Mario Escobar Velásquez - Muy caribe está

Здесь есть возможность читать онлайн «Mario Escobar Velásquez - Muy caribe está» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: unrecognised, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Muy caribe está: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Muy caribe está»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Muy caribe está es la crónica del descubrimiento del caribe. El narrador, ya nonagenario, reconstruye su experiencia como conquistador y español renegado.Conoce a fondo la cultura caribe, y la testimonia tanto en las costumbres y la fuerza bélica de su raza, como en la lengua. La escritura –contrapunto entre españoles y caribeños– se interna en los hechos cotidianos: la sobrevivencia en lo desconocido, el hambre, los apetitos, el amor, la crónica, la soberbia, la crueldad…, y logra otras metáforas, otras interpretaciones, otras formas para nuestra historia, para nuestra lengua.

Muy caribe está — читать онлайн ознакомительный отрывок

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Muy caribe está», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Vi a una ratica royendo algo, entretenida. Vino a percibirme cuando alargué el bastón hasta casi tocarla. El miedo la poseyó enorme, y salió de estampida. Más que ratita parecía una raya alargándose. Yo me reí con mi temblona risa de gelatina. Después le grité:

—Corres como Ojeda.

Lo dije, resentido todavía. Cuando la emboscada caribe aplastó a macanazos a más de ciento veinte españoles, el piloto venía entre los últimos que salieron del poblado, Ojeda con él y algunos otros. Pudieron ver cómo la pelea se alargaba por centenares de metros, y cómo iba de mal para el invasor. Si hubieran permanecido unidos, si esos seis o diez hubieran rodeado a Juan de la Cossa y peleado como una unidad según tenían sabido, no hubiera sido fácil vencerlos. Pero, en carrera, se dispersaron, cada uno dueño de su miedo, caballos del miedo que los cabalgaba. Juan de la Cossa no era joven ya, y su carrera no tuvo aliento, ni alcance. Algo en él, en su solo porte, denotaba al jefe. Los indios supieron leer en ese algo, y en cuanto le alcanzaron lo rodearon en un baile de asuntos gritados: insultos a montón. Él, su espada en la mano, giraba el ataque que no se daba.

Después cantaron sus cantos, embriagados de la alegría de la victoria, que es un licor muy potente. Y de a uno fueron haciéndose con sus arcos y las flechas, esas de las ponzoñosas puntas, esas dolorosas, que infiernan en dolores al que las recibe. Esas que hacían que se quisiera no haber estado ahí para recibirlas, no haber venido, no haber invadido ni saqueado. Cantando ampliaron el círculo. Y luego empezaron a disparar las flechas. Primero de añagaza. No dirigidas al cuerpo, no. A la arena, vecina de los pies, burlescas. Caían con chasquidos luego de sisear.

Después, a él. Pocas. Espaciadas. Cuando una se clavaba el dolor ponía gestos imparables en el rostro del piloto, y alzaba griterías de los flecheros, que asustaban a las nubes que iban altas. Después de recibir cuatro o cinco de esos virotes de infierno mi padrino se derrumbó, como una torre se derrumba, pero a medias. Cayó de sus pies a las rodillas. Clavó la espada en el suelo para sostenerse en ella, las manos puestas en la empuñadura, y oró.

Sabedores de que no podría irse ya ni aunque lo quisiera, desanudando el círculo lo estrecharon más. Y cada uno, ahora girando, le disparó todas sus flechas. De una en una se clavaron hasta que Juan de la Cossa más pareció un puercoespín que el piloto mayor. Cuando lo miraron, dos o tres días después, estaba verde. Completamente verde como una iguana joven.

Desde una laguna, entre las raíces de un mangle, esas más numerosas que las patas de veinte arañas, entre el lodo y el agua Ojeda lejano vio y oyó. Y después, boca arriba, apenas asomada la nariz para el respiro, cuando las patrullas de indios buscadores espurgaban el terreno deseando a los huidos. El miedo chuzándole la garganta y ascos de los cangrejos peludos que lo caminaban a ratos. Acosado de bandadas de pececitos que le tiraban de los pelos de la cara y de los brazos, que le mordisqueaban labios, orejas, dedos. Y hostigado por tiras de mal olor de la vegetación podrida que a veces le aventaba el viento. Tiras que le entraban por las fosas nasales y se le volvían nudo arriba, mortecinas.

Su ojo de guerrero vio muchas cosas: los indios no recogían las armas de los vencidos, ni siquiera para inutilizarlas. No dejaron centinelas. Y, cuando la noche empezó a brotar de las raíces de los matojos y a escalar ramazones como una extendida inundación negra, vio que se recogían hacia la aldea.

Alzaron de los españoles muertos lo que les era propio: oro y bastimentos, y dejaron al camino solo, colmado de muertos. Cuando ya ningún indio vino más hacia el poblado en un rato muy largo, salió arrastrado. Fue yéndose, reptado como una lagartija, temeroso de alzar la silueta, y también por envarado. Y soslayando cuerpos muertos, de cabezas aplastadas. Los indios habían ido de un cuerpo caído a otro y machacaron con sucesivos y bastantes golpes de sus clavas. Dejaban una masa asquerosa e irreconocible en donde hubo cada cabeza, escribiendo a golpes su odio por los invasores ladrones.

Lento, lento fue yendo. Arrastrado, lagrimeando, humillado él con la humillación de todos los vencidos y todos los muertos. Aplastado con los aplastados. Cuando hubo recorrido los metros a centenas, sin muertos, alzó el cuerpo del suelo. Alzó los codos sin piel, las rodillas raspadas, las botas con las puntas gastadas y fue reaprendiendo el caminar que había olvidado en el agua de todo el día y en el arrastrarse de tanta parte de la noche. Vacilante el caminar.

Cuando dio con la mar, que desde antes se había avisado con sus voces de ola en la arena, sus ojos escrutadores no daban entre la negrura con la luz de las naves: ni un fanal. Ni una silueta de arboladura de velas. Temió la partida de los navíos, y su abandono. Luego lo mordió el frío como docenas de perros. Y después ardió en la fiebre, hoguera de sí mismo. Que estuviera seco se buscó un arenal y como un cangrejo cavó para enterrarse. Se echó encima arenas que estaban todavía calientes y fue, entre su calorcito de sol guardado entre ellas, encontrando migajas de sosiego.

Temió de sus voces, y por eso no las expulsó de la garganta para los de los barcos. El miedo le susurraba de indios oyendo. Después, sobre la cara y las manos, le cayeron los mosquitos zumbadores, a millares, como un ácido con alas. Acabó hundiendo cuanto pudo la cabeza en la arena, y después se puso el casco sobre la cara, y sepultó las manos. Y el calor entonces fue demasiado, y empezó a olerse su sudor de días de antes retenido por el forro. Le repugnaba tragarse con el aire respirado a esos olores indignos.

Cuando dejó de ver a las estrellas, las echó de menos. Se pensó un cadáver pensante. Y entonces, solo consigo mismo, sin testigos que la vergüenza rechazara, lloró. Lloró la derrota. Lloró el oro rapiñado y tirado luego. Lloró a los compañeros machacados. Lloró su carrera de caballo montado y acicateado por el miedo, y el día casi entero metido en las aguas fétidas del manglar, y lloró su caparazón de arena y su firmamento oscuro de casco hediondo.

Lo durmió el cansancio de los ojos que lloraron, y aprendió el beneficio del olvido transitorio que es el dormir.

Ya el sol había escalado una parte del cielo cuando lo despertaron los pasos. No fue que los oyera. Los sintió caminándolo como hormigas, transmitido por las arenas. Su miedo le contó que no estaba muy hondo, y de entrada quiso ser una de esas lombrices de tierra que tan fácilmente se hunden. Y solo alzó la testa cuando sintió a hierros raspándose.

Destapó los ojos: los de las naves, todavía unos ochenta, patrullaban. Pero al camino de la aldea india no se atrevían a caminarlo. Algún roce con regustos musicales delataba la tensión de las cuerdas de las ballestas. Humillos se veían en las cuerdas ardiendo de los arcabuces.

Sin alzarse, cauto ante las disposiciones de los otros que pudieran soltar la flecha rauda antes de reconocer bien, largó a las voces que tenía prisioneras desde anoche. Soltó nombres cuyos dueños estaban ahí, ceños fruncidos. Solo se alzó, más sucio que la sentina, cuando le respondieron.

Alonso de Ojeda, menudo él de cuerpo, flaco como una lagartija era, empero, uno de los capitanes grandes. En el hoyo en que estuvo enterrado dejó a las lágrimas miserables y a los miedos que desataron la cuerdecita de los líquidos de la vejiga, y no más surgido se asumió capitán, el gobernador que iría a ser estuvo válido, callando sus angustias de antes, ahorrándolas: de eso no platicaba un hispano. Tiró los andrajos que hedían. Se metió al agua y lavó todos sus exudados, y ordenó junta en la nave. Enterrado, él había pensado. Sepulto, planificó. Resurrexo iría a cobrar cabezas machacadas, flechas erigiendo puercoespines, bailes anteriores a las flechas.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Muy caribe está»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Muy caribe está» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Mario Escobar Velásquez - Toda esa gente
Mario Escobar Velásquez
Liliana Isabel Velásquez H. - Rumor de árboles
Liliana Isabel Velásquez H.
Carlos Alberto Velásquez Córdoba - Matar al lobo
Carlos Alberto Velásquez Córdoba
Carlos Julio Restrepo Velásquez - Lenguaje, conocimiento y educación superior
Carlos Julio Restrepo Velásquez
Sebastián Velásquez - El paquete
Sebastián Velásquez
Mario Escobar Velásquez - Tierra nueva
Mario Escobar Velásquez
Mario Escobar Velásquez - Diario de un escritor
Mario Escobar Velásquez
Отзывы о книге «Muy caribe está»

Обсуждение, отзывы о книге «Muy caribe está» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x