, en cuanto dicha conducta es examinada a la luz de los principios y de los valores morales” (Vol 1, XIX).
Pero la denominación madre de la “ética biomédica”, “bioética”, no hacía más que reconocer en los textos de Potter una segunda paternidad de origen estadounidense, ya que su verdadero nacimiento databa de 1927, año en el que Fritz Jahr mencionara ese término para referirse a la conciencia que él motivaba asumir, ya en ese entonces, en relación a los efectos de connotación ética que se podían desprender de la interacción entre el ser humano con las plantas y los animales. He ahí el título de su artículo: “Bio-ethik: Eine Umschau über die ethischen Beziehungen des Menschen zu Tier und Pflanze” (Jahr, 1927). La palabra empleada por Jahr, “bioética”, era definitivamente visionaria, ya que se detenía en la adecuada participación que debía asumir el ser humano al momento de interaccionar con los seres de diversas jerarquías que conviven en la pluralidad de ecosistemas de nuestro planeta. El enfoque de Jahr, como filósofo y teólogo protestante, sostenía una crítica a la visión occidental que asume una nivelación jerárquica que desprecia a los seres inferiores al humano.
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