Enviado José Ignacio Cienfuegos a Roma por el gobierno de Chile por segunda vez en 1827, logró que se nombrase un obispo para la sede de Santiago, acéfala por el destierro del obispo residencial José Santiago Rodríguez Zorrilla, bajo la figura de un vicario apostólico. Este hecho fue un reconocimiento indirecto de los procesos políticos que se estaban produciendo en el país, tendencia que la Santa Sede acogió con el nombramiento de Manuel Vicuña en 1828 como vicario apostólico de Santiago y reiteró en 1832 con la designación de aquel como obispo residencial de Santiago, sede vacante por el deceso de Rodríguez Zorrilla, y con la designación de Cienfuegos como obispo de Concepción. Se podría afirmar que hacia 1828 y con toda seguridad en 1832 ya no había dudas en Roma acerca del reconocimiento del país, faltando solo separar las diócesis del arzobispado de Lima. Este hecho ocurrió en 1840, al crearse el arzobispado de Santiago con tres sufragáneas: Concepción, La Serena, desmembrada de Santiago, y San Carlos de Ancud, desmembrada de Concepción.
Estos nombramientos fueron realizados por la Santa Sede con absoluta autonomía respecto de las normas del patronato español, del cual ellos dependían. Esta afirmación no excluye la existencia de tensiones entre la autoridad civil y la Santa Sede, e incluso dentro de la propia Iglesia local, como fueron las diferencias del cabildo catedralicio con Manuel Vicuña a raíz de su designación como vicario apostólico 916 . Vicuña fue promovido al orden del episcopado por León XII, como obispo titular de Cerán, y el presbítero Cienfuegos también lo fue como obispo titular de Rétimo y Auxiliar de América.
La Iglesia católica chilena logró tempranamente pasar de una orientación patronal a otra fundada en una visión de sociedad confesional, en la cual se la concebía libre, pero sin perder los privilegios o el apoyo del Estado. Esta mentalidad estuvo presente hasta la separación misma en 1925. Incluso se acentuó en algunos procesos, como fueron, por ejemplo, las gestiones para atender a las misiones en la zona de la Araucanía y Chiloé, la invitación a los capuchinos, que arribaron al país hacia 1848, o las gestiones del arzobispo Valdivieso durante el gobierno de Montt para incorporar la congregación de los Sagrados Corazones.
En esta materia es necesario considerar los efectos de la diplomacia chilena, que se advierten muy tempranamente con el primer viaje de Ignacio Cienfuegos a Roma, por encargo del gobierno, en 1821. Este hecho diplomático generó la primera misión desde la Sede Apostólica hacia América Latina, la misión Muzi, que abarcó no solo a Chile sino a Argentina y al Perú 917 . Y el segundo viaje de Cienfuegos a Roma en 1826 alcanzó los resultados directos que ya se han visto.
Roma, al instituir y llamar al episcopado a Manuel Vicuña lo hizo con plena autonomía tanto de España como del gobierno chileno. En otras palabras, la Sede Apostólica instaló la autonomía en el nombramiento de obispos y, por otro lado, abrió una vía diplomática con el nuevo estado, que se podría definir como concesión patronal oficiosa al gobierno. Esta concesión oficiosa se mantuvo hasta la separación de la Iglesia y el estado. La aplicación del concepto de política oficiosa indica que la Sede Apostólica no cerró el vínculo con el estado, sino que consultó su opinión, acogió sus observaciones, cedió en las conversaciones e incluso aceptó propuestas de candidatos. El objetivo era, como es evidente, asegurar la estabilidad del servicio religioso. Los principios político-eclesiásticos promovidos por Gregorio XVI fueron tenidos en cuenta en cada promoción de alguna prebenda u oficio eclesiástico.
EL CRECIMIENTO DE LA ESTRUCTURA DIOCESANA
Según se ha indicado, las dos diócesis que cubrían la geografía de Chile en 1810, Santiago y Concepción, formaban parte del arzobispado de Lima. Estas dos circunscripciones eclesiásticas con el referido vínculo jurídico se mantuvieron hasta 1840, cuando el gobierno chileno envió a Roma una misión diplomática encabezada por el encargado de negocios Francisco Javier Rosales para obtener el reconocimiento de la independencia, elevar el obispado de Santiago a la categoría de arzobispado y erigir los obispados de Ancud y La Serena. La Santa Sede aceptó la proposición del gobierno chileno: el 13 de abril de 1840 reconoció la independencia de la república, y el 21 de mayo, por la bula Beneficientissimo divinae providenciae consilio , erigió el arzobispado de Santiago 918 . A continuación, por bulas de 1 de julio de 1840 se erigieron los obispados de Ancud y La Serena. De esta manera el arzobispado de Santiago quedó con tres diócesis sufragáneas: Concepción, La Serena y San Carlos de Ancud. Esta determinación ya se había incubado en 1821, cuando Cienfuegos solicitó en Roma la creación de nuevas diócesis 919 .
Es necesario advertir que la propuesta de creación de la provincia eclesiástica chilena surgió del Congreso en 1836, cuyo sustento principal fue el informe que el obispo Vicuña envió al gobierno, en julio de ese año. Este, a su vez, se apoyó en la sugerencia del franciscano Zenón Badía desde Roma para que se solicitase la creación de la diócesis de La Serena. En su informe, el obispo Vicuña incluyó una descripción bastante precisa sobre las estructuras básicas, parroquias y conventos que poseerían las futuras diócesis 920 . Poco después, el 16 de octubre de 1836, el obispo Vicuña propuso al gobierno la erección del obispado de La Serena, indicando el número de parroquias que se desmembrarían de Santiago (63 parroquias en Santiago y 15 en La Serena), y los conventos de religiosos que debían quedar en cada diócesis.
La nueva provincia eclesiástica fue absolutamente autónoma al perder su dependencia del arzobispado de Lima. Con ello se estableció la vinculación directa con Roma, tanto con el pontífice como con todas las congregaciones y la curia en general. Por último, las nuevas diócesis tendrían que instalar la comunidad diocesana de acuerdo al derecho canónico y en especial, a las normas del Concilio de Trento: fundar seminario, promover las misiones y la catequesis, desarrollar la vida parroquial, las obras de caridad y las celebraciones litúrgicas, entre las más importantes. Por su parte, los obispos deberían realizar la visita pastoral a su diócesis y cumplir con el precepto de la visita ad limina , con el correspondiente informe o relación sobre el estado de su iglesia.
En lo que respecta a la relación de la Santa Sede con Chile, el acto jurídico eclesiástico descrito es el último paso que dio Roma en el reconocimiento de la nueva república, y por ese mismo acto el gobierno chileno alcanzó una vinculación diplomática oficial con Roma. Este hecho impulsó a ambas partes a buscar una relación estable en lo jurídico, en lo temporal y en los asuntos pastorales. Si bien no se llegó a suscribir un concordato, el vínculo se desarrolló en un clima de concesión oficiosa de privilegios patronales, cuestión que se fundó en el artículo 5° de la Constitución de 1833, que definía a la Iglesia Católica como la única oficial en el país.
EL DESARROLLO DE LA IGLESIA: 1828-1840
Entre las herramientas más eficientes y completas del obispo para generar reformas está la visita pastoral, caracterizada por su periodicidad, con una estructura de trabajo cercana a un modelo de auditoria de gestión y realizada por la máxima autoridad, el obispo en persona o por procurador. Las dos diócesis del periodo monárquico en Chile habían cumplido los procesos de instalación, desarrollo y consolidación en tiempos diferentes. Así, la iglesia de Santiago estaba consolidada a principios del siglo XVIII, en tanto que la de Concepción solo en la segunda mitad del siglo XVIII entró a la etapa de consolidación 921 . Estos procesos permitieron enfrentar el periodo de la emancipación 922 . Con esta afirmación se subraya que en ambas diócesis se había superado la fase misionera, restando solo zonas concretas en Concepción como espacios de misión ad gentes.
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