La diferencia con los escáneres de los dieciocho pacientes de TEPT crónico con traumas graves vividos en la primera infancia era llamativa. Prácticamente no había activación de ninguna de las áreas de autopercepción del cerebro. La CPFM, el cíngulo anterior, la corteza parietal y la ínsula no estaban en absoluto iluminados; la única área que mostraba una ligera activación era el cíngulo posterior, que es el responsable de la orientación espacial básica.
Solo podía haber una explicación para estos resultados: en respuesta al propio trauma, y para manejar el miedo que persistió mucho tiempo después, estos pacientes habían aprendido a desconectar las áreas del cerebro que transmiten los sentimientos viscerales y las emociones que acompañan y definen el terror. Sin embargo, en nuestra vida diaria, estas mismas áreas cerebrales son responsables de registrar todo el abanico de emociones y sensaciones que forman los cimientos de nuestra autoconcienciación, la percepción de quiénes somos. Lo que estábamos viendo era una adaptación trágica: en un esfuerzo para desconectar unas sensaciones aterradoras, también adormecieron su capacidad de sentirse totalmente vivos.
Localización del yo.La cresta de la autoconcienciación. Empezando desde la parte delantera del cerebro (a la derecha), está compuesta por la corteza prefrontal orbital, la corteza prefrontal medial, el cíngulo anterior, el cíngulo posterior y la ínsula. En las personas con historias de trauma crónico, las mismas regiones muestran una actividad claramente reducida, haciendo que sea difícil registrar los estados internos y evaluar la relevancia personal de la información entrante.
La desaparición de la activación prefrontal medial podría explicar por qué tantas personas traumatizadas pierden la noción de propósito y de dirección. Solía sorprenderme la frecuencia con la que mis pacientes me pedían consejo sobre las cosas más ordinarias, y luego qué pocas veces los seguían. Ahora comprendo que la relación con su propia realidad interior estaba deteriorada. ¿Cómo podían tomar decisiones, o poner ningún plan en marcha, si no podían definir qué querían o, más precisamente, qué intentaban decirles las sensaciones de su cuerpo, que son la base de todas las emociones?
La falta de autoconcienciación en las víctimas de traumas infantiles crónicos es en ocasiones tan profunda que no pueden reconocerse en un espejo. Los escáneres cerebrales demuestran que no es resultado de una mera falta de atención. Las estructuras responsables del autorreconocimiento pueden haber quedado noqueadas junto con las estructuras relacionadas con la experiencia propia.
Cuando Ruth Lanius me mostró su estudio, me vino a la mente una frase de mi educación secundaria clásica. El matemático Arquímedes, hablando sobre la palanca, dijo supuestamente: «Denme un punto de apoyo y moveré el mundo». O, como dijo Moshe Feldenkrais, el gran terapeuta corporal del siglo XXI: «No puedes hacer lo que quieres hasta que sabes qué estás haciendo». Las implicaciones están claras: para sentirte presente debes saber dónde estás y ser consciente de lo que te pasa. Si el sistema de autopercepción se estropea, debemos encontrar maneras de reactivarlo.
EL SISTEMA DE AUTOPERCEPCIÓN
Fue fascinante ver cómo Sherry mejoró con su terapia con masajes. Se sentía más calmada y con más arrojo en su vida diaria, y también estaba más relajada y abierta conmigo. Se implicó realmente en su terapia y sentía verdadera curiosidad por su comportamiento, sus pensamientos y sus sentimientos. Dejó de pellizcarse la piel, y cuando llegó el verano empezó a pasar algunas tardes sentada fuera en las escaleras de su casa, charlando con sus vecinos. Incluso se unió al coro de una iglesia, una experiencia maravillosa de sincronía grupal.
Fue más o menos en esta época cuando conocí a Antonio Damasio en un pequeño think tank organizado por Dan Schacter, el presidente del Departamento de Psicología de Harvard. En una serie de brillantes artículos y libros científicos, Damasio clarificaba la relación entre los estados corporales, las emociones y la supervivencia. Damasio, un neurólogo que había tratado a centenares de personas con diferentes formas de daño cerebral, se quedó fascinado con la conciencia y con la identificación de las áreas del cerebro necesarias para saber qué sentimos. Ha dedicado su carrera a cartografiar los elementos responsables de nuestra experiencia del «yo». The Feeling of What Happens es, para mí, su libro más importante, y leerlo fue una revelación. 5Damasio empieza señalando la profunda división entre nuestra percepción del yo y la vida sensorial de nuestro cuerpo. Como explica poéticamente, «En ocasiones usamos muestra mente no para descubrir hechos, sino para ocultarlos… Una de las cosas que la pantalla oculta con más eficacia es el cuerpo, nuestro propio cuerpo, y con ello me refiero a su interior. Como un velo echado sobre la piel para garantizar su pudor, la pantalla elimina parcialmente de la mente los estados internos del cuerpo, aquellos que constituyen el flujo de la vida a medida que deambula por el viaje de cada día». 6
Sigue describiendo cómo esta «pantalla» puede actuar en nuestro favor permitiéndonos atender a los problemas acuciantes del mundo exterior. Sin embargo, tiene un precio: «Suele impedirnos percibir el posible origen y naturaleza de lo que llamamos el “yo”». 7Basándose en el trabajo centenario de William James, Damasio afirma que el núcleo de nuestra auto-concienciación reside en las sensaciones físicas que transmiten los estados internos del cuerpo:
Los sentimientos primordiales proporcionan una experiencia directa de nuestro propio cuerpo vivo, sin palabras, sin adornos y conectado nada más que con la pura existencia. Estos sentimientos primordiales reflejan el estado actual del cuerpo en varias dimensiones… en una escala que va del placer al dolor, y se originan a nivel del tronco cerebral y no en la corteza cerebral. Todas las emociones sentidas son complejas variaciones musicales de los sentimientos primordiales. 8
Nuestro mundo sensorial toma forma incluso antes de que nazcamos. En el útero, sentimos el líquido amniótico contra nuestra piel, escuchamos los sonidos amortiguados del flujo sanguíneo y del tracto digestivo en funcionamiento, nos adaptamos a los movimientos de nuestra madre. Después del nacimiento, la sensación física define nuestra relación con nosotros mismos y con lo que nos rodea. Empezamos siendo nuestra humedad, nuestra hambre, nuestra saciedad y nuestra somnolencia. Una cacofonía de sonidos e imágenes incomprensibles presiona nuestro inmaculado sistema nervioso. Incluso después de adquirir la conciencia y el lenguaje, nuestro sistema de percepción corporal nos da un retorno crucial sobre nuestro estado momento a momento. Su tarareo constante comunica los cambios en nuestras vísceras y en los músculos de nuestro rostro, torso y extremidades, que señalan el dolor y el confort, así como necesidades como el hambre y la excitación sexual. Lo que se produce a nuestro alrededor también afecta nuestras sensaciones físicas. Ver a alguien que conocemos, escuchar sonidos concretos (una canción, una sirena) o notar una variación de temperatura cambia nuestro centro de atención y, sin que seamos conscientes de ello, influye en nuestros pensamientos y en nuestras acciones subsiguientes.
Como hemos visto, el trabajo del cerebro es supervisar y evaluar constantemente lo que sucede en nuestro interior y alrededor nuestro. Estas evaluaciones se transmiten mediante mensajes químicos en el flujo sanguíneo y mediante mensajes eléctricos a nuestros nervios, causando cambios sutiles o drásticos en todo el cuerpo y en el cerebro. Estos cambios suelen suceder sin nuestra contribución consciente o nuestro conocimiento: las regiones subcorticales del cerebro son sorprendentemente eficientes regulando nuestra respiración, nuestro ritmo cardiaco, la digestión, la secreción hormonal y el sistema inmunológico. Sin embargo, estos sistemas pueden saturarse si nos enfrentamos a una amenaza constante, o incluso ante la percepción de una amenaza. Esto explica la gran variedad de problemas físicos que los investigadores han documentado en las personas traumatizadas.
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