Es muy importante señalar que, de no mediar intervenciones específicas y adecuadas para interrumpir su curso, la violencia en la familia continuará en aumento progresivo. Es así como, por ejemplo, si en una relación se producen agresiones verbales en el noviazgo y no se limitan, es previsible que las agresiones se vayan incrementando, pasando por el maltrato emocional, agresiones físicas leves, luego más graves, hasta llegar incluso al homicidio:
Desde novios me ponía nervioso y la lastimaba verbalmente diciéndole barbaridades. Sólo después de un tiempo de casados volcaba mi frustración físicamente. Empecé a golpear y romper objetos hasta que empecé a golpearla a ella. La violencia física al principio era muy espaciada; rara vez la agredía físicamente. Pero después cada vez se hizo más frecuente. En el último tiempo, esto sucedía cada mes. (José, 47 años).
Por eso es tan importante romper el círculo violento, haciendo saber lo que sucede en la intimidad del hogar a personas que puedan ayudar efectivamente en este sentido.
Queremos resaltar, además, lo que ya hemos mencionado en la introducción, en el párrafo sobre mitos y verdades acerca de la violencia familiar. Nada justifica la conducta violenta. Caso contrario, todos podríamos dirimir nuestros conflictos y nuestras diferencias con otros de la misma manera.
Desde que dejé de ir a verte, nada ha mejorado ni nada ha empeorado... o sí... Estoy mucho más controlado en mis reacciones, pienso mucho antes de contestar. Y también es cierto que en estos últimos 6 meses, reaccioné mal por lo menos 3 veces: una en mayo, a nuestro regreso de Brasil, la anterior, en Brasil precisamente, y la otra ya ni recuerdo, habrá sido en enero. Antes nuestros «desencuentros» se producían dos veces por semana. Ahora, bimestralmente. El último fue así... Yo volví del trabajo. Llegué a casa para estar un rato con Betty. Ella estaba tirada en la cama leyendo, con cara de traste (pero de traste feo, feo, feo). Traté de entablar conversación con ella. Me cuenta que estaba mal por lo que le había sucedido en su trabajo con su jefa. Pero yo también necesitaba que ella me recibiera bien, me contuviera, quisiera estar conmigo. Pero claro, yo no le importo lo suficiente. Ni sé cómo, empezamos a discutir. Ella se quiso ir, bajó las escaleras en este estado de calentura de los dos, y lo que simplemente hice fue tomarla con una mano de su mandíbula inferior y taparle la boca. Ella se exasperó, reaccionó para defenderse de mi agresión, me empujó y se puso a gritar e insultarme. Entonces se me «escaparon» dos o tres cachetadas, que según ella habían sido «trompadas». No recuerdo haberle pegado trompadas, y si lo hice fue en raras circunstancias. No tengo derecho a trompear a mi mujer ni tampoco de cachetearla. Totalmente claro. Tampoco ella tiene el derecho de transferir sus problemas laborales a nuestra casa. Me di cuenta que ahora ella reacciona de la misma manera en que reaccionaba yo. Me la agarraba con ella, la trataba mal, la ignoraba, la insultaba, y de última, la golpeaba. (Joaquín, 45 años).
¿Qué consecuencias tiene la violencia en la pareja?
Sobre la salud de la persona maltratada se producen efectos indeseados de todo tipo. Recordemos que, en general, podemos decir que maltrato conyugal es cualquier forma de menoscabo a la integridad física, emocional, sexual, moral o patrimonial, que una persona sufre por parte de su pareja, y que le causa un deterioro más o menos grave, a corto, mediano y largo plazo.
A medida que el abuso se repite y se prolonga en el tiempo, se va produciendo un gradual descenso de las defensas psíquicas y físicas. A nivel físico, se experimenta toda clase de disfuncionalidades: dolores de cabeza, cansancio, trastornos gástricos, estrés, trastornos del sueño y de la alimentación, enfermedades recurrentes y variadas de mayor o menor gravedad. Muchas veces la persona consulta en diferentes servicios médicos por sus dolencias, pero no cuenta que sufre violencia en el hogar porque probablemente no asocie el maltrato a sus problemas de salud. Incluso, al ser interrogada específicamente al respecto por algún profesional de la salud que presume la verdadera causa, es posible que la víctima niegue lo que sucede en la intimidad. También es posible que cambie de profesional si siente que la violencia familiar está a punto de ser descubierta. Temores, vergüenza, desconfianza, etc., son la causa más frecuente de esta actitud. No obstante, y debido a la creciente discusión abierta de estos temas en los medios de comunicación, algunas mujeres estarían dispuestas a admitir que sufren maltrato –y hasta se sentirían aliviadas de poder hacerlo– si se les preguntara en forma directa pero no acusatoria ni intimidatoria.
Los efectos emocionales están siempre presentes, en cualquier forma de maltrato: baja autoestima, miedo, depresión y ansiedad suelen ser los más comunes. Las mujeres que viven maltrato conyugal se perciben a sí mismas como muy débiles frente a un poder del marido que sobreestiman; hasta pueden llegar a sentirse tontas o locas, confirmando lo que ellos mismos les dicen. Es muy frecuente que en la consulta expresen que no tienen claridad sobre lo que viven. Dudan de sí mismas y de sus percepciones, lo que las puede llevar a la idea de que están perdiendo la razón. También presentan irritabilidad, inestabilidad emocional, pérdida de la confianza en sí mismas, impotencia, desesperación, inquietud, profunda tristeza, culpa, vergüenza, desesperanza, sentimientos de desamparo, y hasta deseos intensos de morir, por suicidio o por algo externo a ellas. Este deseo de muerte aparece aun en las mujeres cristianas. Y no es porque les falte fe en Dios ni por fallas en su vida espiritual, sino por la pérdida de la esperanza de hallar una solución al sufrimiento, aumentado también por el aislamiento y la soledad en que viven la situación.
Para muchas mujeres, sin embargo, los efectos psicológicos del abuso son más debilitantes que los efectos físicos. Miedo, ansiedad, fatiga, desórdenes de estrés postraumático y desórdenes del sueño y la alimentación constituyen reacciones comunes a largo plazo ante la violencia. Las mujeres abusadas pueden tornarse dependientes y sugestionables y encontrar dificultades para tomar decisiones por sí mismas. La relación con el abusador agrava las consecuencias psicológicas que las mujeres sufren por el abuso. Los vínculos legales, financieros y afectivos que las víctimas de la violencia conyugal tienen a menudo con el abusador, acentúan sus sentimientos de vulnerabilidad, pérdida, engaño y desesperanza. Las mujeres abusadas frecuentemente se aíslan y se recluyen tratando de esconder la evidencia del abuso. No es sorprendente que dichos efectos hacen del abuso de la esposa un contexto elemental para muchos otros problemas de salud. En los Estados Unidos, las mujeres golpeadas tienen una posibilidad de cuatro a cinco veces mayor de necesitar tratamiento psiquiátrico que las mujeres no golpeadas, y una posibilidad cinco veces mayor de intentar suicidarse (Stark y Flitcraft, 1991) [...] La relación entre el maltrato y la disfunción psicológica tiene importantes implicaciones con respecto a la mortalidad femenina debido al riesgo aumentado de suicidio. Luego de revisar la evidencia de los Estados Unidos, Stark y Flitcraft llegaron a la conclusión de que el abuso puede ser el precipitante único más importante identificado hasta ahora relacionado con los intentos de suicidio femeninos (1991, p.141). Una cuarta parte de los intentos de suicidio de parte de mujeres estadounidenses y la mitad de los intentos de parte de mujeres afronorteamericanas están precedidos por abuso (Stark, 1984).13
El reciente informe de la OMS confirma estos datos:
La violencia de pareja y la violencia sexual producen a las víctimas sobrevivientes y a sus hijos graves problemas físicos, psicológicos, sexuales y reproductivos a corto y a largo plazo, y tienen un elevado costo económico y social. La violencia contra la mujer puede tener consecuencias mortales, como el homicidio o el suicidio.
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