Registro de la Propiedad Intelectual Nº 2021-A-6
ISBN edición impresa: 978-956-6048-41-1
ISBN edición digital: 978-956-6048-42-8
Imagen de portada: Mario Muñoz Buzeta, Paisaje (fragmento). Fotografía de Paula Arrieta.
Diseño de portada: Paula Lobiano
Corrección y diagramación: Antonio Leiva
© ediciones / metales pesados
© María Elena Muñoz M.
E mail: ediciones@metalespesados.cl
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Madrid 1998 - Santiago Centro
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Santiago de Chile, febrero de 2021
Diagramación digital; ebooks Patagonia
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Dedicado a Mario Muñoz Buzeta,
pintor de paisajes
Índice
Presentación
Introducción
Transparencia y opacidad: mirando a través de un paisaje de Valenzuela Llanos
El constante paisaje chileno
El paisaje del país o la expansión de lo pictórico en el trabajo de Juan Castillo
La ventana que mira al parque: Paisaje de invierno de Inés Puyó
Burchard, Balmes y la historia de una taza: un momento singular de montaje y actualidad
Los jardines de la ciudad propia: una arcadia moderna
La imagen del niño en el umbral de la modernidad: tres figuras infantiles en la pintura de Cosme San Martín
Palabras finales
Índice de imágenes
Bibliografía
Agradecimientos
Presentación
Como lo indica el título de la presente publicación, los textos aquí desplegados abordan desde diversas perspectivas el asunto del paisaje y su relación con la pintura. Desde los padres de la patria de la pintura chilena hasta Juan Castillo, artista contemporáneo, se pueden seguir diversas aproximaciones que sobre este género van adoptando los autores en la escena local.
Son estos escritos legibles para no especialistas; un libro que acoge al lector exponiendo y articulando con claridad las relaciones que permiten comprender complejos problemas que atañen a la historia del arte y la pintura. Esta característica, su hospitalidad, no significa en este caso falta de profundidad; por el contrario, los textos conectan diversas dimensiones de conocimiento, única manera de pasar del ámbito de la información al de la comprensión. En este proceso hay goce, es el goce del pensamiento en movimiento, de un pensamiento que se despliega y se integra como herramienta de análisis, esto sin tomar en cuenta lo que primero salta a la vista: que aquí está en ejercicio la experiencia de una amante de la pintura.
Transitando desde la historia universal a contextos políticos, de problemas estéticos a poéticas particulares, de la superficie material a las imágenes, va desarrollándose ensayo tras ensayo una narrativa interconectada, en donde cada texto entrega materiales para acceder a los demás. Se trata de temas paradigmáticos de la pintura, de la representación y del arte.
Comenzando siempre «desde el principio», María Elena Muñoz provee al lector en cada ensayo de las herramientas reflexivas y referenciales para aproximarse a una obra local en conexión con los grandes problemas de la visualidad que han cruzado la historia del arte. Así es como en la introducción se nos pone al tanto de la discusión actual respecto del género del paisaje, definiendo de esta manera el campo desde donde nos sumergiremos en la lectura.
El carácter material de la pintura está siempre presente en las miradas que hace la autora. Abundan palabras precisas para describir estas cualidades a veces desatendidas que son lo propio de la pintura, aquello que la diferencia de las imágenes en sentido genérico. En un espacio cotidiano saturado de imágenes, la mayoría de ellas emitidas a través de pantallas luminosas, la pintura propicia un encuentro que requiere detenerse y apartarse por un momento de este flujo omnipresente.
Autores sancionados ya por textos canónicos de nuestra historiografía encuentran aquí la posibilidad de ser vistos nuevamente, con la mirada abierta de una autora que se entrega a la experiencia de espectadora conociendo las tramas de valoración y clasificación cifradas en el propio deseo de la escena por establecer jerarquías y órdenes.
Agregaría aquí esa frase repetida por tantos pintores: que de la pintura no se puede hablar. Quizá por ello, justamente, nos invite a hablar sin fin. Es la experiencia como espectador la que nos obliga a buscar interlocutores, a tratar de entender y racionalizar algo que siempre se nos escapa y que nos empuja a volver a mirar. Es esta una pasión por descifrar la trama que se teje en la superficie cargada de pintura, en esta superficie hecha de estratos en la que el espectador se sumerge, pasión finalmente que comparte la autora con sus lectores.
Pablo Ferrer K.
Pintor
Introducción
Al titular el presente volumen del modo que lo hago, usando un recurso (paréntesis) que en general trato de evitar, solo busco subrayar la avenencia de los términos «cerca» y «acerca» en relación al término «paisaje», avenencia a la que sacaré partido en este libro. Algunos de los escritos versan efectivamente «acerca» del paisaje o de paisajes particulares o de reflexiones sobre el paisaje. El «cerca» tiene que ver, por un lado, con la cercanía que algunas obras o trabajos puedan tener con el paisaje, sin encajar directamente en el género, pero también tiene que ver con la cercanía que impone una mirada dispuesta a capturar detalles no siempre atendidos.
Paisaje es un término que se ha tornado crecientemente dócil. Más allá de su acepción como género artístico y de su habitual asociación con la geografía, se habla también de paisaje humano, paisaje social, paisaje político, paisaje cultural, paisaje conceptual o incluso paisaje sonoro. Esta holgura en la aplicación del término ha venido acompañada, en el último tiempo, de sendas reflexiones sobre el tema, provenientes de diversos ángulos disciplinares. Si bien se reconoce generalmente que la relación con la naturaleza está en el origen del concepto, se ha llegado a consensuar que paisaje y naturaleza no son sinónimos. Como bien sintetiza el geógrafo Joan Nogué: «La naturaleza existe per se, mientras que el paisaje no existe más que en relación al ser humano, en la medida en que este lo percibe y se apropia de él» (123).
Paisaje y naturaleza no son sinónimos. Sin embargo, es de la relación con la naturaleza desde donde surge aquello que llamamos paisaje, una relación que se establece a partir de una mirada estética. La posibilidad de apreciar estéticamente un pedazo de país, de percibirlo desinteresadamente, es lo que lo enmarca, lo que activa la transición de país a paisaje. Sobre su origen artístico dice el teórico francés Alain Roger: «El paisaje no es inmanente (no existe en sí) ni trascendente (no existe por intervención divina), pero si el paisaje no es inmanente ni trascendente, ¿cuál es su origen? Humano y artístico, esta es mi respuesta» (14). El arte, se dice, es el mediador que opera la transformación que da lugar al paisaje. En otras palabras, el paisaje no se percibe, en tanto tal, mientras no se haya producido algo que desmarque un «pedazo de país» del continuo de la naturaleza. Y ese algo es precisamente la mirada del sujeto capaz de aislar a un segmento del territorio respecto de implicancias agrícolas, económicas o geopolíticas.
La naturaleza precede al paisaje. Pero no solo lo precede en el acto de la percepción, sino que lo hace históricamente, puesto que la palabra paisaje ni siquiera existía como vocablo hasta entrado el siglo XVII, cuando empezó a constituirse como género autónomo de la pintura en los Países Bajos del norte1. Este empezar a existir del paisaje fue de la mano del surgimiento de unas representaciones pictóricas que reconocían a unas ciertas vistas del territorio como motivos dignos de ser pintados: es la pintura, en otras palabras, la que creó el paisaje, incluso antes de ser llevado al cuadro.
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