Tropezar y caer
en un pozo profundo.
Levantarse y enfrentar
la adversidad.
Desafiar con firmeza
a los miedos internos.
Amar con entrega
aunque el pasado duela.
Atreverse a vivir
es lo más importante.
Todo lo demás,
a tiempo llegará.
vera.romantica
vera.romantica
Lo importante está en mi esencia,
en siempre saber quién soy.
Que el tiempo enriquezca mi alma,
que el hombre descubra mi don.
MAR DEL PLATA, ENERO DE 2008.
Ingresó a la discoteca con paso seguro y cara de pocos amigos. Mirko Milosevic era un hombre alto y delgado, de hombros anchos y caderas estrechas. El cabello castaño claro, lacio, aunque siempre despeinado, le rozaba los hombros, y tenía unos ojos de un celeste luminoso que difícilmente pasaban desapercibidos. El conjunto ofrecía una apariencia peligrosamente sensual, que atraía con facilidad a las mujeres, proporcionándole una ventaja que sabía aprovechar. Era como un gato seductor, que se movía con sigilo, envolviendo a sus presas hasta ganarles la voluntad y obtener de ellas lo que deseaba.
En Mar del Plata, la temporada estival se encontraba en su apogeo. Durante el día, sus atractivas playas congregaban multitudes, mientras que la vida nocturna parecía no tener fin. Ese verano, la ciudad vibraba.
Tal era el caso de Extasius, la discoteca en la que estaba Mirko. Allí una importante cantidad de jóvenes se contorsionaba al ritmo de la música, ajenos a mucho de lo que entre esas paredes sucedía.
Con actitud firme y segura, se mezcló entre los presentes; un solo objetivo gobernaba su mente: cumplir con su parte y saldar, de una buena vez por todas, la deuda que lo acosaba. A medida que avanzaba, recorría el lugar con la mirada sin detenerse en nada en particular. No se vanagloriaba de su proceder, hacía ya mucho tiempo que había dejado de cuestionarse. Lo suyo, por donde se lo mirase, era pura necesidad; y subsistir, la única preocupación en su vida.
Eludiendo a quienes se cruzaban en su camino, se las ingenió para alcanzar la barra principal; una vez que llegó, se sentó en el único taburete que quedaba vacío. Volvió a repasar el lugar con la vista, ahora con cierto hastío. No veía lo que había ido a buscar. La chica con la que necesitaba dar no se hallaba a simple vista, y eso era algo que siempre lo frustraba. Masticando fastidio, se volvió hacia la barra.
–¿Cómo estás, Mirko? –dijo Lalo, el barman–. Pensé que te vería más temprano.
Se saludaron con un intercambio de golpes de puños, propios entre camaradas. Lalo era su único amigo; se conocían de niños. De hecho, era Mirko quien le había conseguido el trabajo cuando Lalo obtuvo su libertad luego de ocho meses de encierro por un delito menor.
–Todo bien –respondió sin mucho entusiasmo.
Lalo lo miró con cierta aprensión; comprendía perfectamente qué le estaba sucedía, por eso no agregó comentarios.
–¿Lo viste a Candado? –preguntó Mirko.
–Sí, debe andar por el fondo –respondió el barman, introduciendo la mano en el bolsillo trasero de su pantalón, de donde extrajo una llave que le extendió–. Me dijo que te la entregara, que tú entenderías y que debes estar listo para las tres y media.
Mirko asintió y estiró su mano para tomar la llave, pero Lalo cerró el puño negándosela. Lo miró directo a los ojos.
–Fue categórico cuando ordenó que te limites a cumplir con tu parte –agregó, incómodo, sintiendo algo de culpa. Mirko lo fulminó con la mirada–. No me mires así. Solo soy el mensajero. En el lugar de siempre tienes la primera parte.
Le entregó la llave a Mirko y lo contempló detenidamente.
–Tienes que encontrar la manera de salir de este lío –dijo con evidente preocupación–. Esto no va a terminar bien.
–Lo sé –accedió con renuencia–. Pero no es tan sencillo.
Si no fuera porque debía reunir la cuantiosa suma de diez mil dólares, ya habría resuelto esa situación. Pero estaba atado de pies y manos, y lo sabía. ¡Qué pies y manos! , pensó Mirko. Ese maldito me tiene sujetado del cuello . Casi en un gruñido, le pidió a Lalo que le sirviera su trago preferido: vodka con soda y hielo.
–Aquí tienes, campeón –dijo Lalo al colocar el trago frente a él–. Espirituoso como a ti te gusta…
Dedicó varios minutos a observar el lugar. La música electrónica se había adueñado de la pista y los presentes se contorsionaban rítmicamente. La oscuridad reinante, salpicada por el juego de luces blancas que enorgullecía a los dueños de la discoteca, por momentos envolvía a los presentes en un manto de sensualidad del que Mirko pensaba aprovecharse.
Bebió un poco de vodka, y sintió cómo el aguardiente bajaba por su garganta. Entonces dio con lo que estaba esperando encontrar. Entre la dicotomía de los claroscuros, detectó una figura que llamó su atención. Agudizó la vista concentrándose en una muchacha que bailaba desinhibida sobre una tarima y, a simple vista, su falda, ligera y corta, dejaba al descubierto unas largas y delgadas piernas. Tenía el cabello oscuro, busto atractivo y cintura pequeña. Muy bien , pensó al verla moverse al ritmo de la música. No se molestó en apreciar los rasgos de su rostro, a su entender era lo que menos importaba. Sonrió jactancioso. Objetivo detectado .
La música cambió y poco a poco los ritmos de los años ochenta se adueñaron del lugar. Mirko terminó su trago sin apartar la vista de la muchacha que, en ese momento, bajaba de la tarima. Prestó atención al notar que ahora bailaba con una mujer. Esperaba que le gustaran los hombres. Miró su reloj y comprobó que eran pasadas las dos de la madrugada; tenía poco menos de una hora y media para lograr seducirla y convencerla de que lo acompañase al fondo del local. No creía que fuera difícil lograrlo.
Antes de comenzar su cacería, Mirko Milosevic decidió estimular sus sentidos. Con la mente focalizada en su objetivo, se abrió paso entre los presentes hasta alcanzar los baños públicos. Ingresó al de caballeros y, pasando de largo los retretes, se dirigió a la última puerta. Se deslizó dentro y, sin demora, buscó el hueco en la pared, oculto tras un cubo de basura. De allí tomó un pequeño sobre con varios gramos de cocaína; la primera parte de su paga. Tembló un poco al sentirlo en su mano y, luego de dejar todo como lo había encontrado, se apresuró a bajar la tapa del retrete. Con suma precisión dibujó un par de líneas de polvo blanco, para luego esnifarlas; primero por un orificio nasal, después el otro. Por unos segundos permaneció de pie con los ojos cerrados, entregándose al efecto que se iba adueñando de sus sentidos.
Читать дальше