—Supongo que en la abadía Neuburg. Donde soléis reuniros con aspirantes a artista que buscan vuestro mecenazgo y ofrecéis la posibilidad de exponer a los pintores sin recursos. —«Donde Erin da a menudo clases de escritura», añadió para sí.
—Exacto. Como bien decís, me gusta organizar reuniones aquí con promesas del mundo artístico. Intento pensar que es mi pequeña aportación al maravilloso ambiente de esta ciudad. Y, por favor, apeadme el tratamiento —rogó—. Podéis llamarme Algernon.
—Lo mismo digo entonces. «Viktor» es suficiente —dijo este. Empezaba a notarse un tanto más relajado, aunque no tenía sentido retrasar más el quid de la cuestión—. No os he agradecido como es debido que me hayáis sacado de la cárcel…
—…Y te preguntas por qué, claro. No le demos más vueltas, es hora de hablarlo. Por favor, sentaos los dos, si os apetece. —Algernon señaló los sillones, a ambos lados de la mesita de té. Había un tercero, un tanto más apartado. Gus, mudo hasta entonces, declinó la invitación con un movimiento de cabeza.
—No os preocupéis por mí, prefiero estar de pie.
Sin esperar al movimiento de los demás, Erin se sentó en el sillón más alejado. Aquello fue una punzada más para Viktor. ¿Quería estar todo lo lejos que pudiera de él? «Es lógico, si Algernon está manteniendo una conversación contigo, que os permita sentaros cara a cara», le dijo con fastidio su parte racional. «Déjate de chorradas». Así pues, tomó asiento en uno de los sillones restantes y el otro hombre hizo lo propio. El poeta estaba a suficiente distancia como para poder mirar a los dos, y para poder entrever el gesto de Erin en cada momento sin parecer indiscreto.
—Lo primero es hablar de la fiesta de los Boisserée, supongo. Estábamos al tanto de que algo inusual iba a suceder allí —comenzó Algernon —. Supongo que esto lo ignoras, pero todos los poetas que participaban en el recital, aquellos cuyos poemas tuviste que investigar, habían sido invitados por ese hombre que te acompañaba, Yon’Fai. Es una de las personas de interés que vigilamos en Heidelberg gracias a nuestra red de contactos. De lo que no sabíamos nada hasta esa misma noche era de tu presencia allí y tu alianza con Lake. Y eso añadía un detalle todavía más extraño a la situación.
—Como cualquiera sabe, el nombre del Alto Magistrado Lake no es buena señal en ninguna situación —intervino Erin. Viktor no tuvo claro si aquel «como cualquiera sabe» era una alusión a su insensatez. El tono de la joven, no obstante, no parecía mostrar sarcasmo alguno—. Cuando te vimos junto a Yon’Fai, nuestras alarmas saltaron. Y ahora parece evidente que te han querido utilizar como chivo expiatorio. Sus verdaderas intenciones todavía nos son desconocidas, sin embargo.
—Conocemos tus habilidades —añadió Algernon—. Sabemos cómo te ganas la vida. No te voy a mentir: también seguíamos tus pasos desde hacía tiempo. Gustavo ha tenido a bien confirmarnos nuestras sospechas y explicarnos la historia completa, lo que ocultas bajo el parche de tu ojo. Desde luego, no sois gente corriente. —Un ribete de admiración genuina se advirtió en aquella frase—. Y entiendo bien por qué alguien como Lake puede estar interesado en ti: si está preparando alguno de sus engaños y quiere desviar la atención de él o alguno de sus simpatizantes, no podía encontrar herramienta mejor que tú.
Viktor miró a Gus con un cierto aire de reproche. Este le sostuvo la mirada, pero no dijo nada; no con palabras, al menos. La conexión entre ambos les permitía comunicarse de un modo más sutil. No se trataba de algo diáfano, como la telepatía que pretendían dominar los ilusionistas de los teatros, pero desde luego bastante similar, o eso les parecía. El poeta notó que su ojo derecho vibraba y un mensaje tranquilizador le llegaba desde la mente de su amigo, surcando aquel invisible hilo que unía sus almas como si fuera un telegrama. «Relájate de una vez. Estos dos son de confianza», le decía. Decidió hacerle caso: Gus podía ser muchas cosas, pero no un insensato sin ganas de sobrevivir.
—Lake lleva mucho tiempo interesado en mí como «herramienta»—confesó con un suspiro avergonzado—. Lo que se cuenta por ahí es verdad: he trabajado más de una vez para él en los últimos cinco años. A veces me encargaba tonterías insignificantes, o le ayudaba a encontrar artefactos perdidos rastreando su Glamerye. Nunca me lo contaba todo, pero sabía que sus trabajos tenían siempre una letra pequeña; no voy a justificarme. Alguna que otra vez llegaba a mis oídos que había colaborado en la detención de algún inocente… o que el artefacto en cuestión se había utilizado como prueba para ganar un juicio dudoso.
»Al final, supongo que me pudo la conciencia, la ética o lo que sea. Decidí alejarme de él, hace ahora cerca de un año. Hasta la fiesta de los Boisserée. Menudo imbécil estoy hecho. —Suspiró de nuevo. Se habría dado una bofetada si no hubiese quedado demasiado raro en aquel momento—. Tendría que haber sospechado.
—Bueno, dejemos las culpas y los remordimientos a un lado —dijo Algernon. Se levantó y se dirigió a un armario pequeño junto a la ventana, del que sacó una botella de lo que parecía coñac—. Estamos de tu parte, eso es lo principal. Y es el motivo por el que buscamos a Gustavo y decidimos ponernos en marcha en cuanto nos enteramos de lo que te había sucedido.
—Significa entonces que me creéis, ¿verdad? —El poeta sintió un inmenso alivio al expresar aquello. Rechazó con un gesto la copa que le ofrecía Algernon. Gus y Erin sí la aceptaron: el filántropo vertió con un elegante juego de manos un chorro de coñac en cada una, terminando con una tercera para él—. No tengo nada que ver con ese poema de la fiesta, y menos aún con ninguna conjura contra el duque de Baden. De todos modos, sigo sin entender del todo por qué os habéis arriesgado por mí. No tengo claro si ha sido mero altruismo o… esperáis algo concreto.
—Claro, claro. Es justo que empecemos a descorrer algunos velos—concedió Algernon, ahora de pie junto al ventanal, dando un sorbo pensativo a su copa—. Comenzamos por esta abadía. Hay mucho más en ella de lo que conoces hasta ahora. Te encuentras en la sede de la Sociedad Secreta para el Mantenimiento de la Paz entre Realidades. O… el lugar de reunión de Los Metomentodos. —Hizo una pausa, escrutando los rostros de su audiencia, y soltó una carcajada—. No pongáis esa cara. Sabemos lo que se dice de nosotros, y bueno, ese sobrenombre no nos molesta. Eso es lo que hacemos: ayudar a que la vida en Heidelberg sea un poco más sencilla metiendo las narices donde no nos llaman.
—También puedes llamarnos «la Sociedad», a secas. Ya le he dicho más de una vez que necesitamos un nombre más corto —apostilló Erin. La sonrisa que bailaba en su rostro tenía un aire entre divertido y orgulloso.
—Ah, sí, estamos abiertos a sugerencias. En todo caso, operamos de manera extraoficial, como te habrás imaginado. Somos pocos, pero vamos encontrando aliados de confianza con el tiempo —explicó Algernon—. Es por ello que nuestra información no fue todo lo exacta que hubiéramos deseado. Pero no nos hemos equivocado en lo importante: la fiesta fue el punto de inflexión, y algo más tuvo que suceder en ella de la mano de Lake y Yon’Fai. A la mañana siguiente, tras tu detención, muchos de los asistentes comenzaron a sentirse enfermos. Han sufrido una fiebre extraña, aunque no se teme por sus vidas. La versión oficial que se ha estado propagando por la ciudad atribuye el mal a los trabajos de Alta Poesía perpetrados por tu pluma. Se dice que causaste estragos envenenando la comida, que se pudo impedir el atentado contra el duque por los pelos y quién sabe qué otros cotilleos.
Читать дальше