Sabemos que estos síntomas de pánico se mantienen en gran parte porque el individuo desarrolla un miedo a las sensaciones corporales asociadas con los ataques de pánico. El ataque puede ser desencadenado por algo que la persona sabe que es irracional, pero el miedo a las sensaciones hace que escalen hasta una situación de emergencia en todo el cuerpo. «Muerto de miedo» y «paralizado por el miedo» (colapsarse y quedarse paralizado) describen precisamente cómo se perciben el terror y el trauma. Son su base visceral. La experiencia del miedo se deriva de las respuestas primitivas a la amenaza, donde la huida queda de algún modo frustrada. La gente se convierte en rehén del miedo hasta que esta experiencia visceral cambia.
El precio de ignorar y distorsionar los mensajes del cuerpo es ser incapaz de detectar qué es realmente peligroso o dañino para nosotros e, igual de malo, qué es seguro o fortalecedor. La autorregulación depende de mantener una relación cordial con nuestro cuerpo. Sin ella, tenemos que depender de la regulación exterior (la medicación, drogas como el alcohol, la reafirmación constante o el cumplimiento compulsivo de los deseos de los demás).
Muchos de mis pacientes no responden al estrés reconociéndolo y nombrándolo, sino desarrollando cefaleas con migrañas y ataques de asma. 15Sandy, una enfermera de mediana edad, me dijo que de niña se sentía aterrorizada y sola, debido a que sus padres alcohólicos no la veían. Lidió con ello volviéndose obediente con todas las personas de las que dependía (incluido yo, su terapeuta). Cuando su esposo hacía un comentario desconsiderado, a ella le daba un ataque de asma. Para cuando se daba cuenta de que no podía respirar, era demasiado tarde para que el inhalador le hiciera efecto, y tenían que llevarla a urgencias.
Eliminar nuestros gritos internos pidiendo ayuda no impide que nuestras hormonas del estrés movilicen nuestro cuerpo. Aunque Sandy hubiera aprendido a ignorar sus problemas relacionales y a bloquear sus señales de aflicción físicas, hacían acto de aparición a través de síntomas que requerían su atención. Su terapia se centraba en identificar el vínculo entre sus sensaciones físicas y sus emociones, y también la animé a apuntarse a un curso de kickboxing . No tuvo que ir ningún día a urgencias durante los tres años en los que fue paciente mía.
Los niños y los adultos traumatizados tienen muchos síntomas somáticos para los que no se encuentra ninguna base física clara. Pueden incluir dolores crónicos de espalda y de nuca, fibromialgia, migrañas, problemas digestivos, colon espástico o síndrome del intestino irritable, fatiga crónica y ciertas formas de asma. 16Los niños traumatizados presentan una tasa de asma cincuenta veces superior que sus semejantes no traumatizados. 17Varios estudios han demostrado que muchos niños y adultos con ataques de asma fatales no eran conscientes de haber tenido problemas respiratorios antes de los ataques.
ALEXITIMIA: INCAPACIDAD
DE PONER PALABRAS A LOS SENTIMIENTOS
Tuve una tía viuda con un doloroso historial traumático que se convirtió en abuela honoraria de nuestros hijos. Solía venir a visitarnos con frecuencia, unas visitas siempre marcadas por mucha actividad (hacer cortinas, arreglar los estantes de la cocina, coser la ropa de los niños) y muy poca conversación. Siempre estaba dispuesta a complacer, pero costaba adivinar qué le gustaba hacer. Después de varios días compartiendo comentarios amables, la conversación cesaba y a mí me costaba mucho trabajo rellenar los largos silencios. El último día de una de sus visitas, la llevé al aeropuerto y allí me dio un seco abrazo de despedida mientras le caían lágrimas por las mejillas. Sin rastro de ironía, se quejó de que el viento frío del aeropuerto internacional de Logan la hacía llorar. Su cuerpo sentía la tristeza que su mente no podía registrar: estaba despidiéndose de su joven familia, los parientes vivos más cercanos que tenía.
Los psiquiatras llaman a este fenómeno alexitimia , un término griego que significa «no poder poner palabras a los sentimientos». Muchos niños y adultos traumatizados simplemente no pueden describir lo que sienten porque no pueden identificar el significado de sus sensaciones físicas. Pueden parecer furiosos, pero negar que estén enfadados; pueden parecer aterrorizados, pero afirmar que están bien. No ser capaz de discernir lo que sucede en su cuerpo les hace perder la conexión con sus necesidades, y les cuesta cuidar de sí mismos, se trate de comer la cantidad adecuada en el momento adecuado o de dormir las horas necesarias.
Como mi tía, los alexitímicos sustituyen el lenguaje de la acción por el de la emoción. Si se les pregunta «¿Cómo se sentiría si viera un camión viniendo en su dirección a 130 km/hora?» la mayoría de la gente diría «Me quedaría aterrorizado» o «Paralizado por el miedo». Un alexitímico podría responder «¿Cómo me sentiría? No sé, me quitaría del medio». 18Suelen registrar las emociones como problemas físicos en lugar de como señales de que algo merece su atención. En lugar de sentirse enfadados o tristes, experimentan dolor muscular, irregularidades intestinales u otros síntomas para los que no se puede encontrar ninguna causa. Aproximadamente tres cuartas partes de los pacientes con anorexia nerviosa, y más de la mitad de los pacientes con bulimia, se sienten desconcertados por sus sentimientos emocionales y les cuesta mucho describirlos. 19Cuando los investigadores mostraron imágenes de rostros enfadados o angustiados a personas con alexitimia, no podían adivinar qué estaban sintiendo esas personas. 20
Una de las primeras personas que me enseñaron acerca de la alexitimia fue el psiquiatra Henry Krystal, que había trabajado con más de mil supervivientes del Holocausto para intentar comprender el trauma psíquico masivo. 21Krystal, que también era superviviente de un campo de concentración, observó que muchos de sus pacientes tenían éxito profesionalmente, pero sus relaciones íntimas dejaban mucho que desear y eran distantes. Suprimir sus sentimientos les había permitido atender a las tareas en el mundo, pero pagando un precio. Aprendieron a silenciar sus emociones antaño abrumadoras y, como resultado de ello, ya no reconocían lo que estaban sintiendo. Pocos de ellos estaban interesados en la terapia.
Paul Frewen de la Universidad de Ontario Occidental realizó una serie de escáneres cerebrales a personas con TEPT que sufrían alexitimia. Uno de los participantes le dijo: «No sé lo que siento, es como si mi cabeza y mi cuerpo no estuvieran conectados. Estoy viviendo en un túnel, en la niebla, pase lo que pase tengo la misma reacción: insensibilidad, nada. Tomar un baño de espuma o quemarme o que me violen es la misma sensación. Mi cerebro no siente nada». Frewen y su compañera Ruth Lanius descubrieron que cuanto más desconectada estaba la gente de sus sentimientos, menos actividad tenía en las áreas de autopercepción del cerebro. 22
Como a la gente traumatizada suele costarle percibir lo que sucede en su cuerpo, carece de una respuesta matizada ante la frustración. Reaccionan ante el estrés quedándose «atontados» o bien con una rabia excesiva. Sea cual sea su respuesta, a menudo no pueden decir qué los está alterando. Esta incapacidad de conectarse con su cuerpo contribuye a su bien documentada ausencia de autoprotección y a sus altas tasas de revictimización, 23así como a sus notables dificultades en sentir placer, sensualidad y propósito.
Las personas con alexitimia pueden mejorar si aprenden a reconocer la relación entre sus sensaciones físicas y sus emociones, del mismo modo que las personas daltónicas solo pueden penetrar en el mundo del color aprendiendo a distinguir y a apreciar las tonalidades de gris. Como mi tía y los pacientes de Henry Krystal, suelen mostrarse reticentes a hacerlo: la mayoría parece haber decidido inconscientemente que es mejor seguir visitando a médicos tratando males que no se curan que llevar a cabo la dolorosa tarea de hacer frente a los demonios del pasado.
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