Para tomar conciencia de la magnitud del problema, veamos algunos párrafos del Informe mundial sobre la violencia y la salud, publicado en inglés en octubre del año 2002 por la Organización Mundial de la Salud:
En 48 encuestas basadas en la población efectuadas en todo el mundo, entre 10% y 69% de las mujeres mencionaron haber sido agredidas físicamente por su pareja en algún momento de sus vidas [...] Para muchas de estas mujeres, la agresión física no era un suceso aislado sino parte de una pauta continua de comportamiento abusivo.
La investigación indica que la violencia física en las relaciones de pareja se acompaña a menudo de maltrato psíquico, y en una tercera parte a más de la mitad de los casos también hay abuso sexual. En el Japón, por ejemplo, entre 613 mujeres que en un momento dado habían sido maltratadas, 57% habían sufrido los tres tipos de abuso: físico, psíquico y sexual. Menos de 10% de estas mujeres habían experimentado sólo maltrato físico. [...]
La mayoría de las mujeres que son víctimas de agresión física por lo general se ven sometidas a muchos actos de violencia con el transcurso del tiempo. En el estudio de León (Nicaragua), por ejemplo, 60% de las mujeres maltratadas durante el año precedente habían sido agredidas más de una vez, y 20% habían experimentado violencia grave más de seis veces. Entre las mujeres que notificaron una agresión física, 70% denunciaron maltrato grave. El número promedio de agresiones físicas durante el año precedente entre las mujeres que actualmente sufrían maltrato, según una encuesta efectuada en Londres, Inglaterra, fue de siete, mientras que en los Estados Unidos, según un estudio nacional realizado en 1996, fue de tres.4
Una nota periodística de nuestro país sintetiza:
En Brasil, cada 4 minutos una mujer es agredida en su hogar o por una persona de su entorno afectivo.
En México, el 70 por ciento sufrió algún tipo de violencia por parte de su pareja.
En Estados Unidos, cada 15 segundos una mujer es golpeada, por lo general, por su compañero íntimo.
En Francia, cada mes mueren entre 10 y 15 mujeres por agresiones de su pareja.
En Inglaterra, una de cada 10 sufre algún tipo de violencia física en una relación de pareja y una de cada ocho fue violada por su compañero.
En España las estadísticas arrojan cifras de altísimo riesgo en las mujeres que se separan o en las etapas posteriores a la ruptura. En 2003, 68 mujeres perdieron la vida. Siete de cada 10 asesinadas estaban en trámite de divorcio.5
El maltrato familiar puede ser protagonizado, como víctima, victimario o testigo, por cualquier miembro de la familia, en cualquiera de sus roles. Sin embargo, debemos subrayar nuevamente que los miembros más vulnerables dentro de una familia por su género, edad o condición, son las mujeres, los niños, los discapacitados y los ancianos.
En este capítulo nos referiremos al maltrato que sucede dentro de la relación de pareja. En el concepto «pareja» incluimos noviazgos, matrimonios, uniones de hecho, concubinatos, y toda forma de convivencia en pareja más o menos estable.
Como ya se mencionó, el maltrato hacia la mujer es histórico, atravesó todos los tiempos y todas las culturas. Sólo en los últimos años se lo ha puesto de relieve como violación a los derechos humanos. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha subrayado que a pesar de que cualquier mujer –de distintos rangos etarios, sociales, económicos, raciales– puede ser objeto de maltrato, reconoce que hay sectores como “las mujeres indígenas, las refugiadas, las mujeres migrantes, las mujeres que habitan en comunidades rurales o remotas, las mujeres indigentes, las mujeres recluidas en instituciones o detenidas, las niñas, las mujeres con discapacidades, las ancianas y las mujeres en situaciones de conflicto son particularmente vulnerables a la violencia”6
En la sesión plenaria de diciembre de 1993, la ONU dictó la Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer, entendiéndola como:
Todo acto de violencia basado en el género que tiene como resultado posible o real, un daño físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas, la coerción o la privación arbitraria de la libertad, ya sea que ocurra en la vida pública o en la vida privada.7
Nuevamente nos conmueve que una relación tan íntima, tan comprometida, destinada a ser una fuente de placer y de crecimiento para ambos miembros, se convierta en un espacio destructivo y de tanto sufrimiento.
Porque no me afrentó un enemigo, lo cual habría soportado; ni se alzó contra mí el que me aborrecía, porque me hubiera ocultado de él; sino tú, hombre, al parecer íntimo mío, mi guía, y mi familiar; que juntos comunicábamos dulcemente los secretos, y andábamos en amistad en la casa de Dios.
Salmo 55.12-14 (RV60)
Estos textos son una alusión profética a la traición que Jesús experimentaría de parte de Judas, que nos muestra que el efecto del dolor es mayor cuando es causado por alguien en quien se ha confiado, del ámbito íntimo, o en quien se han puesto expectativas de cuidado, seguridad y bienestar.
Asimismo, porque sabemos que en nuestra sociedad la violencia en la pareja se subsume, en su mayor parte, bajo la violencia de género, en este capítulo usaremos deliberadamente el masculino para el agresor y el femenino para la víctima. Ser mujer, en este caso, constituye el primer factor de riesgo para ser víctima de violencia en la familia, en una sociedad en la que todavía el machismo está vigente en sus formas más crueles.
Ésta es una violencia con un componente específico que nunca se debe perder de vista. El factor riesgo es ser mujer y el mensaje que envía es de dominación o sumisión: es una estrategia necesaria para el sostenimiento de las relaciones patriarcales, tanto en el espacio público como en el privado.8
Para advertir sobre factores sociales que favorecen este tipo de violencia, la Organización Panamericana de la Salud expresa:
Los estudios en diversos entornos han documentado muchas normas y creencias sociales que apoyan la violencia contra la mujer, como las siguientes:
El hombre tiene derecho a imponer su dominio sobre una mujer y es considerado socialmente superior.
El hombre tiene derecho a castigar físicamente a una mujer por su comportamiento “incorrecto”.
La violencia física es una manera aceptable de resolver el conflicto en una relación.
Las relaciones sexuales son un derecho del hombre en el matrimonio.
La mujer debe tolerar la violencia para mantener unida a su familia.
Hay veces en las que una mujer merece ser golpeada.
La actividad sexual –incluida la violación– es un indicador de la masculinidad.
Las niñas son responsables de controlar los deseos sexuales de un hombre.9
No desconocemos que en una ínfima proporción son los hombres las víctimas de la violencia femenina (se considera en un 3% a 5% para la violencia física). Por razones de fuerza física, es más probable que, sobre sus parejas, ellas ejerzan maltrato emocional y verbal antes que maltrato físico. Recordemos que la violencia es propiciada por el abuso de poder de los más fuertes sobre los más débiles. En ocasiones, el «débil» es el hombre, en especial en estos tiempos de tanta desocupación que causa desvalorización y depresión en el varón. A esto se suma el avance de la mujer en el mercado laboral, lo que la pone a veces en situación de mayor poder que su marido.
En los casos de «violencia cruzada», ambos miembros de la pareja tienen conductas de maltrato, protagonizando episodios recurrentes y cíclicos para volver más tarde a etapas de mayor tranquilidad y calma. Cabe destacar que en la así llamada «violencia cruzada», ocasionalmente uno de ellos –generalmente la mujer– aprende a defenderse usando las mismas armas con las que fue atacada reiteradas veces. En lugar de salir del círculo abusivo, ahora ella también responde con violencia como respuesta al maltrato recibido por parte de su compañero y como modo de defensa frente al mismo.
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