Del otro lado de la línea, Romina le informaba que Juan Antonio Brenet la llamaba desde España. Antes de responder, Antonella entornó los ojos convencida de que Gimena Rauch tendría mucho que ver con ese llamado.
–Necesito atender –anunció mirando a Gimena–. Luego continuamos.
–Por mí ya está –repuso, consciente de que solo a ella la habían invitado a dejar el despacho. Miró a Mirko con intención de molestarla–. Luego hablamos.
Con cierta preocupación, Antonella atendió la llamada. Su intuición no le había fallado. Durante los siguientes veinte minutos escuchó cómo el directivo de España le informaba que estaban evaluando que Gimena Rauch estuviera a cargo del área de cultura de la editorial. Todavía debían analizar el proyecto, pero todo indicaba que sería aprobado por unanimidad. Era cuestión de días para que el nombramiento se hiciera efectivo, ya que todos coincidían en que lo mejor para la sucursal argentina era dividir los productos para darles mayor independencia.
–De más está decirle que tiene todo mi apoyo, señor Brenet –comentó Antonella con voz neutra–. La señorita Rauch puede contar conmigo para lo que necesite.
Con el rostro crispado por la indignación, Antonella dejó el auricular en su sitio procurando digerir la noticia. No solo acababa de perder casi la mitad de su presupuesto, sino que además corría el riesgo de que la mala administración de su gestión quedara expuesta. No era nada bueno lo que estaba sucediendo.
–¡Maldita desgraciada! –estalló Antonella, rabiosa–. Yo sabía que buscaba algo.
–¿Qué sucedió? –la interrumpió Mirko, desconcertado.
–¡Esa maldita está a cargo del área de cultura! Sabía que algo así podía suceder –dijo–. Conozco a una zorra cuando la veo, y esta no me engañó en ningún momento. Pero que no crea que se la voy a hacer fácil. Estoy convencida de que viene a ocupar mi lugar –agregó. Miró a Mirko y una idea comenzó a formarse en su mente–. ¿Así que necesita un fotógrafo? –dijo con tono malicioso–. Pues lo tendrá. Quiero que aceptes cada uno de los trabajos para los que te requiera y que la sigas como su mismísima sombra –deslizó sintiéndose victoriosa–. Quiero que me cuentes hasta los comentarios más insignificantes. Quiero saber qué hace y qué deja de hacer.
–Pero –protestó Mirko.
–No hay forma de eludir que trabajes para ella, cariño –aclaró suavizando el tono–. Después de todo, es muy cierto que formas parte del staff de cultura. Ahora déjame, que quiero cerrar un par de temas. Luego definimos esas fotos.
Sin decir más, dejó el despacho de Antonella. Esto es una pesadilla. ¿Cómo puede ser posible que algo así esté sucediendo? , se preguntó. Empezaba a sentirse paranoico, pero, así como era un alivio importante que Gimena Rauch no lo reconociera, el que quisiera alterar el clima de la editorial podía ser peligroso, tanto para él como para ella misma; ni hablar para la operación. Consideró intentar sondear a Garrido, tal vez ella supiera algo más sobre Rauch y, por segunda vez, un impulso lo detuvo. El asunto Gimena Rauch era suyo y no quería compartirlo con nadie. Mucho menos con Garrido.
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